lunes, 28 de septiembre de 2009

Cuatro bares

Por René Roca

El dato me lo pasó un hombre antes de morir. Me entregó un cuaderno de tapas duras con sus hojas amarillentas como una enfermedad incurable. En él había un listado de cuatro antiguos bares porteños, muy distintos entre ellos pero tan siameses, a la vez, por el prodigio que contenían.
En las últimas hojas, con letras escritas durante la noche, secretamente, bajo la lluvia o parado contra el viento, el hombre explicaba la naturaleza de aquel libro.

"Estas palabras son el fruto de mi condena, hace años que busco, día tras día y solo encuentro espejismos y crueles laberintos. Persigo una historia real, aunque inasible. Existen cuatro bares en la ciudad de Buenos Aires, que por un capricho de Algo o Alguien, contienen cada uno una mesa en la que al visitante que se sienta frente a ella a beber, le es dable obtener la sabiduría y el conocimiento supremo en las más diversas artes. En uno de esos bares, en 1914, con tan solo quince años de edad, Jorge Luis Borges bebió entera una jarra de un vino agrietado y firme. Esa tarde salió tambaleando y sonriente, abrazado por el formidable destino de las letras".

"Un año más tarde, en otro de los remotos bares, un joven militar tomó junto a otros camaradas de armas una áspera pero efectiva ginebra. Al retirarse saludó a los mozos y les dejó una generosa propina. En la calle, el crudo invierno no pudo truncar su camino hacia sus tres períodos como Presidente de la Nación".

Ahora me encuentro sentado aquí, en una mesa que posiblemente sea mágica. Releo una y otra vez esta historia que se deshace entre mis manos, mientras bebo una copa de un intenso rubí.
¿Quién sabe?
Quizá mañana…

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