viernes, 23 de diciembre de 2016

Todo por Esther


Luke Winslow-King comienza dibujando con el slide una introducción gospel hasta que entona las primeras estrofas de On my way. La canción aumenta su intensidad con una hermosa melodía hasta que irrumpe un solo de guitarra reflexivo e insondable. En todo el recorrido del tema se percibe una fuerte influencia de la tradición más arraigada de la música popular estadounidense. Luego, en el tema que sigue y que da nombre al álbum, I’m glad trouble don’t last always, Winslow-King endurece su sonido. No prescinde del slide, pero si logra reconvertirlo, como si pasara de una caricia a una puñalada. Esa variación se repite a lo largo de un disco que no presenta una uniformidad estilística pero que, justamente gracias a eso, sobresale. Todas las canciones están atravesados, en mayor o menor medida, por su reciente divorcio de la cantante Esther Rose. “Gracias por ayudarme a entender la naturaleza del amor y la pérdida”, canta con más dolor que resignación.

En Change your mind retoma el sendero que traza con el primer tema, apuesta a una melodía amena que por momentos recuerda a las composiciones de Eagle Eye Cherry. Con Heartsick blues navega en aguas de country-folk acompañado por el pintoresco violín de Matt Rhody. Esther please tiene una base blusera en la que la batería de Benji Bohannon, marca un traqueteo por el que Winslow-King va desgranando unos punteos soberbios hasta que se lanza con el solo final, en el que otra vez desmiembra las cuerdas de su guitarra con el slide. Watch me go es una balada soulera con mucho feeling en la que también ejecuta el pequeño cilindro metálico.

En Act like you love me va a las raíces de su ciudad natal, Nueva Orleans, con piano y hammond en sintonía, que le aportan un ritmo más urbano, mientras que con Louisiana blues navega las aguas pantanosas del folclore de esa región. El disco termina con otra hermosa canción, No more crying today, que también comienza con la expresividad de su slide al servicio de otra sutil melodía.

El álbum, el quinto de su carrera y el tercero que graba para el sello Bloodshot, es la expiación de la culpa, es su forma de hacer catarsis por un amor que se terminó y es, además, su consagración musical.


domingo, 18 de diciembre de 2016

Las lecciones de un hombre sencillo


Anson Funderburgh aparece en escena con su strato color crema colgando de sus hombros y se ubica a un costado del escenario, entre el hammond de Nandu Tecla y el corpulento Mauro Ceriello. La banda ya está inmersa en los primeros acordes del shuffle Hula Hoop mientras que el público estalla en un aplauso cerrado e intenso. Darío Soto, el cantante, lo presenta y Anson apenas hace un gesto con la cabeza. El primer solo se lo cede a Tavo Doreste que golpea su piano casi con sorpresa. Luego deja que Pablo Martinotti ataque las cuerdas de su Telecaster. Ahora, cuando todos esperan su entrada, Anson le da el pase a Nandu Tecla. Recién cuando este termina su vuelta Anson acomoda su guitarra, se toma un segundo y mete un solo tan propio que nadie tiene dudas de su autenticidad. Su primera lección: sencillez arriba del escenario.

El guitarrista texano no cambiará su actitud en toda la noche. No hará movimientos ampulosos y apenas dará un paso al frente en algún solo. Recién al final dirá unas pocas palabras de agradecimiento en inglés que se perderán entre la ovación del publico que copa la sala del Teatro del Viejo Mercado. Tanto antes de comenzar como al final del show, Anson saludará y se sacara fotos con todos los que se le acerquen. También aceptará un cambio de bajista en plena faena musical y el Perro Gorosito, tras un afectuoso abrazo con el maestro, marcara el ritmo en dos clásicos del blues como Look over yonders wall y All your love (I miss living). La segunda lección del maestro: modestia y calidez.

