BGC Trío - Blues de Soledad. Bada, Goffman, Costales es una de las bandas más persistentes de la escena del blues local. A veces puede presentarse como dúo, con Bada y Goffman, o como cuarteto sumando a Natalia “Chica” Ciel. Pero es como trío que logró ganarse un lugar y convertirse en el emblema del blues tradicional cantado en español, una rara combinación sonora e idiomática que muy pocos pudieron amalgamar sin caer en excesos o clichés. Este trío de guitarra, voz y armónica lo viene haciendo de manera sostenida desde hace varios años. Ahora acaban de lanzar su segundo disco en el que, una vez más, la pluma de Javier “Ciego” Goffman se combina con las adaptaciones musicales del maestro Carlos Bada. La poética filosa del “Ciego” se percibe en Buena salud, Presidente rumbero, Hablando con un perro y Solo, pobre. Pero lo mejor del trío aparece en Hoy tengo tengo los blues (Y mañana también), un verdadero manifiesto en el que Bada despliega toda su técnica con el slide, mientras que Costales sobrevuela la melodía con su armónica serpenteante y el Ciego bate la justa con mucha pasión. Otro gran momento es No va a hacerte bien, la versión que inspiró el Conseguite otra mujer de los Easy Babies, aunque haya sido grabada mucho después. El disco tiene un breve pasaje en el que tocan algunos clásicos cantados en inglés como Big road blues, de Tommy Johnson, y Me and my whiskey, de Barbecue Bob, entre otras. Sobre el final hay más en español con una evocación personal del Ciego a Buenos Aires y ácida Garganta vieja. En síntesis, Blues de Soledad es un disco más que interesante para escuchar blues tradicional, pero con letras que no necesitan traducción.
El Rufián Melancólico Trío - Esto no es rock and roll. Néstor Bouzigues es un discípulo de Carlos Bada. Formó el trío con la idea de emular el sonido de Frank Frost, Robert Nighthawk, Hound Dog Taylor y algunos de los popes del Hill country blues como R.L. Burnside y Junior Kimbrough. A diferencia de BSG, que sobresale por su sonido rural, El Rufián es más eléctrico y urbano, pero también apuesta a las letras en español. La banda la completan el armoniquista Nico Castro y el baterista Leandro Walter, aunque este último no pudo grabar en el álbum y su lugar lo ocupó Adrián Flores. El disco empieza con la instrumental Licor de maíz, una verdadera joya con la que logró captar la esencia del norte de Mississippi. Como esa, la mayoría de las canciones fueron escritas por Bouzigues, que también sorprende con buenas composiciones como A mover, Ten piedad y No lo hice, en el que con un slide punzante nos lleva sin escala a un humoso juke joint. El disco tiene tres covers. Dos son adaptaciones en español, al mejor estilo “Ciego” Goffman, de Rollin’ & tumblin’, que aquí llama Rodando y tropezando, y I asked for water (She gave me gasoline), de Howlin’ Wolf, que Bouziguez acomodó muy bien cantando “Le pedí agua, Ohh uhhh me trajo gasolina”. La otra versión es del tema de Flores, Si el blues fuera whisky. El disco termina con Soplando, un tributo de Castro a Sonny Terry. El arte de tapa, a cargo de la Tana Spinelli, está muy bien logrado y redondea un álbum muy bueno que demuestra que la tradición del blues también es permeable a ciertas adaptaciones.
domingo, 18 de febrero de 2018
sábado, 10 de febrero de 2018
La Usina del Blues
Fotos gentileza La Usina del Arte y Baires Blues |
La banda que acompañó a Sax Gordon, la base del Club del Jump, sonó muy ensamblada: el groove del bajista chileno Freddy Muñoz se recostó bien sobre la batería estable de Gonzalo Rodríguez, y los hermanos Martín y Alberto Burguez se encargaron de las armonías y algunos solos con mucha autoridad. Así, lograron plasmar sobre el escenario de la Usina las casi dos semanas que llevan tocando, casi a diario, con el maestro del saxofón.
Por el contrario, a Cruxados le costó respaldar a Carlos Johnson. Fue la primera presentación de la banda de Azul con el guitarrista zurdo y se notó la falta de ensayos. Johnson no planteó el típico sonido de Chicago, sino que buscó hacer algo más moderno y al grupo le resultó difícil seguirlo. Probablemente con el correr de los shows puedan afirmarse. Talento no les falta.
