La fugaz aparición de Hubert Sumlin en el concierto de los Allman Brothers me llenó de emoción. Hubert es uno de los primeros músicos de blues que fue a la Argentina cuando el boom de los noventa hizo que estrellas como Albert King, Albert Collins, Taj Mahal, Robert Cray, B.B. King y James Cotton llenaran de blues los escenarios del Gran Rex, el Opera y Obras. En la Boca estaban -y todavía está- el Samobar de Rasputín y el Blues Special Club. Allí también se realizaban varios recitales y uno de los músicos que se presentó en algunas ocasiones fue Hubert Sumlin, quien incluso llegó a grabar un par de discos en vivo. Muchos de los que hoy tenemos treintaytantos vimos como el blues de Chicago se decodificaba en nuestras almas porteñas gracias a los solos de Hubert y como el influjo de la música de Howlin' Wolf penetraba los rincones nuestra existencia.
Durante su aparición en el show de los Allman Brothers vi que el viejo Hubert cargaba a cuestas con un tubo de oxígeno. Su asistente lo acompañó hasta una silla, donde se sentó y tocó los temas Smokestack lightning y Key to the highway, aunque no cantó ninguno de los dos. Fue ovacionado por la gente y también por Warren Haynes y Derek Trucks.
La noche siguiente, la del domingo 27, fui hasta el Iridium Jazz Club, sobre Broadway, en pleno Times Square, para verlo junto a su banda. A las ocho en punto, cinco músicos -todos ellos blancos y ninguno conocido- comenzaron un set que duró unos 20 minutos en los que tocaron temas tradicionales del Delta y de Nueva Orleans. Incluso en un momento dudé si había entrado el día indicado. Pero luego el cantante, quien también tocaba la armónica y la guitarra, y cuyo nombre no recuerdo, presentó al maestro. La escena se repitió: su asistente ayudó a Hubert a subir al escenario y a que se sentara en una silla.
Durante una hora tocó su clásico repertorio: la mayoría de los temas que cantaba Howlin' Wolf. Sus punteos siguen siendo exquisitos, aunque se nota que le falta fuerza y que se cansa enseguida. Es admirable que un tipo a los 79 años y con evidentes problemas de salud siga en la ruta. El público, que no era mucho, lo aplaudió con afecto y él devolvió ese cariño con sus mejores blues.
Al cabo de esa hora se fue por donde había entrado, la banda tocó unos minutos más y luego se fueron. Eran las 21.30. Pagué mi cuenta, 14 dólares por dos cervezas Amstel, y salí. En la escalera de entrada al Iridium ya se había formado una nueva fila de personas. Hubert volvería a tocar un segundo showa partir de las diez. Es que Hubert es así: lleva el blues tan adentro que va a tocar hasta morir.
1 comentario:
seguramente el blues lo mantiene vivo....
Publicar un comentario