El repertorio elegido por Anson varía entre temas más souleados, shuffle y blues. El comienzo es bien arriba con Darío Soto cantando Something you got y Tina Ni Na Nu y luego bajan unos decibles para una noble versión de The sun is shining. Hasta ahí la banda suena compacta y bien ensamblada, capitaneada desde la batería por el implacable Víctor Hamudis. Cuando están por empezar Love her with a feeling, tal vez por nervios, ansiedad o por no haber tenido ni un solo ensayo previo, hay un pifie que desacomoda todo y se detienen. “Vamos de nuevo”, dice Darío Soto y empiezan otra vez. Anson no se fastidia y se pliega al nuevo arranque. La tercera lección: tolerancia y comprensión.

En la previa, detrás de escena, Anson cuenta que desde hace un tiempo sufre de artrosis en sus manos que no le permite tocar con el ritmo y la fluidez de antes. Y bromea: “Con los excelentes guitarristas que hay acá no se para qué me trajeron”. Luego, en medio del show, invita al escenario a Santiago “Rulo” García para un duelo de guitarras con Blues leave me alone, de Jimmy Rogers. Uno con su ADN texano y el otro con su bagaje de country y su técnica del “lap style” se baten en un duelo de cortesía, pasión y talento. Pero eso no es todo. Anson se entera de que en la sala está Gonzalo Bergara, a quien conoce y respeta por su trayectoria en los Estados Unidos, e insiste en que también se suba. Bergara apura el paso entre las mesas y juntos interpretan Understand, de B.B. King, y She knock’s me out. La cuarta lección: camaradería y respeto.

Anson es paciente para empezar un solo. No se apura, no muestra desesperación. Se toma el segundo necesario antes de largarse. Las notas son austeras pero cargadas de un profundo sentimiento. Su tono es impecable. Escucharlo es como revivir esos viejos discos de los Rockets con Sam Myers que tanto gastamos en los noventa. La última lección del maestro es una suma de todas las anteriores y la entienden todos los guitarristas que están viéndolo: desde los más experimentados como Daniel Raffo y el Negro Alfano, los de la generación intermedia como Rafa Nasta y Matías Cipilliano, o los más jóvenes como María Heer y Daniel DeVita.

El gran show del hombre sencillo fue una excelente lección de lo que un guitarrista de blues debe hacer arriba de un escenario.

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Poco antes de que Anson Funderburgh y Con Alma de Blues Band hicieran la suyo, Diego Czainik y Fernando Couto interpretaron algo más de media docena de clásicos del blues en formato acústico. Dimples, It hurts me too, Dust my broom, Roll 'em Pete, I just want to make love to you fueron algunos de los temas elegidos por el dúo que, con buen pulso y mucho carisma, entretuvo a un público que estaba ansioso por lo que estaba por venir. Lo más destacado fueron los coros de Couto que, sin micrófono respaldó muy bien la tremenda voz de Czainik. El bonus track fue el Black rat swing de Memphis Minnie que tocaron junto a Rulo García.

lunes, 12 de diciembre de 2016

Blues sin filtro


El blues acústico es la forma más directa y pura de interpretar el género. El artista, cara a cara con su público, toca sus canciones sin ningún tipo de amplificación y sus sentimientos juegan un rol más importante que su técnica. En ese formato, la guitarra, el piano o la armónica tienen un sonido más orgánico mientras que el canto aporta el golpe emocional decisivo. La resonancia y la puesta en escena minimalista y sin filtro del blues acústico, que no necesariamente es country blues, genera un acercamiento único entre quien lo toca y quienes lo escuchan. Eso fue lo que priorizaron La Escuela de Bues y Blues en Movimiento para organizar el V Concurso de Bandas de Blues.

Se presentaron 14 grupos o solistas y cinco fueron elegidos para participar de la gran final que se realizó este domingo en el salón principal de la Escuela de Blues, en el barrio de Palermo. Una vez más me tocó integrar el jurado, esta vuelta junto a Guille Blanco Alvarado, El Tano Rosso, el luthier Santiago Sicaro y el músico Leonardo Parra Castillo, ganador del año pasado. Por mayoría, el primer premio fue para Damián Duflós, quien vino de Neuquén especialmente para participar del concurso. 

