Hace algunos años la revista Rolling Stone la ubicó entre los 100 mejores guitarristas argentinos. Una distinción importante para una chica que es reconocida dentro del ambiente del blues aunque no tanto por quienes están fuera de ese circuito. Sol Bassa estudió con Botafogo y Rafa Nasta, tocó con las Blusettes de Ciro Fogliatta y, por sobre todas las cosas, se hizo habitué de cuanta jam blusera surgiera en Buenos Aires. Allí, entre músicos, empezó a demostrar que es dueña de una técnica exquisita y que se atreve a desafiar a los convencionalismos del género, curiosamente, manteniendo un nexo fuerte con la tradición. Teniendo en mente ese background, y después de escuchar varias veces su flamante álbum, es cuando uno logra comprender, en toda su dimensión, la literalidad del título. Dedos negros es mucho más que una frase suelta o un enunciado. Es su designio.
Dedos negros son los de Sol Bassa cuando empiezan a recorrer las cuerdas de su guitarra en ese primer tema que acapara mucho blues y lo moldea como quiere, como si fuera plastilina, y luego lo devuelve a su estado original. Estira las cuerdas, agita la palanca, mientras la armónica de Ximena Monzón serpentea entre acordes y riffs demoledores. Un comienzo fulminante. El gato y el ratón, la canción que sigue, fue el adelanto del disco que Sol Bassa hizo circular por las redes sociales. En un mismo tema, de poco menos de cuatro minutos, ella logra distintos climas, algo así como varias canciones en una misma, con unos solos de antología.
En Mambo vehicular, combina el poder de su slide con las teclas de Ciro Fogliatta y un toque latino que recuerda a las interpretaciones instrumentales de Rick "LA" Holmstrom. En Guitarrería 1480 deja la eléctrica de lado y se sumerge en notas campestres con una acústica. Bajo los cielos de Turdera tiene un comienzo bucólico con slide que va ganando en intensidad como si Ry Cooder estuviera arengándola, pero hay un corte y un cambio en el que la batería de Rodrigo Benbassat marca el nuevo pulso de la canción con el vibrante acompañamiento del bajo de Nicolás Silva.
En #41, esta vez con el pulso certero de Florencia Rodríguez en el contrabajo, Sol Bassa elabora un intrínseco ritmo de blues , con retazos country y, por momentos, un leve feeling hawaiano. Con Alí el campeador endurece el marco armónico, la guitarra suena férrea y los punteos son de una intensidad sobrenatural, los teclados de Fogliatta surgen a la mitad del tema y dan un respiro hasta que Sol Bassa contraataca con vigor zeppelinezco . Entre cables mantiene una correlación con el tema anterior en cuanto a la dinámica interpretativa, aunque aquí la guitarra suena un tanto más funky. El final del disco la encuentra acompañada por uno de los mejores exponentes del slide, el lap steel y el country blues del país, Santiago "Rulo" García. Juntos, más el toque místico de los teclados de Anahí Fabiani, se sumergen en la balada Canción para Guadalupe. Pero no dejes de escuchar en cuanto termine porque aparece una sorpresa, un track oculto en el que le conocemos la voz a Sol Bassa y da la sensación de que es el comienzo de su próximo álbum.
El disco, de principio a fin, está lleno de matices, diferentes texturas y una paleta colorida de influencias musicales que, sobre el lienzo de la partitura, pasa de la forma a lo abstracto y vuelve sobre sí mismo una y otra vez. Además del talento de la artista fue clave el rol de Daniel De Vita en la producción y masterización.
Sol Bassa logró dos cosas importantes: una es que su disco debut merezca la máxima calificación; y la otra es que un álbum instrumental no resulte aburrido o repetitivo, sino todo lo contrario. El amanecer de esta joven guitarrista es un buen augurio para el futuro. Siempre es bueno cuando sale el Sol.