Foto Laura Tenebaum |
Los que asistieron a alguno de sus shows en Buenos Aires en la década del noventa recordarán que Cray tuvo que lidiar con el murmullo del público y con algunas críticas. La extinta revista especializada Blues Special, por ejemplo, escribió sobre el recital que dio en 1993 en el Estadio Obras, en el que compartió cartel con la cantante Koko Taylor: “(…) el morocho defraudó a muchos que iban a escuchar blues. Robert no pudo superar la actuación de Koko y su banda. El único tema que los auténticos bluseros recuerdan de parte de Cray es el tema de Lowell Fulson, Reconsider Baby (…). Su performance fue mediocre y fría”. Al año siguiente volvió, se presentó en el Teatro Gran Rex y la recepción del público fue similar. Tibios aplausos y otra vez los murmullos. Pese al clima un tanto hostil, el músico cumplió con un show muy correcto. De vuelta en el país y pasado el tiempo, Cray parece haber borrado ese recuerdo de su mente, tal vez porque con los años, las giras y las ciudades se superponen. “Tengo los mejores recuerdos de ambas visitas, realmente ha pasado mucho tiempo. Por fin he vuelto”, contesta sin hurgar demasiado en su memoria.
El domingo a la noche se presentó con su banda en el Teatro Vorterix y 25 años después esos cuchicheos despectivos se transformaron en ovación. Y no es que él haya cambiado. Sigue tocando con la misma soltura de siempre y su repertorio incluye todavía muchos de sus temas más conocidos de décadas pasadas. El cambio fue del público que se volvió más receptivo, que entiende que no hace falta cerrarse en los doce compases para que haya blues. Robert Cray tiene magia y por momentos suena sobrenatural. El truco es una combinación de técnica, feeling y buen gusto que no se resquebraja.
− ¿Cómo se define asimismo y por qué el blues es tan importante para usted?
−No me consideró un músico de blues. Me considero un músico que toca blues y soul. El blues lo es todo, es la vida misma. Habla de tus problemas, de tus momentos buenos, por eso el blues nunca morirá.
Cuando se corrió el telón, Cray caminó hacia el centro del escenario y se llevó los primeros aplausos. Ya con la introducción, un blues lento de apenas un par de minutos, recibió la segunda ovación. Siguió con “I guess I showed her”, una de las canciones más emblemáticas de su disco más popular, Strong persuader, ese que lo llevó al mainstream en 1986 y lo alejó de los puristas. La guitarra de Cray -una strato marrón u otra celeste metalizada, que alternó durante el show- fluyó limpia mientras la banda flotaba a su alrededor por el pulso rítmico del bajista Ricrad Cousins, la prestancia percusiva del baterista Terence Clark y el colchón sonoro de los teclados de Dover Weinberg.
Por alguna extraña razón genética Robert Cray está siempre igual. Tiene 66 años, pero tranquilamente parece 20 años menos. No tiene canas, sus arrugas son apenas visibles y su complexión física no es la de la alguien que se acerca a la vejez. Su toque único, sutil y placentero no hizo otra cosa que mejorar con el tiempo, al igual que su registro vocal, heredero del sonido de Memphis. “Esa ciudad -explica- siempre tuvo esa aura especial, a mí me gusta mucho el soul y allí siempre me sentí en condiciones óptimas para grabar y concentrarme en hacer lo mejor para un álbum”.
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Si bien es cierto que al comienzo hubo algunos problemas de sonido, especialmente con los teclados, todo se solucionó enseguida y Cray llevó el show con la suavidad y la frescura que lo caracterizan. El apogeo de su conexión con la audiencia llegó cuando, en uno de los cambios del tema “Enough for me”, metió un potente shuffle, algo que demostró que la gente que fue a verlo se acercó a él por el blues. Entre las caras que llenaron Vorterix se vio a muchos sub 30, que evidentemente no lo vieron en sus visitas previas, lo cual habla de un recambio generacional de oyentes que tienen un background musical mayor y mucha más tolerancia con los artistas que se animan a cruzar ciertos límites estilísticos.
El final lo encontró en su mejor forma. Su voz y sus solos rozaron la perfección, algo que resulta difícil de creer en un humano, aunque ya mencionamos ese rasgo sobrenatural de Cray. Prescinde de la velocidad o el volumen saturado. Maneja los tiempos y hasta revaloriza los silencios. Crea un clímax que se asemeja a la dinámica de un pastor con sus fieles. Los temas elegidos para el cierre fueron su clásico “Right next door”y “Forecast calls for pain”, de sus discos de 1986 y 1990 respectivamente. Y la ovación fue mucho más estruendosa que la del comienzo. Cray y sus músicos saludaron y no estuvieron más de dos minutos alejados del escenario. Los cuatro volvieron y el guitarrista se volvió a colgar la strato marrón para uno de los bises más calientes que podía ofrecer. Primero con su “Nothin’ but a woman”, también de Strong persuader, y luego “Times makes two”, una balada que comenzó interpretando bien abajo y fue in crescendo hasta alcanzar ese lugar mágico al que sólo un músico como él puede transportarnos.
− ¿Cuál es su secreto para seguir tocando con la misma pasión que antes?
−No sé si sigo tocando con la misma pasión, pero si con la misma intensidad. Tengo un profundo respeto por la guitarra, me ha dado muchas satisfacciones en mi vida y es una extensión de mi ser. Por eso, y por lo que me decía B.B., pienso seguir tocando todo lo que pueda, en todos los lugares del mundo a los que podamos ir con mi banda.
(La crónica también fue publicada en La Agenda de Buenos Aires)