La presentación de Damián Duflós fue exquisita. Muchos lo conocen como cantante y armoniquista de The Jackpots, la banda que formó junto a Rafo Grin. Pero en su intimidad, hace unos años, Duflós comenzó a delinear un perfil acústico, algo así como lo hizo Charlie Musselwhite, que coronó con su actuación impresionante en la Escuela de Blues. Si bien el repertorio fue bastante tradicional sus interpretaciones fueron muy personales. Comenzó hablando sobre como en todas las músicas del mundo tienen sus leyendas sobre encrucijadas de caminos y luego deslizó su slide -hecho con hueso de vaca- sobre las cuerdas de su guitarra resonadora para una profunda versión de Crossroads blues, la que se acompañó con armónica. Siguió con I can't be satisfied, de Muddy Waters, y terminó con una reconstrucción bucólica de Built for comfort, de Howlin' Wolf. Damián Duflós transmitió experiencia, pasión y un hondo dolor en cada una de las canciones.

El sorteo decidió que el grupo Blue Jean Trío fuera el primero en tocar. Comenzaron con una versión mellow de As the years go passing by y después subieron en intensidad con Ramblin' on my mind. Lo mejor fue que se animaron a reconvertir un tema de Atahualpa Yupanqui, Los ejes de mi carreta, en un blues con aroma folkie. El trío está conformado por Nacho Nayar (voz y guitarra rítmica), Gonzalo Sánchez (primera guitarra) y Andrés Pinotti (armónica). Los tres demostraron un buen ensamble. arreglos prolijos y Nayar, en particular, resaltó por su registro vocal. Tal vez les faltó un poco más de rodaje, pero eso es algo que sólo el tiempo se los dará.

Tras la presentación del trío y luego de Damián Duflós llegó el turno de Camilo Petralia, quien sorprendió con un canto poderoso y envolvente. La selección de temas fue muy atinada porque adaptó para su guitarra dos temas clásicos de piano, Driftin' blues, de Charles Brown, y Hard times, de Ray Charles. Y se animó a una versión acústica y animada de T-Bone shuffle. En ese sentido lo de Petralia fue excelente. Lo único que notamos desde el jurado es que las interpretaciones fueron un poco aceleradas, tal vez por los nervios, y eso le jugó un poco en contra. De todas maneras, obtuvo un justo segundo lugar por su propuesta innovadora.

Las Mojo Sisters tuvieron un comienzo errático pero con el correr de la presentación se fueron acomodando. Camila Ramírez en voz y su hermana Vera en guitarra y coros ofrecieron una propuesta diferente y estimulante. Empezaron con Go down sunshine, de Odetta, pero con un sonido que buscó emular a las cantantes de la década del veinte. Vera sufrió con los primeros acordes y les costó amalgamar sus voces. Pero lo revirtieron con mucha personalidad y terminaron ganándose al público con la historia de Frankie & Johnny, una canción popular que fue grabada por primera vez en 1924 por Ernest Thompson y cuenta la historia de Frankie Baker quien mató a tiros a su novio porque lo encontró con otra mujer. Lo mejor de las Mojo Sisters: dos chicas jóvenes decididas a preservar el viejo sonido de vaudeville con estudio y mucha pasión.

Para terminar, cuando se corrió el telón apareció en escena la cantante Juliana Alesi, acompañada en guitarra por Fernando Couto. Ella fue la única que cantó sus propias canciones y ese fue uno de sus puntos a favor. Los otros: su desenvoltura a la hora de cantar y su carisma. Tal vez, como en el caso de Blue Jean Trío y las Mojos Sisters, le falta un poco más de experiencia. Las letras de C'est fini y Mi corazón son interesantes, y luego hizo una adaptación en español libre de Woke up this morning de B.B. King. Además contó con el buen pulso de Couto que la ayudó a levantar su set.

