Damon Fowler es un guitarrista joven de la zona de Florida. El sello Blind Pig confió en su talento como compositor y en su virtuosismo con las seis cuerdas para contratarlo. En 2007 se editó Sugar Shack, por ahora su único disco. La mayoría de las canciones son suyas, pero tiene este cover de Merle Haggard que viene muy bien para la ocasión. TONIGHT THE BOTTLE LET ME DOWN tiene alegre ritmo de rock & roll, aunque la letra parezca más la de un sentido blues: amores perdidos, problemas con el alocohol. " Well I've always had a bottle I could turn to / And lately I've been turning every day / But tonight the wine don't take effect the way it used to / And now I'm hurting in an old familiar way".
lunes, 29 de junio de 2009
Wine song 28
Damon Fowler es un guitarrista joven de la zona de Florida. El sello Blind Pig confió en su talento como compositor y en su virtuosismo con las seis cuerdas para contratarlo. En 2007 se editó Sugar Shack, por ahora su único disco. La mayoría de las canciones son suyas, pero tiene este cover de Merle Haggard que viene muy bien para la ocasión. TONIGHT THE BOTTLE LET ME DOWN tiene alegre ritmo de rock & roll, aunque la letra parezca más la de un sentido blues: amores perdidos, problemas con el alocohol. " Well I've always had a bottle I could turn to / And lately I've been turning every day / But tonight the wine don't take effect the way it used to / And now I'm hurting in an old familiar way".
viernes, 26 de junio de 2009
Difusamente angelical
No soy un gran seguidor de Rickie Lee Jones, pero me gusta lo que hace. Tengo tres de sus discos: su debut homónimo (1979), Pop Pop (1991) y The sermon on Exposition Boulevard (2007). Y los tres me gustan mucho. Verla en vivo fue una experiencia placentera y desestresante. Su música apacigua, trae esa nostalgia californiana, que no es abrazadoramente asfixiante como la neoyorquina. En la voz de Rickie Lee Jones no aparece el eco ahogado de la estrechez de callejones grises y góticos. Brilla una brisa melancólica con olor a mar que perfuma las calles de Hollywood Boulevard. Ella bebió licores, sufrió desengaños y convivió con la soledad. Su música es como si Tom Waits y Joni Mitchell se pusieran a zapar en un bar de jazz.
Escenario del Gran Rex. Rickie Lee Jones aparece luminosa, difusamente angelical, con un trajecito azul que hace resaltar su rubia y larga cabellera. Tiene un completo dominio de su registro vocal y una amplia gama de matices tonales. A diferencia de muchas otras cantantes, se nota que a ella le brota con una naturalidad asombrosa. Y como compositora no se queda atrás: sus letras están llenas de ricas historias y sus melodías son suavemente acogedoras.
Me hundí en la butaca. Dejé de lado la rutina por un rato y escuché como sus penas y sus anécdotas sobrevolaban el anguloso techo del teatro. Más allá de su fastidio con sus guitarras y del metálico sonido de un acople inesperado, el show fue sutil y conmovedor (voy a dejar la calificación de “intimista” para las crónicas de los diarios). Hizo un repaso de canciones de sus discos y también adelantó un par que se saldrán en su próximo álbum, a la venta en octubre.
Cuando reapareció para los bises ya no quiso agarrar las guitarras ni sentarse al piano. Acompañada suavemente por el bajo y la batería improvisó Bye bye blackbird donde se lució con el scat. No había mucha gente en el teatro, y todos estuvieron muy callados. Eso le permitió a ella llevar todo a un tono muy bajo, alejándose del micrófono, seduciendo con la dulzura de su voz.
Al final, con Mariano, quien se molestó en comprar las entradas, optamos por el maridaje ideal para cualquier show en el Gran Rex. Una pizza bomba de provolone y jamón con morrones porteño style con una Stella en Las Cuartetas. Fue una gran noche. Rickie Lee Jones inauguró así la trilogía de cantantes que desfilarán este año por el Gran Rex. El mes que viene se presentará Cat Power y en agosto, Aimee Mann. Así que dentro de poco se vienen más noches como esta. Excelente.
jueves, 25 de junio de 2009
Wine song 27
Acá tenemos a esta banda, Third Eye Blind, que representa un poco la movida post grunge de fines de los noventa. La banda surgió en San Francisco y le dio a su música una impronta de arena rock. Editaron tres discos entre 1997 y 2003. Pasaron seis años y, superado un bloqueo creativo, acaba de salir el cuarto álbum. Pero esta wine song, GOD OF WINE, figura en el primer disco de la banda que se llama Third Eye Blind. "And the God of Wine is crouched down in my room...".
domingo, 21 de junio de 2009
Las diez mejores tapas
Elegí las que a mi criterio son las diez mejores tapas de discos de la historia. Sé que la elección es arbitraria, pero es lo que hay. Aquí están, éstas son:
The Beatles – Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band (1967). Probablemente sea la portada más famosa de la historia del rock. Olvidémonos de las facilidades que brinda Internet y preguntémonos quién nunca se sentó horas frente a la tapa y observó una a una las caras de ese collage para tratar de sacar todos los nombres. Algunos eran muy fáciles, como los propios Beatles, Bob Dylan, Marylin Monroe o Marlon Brando. Pero después hay otras menos populares como las de Lenny Bruce, Diana Dors, Sonny Liston o el escritor Terry Southern. El diseño fue una creación del artista Peter Blake, es un ícono de la cultura pop y fue copiada hasta el hartazgo.
