domingo, 30 de diciembre de 2012

Los 10 mejores discos del año

Fue un año de muchos lanzamientos. La elección de los diez mejores fue difícil y algunos discos muy buenos quedaron afuera. Como en todo ranking o compilado siempre hay lugar para el disenso, pero creo que cada uno de estos trabajos tienen su mérito, en algunos casos por la experimentación y en otros por el rescate emotivo de tiempos pasados. (Dale click al nombre del álbum para leer la reseña).

Dr. John - Locked down

Lurrie Bell - The Devil ain't got no music

Joe Bonamassa - Driving towards the daylight
Bob Dylan - Tempest


Robert Cray - Nothin' but love

Royal Southern Brotherhood

Scott Sharrard & The Brickyard Band

Neil Young & Crazy Horse - Psychedelic pill
Van Morrison - Born to sing: No plan B
John Primer - Blues on solid ground


MEJOR REEDICIÓN:
Blues from Maxwell Street

MEJOR DISCO NACIONAL:

Gabriel Grätzer - El blues lleva tiempo


Muy feliz año para todos!!!!!!!!!

viernes, 28 de diciembre de 2012

Wine song 49


D.C. Bellamy fue durante muchos años músico de sesión para distintos cantantes de R&B como Donny Hathaway, Gene "Duke of Earl" Chandler y Brook Benton. Creció en el West Side de Chicago con la música a su alrededor, gracias a uno de sus medios hermanos, el legendario Curtis Mayfield. D.C. pasaba horas oyendo a los Impressions ensayar en el living de su casa. Con el tiempo forjó una carrera musical que alternó como sideman de los músicos ya mencionados y al frente de su propia banda de blues. Recién en 2000 editó su primer disco solista para el sello Rooster Blues, WATER TO WINE, que contó con la participación del guitarrista Jimmy D. Lane, hijo del legendario Jimmy Rogers. La letra tiene cierto tinte religioso, el milagro de transformar el agua en vino es posible porque no hay montañas tan altas, ni ríos tan profundos y menos reinos tan poderosos que se interpongan en su camino.


domingo, 23 de diciembre de 2012

El regreso de Memphis la Blusera

Las luces se encienden, calle Corrientes, se llena de gente, que viene y que va”. La vuelta de Memphis la Blusera no podía ser en otro lugar que ese. Pero el escenario no fue el del Gran Rex o el Ópera, sino el del viejo cine Los Angeles, un sitio tan tradicional como poco frecuente para los recitales de blues. El regreso fue una gran celebración y un sentido homenaje a Emilio Villanueva y Adrián Otero, pero además fue la presentación en sociedad de Martín Luka como cantante.

Luka vivió una noche de emociones fuertes, algo así como cuando un jugador debuta en la primera del equipo del que es hincha y resulta figura y goleador. Luka siempre fue fan de Memphis y no es ningún improvisado: hace muchos años que está al frente de La Luka y también integró otras bandas como la Mr. Jones Band y el trío Dall-Lazo-Luka. Cuando “El Ruso” Beiserman y Emilio Villanueva decidieron volver con Memphis fueron a buscarlo directamente a él, a quien ya conocían de la época de Viejos Lobos. Ayer, Luka estuvo a la altura de las circunstancias. Cantó con garra y talento. Se mostró seguro y con buen manejo del escenario, siempre respetando a la figura del Ruso y la historia de la banda. Su voz suena muy parecida a la de Otero, aguardentosa y áspera, pero creo que tiene un mejor registro y es más melódico.

El resto de la banda se mostró muy sólida. El maestro Gustavo Villegas y Guillermo Trapani combinaron teclados con un ritmo de boogie perpetuo; el violero Marcelo Fiasche fue subiendo los decibeles de a poco; el Ruso y Matías Pennisi, el flamante baterista, marcaron el ritmo mezclando experiencia y juventud; mientras que Giuseppe Puopolo ocupó con devoción el lugar que dejó vacante la muerte de su amigo, Emilio Villanueva. El trompetisa Miguel Tallarita lideró una sección de vientos que explotó en la mitad de los temas; y los ex guitarristas de la banda, Alberto García y Lucas Sedler, aportaron sus solos en algunos de los clásicos.