Todos sonaron muy bien, ninguno resultó monótono y lo más interesante fueron los distintos matices, texturas y colores que ofrecieron. Por eso fue difícil la elección, pero al final consideramos que Damián Duflós fue el más sobresaliente. "Es la primera vez que toco en vivo solo", nos dijo al terminar el concurso. ¡Bienvenido sea Damián!


viernes, 9 de diciembre de 2016

Desde las entrañas


Ahora que se conocieron las nominaciones a los premios Grammy es bueno repasar uno de esos discos. Can´t shake this feeling, de Lurrie Bell, fue editado este año por el sello Delmark y es otra obra suprema de este auténtico bluesman de Chicago que tantas veces vino a nuestro país. Si bien los premios siempre son discutibles, y los Grammy no escapan a esa polémica, el último trabajo del hijo del gran Carey Bell bien merece la estatuilla al mejor disco de blues tradicional. El álbum captura a Lurrie Bell en plena ebullición, desde el mismísimo comienzo, con The blues is trying to keep up with me, en el que lanza unos solos tan viscerales que erizan la piel.

Matthew Skoller en armónica, Roosevelt Purifoy en piano y hammond, Melvin Smith en bajo y Willie Hayes en batería conforman el cuarteto con el que Lurrie Bell, la Bestia Blues, llega hasta el núcleo de su alma interpretando sus propias canciones y algunos covers. Este disco no es otra cosa que la continuación del anterior, Blues in my soul, en el que tocó con los mismos músicos y también contó con la producción de Dick Shurman, que en ambos trabajos hizo lo que tenía que hacer: dejar ser a Lurrie.

Tras el tema inicial, Lurrie versiona a Eddie Boyd con Driftin’ y a T-Bone Walter con I got so weary, en la que parece incendiar su guitarra, hasta convertirla en cenizas, y canta con una voz rasposa e intensa que no deja dudas de su compromiso con el blues más puro. Sigue en modo acústico, con Skoller soplando su armónica, con One eyed woman, de Maxwell Street Jimmy Davis, un oscuro bluesman que grabó para el sello Elektra a mediados de los sesenta.

This worrisome feeling in my heart es un slow blues conmovedor en el que Lurrie exterioriza sus penas y pesares aullando como un lobo herido. Con cada punteo logra trasladar el sufrimiento, lo hace palpable, lo materializa. Sit down baby es un etricto blues de Chicago, que lleva la firma de Willie Dixon, en el que el piano de Purifoy y la armónica de Skoller juegan un rol decisivo. En Hold me tight, de Little Milton, acompañado por el sonido del hammond, Lurrie explora los terrenos del shuffle. Y con Sinner’s prayer, de Lowell Fulson, alcanza su pico mayor de intensidad. Hace cumbre en el blues.

En I can’t shake this feeling y Born with the blues, Lurrie vuelve sobre un tema recurrente, no solo en este disco, sino en toda su trayectoria: su legado musical. Transita el último tramo del disco interpretando un tema de su padre, Do you hear; un cover del clásico de Willie Dixon, Hidden charms; y uno más de su propia factoría, Faith and music, en el que se acompaña solo con su guitarra eléctrica.

¿Cuánto más blues puede tener? Lurrie no tiene techo y va siempre más allá. Es directo, punzante como el filo de una cuchilla. Vive y respira blues. Toca desde las entrañas. Ahora deberá competir por esa estautilla con Bobby Rush, Luther Dickinson, Joe Bonamassa y Vasti Jackson, pero eso es anecdotico. Lo importante es ese sentimiento que transmite cada vez toma una guitarra y canta sus blues.


lunes, 5 de diciembre de 2016

El blues de los Rolling Stones


En su primera presentación en vivo, cuando todavía no se llamaban los Rolling Stones, Jagger, Richards y Brian Jones, interpretaron un repertorio cargado de blues y rocanroles de la primera época. En ese show en el Marquee de Londres, el 12 de julio de 1962, tocaron, entre otros temas, Ride 'em on down, de Eddie Taylor. Ahora, más de 50 años después, volvieron a interpretarla y es uno de los cortes de difusión del extraordinario disco Blue & lonesome.

