Rafael Nasta abre el show. Un shuffle de Jimmie Vaughan y un slow blues. Aprovecha y se luce lo más que puede. Sabe, y lo anuncia, que lo que viene, es decir Chris Cain, es “de otro planeta”. Cain aparece en escena y lo que es de otro planeta es el jardinero que lleva puesto. El tipo deja en claro de entrada que la apariencia es algo que no le importa en absoluto. Entonces balbucea unas palabras en inglés a los músicos y las cuerdas de su contorneada y reluciente Gibson -Custom 50th Anniversary 1960- descargan toda su ebullición sanguínea con Good evening baby. A partir de ese instante ya nadie tendrá dudas: Cain es un fenómeno total.
Chris Cain tiene una dulzura y un feeling asombroso. De repente se despacha con un solo abrumador en My nest is still warm, da dos pasos hacia atrás y contempla como la gente lo aplaude. Abraza su Gibson y se emociona. La besa. Está muy enamorado de su guitarra. La acomoda de vuelta en su posición y saca un par de punteos asesinos más. Esa secuencia se repetirá media docena de veces. Sigue tocando, la mayoría temas de sus discos. Eso es un gran acierto de la productora que lo trajo: cuántas veces escuchamos Got my mojo workin’ o Rock me baby. Cain interpreta canciones que muchos no conocen o que escucharon alguna vez pero no recuerdan sus nombres. Y qué importa. Mucho mejor, siempre es bueno escuchar nuevos y buenos temas. El tipo cantando tiene cosas de B.B. King. Tocando se nota que Albert King es su máxima influencia. Y al piano resultó ser una combinación de Ray Charles y Roosvelt Sykes. Cain es todo eso y mucho más.
Tal como canta Buddy Guy, Chris Cain tiene el blues de la cabeza hasta los zapatos. El tipo disfruta de los solos de Nasta. Bromea. Deja su guitarra en el piso y hace como que se va del escenario. Regresa y le da un beso a Nasta, toma la Gibson y vuelve a volar cabezas sin reparos. Y cómo canta, por favor, su voz es tan honda y punzante que es imposible abstraerse. En la Argentina no hay un solo cantante como él.
El final es bárbaro. Primero Blues Power, de Albert King, en el que hay un cambio de bajista: “Bohemio” Rubinsztein reemplaza a Mauro Cerielo. Luego siguen con una versión fabulosa de Kansas City. Los músicos dejan sus instrumentos y saludan. Cain hace lo mismo y cuando todo indica que el show ha terminado, el tipo toma su guitarra y solo frente al mundo arremete con un viejo tema de su disco Cuttin’ loose, I’m going through a love detox. La gente está como loca y lo celebra.
Una de las mejores cosas del recital de La Trastienda es que queda demostrado que hay público para escuchar otro tipo de blues además del de Chicago. No me mal interpreten: está buenísimo que traigan músicos de la Ciudad del Viento, pero está mucho mejor que traigan a tipos como Cain, de la Costa Oeste u otras regiones, que son realmente admirables. Otro punto sobresaliente es el rol de la banda. A veces, los productores juntan buenos músicos para acompañar al capo que viene de afuera pero los resultados son dispares: sobran ganas y respeto pero falta práctica y experiencia. El acierto, esta vez, fue que Nasta Super es una banda amalgamada, con Gabriel Cabiaglia en batería y Cerielo en bajo, más el aporte de Walter Galeazzi en teclados. Se fue una gran noche de blues, reveladora en muchos aspectos, auspiciosa de cara al futuro, en el que Cain se ganó las almas de todos los que pisamos La Trastienda.
4 comentarios:
asombroso
Que lindo reporte Martin, interpretaste perfectamente lo que sucedio . Abrazo y Gracias por expresarlo tan claramente.
buena crónica, me hubiera gustado ir pero no pude. Espero que vuelva
Excelente reporte Martin, es tal cual lo que sucedio, lo transmitistes perfectamente....que noche de Blues DEMOLEDORAAA.
Chris Cain la rompio...nunca antes vi un artista entregarse y tocar de esa forma...cuanto feeling...
Los que tuvimos la suerte de estar presentes, nos fuimos con una sensacion muy linda.
Muchas gracias.
MC
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