Luka y compañía salieron a escena vestidos de negro. El Ruso apareció unos segundos después contrastando con su traje blanco. La canción elegida para comenzar fue No se detiene, con la que le arrancaron algunas lágrimas a varias personas. La banda repasó temas de todas sus épocas. Tocaron Lo mismo boogie, Sopa de letras, Alma bajo la lluvia, Tonto rompecabezas y En todas las ciudades. También estuvieron La bifurcada y Montón de nada; así como los blues más puros: el de Rosario, el del estibador y Nunca tuve tanto blues.

El sonido fue muy bueno y el nuevo Memphis sonó genial. Se notó la dedicación y esfuerzo que pusieron en los ensayos. Sólo hubo un pequeño inconveniente con un cable díscolo que los obligó a tener que cortar La flor más bella y volver a empezar. “Pasa hasta en las mejores familias”, dijo con razón el Ruso. El boogie, con un Villegas endemoniado, llegó de la mano del Perro llorón y Boogie mama. El cierre fue con Moscato, pizza y fainá, como querían todos. Luego hubo un momento emotivo más: Luisa Caballero, la mamá de Emilio Villanueva, recibió un ramo de flores y el afecto de todo el teatro. La mujer tiene 92 años y, según dijo el Ruso, sin ella Memphis nunca hubiera existido. El bis fue con otro clásico, El blues de las 6.30. Luka estaba conmovido y feliz. Arengaba a la gente a cantar y todos terminaron de pie aplaudiendo y bailando. Los músicos saludaron mientras la gente gritaba “Memphis no se va, Memphis no se va”. Y Memphis no se fue. Volvió para una más, otra vez Moscato, pizza y fainá…

Hacía muchos años que no escuchaba a Memphis y desde el 93 que no los iba a ver en vivo, la última vez fue cuando tocaron de soporte de Chuck Berry en Obras. Pasaron casi 20 años y muchas cosas en el medio, pero ayer me encontré con una banda con el espíritu renovado, disfrutando al máximo y con muchas ganas de seguir haciendo lo que está en su esencia: tocar por amor a la música y a su gente.

jueves, 20 de diciembre de 2012

Blues en su máxima expresión

Gabriel Grätzer es un emblema. Es el músico de blues que todos los que aspiran a serlo deberían seguir. Grätzer además es un historiador apasionado, docente comprometido y un gran maestro de ceremonias. Toca, entretiene, enseña y escribe. Ha logrado una reputación formidable en toda Latinoamérica interpretando canciones tradicionales de un género muy poco comercial. Hasta en los Estados Unidos es difícil encontrar músicos tan dedicados como él.

Grätzer lleva muchos años en la ruta. En 1998 editó I'm goin' home, el primer cd de country blues grabado y producido en Sudamérica. Es absurdo entrar en comparaciones sobre sí su nuevo álbum es mejor que el anterior o no, porque representan dos momentos distintos de su vida. Aquél disco tenía la impronta y el entusiasmo de la juventud. El blues lleva tiempo fue realizado con paciencia y dedicación, y muestra todo lo que maduró como artista.

Este nuevo álbum lo coprodujo junto a Gabriel Cabiaglia, quien también toca la batería y el washboard. Entre ambos lograron darle un estilo único a cada uno de los nueve temas, algunos de los cuales ya fueron versionados decenas de veces en los últimos 50 años. En algunos casos, Grätzer y Cabiaglia se mantuvieron fieles a las versiones originales y en otros decidieron llevar sus interpretaciones hacia límites no muy explorados.En Highway 49, de Big Joe Williams, realmente capturó el espíritu rural del Delta del Mississippi, con un slide filoso y un canto potente. La vaudevilesca I can’t dance fue grabada en una única toma para recrear el sonido y el espíritu de la década del 20. Maggie Campbell blues es un tributo a Tommy Johnson, y en la bella Rag mama rag, de Blind Boy Fuller, canta a dúo con Florencia Andrada. Estas dos últimas canciones son tal vez las que más se acercan a las originales.

Grinning in your face, de Son House y la tradiconal St. James Infirmary son todo un desafío: Grätzer y Cabiaglia incorporaron baterías sintetizadas que logran un beat hipnótico, atrapante, que ensamblan pasado y presente, algo en lo que ya indagaron R.L Burnside, Chris Thomas King, Son of Dave y Little Axe, entre otros. Harbor of love tiene una hermosa melodía campestre y una increíble armonía vocal, mientras que en Dark was the night, cold was the ground es una canción de raíces que recuerda a los Stones de Exile on Main Street o a músicos actuales como Ryan Bingham o Grayson Capps.