Todo empezó a las 21. Muy puntual. Sax Godron apareció vestido de blanco, con su saxo colgando, y de entrada nomás comenzó a soplar con mucha intensidad los primeros acordes de la animada I need your love y una vez que terminó la canción, sin respiro, siguió en la misma línea con Somebody. “¿Les gusta el blues? ¿Quieren blues?” preguntó y, ante la respuesta positiva y enfervorizada del público la banda se sumergió en un blues cadencioso y profundo, The way it is, en el que el saxofonista desplegó todos sus trucos y bajó a tocar entre la gente. Siguió con un funky instrumental, DD rider, inspirado en el sonido de Memphis, donde prevaleció el hammond de Alberto Burguez, y luego Sax Gordon planteó un diálogo de saxo y percusión con Rodríguez.
Freddy Muñoz dibujó unas exquisitas líneas de bajo en el comienzo del tema en el que Sax Gordon más se lució cantando: Big and hot. Aquí Alberto Burguez cambió el sonido hammond por el del piano y se acopló a la perfección. Luego, en The misfit, Freddy Muñoz volvió a calibrar su ritmo feroz y Martín Burguez, que cumplió una extraordinaria tarea como guitarrista rítmico, se lanzó con un solo emocional. Sobre el final, Sax Gordon le dedicó la dulce balada souleada Gone a las mujeres de la sala y cuando parecía que ya no había tiempo para más dijo “Quiero un poco más de funky” y cerró con Have horn will travel.
La Usina siguió generando blues y a las 21.50, después de un breve receso de diez minutos aparecieron en escena los músicos de Cruxados. Interpretaron un shuffle instrumental y el guitarrista Nicolás Duba presentó a Carlos Johnson que, vestido de negro y con una gorra deportiva, se sentó en una banqueta y conectó su Epiphone. Al poco ensamble de la banda se sumó un acople bastante molesto entre la viola y el micrófono de Johnson. Pero nada impidió que brotara blues desde sus dedos (toca sin púa), con I’ll play the blues for you. Comenzó tocando muy suave, casi acariciando las cuerdas, y cantando melodiosamente para después estallar en descarga de furia eléctrica.
Pese a esos detalles, fue una gran noche de blues, protagonizada por dos carismáticos músicos estadounidenses que saben cómo relacionarse con el público. Blues internacional, gratis y en una sala de lujo. ¿Qué más se puede pedir? Que haya más… mucha más usina del blues.
miércoles, 7 de febrero de 2018
Solo Tapia
Ricardo Tapia es un hombre de blues. Pero también escucha y toca otros géneros relacionados con la música negra y el folclore local. Al frente de La Mississippi es un performer inigualable. El número uno arriba del escenario. En solitario, apenas acompañado por su guitarra, es capaz de llevarnos a otra dimensión. Esto último fue lo que hizo el lunes a la noche en Sheldon, en una nueva edición de Blue Monday de Bluscavidas.
Pasadas las 22, Tapia se sentó de cara al público y, mientras una tenue luz roja desdibujaba su silueta, tomó una guitarra Eco 1966 original y probó la afinación. “Buenas noches. Bienvenidos a Sheldon. Voy a deformar algunos clásicos del blues, porque la música negra es dinámica y se presta para eso”, anunció. El primer tema fue una reinterpretación funky de I just want to make love to you, de Muddy Waters, y siguió con Help me, inspirada en la versión de Junior Wells, en la que lanzó todo su poderío vocal. Luego irrumpió con Everyday I have the blues, que la tocó en un tempo bastante original y volvió carburar su garganta para el aullido de Spoonful, el clásico de Howlin’ Wolf.
Dejó el blues tradicional para abordar el cancionero del blues local. Se despachó con dos himnos de La Mississippi, Buenos Aires blues y Blues del equipaje, y uno de Manal, Doña Laura. Después cambió la guitarra eléctrica por una hermosa resonadora para la versión más desestructurada e inédita de Blues local, de Pappo, que jamás alguien haya interpretado. Tapia mostró también que es un tipo agradecido y solidario y tocó dos temas de bandas del interior que él produjo y apadrina: Los Zorros de Florindo y Blues de Garage.
Volvió a tomar la Eco 1966, a la que describió como “una guitarra básica, pero excelente”, y cerró con una selección muy ecléctica: primero Rockin’ blues, luego Canción del pescador, de María Elena Walsh, y por último San Cayetano, otro de los grandes éxitos de La Mississippi. Se despidió, volvió a la mesa y se sirvió otra copa de vino blanco. Había transpirado la camiseta como en cualquier show con la banda, pero aquí ni siquiera necesito levantarse de la silla para llevarnos a otro nivel de comunión con la música.
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