Fotos Edy Rodríguez |
Había algo que se sabía de antemano: David Gilmour es uno de esos músicos que en cada show busca la perfección y, por lo general, la alcanza. Los arreglos, los solos, las armonías vocales y la calidad del sonido siempre fueron para él una obsesión desde que compartía el liderazgo de Pink Floyd con Roger Waters, o cuando quedó solo al frente de la banda y también a lo largo de su carrera solista. Lo del viernes a la noche, en el amplísimo predio del Hipódromo de San Isidro, fue una demostración de talento y profesionalidad. Un estallido de emociones. Satisfacción garantizada.
La llegada a San Isidro fue caótica. Viernes, hora pico. Colapso de autos para salir de Capital y lo mismo para entrar al feudo de Posse. Gilmour y su banda no tuvieron ese problema: accedieron al hipódromo de contramano por Avenida Márquez en tres combis con un par de motos de la Policía Federal abriéndoles el paso. La organización también fue muy deficiente, apenas habilitaron un par de accesos sobre Márquez y mucha gente reportó que ingresó muy tarde al show y otros ni siquiera pudieron entrar.
Como en todos los mega eventos híper costosos de los últimos años, los más acaudalados tuvieron el beneficio de poder sentarse de frente al escenario en la denominada platea VIP. Para el resto de los mortales, se abrió la tranquera del fondo y nos arreglamos como pudimos. Por suerte había una segunda línea de pantallas bien ubicadas que permitió que mucha gente lo viera muy bien y sentada, aunque bastante lejos del escenario. Las columnas de sonido también estaban muy bien colocadas y todo sonó perfectamente ecualizado y en el volumen adecuado. Ni una fritura, ni una interferencia. Es difícil calcular cuánta gente había, pero estimo que no menos de 60.000 personas.
El show comenzó a las 21.30 con el solo profundo de 5 AM, como para entrar en calor, y siguió con Rattle that lock y Faces of stone, tal como empieza su último disco. La primera explosión del público llegó bastante rápido cuando Gilmour, con la voz apenas cascada, tomó la acústica y lanzó los primeros acordes de Wish you were here. Todos cantaron junto a él. Fue un momento muy emotivo. En esa primera parte tocó algunos temas más de Pink Floyd, como la célebre Money, Us and them y High hopes, que intercaló con In any tongue y A boat lies waiting, de su último trabajo, y The Blue, del disco On an island (2006).
El viento fresco fue un compañero inesperado en lo que pintaba que iba a ser una hermosa noche de verano. Como el predio estaba muy abierto con el correr de los minutos el frío empezó a hacerse sentir, especialmente en el intervalo de 20 minutos que Gilmour se tomó en el medio del show. Los que estaban en bermudas, los de manga corta y ni hablar las que tenían musculosas sobrellevaron la noche como pudieron.
Lo visual también fue clave en el show. Muchas de las canciones estuvieron acompañadas por videos muy locos y cuando las cámaras enfocaban a Gilmour o sus músicos se destacó una secuencia de efectos, entre novedosos y psicodélicos, y muchos juegos de luces.
Pasadas las 23, el guitarrista volvió al escenario con una descarga a puro Pink Floyd. Encadenó Astronomy domine, Shine on you crazy diamond, Fat old sun y la extraordinaria Coming back to life. En clave de blues, al mejor estilo Tom Waits, interpretó The girl in the yellow dress y luego, haciendo gala de sublimes armonías vocales y una buena guitarra funky, arremetió con Today, ambas de Rattle that lock. Para el final se reservó otras dos de la legendaria banda británica: Sorrow y Run like hell, cantada a dúo con el bajista Guy Pratt. Gilmour, rodeado de sus músicos, encabezados por su guitarrista rítmico y director musical Phil Manzanera, saludó de manera afectuosa al público y se retiró en medio de una imponente ovación. Apenas unos minutos después volvió para entrelazar en los bises Time, Breathe y Comfortably numb.
Mientras escuchaba esas canciones recordé cuánto me gustaba Pink Floyd cuando estaba en el secundario. The Wall desató mis pensamientos más libertinos, El lado oscuro de la luna me cambió la cabeza y Wish you were here me enamoró. El tiempo pasó y el blues se adueñó de mi vida, pero nunca dejé de escuchar y recordar aquellas melodías de una época en la que estaba bien enfrentarse con el mundo y deambular por las calles con una mochila toda pintarrajeada con los nombres de tus bandas de rock favoritas. Gilmour ayer removió parte de ese pasado con aquellas viejas canciones y nos trajo de regreso a la actualidad con su nuevo material. Fue un viaje alucinante.
2 comentarios:
Muy buena critica Martin. Pero siempre se te escapa tu veta politica( feudo de Posse) No hace falta, con tus criticas musicales alcanza y son muy buenas. Fernando
En la secundaria Pink Floyd fue una de mis bandas preferidas. El primer CD que me compré fue 'Wish You Were Here'. El primer VHS que me compré (usado) fue 'Pink Floyd - The Wall' (y todavía no tenía videocasetera). Ir al Select Lavalle los sábados de trasnoche a ver 'The Wall' era como ir a misa. Y si me pongo a escuchar algún disco de la banda (hasta 'The Final Cut' y poco más), aún me conmuevo. Comparto plenamente el último párrafo de este post. Lo describiste tal como se siente. Gracias.
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