Además de Gabriel Cabiaglia y Florencia Andrada, colaboran los guitarristas Julio Fabiani y Junior Codazzi, el bajista Mauro Diana, el contrabajista Diego Garcia Montiveros y el tecladista Leo Caruso. El plus del álbum es que fue grabado íntegramente en los estudios de la Escuela de Blues del Collegium Musicum.
 
Grätzer suena auténtico, tanto cuando canta como cuando rasga las cuerdas de una guitarra acústica o dobro. Este álbum es el decálogo del Embajador del Blues argentino. Es una obra de arte indispensable para cualquier discografía, es el blues en su máxima expresión.

martes, 18 de diciembre de 2012

Blues en primer plano

El blues está en sus miradas. En los pliegues de sus rostros. En las comisuras de sus labios. Nacieron y murieron con el blues. Cada uno de ellos contribuyó a la rica historia del género con canciones memorables, interpretaciones apasionadas e historias de vida.

James "Son" Thomas (1926 / 1993)
 
Son House (1902 / 1988)


Pinetop Perkins (1913 / 2011)
Mississippi Fred McDowell (1904 / 1972)


Mississippi John Hurt (1893 / 1966)
Muddy Waters (1915 / 1983)
R.L. Burnside (1926 / 2005)





Howlin' Wolf (1910 / 1976)
Bukka White (1906 / 1977)
Sonny Terry (1911 / 1986)

sábado, 15 de diciembre de 2012

Blues women: lanzamientos

Ann Rabson with Bob Margolin – Not alone. Rabson es una pianista extraordinaria, heredera del boogie woogie más clásico. Si bien hace más de tres décadas que está activa, sigue sin tener mucha prensa. Fue la pianista de Saffire, The Uppity Blues Women –grupo integrado además por Gaye Adegbalola y Earlene Lewis-, uno de los pocos que se animó al blues acústico en pleno boom de la guitarra eléctrica de Stevie Ray Vaughan. Ahora, a los 67 años, Rabson acaba de editar el que tal vez sea su mejor disco solista. Acompañada por el experimentado guitarrista Bob Margolin, interpreta una docena de temas, en su mayoría covers de clásicos del blues. Pese a su aspecto de tía besucona, Rabson celebra los excesos con Let’s go get stoned, el tema que popularizó Ray Charles, y Let's get drunk and truck, de Hudson Whitaker. How long blues y Caldonia son otras de las grandes interpretaciones del álbum, donde demuestra máximo talento al piano. La versión de River’s invitation, de Percy Mayfield, cantada por Margolin, también es fabulosa. Not alone es un disco que combina algo poco frecuente en el blues de hoy: la sencillez de un piano, una guitarra y buenas canciones.

Shemeika Copeland – 33 1/3. En su segundo disco para el sello Telarc –y el sexto de su carrera- la hija del legendario guitarrista Johnny Copeland, dejó en claro que es una de las cantantes más potentes y decididas del momento. Shemeika combina una notable influencia blusera adornada con elementos del soul y el góspel. El álbum, cuyo título hace referencia a su edad –tal vez ironizando los discos 19 y 21 de Adele-, es una joya por donde se lo mire (o escuche, mejor dicho). Ain't gonna be your tattoo es un alegato en contra de la violencia machista con una letra sólida y un solo de guitarra incendiario de Buddy Guy. Y no es la única letra comprometida: Lemon pie es tajante y se refiere a la crisis económica que sobrevuela los EE.UU. desde hace unos años. Shemeika también encara con decisión y prestancia algunos covers: la maravillosa I’ll be your baby tonight, de Bob Dylan; Ain't that good news, de Sam Cooke; y A woman, de J.J. Grey. Pero si dudas donde deja en claro que es una mujer que lleva el blues impregnado en la piel es en I sing the blues, con una soberbia interpretación vocal, acompañada por la demoledora armónica de Jon Liebman.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La mística del viejo soul

Florencia Andrada le está dando rienda suelta a la mujer negra que lleva adentro. Otra realidad, su disco debut, fue producido de manera independiente y la ubica como referente ineludible del soul local. El álbum tiene la mística de fines de los 60, esa que surgió en Memphis y que gracias al sello Stax llegó al mundo entero. Pero a su vez también tiene una impronta muy actual.