El álbum salió a la venta el viernes pasado en todo el mundo, pero desde unos días antes ya se podía descargar de varios sitios de Internet. En una primera escucha, de esas que están cargadas de ansiedad, ya se podía percibir que los Stones tocaron para homenajear a sus maestros, pero sin caer en versiones calcadas de las originales, sino con una impronta bien propia que define su característico sonido.

La polémica con los puristas comenzó semanas atrás cuando la banda dio a conocer el single Just your fool, de Little Walter. La mayoría proclamó su amor eterno por la banda, mientras que unos pocos, como hacen siempre, salieron a cuestionar todo lo que ellos consideran que no es blues. ¡Y lo hicieron en base a una sola canción! Ya hemos discutido mucho acerca de esto y, por lo general, las polémicas surgen cuando, por una u otra razón, la palabra "blues" sale del nicho para estar en boca de todos. Pasa con cada nuevo disco de Joe Bonamassa o Gary Clark Jr. o cuando John Mayer homenajea en alguna entrega de premios a Albert King o Stevie Ray Vaughan. Los puristas, con toda su buena intención de preservar el blues, lamentablemente no hacen más que enterrarlo. "El blues es mio, mio, mio y de nadie más".

Está más que claro que a esta altura del partido los Stones no deben rendir ningún examen. Tenían ganas de sacar un disco de blues porque así lo sentían y lo hicieron. O tal vez, según los mal pensados, porque su departamento de marketing les indicó que era mejor para las ventas hacerlo que lanzar un nuevo álbum con temas propios. Quién sabe. Lo cierto es que lo hicieron y muy bien. Después de escuchar a Jagger cantar All of your love, de Magic Sam, no entiendo cómo alguien puede siquiera pensar que eso no es blues. El disco es todo así, crudo y rabioso, con una producción mínima, y con mayoría de temas de la década del cincuenta.

Además, la banda tuvo el acierto de no caer en los clichés del género. No tocaron Sweet home Chicago, Got my mojo working o Manish boy, por el contrario, repasaron temas oscuros de Eddie Taylor, Little Walter, Howlin' Wolf, Willie Dixon y Jimmy Reed. Y contaron con la participación de Eric Clapton en la sensacional Everybody knows about my good thing, que solía cantar Little Johnny Taylor, y en I can`t quit you baby, de Otis Rush.

Ya el año pasado, Keith Richards anticipó que el blues estaba volviendo a florecer en ellos. Primero con el tema Crossedeyed heart, del disco homónimo, y luego con el documental de Netflix, Under the influence, que comienza con Richards poniendo un vinilo de Little Walter. El tema es -no casualmente- Blue & lonesome. La cámara hace un paneo de su casa y muestra la exótica decoración mientras suena el solo de guitarra inicial de Luther Tucker. Pasa a un plano over shoulder y se ve a Richards, entre el humo de su cigarrillo y un vaso de bourbon, contemplando la portada del disco. "No hay nada más blues que esto. Viejo, esto sí que es música. La fuerza del blues me voló la cabeza".

Blue & lonesome es una celebración de sus más de 50 años de carrera y un regreso al primer amor. Sin estos viejos blues no habría Rolling Stones. Es el justo homenaje de la banda más grande del mundo a sus mentores, aquellos hombres negros que en la década del cincuenta delinearon el blues moderno y sentaron las bases de lo que luego se llamaría rock and roll. Ahora todos hablan de blues, gente que en su vida escuchó el nombre de Eddie Taylor baila al ritmo de Ride 'em on down. Esta, sin dudas, es la mejor forma de que el blues subsista y se expanda.