Pink Floyd – Dark side of the moon (1973). Este disco fue lanzado un mes después de mi nacimiento. Hoy, yo ya estaría de vuelta, pero Dark side of the moon está más vigente que nunca. No me voy a detener en la música, porque todos sabemos lo que el álbum representa: fusión de viejos sonidos que se proyectan al futuro; letras que hablan de las locuras del hombre moderno, de la vida y de la muerte; instrumentación prodigiosa. El arte de tapa es memorable: representa la refracción y la dispersión de la luz blanca al pasar por un prisma. Si Sgt. Pepper es la tapa que resume la década del sesenta, ésta sin duda sintetiza la década siguiente.
Nirvana – Nevermind (1991). El bebé que aparece en la portada más famosa de la década del noventa se llama Spencer Elden. Hoy es un adolescente que tiene el raro privilegio de decir “yo soy el de la foto del disco de Nirvana”. Y apareció casi de casualidad. Nirvana contrató al fotógrafo Kirk Weddle quien por 200 dólares convenció a Renata y Rick Elden que le dejaran fotografiar a su hijo. El billete, como carnada, fue agregado después. A Kurt Cobain se le ocurrió la idea luego de ver un programa de tevé sobre nacimientos debajo del agua. El sello discográfico Geffen preparó una portada alternativa temiendo que alguien se ofendiera porque se veía el pene del bebé. Pero Cobain se puso firme.
Cream – Disraeli Gears (1967). Volvemos a la década del sesenta. Aquí tenemos psicodelia en su estado más puro. Las caras de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker surgen en medio de un “trip” gráfico, realizado por el artista australiano Martin Sharp. La tapa está acorde con la música, sin dudas. Escuchen Sunshine of your love, Strange brew o SWLABR y miren fijo el dibujo. Las pupilas se dilatan, el movimiento se convierte en una onda borrascosa, los colores se nutren de sonidos y las notas brillan con luz incandescente. Lo que uno ve y lo que uno escucha se mezcla, se retuerce, se entrecruza.
Joni Mitchell – Both sides now (2000). La primera vez que tuve ese disco en mis manos no pude dejar de mirar su autorretrato. Su expresión melancólica, el cigarrilo que se consume entre sus dedos, el ambiente humoso, la copa de vino que espera, paciente, bajo su mentón. Sus ojos están oscuros, impenetrables. Hay ambiente de jazz en esa imagen, de melodías tristes, de reflexión, de añoranzas. El disco tiene todo eso. La voz de Joni y una orquesta detrás, dirigida por Vince Mendoza, un par de sus viejos clásicos y algunos standards redondean un disco brillante.
The Beatles – Abbey Road (1969). Se ha dicho de todo sobre esta portada, sobre los pies desnudos de Paul McCartney, acerca del atuendo blanco de Lennon o quién es el hombre que está parado a mano derecha. Hay cientos de interpretaciones sobre supuestos mensajes subliminales. El furor fue tal que la anécdota del VW escarabajo lo resume. El bocho blanco que se ve en la foto pertenecía a un vecino, al que luego de la edición del disco le robaron la patente como recuerdo varias veces. El tipo se hartó y decidió venderlo en una subasta por 23.000 dólares. Hoy el coche está en el museo de VW. Un dato de que la locura de alguna manera sigue es la cantidad de gente que viaja a Londres y va a hasta esa esquina y trata de imitar la foto original. Sólo los Beatles podían lograr algo así. El responsable de tan histórica placa es Iain Macmillan.
Stevie Ray Vaughan – In step (1989). La imagen es excelente. La posición elegida para la foto y los tonos son solemnes. SRV está agazapado, con la cabeza gacha y el rostro oculto. Una especia de poncho lo envuelve mientras sostiene la guitarra con firmeza. Hasta el logo de la banda se destaca y el título del disco, en pequeñas letras blancas, resalta. El álbum se llama In step porque representa su rehabilitación en el abuso de drogas duras y alcohol. Fue su último disco junto a Double Trouble. Poco después grabaría uno junto a su hermano, antes de morir en un accidente aéreo.
Miles Davis – Tutu (1986). Bueno… que se puede decir. Es una imagen muy fuerte, muy inspiradora. Un rostro duro, una mirada intimidante. Este disco de Miles no está entre los mejores, a pesar de que es muy bueno. La música es fruto de la relación del trompetista con el músico Marcus Miller. Sonidos muy ochentosos que los puristas del jazz rechazaron. Pero es un digno exponente de la obra de Miles, que nunca miró hacia atrás y siempre fue hacia adelante en busca de nuevos desafíos. La contratapa tiene otra foto que es igual de cautivante, en la que se ve a Miles cerrando sus ojos y tomándose el rostro con sus manos.
Thelonius Monk – Underground (1967). Monk aparece como un soldado de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Un oficial del Ejército alemán aparece atado a una silla junto a una bandera nazi. Arriba del piano hay algunas botellas de vino tinto. Atrás aparece una vaca. Granadas y armas. Una foto de De Gaulle y una pintada que dice “Vive la France”. La cara de Monk, con el pucho que cuelga de su boca, es desafiante. Pero la música de este disco no tiene la hostilidad de esa parodia. Un disco que todos deberían escuchar. El quinteto de Monk suena sensacional.