El nombre del disco se explica de dos maneras: “En estos últimos años traté de modificar aspectos de mi vida que no me hacían bien, y como dice el tema que da nombre al álbum, traté de generarme una nueva realidad. Pero también fue algo que me sugirió la fotógrafa Carolina González, que trabajo en el arte de tapa y quien además es mi amiga. Según ella, hacer este tipo de soul, en español en la Argentina, es definitivamente otra realidad musical y estilística”, contó Florencia.

Fotografiando Almas RG
El álbum tiene ocho canciones. Todas compuestas por ella y producidas junto al guitarrista Julio Fabiani y el baterista Alejandro Dixon. La voz de Florencia es la protagonista excluyente en cada uno de los temas y se apoya en un muy buen trabajo de la sección de vientos y en unos arreglos muy cuidados. No me escuchas, el track con el que abre el disco, tiene una melodía exquisita apuntalada por unos coros muy setentosos y un piano sutil, a cargo de Anahí Fabiani. Qué sería de mí y Déjame en paz se enrolan en la mejor tradición del soul auténtico, una bandera que muy pocos enarbolan hoy. Mientras muchos artistas de soul caen en las trampas de arreglos pop, de tonos pastel y mucho cliché, Florencia se ubica en la línea cruda que trazan cantantes como Sharon Jones o Nicole Willis.

¿Por qué? parece ser el tema con el que ella buscará en principio llegar a las radios. Tiene un estribillo con gancho y un ritmo contagioso. Comienza con una intro de la guitarra de Julio Fabiani y a mitad del tema Roberto Porzio, el héroe oculto de Otra realidad, se manda un solo con el que demuestra que es un guitarrista versátil y con mucho feeling.

Otra realidad dura 27 minutos y deja con ganas de más. De todas maneras, es una decisión inteligente de los productores: un gran debut y un poco de suspenso. Buena música en dosis pequeña como anticipo, porque es un hecho: lo mejor está por venir.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Norah Jones en el Luna Park

Fotos Mariano Valdivieso
Decenas de grullas de papel flotan encima del escenario. El Luna Park está repleto y no hay que esperar ni siquiera un minuto de más para ver a la mujer que nos convoca. Con una puntualidad que envidiarían hasta los ingleses, Norah Jones pisa el escenario cuando el reloj marca las 21. Lleva un vestido azul que le llega hasta las rodillas, zapatos rojos de taco alto y aros colgantes. Luce un flequillo estilo pin-up con colita, que le da un aspecto más natural y dulce que el de la portada de su último disco, Little broken hearts, en el que se muestra sexy y misteriosa.

Comienza sentada al piano con Cold, cold heart, el clásico de Hank Williams, que grabó hace diez años para su álbum debut, Come away with me. Ese es apenas un anticipo de lo que se vendrá: una mezcla de baladas, country, arreglos jazzeros y pop. Durante la hora y media exacta que durará el show, Norah Jones interpretará temas de todos sus discos, alternando entre el piano, la guitarra eléctrica y el teclado wurlitzer.

Su voz está en un registro impecable, suena hasta mejor que en sus discos. Sorprende con un solo de guitarra apasionado en All a dream, uno de los tracks de su último trabajo, que sólo será opacado por el punteo furioso del guitarrista Jason Roberts en Sinkin’ soon, del álbum Not too late, de 2007. Insisto: Norah Jones es una cantante extraordinaria, tal vez esa sea su mejor virtud, pero no se conforma sólo con eso: busca en las armonías vocales un plus y alcanza momentos fabulosos, especialmente en temas con melodías exquisitas como Say goodbye o Happy pills, esta última con retazos de su época junto a Peter Mallick.

La banda deja el escenario y ella se queda sola frente al público. Otra vez sentada al piano, con el ánimo calmo, toca The nearness of you, un tema que Hoagy Carmichael compuso en 1937, y -su ya clásico- I don't know why. Su costado más country fluye con Creepin’ in, de Feels like home (2004). Norah Jones no logra vencer su timidez y se dirige al público apenas para presentar a sus músicos y anunciar que al día siguiente dará otro show y que probablemente cambiará el set list.

