Junto a Muddy Waters en 1977. |
Pero más allá de ser un creador alucinante, también fue un gran contrabajista y un buen cantante, aunque su carrera solista nunca logró despegar del todo. En 1989, Chess Records editó una caja con dos discos que cubría gran parte de su carrera, pero que se nutría especialmente de interpretaciones de otros. No es fácil dar con los discos solistas del gran Willie: uno de los mejores, Catalyst (1973), es imposible de conseguir. Fue descatalogado hace muchos años y sólo los viejos coleccionistas lo han podido disfrutar.
Tal vez su álbum más popular es I’am the blues (1970). Allí interpreta sus clásicos, rodeado por una banda a la que llamó The Chicago All Stars. Otro disco imprescindible es el que grabó junto al pianista Memphis Slim en París, en 1962. Se trata de una presentación en vivo en la que ellos están acompañados solamente por el baterista francés Philipe Combelle. Lo bueno de este trabajo es que el repertorio es diferente al habitual y el contrabajo de Dixon forma una dupla fascinante con el piano de Slim. Otra buena forma de llegar a Dixon en vivo son los discos del American Folk Blues Festival, especialmente los de los años 1963, 1964 y 1970. También está el excelente álbum editado por Columbia, The Big Three Trio, con grabaciones anteriores a 1952, muy diferentes y más primitivas a sus creaciones para el sello Chess.
Como todo mortal, en un determinado momento de su vida, tuvo que enfrentar una enfermedad: con el tiempo la diabetes hizo mella en su cuerpo, en sus últimos años sufrió la amputación de una pierna que lo obligó a dejar los escenarios y lo postró en una cama. El 29 de enero de 1992 murió mientras dormía en su casa de Burbank, California. Tenía 76 años. Dos años después fue incluido en el Rock and Roll Hall of Fame. Hoy a 20 años de su muerte, su legado está más vigente que nunca. Sus canciones se siguen tocando de norte a sur y oeste a este, y su nombre nunca podrá ser desasociado de la palabra blues.