The Who – Who’s next (1971). No recuerdo bien si fue la tapa del disco o los acordes de Baba O’Riley lo que me atrapó desde un comienzo. O tal vez fue la melodía de Behind blue eyes, quién sabe. El disco es tremendo y la portada es inmortal. Un monolito en un paraje desolado y gris. La tarde va dando paso a la oscuridad de la noche. Y al pie del concreto chorrean las meadas de los Who. Rock and roll en su estado más puro. Es el monolito del rock.
The Beatles – Sgt. Pepper’s Lonely Heart Club Band (1967). Probablemente sea la portada más famosa de la historia del rock. Olvidémonos de las facilidades que brinda Internet y preguntémonos quién nunca se sentó horas frente a la tapa y observó una a una las caras de ese collage para tratar de sacar todos los nombres. Algunos eran muy fáciles, como los propios Beatles, Bob Dylan, Marylin Monroe o Marlon Brando. Pero después hay otras menos populares como las de Lenny Bruce, Diana Dors, Sonny Liston o el escritor Terry Southern. El diseño fue una creación del artista Peter Blake, es un ícono de la cultura pop y fue copiada hasta el hartazgo.
Pink Floyd – Dark side of the moon (1973). Este disco fue lanzado un mes después de mi nacimiento. Hoy, yo ya estaría de vuelta, pero Dark side of the moon está más vigente que nunca. No me voy a detener en la música, porque todos sabemos lo que el álbum representa: fusión de viejos sonidos que se proyectan al futuro; letras que hablan de las locuras del hombre moderno, de la vida y de la muerte; instrumentación prodigiosa. El arte de tapa es memorable: representa la refracción y la dispersión de la luz blanca al pasar por un prisma. Si Sgt. Pepper es la tapa que resume la década del sesenta, ésta sin duda sintetiza la década siguiente.
Nirvana – Nevermind (1991). El bebé que aparece en la portada más famosa de la década del noventa se llama Spencer Elden. Hoy es un adolescente que tiene el raro privilegio de decir “yo soy el de la foto del disco de Nirvana”. Y apareció casi de casualidad. Nirvana contrató al fotógrafo Kirk Weddle quien por 200 dólares convenció a Renata y Rick Elden que le dejaran fotografiar a su hijo. El billete, como carnada, fue agregado después. A Kurt Cobain se le ocurrió la idea luego de ver un programa de tevé sobre nacimientos debajo del agua. El sello discográfico Geffen preparó una portada alternativa temiendo que alguien se ofendiera porque se veía el pene del bebé. Pero Cobain se puso firme.
Cream – Disraeli Gears (1967). Volvemos a la década del sesenta. Aquí tenemos psicodelia en su estado más puro. Las caras de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker surgen en medio de un “trip” gráfico, realizado por el artista australiano Martin Sharp. La tapa está acorde con la música, sin dudas. Escuchen Sunshine of your love, Strange brew o SWLABR y miren fijo el dibujo. Las pupilas se dilatan, el movimiento se convierte en una onda borrascosa, los colores se nutren de sonidos y las notas brillan con luz incandescente. Lo que uno ve y lo que uno escucha se mezcla, se retuerce, se entrecruza.
Joni Mitchell – Both sides now (2000). La primera vez que tuve ese disco en mis manos no pude dejar de mirar su autorretrato. Su expresión melancólica, el cigarrilo que se consume entre sus dedos, el ambiente humoso, la copa de vino que espera, paciente, bajo su mentón. Sus ojos están oscuros, impenetrables. Hay ambiente de jazz en esa imagen, de melodías tristes, de reflexión, de añoranzas. El disco tiene todo eso. La voz de Joni y una orquesta detrás, dirigida por Vince Mendoza, un par de sus viejos clásicos y algunos standards redondean un disco brillante.
The Beatles – Abbey Road (1969). Se ha dicho de todo sobre esta portada, sobre los pies desnudos de Paul McCartney, acerca del atuendo blanco de Lennon o quién es el hombre que está parado a mano derecha. Hay cientos de interpretaciones sobre supuestos mensajes subliminales. El furor fue tal que la anécdota del VW escarabajo lo resume. El bocho blanco que se ve en la foto pertenecía a un vecino, al que luego de la edición del disco le robaron la patente como recuerdo varias veces. El tipo se hartó y decidió venderlo en una subasta por 23.000 dólares. Hoy el coche está en el museo de VW. Un dato de que la locura de alguna manera sigue es la cantidad de gente que viaja a Londres y va a hasta esa esquina y trata de imitar la foto original. Sólo los Beatles podían lograr algo así. El responsable de tan histórica placa es Iain Macmillan.
Stevie Ray Vaughan – In step (1989). La imagen es excelente. La posición elegida para la foto y los tonos son solemnes. SRV está agazapado, con la cabeza gacha y el rostro oculto. Una especia de poncho lo envuelve mientras sostiene la guitarra con firmeza. Hasta el logo de la banda se destaca y el título del disco, en pequeñas letras blancas, resalta. El álbum se llama In step porque representa su rehabilitación en el abuso de drogas duras y alcohol. Fue su último disco junto a Double Trouble. Poco después grabaría uno junto a su hermano, antes de morir en un accidente aéreo.