Los bises llegan cuando son las 22.20. Ella y sus músicos vuelven al escenario y se juntan alrededor de un micrófono bidireccional. Norah Jones sostiene una guitarra acústica mientras que Jason Roberts muestra una hermosa y brillante national steel guitar. Josh Lattanzi cambia el bajo eléctrico por un contrabajo, el tecladista Pete Remm toma un acordeón y el baterista Greg Wieczorek se para junto a ellos con un redoblante para un final acústico. Como si fueran una banda callejera, en una esquina de Austin, Texas, interpretan Sunrise y Come away with me.

La noche del sábado está muy agradable y Norah Jones no desentona con el clima. Es su tercera visita al país -las anteriores fueron en 2004 y 2010- y como siempre lo hace logra enamorar al público con sencillez y buenas canciones.

viernes, 7 de diciembre de 2012

7 D

... del blues.

1) Delta del Mississippi. Es el lugar en el que empezó todo. Es el origen del blues, el vientre de esos cantos profundos y sonidos punzantes. Se le llama así a la zona que está en medio de dos ríos, el Mississippi y el Yazoo, ideal para el cultivo del algodón. De allí surgieron muchos de los próceres del género: Charley Patton, Robert Johnson, Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Son House, B.B. King, John Lee Hooker, Bo Diddley, Albert King y muchos más. Algunos fueron hijos de esclavos y todos sufrieron el rigor de la segregación racial y el trabajo forzado. Hoy, el Delta del Missisippi es el último bastión de la tradición del blues rural. Su época dorada terminó hace más de medio siglo, pero allí, en ciudades como Clarksdale, Indianola y Leland, todavía vibra el pulso del blues más profundo.

2) Willie Dixon. El padrino del blues nació en la ciudad de Vicksburg, a orillas del río Mississippi. Fue un gran cantante y un destacado contrabajista. Pero su fuerte, eso que lo hizo muy respetado y por lo que se ganó su apodo, fue el poder que tenía para escribir canciones. Compuso muchos de los clásicos más importantes de la historia. En los 50, fue vital en el desarrollo del blues moderno escribiendo canciones para el sello Chess, que grabaron Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Koko Taylor, Little Walter y Sonny Boy Williamson. Sus temas fueron también punta de lanza para bandas como Led Zeppelin y los Rolling Stones.

3) Dust my broom. El 23 de noviembre de 1936, Robert Johnson grabó en San Antonio, Texas, I believe I'll dust my broom, uno de los 29 temas que lo convertirían en leyenda. Se cree que Johnson se inspirió en dos canciones para componerla: I’ll believe i’ll make a change, de Leroy Carr, y en Sagefield woman blues, de Kokomo Arnold. Si bien el tema está asociado al slide, Johnson la grabó mediante la técnica del fingerpicking. En 1951, Elmore James la patentó a su manera: grabó con su banda una versión eléctrica y endemoniada utilizando el slide. Fue editado como single por el sello Trumpet y el crédito del tema quedó para el propio James. Se cree que fue por un error, por desconocimiento, de la productora Lillian Shedd McMurry. Con el tiempo se convirtió en uno de los clásicos más versionados de la historia.

4) Don't look back. Este disco de John Lee Hooker probablemente no esté en el podio de los mejores de su carrera, que son varios, pero ciertamente es un álbum auténtico con el toque mágico de la presencia de Van Morrison, no sólo como cantante, sino también como productor. El disco fue editado en 1997, cuatro años antes de su muerte, y tiene algunos temas nuevos; versiones de viejos clásicos, como Dimples o Blues before sunrise; y un cover hipnótico de Red house, de Jimi Hendrix, que es mortal. Un disco que le gusta a los viejos bluseros y que puede motivar a los nuevos oyentes a revolver la historia de unos bluesman más crudos y viscerales de la historia.

