Foto Santiago Filipuzzi / La Nación |
Un pensamiento que me perturba es que pronto todos seremos más viejos que los Rolling Stones. Lo de Jagger es increíble: tiene 72 años y corre, baila, canta y salta como cuando tenía 20. Y Richards, de la misma edad, si bien a simple vista no parece tan vital como el cantante, no para ni un instante y también recorre una y otra vez la amplia pasarela que se extiende hacia los costados del escenario. Charlie Watts, el más veterano del grupo -cumplirá 75 en junio-, no corre ni salta, claro está, pero sostiene la rítmica con una fuerza inconmensurable, cuando por lo general son los bateristas los que más desgaste tienen durante un show. Ron Wood, de 68, ya esquivó a la parca en un par de ocasiones y parece cada día más joven . Entonces me surge un interrogante: estos tipos son marcianos o vampiros que se alimentan con la sangre de jóvenes vírgenes, porque la verdad no encuentro otra explicación a que sigan tan activos. O tal vez sí... es probable que lo de sus majestades satánicas no haya sido solo un nombre de fantasía o una cuestión de marketing, y que Simpathy for the Devil sea una revelación. Jagger estuvo ahí cuando mataron a los Kennedy y también al Zar y a sus ministros. Eso capaz justifique porque son eternos. "Por favor permíteme que me presente...", a confesión de partes, relevo de pruebas.
La última actuación de los Rolling Stones para algunos significó la despedida de la banda con el público argentino. Aunque otros, muchos, se abrazan a la idea de que en un futuro no muy lejano volverán. Desde ya se presume que no será dentro de diez años, como tuvimos que esperar ahora, porque para entonces tendrán más de 80, pero quién sabe... con estos tipos todo es posible. El Estadio Único de La Plata ayer estaba desbordado de gente. Una marea humana abarcó el ancho y el largo del campo de juego y en las plateas y la popular no quedó un solo lugar vacío. La locura stone comenzó a las 21.10, con una introducción sonora y visual que concluyó con los primeros acordes de Start me up.
Foto Santiago Filipuzzi La Nación |
Tras la presentación de los músicos, Jagger dejó el escenario a Richards. Guitarra acústica en mano, y acompañado por Ron Wood, cantó You got the silver, en lo que tal vez fue el momento más emotivo y Nashville de la noche. Recuperó la energía con Happy, en la que Ronnie se lució con el lap steel. Jagger volvió al centro de la escena para el rush final que fue de una intensidad propia de la mejor banda de rock and roll de la historia. De hecho solo ellos pueden pasar del clima de juke joint de Midnight rambler al boliche disco de Miss you sin perder identidad. En Gimme shelter, como sucedió en su giras anteriores, Jagger mantuvo un duelo vocal con la corista: Sasha Allen ocupó con gran personalidad el lugar que dejó Lisa Fisher. En Brown sugar quedó demostrado una vez más lo bien que hicieron los Stones en sumar a un bajista negro hace más de 20 años. Eso, decididamente, revitalizó su música. Los saxofonistas Tim Ries y Karl Denson también tuvieron sus solos.
La energía en el final fue abrumadora. Primero con Sympathy for the Devil y Jumpin' Jack Flash. Tras un breve receso, de uno o dos minutos, y en medio de una creciente ovación, volvieron a escena acompañados por el Grupo de Canto Coral para elevar su voz en You can't always get what you want. El baile entre la gente, mezclado con saltos y empujones, volvió con Satisfaction, un cierre que se anticipaba previsible.
Fue una noche alucinante. Los Stones cumplieron con su gente y con su historia. Porque lo de ellos es rock and roll en estado puro. No tiene que sonar perfecto, de hecho hubo unos cuantos pifies, especialmente de los violeros, pero eso también es parte de la leyenda. Tal vez la langosta que se apoyó sobre la cabeza de la guitarra de Richards cuando tocaba Midnight rambler fue una señal de que volverán una vez más, porque los reyes del rock and roll, sus majestades, son eternos.
2 comentarios:
Muy buena crónica del show, abrazo
Quizás la mejor que leí. Buena.
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