Miles Davis – Tutu (1986). Bueno… que se puede decir. Es una imagen muy fuerte, muy inspiradora. Un rostro duro, una mirada intimidante. Este disco de Miles no está entre los mejores, a pesar de que es muy bueno. La música es fruto de la relación del trompetista con el músico Marcus Miller. Sonidos muy ochentosos que los puristas del jazz rechazaron. Pero es un digno exponente de la obra de Miles, que nunca miró hacia atrás y siempre fue hacia adelante en busca de nuevos desafíos. La contratapa tiene otra foto que es igual de cautivante, en la que se ve a Miles cerrando sus ojos y tomándose el rostro con sus manos.
Thelonius Monk – Underground (1967). Monk aparece como un soldado de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. Un oficial del Ejército alemán aparece atado a una silla junto a una bandera nazi. Arriba del piano hay algunas botellas de vino tinto. Atrás aparece una vaca. Granadas y armas. Una foto de De Gaulle y una pintada que dice “Vive la France”. La cara de Monk, con el pucho que cuelga de su boca, es desafiante. Pero la música de este disco no tiene la hostilidad de esa parodia. Un disco que todos deberían escuchar. El quinteto de Monk suena sensacional.
The Who – Who’s next (1971). No recuerdo bien si fue la tapa del disco o los acordes de Baba O’Riley lo que me atrapó desde un comienzo. O tal vez fue la melodía de Behind blue eyes, quién sabe. El disco es tremendo y la portada es inmortal. Un monolito en un paraje desolado y gris. La tarde va dando paso a la oscuridad de la noche. Y al pie del concreto chorrean las meadas de los Who. Rock and roll en su estado más puro. Es el monolito del rock.
viernes, 19 de junio de 2009
Más que un tributo
Este disco tiene 14 años pero yo lo descubrí recién ahora. Doc Pomus fue uno de los de los más exitosos compositores de los Estados Unidos: sus canciones fueron interpretadas desde Elvis Presley hasta Big Joe Turner. Pomus dejó un legado enorme y Till the night is gone: A Tribute to Doc Pomus es parte de esa herencia. Es un disco bárbaro, con nuevas versiones de los viejos clásicos. Se destacan Bob Dylan con un muy buen cover de Boogie woogie country girl, Shawn Colvin interpretando de manera muy personal el cásico Viva Las Vegas y Los Lobos haciendo Lonely Avenue. Pero la que realmente me mató es la versión de This magic momento por Lou Reed. Se los recomiendo.
jueves, 18 de junio de 2009
Magia
Estaba sentado frente a la pantalla de mi compu y escuchaba de fondo el debate de los candidatos en la tele. Mi atención iba y venía entre el cocoreo de los políticos en campaña y un par de ideas que tengo para subir al blog. Pero esas ideas necesitan cierta elaboración y una dedicación que ni Gabriela, Carlos, Alfonso y Pino me dejaron alcanzar. Quedarán para más adelante. Traté de concentrarme en el debate pero Silvestre y Bonelli, a todas luces, me irritaron más que los políticos. Al final tuve que apagar el televisor. Entonces me entró un mensaje de mi amigo Luis Mario, un músico mexicano a toda madre, de la querida Monterrey. Hace mucho que no nos vemos o hablamos, pero al tipo se le ocurrió pasarme este video. No es ninguna novedad, pero siempre es bueno recordar un momento mágico. Texas flood por Stevie Ray Vaughan en el Mocambo es una ráfaga endemoniada y demencial de punzantes solos. El alma se le escapa por las seis cuerdas al ritmo del blues. Parece poseído por el espíritu de Hendrix. Lo mejor viene al séptimo minuto, no se lo pueden perder. Es extraordinario. Gracias amigo. ¡Salud!
lunes, 15 de junio de 2009
Vinos y reencuentros
Festivo Malbec 2006. Noche de viejos amigos. Mucho tiempo sin vernos, muchos cambios, un mar de cosas que contar. No es noche para bajones. Es noche de brindis, uno atrás de otro si es necesario. No es mucha la comida, pero no importa. Sí es mucho el espumante. Pero eso no es todo. Inmaculadas llegan una a una las botellas de Festivo 2006. Ligero, fresco, equilibrado, amigable y a buen precio. Hay buen vino y viejos amigos con las mismas caras, las mismas muecas. Como un guiño sano del paso del tiempo. ¿Puede ser que estén todos iguales? ¿Yo estaré igual? Las diferencias de los noventa quedaron atrás, o no. Quién sabe. Al menos no surgen. Fluye el vino. Hay vieja música también, porque a pesar del neón y de la barra multicolor, de fondo suenan Stevie Ray Vaughan, Janis Joplin y Creedence.
(Bodega Monteviejo. Enólogo Marcelo Peleriti. 100% Malbec de Valle de Uco, Mendoza. 91 puntos Robert Parker).
Graffigna Centenario Malbec Tardío 2008. El cordero lleva unas cuatro horas en la parrilla. Sus costillas y sus patas se cocinan suavemente. Las brasas crepitan, el humo envuelve todo. Cordero, ensaladas y un tintillo. Viejos amigos, décadas transcurridas. La casa es enorme, amplia, acogedora. Somos pocos pero igual la pasamos bien. El cordero no se acaba nunca pero en un momento dejamos de comerlo. Respiramos. Le damos un rato. Los que fuman encienden un cigarrillo, las anécdotas rebotan de una punta de la mesa a la otra. El reproductor de MP3 es obediente a Bob Marley: todas sus canciones, todos sus discos. Pasa el momento del postre y la anfitriona invita con unas tabletas de chocolate suizo y un Malbec Tardío desconocido para los presentes. El maridaje es asombroso. Memorable.