5) Delmark Records. Es uno de los sellos discográficos más importantes del género. Fue fundado en 1953 en St. Louis, Missouri, por Bob Koester, un coleccionista de discos nacido en Kansas y de padres alemanes. Empezó como sello especializado en jazz pero al tiempo descubrió la magia de los músicos de blues rural como Big Joe Williams y J.D. Short. En 1958, Koester dejó la esquina de Delmar & Olivier -de ahí viene el nombre del discográfica- y se instaló en Chicago. Allí empezó a grabar blues y Be bop. Por sus estudios pasaron Luther Allison, J.B. Hutto, Magic Sam y Jimmy Dawkins, así como también músicos de jazz como Sonny Stitt, Bud Powell y Donald Byrd. Hoy Delmark sigue editando discos excelentes y apostando a artistas de la talla de Eddie C. Campbell, Linsay Alexander y Quintus McCormick.

6) Dobro. Es un tipo de guitarra resonadora, cuyo nombre fue registrado como marca por Gibson, y que se utiliza mucho en el blues tradicional. Prima de la national steel guitar, tiene un diseño muy particular, que combina madera con un disco metálico. Al oscilar las cuerdas, se consigue un cambio de volumen en la caja de resonancia y una amplificación del sonido. La han usado en distintas épocas y no sólo músicos de blues: hay grabaciones memorables de Tampa Red y Blind Willie McTell, así como también de artistas contemporáneos como Taj Mahal, Roy Rogers y Chris Thomas King. Johnny Cash, Rory Gallagher, Mark Knopfler y los Lynyrd Skynyrd también tocaron mucho con ese tipo de guitarra.

7) Don Vilanova. Miguel Vilanova es uno de los popes del blues local. Empezó su carrera junto a Pappo’s Blues y luego emigró a España donde tocó con decenas de músicos. En los 90, integró Durazno de Gala, una de las bandas emblemáticas de la época y luego siguió su carrera solista. Miguel Vilanova se hizo conocido por su apodo de Botafogo, con el que grabó varios discos. Además de participar en grabaciones de decenas de artistas argentinos, fue telonero de B.B. King, Buddy Guy y Santana, entre otros. Entre fines de los 90 y comienzos del nuevo milenio, hizo una gira por EE.UU. y dos por Japón. Por cuestiones legales, en 2008 Botafogo anunció que cambiaba su nombre artístico a Don Vilanova, que sigue usando hasta hoy. Su imagen dentro del mundo del blues decayó en los últimos años producto de algunas declaraciones poco felices y por grabar discos que lo alejaron de la senda del blues más tradicional.

martes, 4 de diciembre de 2012

El blues de Maxwell Street

El prestigioso sello Document acaba de editar un disco de gran relevancia para los amantes del blues. El álbum contiene 20 temas grabados por artistas callejeros, de los cuales 14 corresponden a las sesiones de Heritage de 1960, mientras que los restantes seis son de 1965. La calidad de sonido es excelente y la música nos muestra el lado más rústico de lo que pasaba en Chicago en los 60. Mientras Muddy Waters, Howlin’ Wolf y Willie Dixon buscaban como mantener su liderazgo desde el poderoso sello Chess, y jóvenes guitarristas como Otis Rush, Magic Sam y Buddy Guy desafiaban los estándares de la ciudad con estilo renovado y talento, en Maxwell Street había un puñado de músicos que mantenía la tradición del sur a rajatabla.

Maxwell Street Market
La historia de Maxwell Street es esencial en el desarrollo de Chicago. El trazado urbano de esa arteria, que une el este con el oeste, se delineó a mediados del siglo XIX y de a poco se fue colmando por distintas colectividades, principalmente griegos, italianos y rusos. Luego, a comienzos del siglo XX, la zona se pobló de comerciantes judíos. Y a partir de 1920, con la gran migración de negros del sur, miles de afro americanos se instalaron en esa área. Desde entonces, los blues callejeros comenzaron a convivir con los comercios de origen judío. Con los años, la ampliación de vías del ferrocarril, la creación de una autopista y distintos proyectos inmobiliarios fueron empujando a la célebre calle hacia la indiferencia. Apenas logró sobrevivir el Maxwell Street Market, que fue reubicado en varias oportunidades y hoy se erige sobre la calle Polk. La historia de Maxwell Street fue retratada en el documental And this is free, del que tal vez muchos hayan visto solamente la escena en la que Robert Nighthawk interpreta una visceral versión de Cheating & lying blues. En la película también aparecen los músicos que ahora Document rescata del olvido.

