Por René Roca
Mientras la noche golpeaba incansable la ruda botella del San Pedro de Yacochuya, me imaginé en una sonrisa volando como un cóndor; único capaz de ver y encontrar a dos mil metros de altura, entre los Valles Calchaquíes, a esas uvas distintivas que hacen de este salteño un verdadero embajador ante la corte de Baco. Así, rapaz y fervoroso, sobrevolé primero los aromas a barrica francesa: doce meses que valían la pena esperar. El malbec y una pizca de cabernet sauvignon moldearon mi paladar, del mismo modo que las corrientes de aire acomodan el glorioso planear del cóndor entre la cordillera. Fue una experiencia de altura que solo el fruto de un terroir magnífico como es el de Cafayate puede ser tan generoso y digno de los mejores vinos del mundo.
(Visitá la Relatería de René Roca)
No hay comentarios:
Publicar un comentario