(Bodega Graffigna. Enólogo Gerardo Danitz. 100% Malbec de San Juan).
Jacob’s Creek Shiraz-Cabernet Vintage 2007. Amigo que se va, amigo que vuelve. Con una botella bajo el brazo, claro. Viene de Brasil, pero la globalización tiene esas cosas. Un blend australiano lo acompaña. La etiqueta es sobria, promete. Esperamos un día para descorcharlo. Nos aseguramos de que el queso de cabra esté atemperado. Y entonces, sí. Fusión. El queso de cabra es como un propulsor de los sabores del vino. ¿Habrá cabras en Australia? Supongo que sí. Que importa. En nuestras bocas es como si fueran cabras australianas o uvas argentinas. ¿Algún día conoceré el sudeste australiano? No sé. Pero el producto de su tierra ya entró en mí. Fue saboreado, degustado, bebido, elogiado. Suena el DJ francés Stephane Pompougnac. El amigo que vuelve, se va. Y seguro volverá… con otra botella bajo el brazo.
(Orlando Wines. Winemaker Philip Laffer. 71% Shiraz – 29% Cabernet Sauvignon del sudeste australiano).
(Bodega Monteviejo. Enólogo Marcelo Peleriti. 100% Malbec de Valle de Uco, Mendoza. 91 puntos Robert Parker).
Graffigna Centenario Malbec Tardío 2008. El cordero lleva unas cuatro horas en la parrilla. Sus costillas y sus patas se cocinan suavemente. Las brasas crepitan, el humo envuelve todo. Cordero, ensaladas y un tintillo. Viejos amigos, décadas transcurridas. La casa es enorme, amplia, acogedora. Somos pocos pero igual la pasamos bien. El cordero no se acaba nunca pero en un momento dejamos de comerlo. Respiramos. Le damos un rato. Los que fuman encienden un cigarrillo, las anécdotas rebotan de una punta de la mesa a la otra. El reproductor de MP3 es obediente a Bob Marley: todas sus canciones, todos sus discos. Pasa el momento del postre y la anfitriona invita con unas tabletas de chocolate suizo y un Malbec Tardío desconocido para los presentes. El maridaje es asombroso. Memorable.
(Bodega Graffigna. Enólogo Gerardo Danitz. 100% Malbec de San Juan).
Jacob’s Creek Shiraz-Cabernet Vintage 2007. Amigo que se va, amigo que vuelve. Con una botella bajo el brazo, claro. Viene de Brasil, pero la globalización tiene esas cosas. Un blend australiano lo acompaña. La etiqueta es sobria, promete. Esperamos un día para descorcharlo. Nos aseguramos de que el queso de cabra esté atemperado. Y entonces, sí. Fusión. El queso de cabra es como un propulsor de los sabores del vino. ¿Habrá cabras en Australia? Supongo que sí. Que importa. En nuestras bocas es como si fueran cabras australianas o uvas argentinas. ¿Algún día conoceré el sudeste australiano? No sé. Pero el producto de su tierra ya entró en mí. Fue saboreado, degustado, bebido, elogiado. Suena el DJ francés Stephane Pompougnac. El amigo que vuelve, se va. Y seguro volverá… con otra botella bajo el brazo.
(Orlando Wines. Winemaker Philip Laffer. 71% Shiraz – 29% Cabernet Sauvignon del sudeste australiano).
sábado, 13 de junio de 2009
Hendrix, Miles y el disco que no fue
Jimi empezó a comprar discos de jazz y Miles estaba completamente enloquecido con la música de Jimi. “Es esa Machine Gun maldita e hija de puta”. dijo luego de escuchar a Band of Gy
psys. Así se fue gestando la idea. Jimi y Miles grabarían un disco. A Jimi le importaban muy poco las formalidades y los contratos, así que acordó un día con Miles para juntarse a grabar y le dijo a quiénes quería en la rítmica: nada más y nada menos que a Paul McCartney en bajo y a Tony Williams en batería. Había un problema de todos modos. El dinero. El maldito dinero. Parece que Miles estaba un poco celoso de lo que ganaba Jimi, así que trató de negociar con el manager de Hendrix, Michael Jeffrey, que le adelantara algunos miles de dólares. Pero no hubo caso. Así, la codicia frustró lo que tal vez podría haber sido el mejor disco de la historia del jazz y el rock.
Igual hubo un afortunado. Su nombre: Terry Reid, un amigo inglés de Hendrix. En la biografía sobre Jimi de Charles Cross, Room Full of Mirrors, Reid contó que una tarde estaba en el departamento que Jimi tenía en New York cuando llegó Miles Davis. Los dos se encerraron en una habitación y empezaron a tocar. Trompeta con sordina y guitarra acústica. “Era auténticamente precioso, se trataba de una interpretación de buen gusto, nada ostentosa ni exagerada. En el contexto del jazz, Jimi no dejaba de ensanchar los límites, y todos aquellos tipos del jazz lo respetaban como a nadie más en el mundo del rock”, dijo Reid.