Daddy Stovepipe
Los cuatro temas de Daddy Stovepipe, cuyo verdadero nombre era Johnny Watson, fueron grabados en 1960, tres años antes de su muerte, gracias al esfuerzo y la dedicación del historiador Paul Oliver. A los 93 años, solo con su guitarra y armónica, dejó testimonio musical de sus influencias que se remontaban a principios del siglo XX y que iban más allá del Delta del Mississippi, ya que pasó gran parte de su vida entre los pantanos de Louisiana y la calurosa frontera de Texas con México.

Im’s so glad good whiskey’s back es el único track de James Brewer, un oscuro bluesman nacido a mediados de la década del 20 en Brookhaven, Mississippi, que se instaló en Chicago en la década del 40. Allí pasó más de 40 años tocando blues y canciones religiosas en Maxwell Street, y apareciendo cada tanto en algún que otro festival, hasta que murió en 1988. Los cinco temas que siguen –entre los que están Good morning little schoolgirl y 44 blues- fueron interpretados por King David, guitarrista y armonicista del que no hay una sola referencia más que estas canciones. Ni siquiera Paul Oliver pudo documentar algo sobre él.

Blind Arvella Gray
El disco cierra con diez canciones de Blind Arvella Gray (1906 / 1980), un personaje muy conocido en Maxwell Street, cuya fama se extendió a Europa. Los que recuerdan los días dorados del blues allí, todavía tienen la imagen de este hombre ciego y corpulento paseándose con su bastón y su guitarra dobro por la calle, agradeciendo a quienes le daban propina. Los cuatro primeros tracks de Arvella Gray pertenecen a las sesiones de Heritage de 1960, mientras que los otros seis fueron grabados por él mismo de manera independiente cinco años más tarde.

Blues from Maxwell Street es un documento invalorable; es el retrato de una época dorada que ya nunca más volverá a suceder.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El poder de la música

The music never stopped está basada en el ensayo The last hippie, del neurólogo y escritor Oliver Sacks, que está inspirado a su vez en hechos reales. Cuenta la historia de Gabriel Sawyer (J.K. Simmons), un joven que estuvo desaparecido durante casi dos décadas y fue hallado en estado de indigencia y con un tumor cerebral. Su padre lo había echado de su casa en 1968, luego de que Gabriel quemara una bandera de los Estados Unidos en contra de la guerra de Vietnam, durante un recital que su banda de rock dio en su escuela.

La película está ambientada a mediados de los 80 pero tiene constantes flashbacks hacia los 60, ya que va reconstruyendo la historia que separó a Gabriel de sus padres, Henry y Helen. Gabriel es operado del tumor. Los médicos le salvan la vida, pero él queda prácticamente como un zombie, con fallos en el discernimiento, alteraciones de la memoria y falta de iniciativa. Cuando ya parecía que no había mucho por hacer, entra en escena la doctora Dianne Dailey (protagonizada por Julia Ormond) que lo somete a una terapia musical. Así descubre que Gabriel, pese a que no puede recordar nada reciente, tiene la memoria intacta hasta 1968. Entonces la música juega un rol central: las canciones de los Beatles, los Stones, Bob Dylan, Cream y Buffalo Springfield comienzan a reconstruir su pasado.

Su padre, Henry (Lou Taylor Pucci), siempre fue un amante de la música clásica y la popular de la década del 40 y cuando su hijo era chico le inculcó esa pasión. Pero cuando Gabriel se hizo adolescente y empezó a descubrir sus propios sonidos algo se rompió entre ellos. De hecho, Henry llegó a pensar que el rock que escuchaba su hijo era el responsable de sus problemas. La terapia musical, entonces, cumple un doble rol: recuperar la memoria del muchacho y conectar a un padre con su hijo.

Hay momentos muy emotivos, como por ejemplo cuando Gabriel le explica a su papá la letra de Desolation row, de Dylan, o cuando ambos van juntos a un concierto de los Grateful Dead en Nueva York. La banda de sonido es formidable: For what is worth, Touch of grey, Kansas City, All you need is love, Truckin’, Mr. Tambourine man y la exquisita Ripple. The music never stopped es una película que no tiene golpes bajos y nos recuerda el poder de la música, que no sólo satisface el alma, sino que también tiene efectos curativos.