Poco después se cruzaron en el Festival de la Isla de Wight. A Jimi le quedaba muy poco tiempo de vida. Miles estaba más vital que nunca. Llevaba un año presentando Bitches Brew, su disco más innovador, con John McLaughlin en guitarra, a quien Miles le dijo: “Quiero que toques como Hendrix”.
En el tiempo que duró la relación, Miles y Hendrix compartieron muchas otras cosas, como a Betty Mabry, la esposa de Davis, quien tuvo mucho que ver en aquél primer encuentro capilar. En cuestión de imagen no sólo fue el peluquero lo que los unió. Miles cambió su vestimenta formal por una más extravagante gracias a la influencia de Hendrix. Para el célebre bajista Dave Holland, “Miles se había enriquecido profundamente de la música de Hendrix”. Es una explicación lógica si se analiza su música a partir de 1968 o 1969. En su biografía sobre Miles, Ian Carr cita una opinión del tormpetista: “Hendrix no sabía nada de música modal, era sólo un músico innato; sabes, no había estudiado, no le importaba nada el mercado”.
Hendrix murió el 18 de setiembre de 1970. Miles asistió a su funeral y quedó devastado, a tal punto que fue al último entierro al que fue en su vida.
martes, 9 de junio de 2009
Diez tapas para el olvido
Lo que ustedes van a ver ahora son verdaderos adefesios. No voy a decir que son las diez peores tapas de discos de la historia, porque eso no sería cierto. Seguramente hay miles de tapas más horribles: discos de música pop griega, de cantantes evangelistas del sur de los Estados Unidos, de ídolos teen centroamericanos o de cumbia melódica, qué se yo. Para elegir estos diez seleccioné entre la música que suelo escuchar, más que nada rock y blues. En algunos casos, si nos olvidamos de las portadas, tenemos buen rock and roll. Pero en otros el pésimo arte de tapa va a tono con el contenido musical.
Crosby, Stills & Nash – Live it up (1990). Es probablemente el peor disco del trío. No hay canciones memorables, nada. Y la tapa, ¡por favor!. Esos pinchos de salchichas intergalácticas, orbitando como Armstrong, Aldrin y Collins en el Apollo 11. En las décadas del sesenta y setenta las drogas los ayudaron para componer y ampliar sus horizontes. Me parece que en los ochenta los arruinó. Aquí la prueba.
Rocky Hill – Texas Shuffle (1982). A diferencia del anterior, acá tenemos muy buena música, alto blues from Texas. Acompañan a Hill, Johnny Winter y Dr. John, una garantía. Ahora lo que no se puede creer es la tapa. Una foto pésima en la habitación de un hotel de mala muerte. Los anteojos y el peinado no son tan graves, teniendo en cuenta el marco general. La camisa es de lo peor que vi. Y la actitud de hombros caídos y manos entre las piernas da para preguntar: “¿Ese señor es músico o vendedor de aspiradoras?”. Igual, aclaro: me encanta este disco.
The Beatles – Magical Mystery Tour (1967). Los fans de los Beatles entenderán. Las canciones son excelentes: Penny Lane, I am the Walrus, All you need is love. Fantástico. Pero la tapa es un engendro. Digan lo que digan. No hay forma de justificar ese diseño. Los disfraces son malos. La tipografía es horrible. El clima circense es medio deprimente. Pero bueno, estamos hablando de 1967, eran más populares que Jesús, se les permitía todo.
The Black Crowes – Amorica (1994). Es uno de los mejores discos de la banda. Marc Ford está a pleno y las canciones están muy buenas. Pero la tapa… No me juzguen mal, no es por una cuestión moral o de pudor. Simplemente no da. Los vellos púbicos asomando por ese microbikini ultra yankee son un combo de vulgaridad. Malísimo. Eso sí, recuerdo que cuando salió el disco se habló mucho de la tapa. Así que si querían publicidad la tuvieron. Pero bueno, el disco es mucho más que lo que se ve.
Stephen Stills – Thoroughfare Gap (1978). Parecerá que tengo algo contra el amigo Stills, pero no es así. La tapa es lo menos. Cuántas deudas tendría Stills en esa época por apostar a los caballos, ¿no? Confieso que nunca lo escuché, porque siempre las críticas que leí al respecto eran durísimas y además no era fácil de conseguir. Lo único que le falta a esto es que en el último track, en vez de una canción, haya un audio con el relator de carreras de Crónica. “Faaaaaltan 50 metros para el disco”.
Captain Beefheart & His Magic Band – Trout Mask Replica (1969). Captain Beefheart fue uno de los músicos más innovadores de los sesenta. Este disco, considerado una obra maestra, está producido nada más y nada menos que por Frank Zappa. Una mezcla de avant garde, R&B, jazz, blues y rock. Surrealismo psicodélico en su máxima expresión. En ese contexto la portada tiene sentido. Pero como diría Facundo Pastor, “esto hay que decirlo”: es muy fea.
Joe Walsh – Look what I did! (1995). Walsh es un guitarrista que me fascina. Tocó con The James Gang y los Eagles. Esta compilación doble es un buen repaso de su carrera. Hay grandes canciones y guitarras filosas. Pero la foto del Tío Sam es para matarse. Sólo a un gringo recalcitrante se le podría ocurrir una cosa así.
Tinsley Ellis – Fanning the flames (1989). Compré este álbum en el 92 o el 93 porque me lo recomendaron en la disquería a la que iba siempre. Está muy bueno, Ellis es un émulo de Stevie Ray Vaughan, tiene una técnica impresionante pero abusa mucho de su virtuosísimo y de algunos yeites. Recuerdo que la tapa me molestó desde el primer día que lo tuve en mis manos. La cara de salame de Ellis es increíble. Ahora pienso en una mezcla de Benny Hill con Ari Paluch. Y las llamas saliendo de las cuerdas son muy berretas.
The Edgar Winter Group – They only come out at night (1972). Hace muchos años que me pregunto lo mismo: ¿por qué? ¿Por qué, Edgar? They only come out at night es uno de los mejores discos de los setenta. Es el mejor disco de su vida. Tiene sus dos mejores canciones: Frankestein y Free Ride. Entonces… ¿por qué? Hacía falta travestirse así para la foto. Nadie le dijo que David Bowie es uno solo. Igualmente, no se dejen intimidar por la tapa, es un disco brillante.
Paul Butterfield – Put it in your ear (1976). Este disco está enterrado, es el peor de la carrera de Butterfield. No lo salvan ni los músicos de The Band que tocan en algunos temas. Fue su debut como solista (antes siempre había grabado como The Paul Butterfield Blues Band) y la producción fue muy mala porque su armónica se vuelve intrascendente entre tantos arreglos. Y si le sumamos el mamarracho de la tapa… no hay nada que rescatar.
Crosby, Stills & Nash – Live it up (1990). Es probablemente el peor disco del trío. No hay canciones memorables, nada. Y la tapa, ¡por favor!. Esos pinchos de salchichas intergalácticas, orbitando como Armstrong, Aldrin y Collins en el Apollo 11. En las décadas del sesenta y setenta las drogas los ayudaron para componer y ampliar sus horizontes. Me parece que en los ochenta los arruinó. Aquí la prueba.
Rocky Hill – Texas Shuffle (1982). A diferencia del anterior, acá tenemos muy buena música, alto blues from Texas. Acompañan a Hill, Johnny Winter y Dr. John, una garantía. Ahora lo que no se puede creer es la tapa. Una foto pésima en la habitación de un hotel de mala muerte. Los anteojos y el peinado no son tan graves, teniendo en cuenta el marco general. La camisa es de lo peor que vi. Y la actitud de hombros caídos y manos entre las piernas da para preguntar: “¿Ese señor es músico o vendedor de aspiradoras?”. Igual, aclaro: me encanta este disco.
The Beatles – Magical Mystery Tour (1967). Los fans de los Beatles entenderán. Las canciones son excelentes: Penny Lane, I am the Walrus, All you need is love. Fantástico. Pero la tapa es un engendro. Digan lo que digan. No hay forma de justificar ese diseño. Los disfraces son malos. La tipografía es horrible. El clima circense es medio deprimente. Pero bueno, estamos hablando de 1967, eran más populares que Jesús, se les permitía todo.
The Black Crowes – Amorica (1994). Es uno de los mejores discos de la banda. Marc Ford está a pleno y las canciones están muy buenas. Pero la tapa… No me juzguen mal, no es por una cuestión moral o de pudor. Simplemente no da. Los vellos púbicos asomando por ese microbikini ultra yankee son un combo de vulgaridad. Malísimo. Eso sí, recuerdo que cuando salió el disco se habló mucho de la tapa. Así que si querían publicidad la tuvieron. Pero bueno, el disco es mucho más que lo que se ve.
Stephen Stills – Thoroughfare Gap (1978). Parecerá que tengo algo contra el amigo Stills, pero no es así. La tapa es lo menos. Cuántas deudas tendría Stills en esa época por apostar a los caballos, ¿no? Confieso que nunca lo escuché, porque siempre las críticas que leí al respecto eran durísimas y además no era fácil de conseguir. Lo único que le falta a esto es que en el último track, en vez de una canción, haya un audio con el relator de carreras de Crónica. “Faaaaaltan 50 metros para el disco”.
Captain Beefheart & His Magic Band – Trout Mask Replica (1969). Captain Beefheart fue uno de los músicos más innovadores de los sesenta. Este disco, considerado una obra maestra, está producido nada más y nada menos que por Frank Zappa. Una mezcla de avant garde, R&B, jazz, blues y rock. Surrealismo psicodélico en su máxima expresión. En ese contexto la portada tiene sentido. Pero como diría Facundo Pastor, “esto hay que decirlo”: es muy fea.
Joe Walsh – Look what I did! (1995). Walsh es un guitarrista que me fascina. Tocó con The James Gang y los Eagles. Esta compilación doble es un buen repaso de su carrera. Hay grandes canciones y guitarras filosas. Pero la foto del Tío Sam es para matarse. Sólo a un gringo recalcitrante se le podría ocurrir una cosa así.
Tinsley Ellis – Fanning the flames (1989). Compré este álbum en el 92 o el 93 porque me lo recomendaron en la disquería a la que iba siempre. Está muy bueno, Ellis es un émulo de Stevie Ray Vaughan, tiene una técnica impresionante pero abusa mucho de su virtuosísimo y de algunos yeites. Recuerdo que la tapa me molestó desde el primer día que lo tuve en mis manos. La cara de salame de Ellis es increíble. Ahora pienso en una mezcla de Benny Hill con Ari Paluch. Y las llamas saliendo de las cuerdas son muy berretas.
The Edgar Winter Group – They only come out at night (1972). Hace muchos años que me pregunto lo mismo: ¿por qué? ¿Por qué, Edgar? They only come out at night es uno de los mejores discos de los setenta. Es el mejor disco de su vida. Tiene sus dos mejores canciones: Frankestein y Free Ride. Entonces… ¿por qué? Hacía falta travestirse así para la foto. Nadie le dijo que David Bowie es uno solo. Igualmente, no se dejen intimidar por la tapa, es un disco brillante.
Paul Butterfield – Put it in your ear (1976). Este disco está enterrado, es el peor de la carrera de Butterfield. No lo salvan ni los músicos de The Band que tocan en algunos temas. Fue su debut como solista (antes siempre había grabado como The Paul Butterfield Blues Band) y la producción fue muy mala porque su armónica se vuelve intrascendente entre tantos arreglos. Y si le sumamos el mamarracho de la tapa… no hay nada que rescatar.
domingo, 7 de junio de 2009
Wine song 26
No hay muchos datos sobre Williem Maker en Internet, salvo que es un músico joven que graba para el sello Fat Possum, de lo más duro y crudo que hay en el blues. Para Fat Possum grabaron Junior Kimbrough y R.L. Burnside, por ejemplo. Eso describe un poco el estilo de Maker. Es un músico áspero y creativo. Un slide recorta las cuerdas de la guitarra, las teclas de un piano golpean secas, desprejuiciadas. El aire se pone espeso, irrespirable y la voz de Maker atraviesa surcos en los que aparecen los fantasmas de Tom Waits y Billy Gibbons, de ZZ Top. Maker editó dos discos, todos con temas propios. El segundo, New Moon Hand, trae una wine song muy interesante, distinta a lo que veníamos escuchando hasta ahora: SAINTS WEEP WINE. Y debe ser así: las lágrimas de los santos y de los dioses como gotas untuosas de un buen tinto.
viernes, 5 de junio de 2009
Wine song 25
Ya escuchamos antes la versión original de este tema, el derroche de swinging London de Nancy Sinatra y Lee Hazlewood. Treinta y pico de años después los irlandeses de Corrs junto a Bono grabaron otra versión de SUMMER WINE. En 2002, The Corrs editó el disco Live in Dublin. Muchos covers de Neil Young, los Stones, Ryan Adams, Hendrix. Buena música y la participación del cantante de U2 para darle un poco más de prestigio. Una nueva versión de un clásico de las wine songs con la presencia marketinera de uno de las máximas estrellas de rock contemporáneo.
miércoles, 3 de junio de 2009
Wine song 24
lunes, 1 de junio de 2009
Vino maldito
La muerte de Jimi Hendrix siempre estuvo rodeada de un gran misterio. Todo lo que pasó esa madrugada del 18 de setiembre de 1970 fue raro y confuso. Ahora, un libro parece develar parte del misterio y confirma lo que siempre se sospechó: que el manager de Hendrix, Michael Jeffrey, fue quien lo mató.
Dentro de poco saldrá a la venta el libro Rock Roadie, de James “Tappy” Wright, quien fue asistente de giras de Hendrix y de otras estrellas de la música. Wright revela que Jeffrey le confesó en 1971 que tuvo que matar a Hendrix porque “Jimi valía más para mí muerto que vivo. El hijo de puta iba a dejarme. Si lo perdía a él, perdía todo”. La relación conflictiva que Hendrix tuvo con su manager -un tipo odioso, mezquino y con relaciones oscuras- nunca fue un secreto y siempre se sospechó que estuvo detrás de los peores momentos de la vida de Jimi, como por ejemplo cuando cayó preso al llegar a Canadá. En un extraño operativo, la Policía halló drogas en su bolso pero Hendrix aseguró que no eran suyas. Finalmente la Justicia lo absolvió. También es conocido que en el último período de su vida su relación con su manager había empeorado porque el guitarrista quería darle un nuevo rumbo a su carrera, volver a las raíces de la música negra y Jeffrey no estaba de acuerdo.
Jimi Hendrix se ahogó en su propio vómito en un hotel de Londres. Con él estaba la que fue su última novia, Monika Dannemann, y Eric Burdon, el ex cantante de los Animals, fue uno de los primeros en ver el cadáver. Siempre se dijo que Jimi había tomado pastillas para dormir y que había tomado mucho alcohol. Pero lo que ahora revela Wright en su libro, es que fue Jeffrey quien lo obligó a tomar eso. “Fui a la habitación del hotel, le puse un manojo de pastillas en su boca y luego le hice tomar varias botellas de vino”, relata Wright. Claro que para entender cómo pudo pasar eso, hay que tener en cuenta que Hendrix ya había estado bebiendo antes y que Jeffrey de alguna manera ejercía un perverso control sobre el mejor guitarrista de la historia.
De todas maneras esta revelación no servirá de mucho. Es muy difícil que se reabra la causa a esta altura. Y tampoco podremos escuchar el descargo de Jeffrey, quien murió en un accidente aéreo en 1973. Pero sí hará que “Tappy” Wright venda muchos libros.
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