domingo, 23 de noviembre de 2025

Una canción hizo la diferencia: el rol decisivo de la música en la historia de los derechos civiles

El escritor y periodista argentino Tony Vardé presenta Una canción hizo la diferencia, un libro publicado por Colectivo Flota Negra con prólogos de C. Niamibi Steele y Sol Ramos, en el que reconstruye el vínculo histórico entre la música negra estadounidense y las luchas por los derechos civiles. 

El proyecto nació, según cuenta el autor, a partir de un artículo que escribió para el fanzine vasco Klask! sobre Strange Fruit, la canción interpretada por Billie Holiday que denunció la violencia racista en el sur de Estados Unidos. Aquella investigación, sumada a conversaciones con la activista afroargentina Sol Ramos, abrió la puerta para una obra más ambiciosa que conecta pensamiento político, activismo y cultura popular.

Vardé explica que el libro también dialoga con sus trabajos previos (Grabando emociones - Le revolución de Stax Records y ¡Escuchate ésto! 75 joyas de la música soul), donde ya había detectado la imposibilidad de separar música negra y política. “Stax fue uno de los primeros sellos en el que músicos negros y blancos trabajaban juntos en los años 60 en el sur de Estados Unidos; eso ya implicaba una revolución”, señala. La muerte de Martin Luther King, estrechamente ligada a la historia del sello, reforzó esa perspectiva. “Evitar esa implicancia política hubiera sido tapar el sol con las manos”, añadió en diálogo con la agencia Noticias Argentinas.

En el libro, Vardé repasa el impacto inicial de Strange Fruit, publicada en 1939, cuando el Movimiento por los Derechos Civiles recién daba sus primeros pasos. La canción, nacida en el ámbito de la izquierda neoyorquina, fue censurada en varias radios del sur y hasta hubo quemas de discos, pero su simbolismo creció con los años. “Strange Fruit fue ganando fuerza y se convirtió en un emblema contra el linchamiento y el terror racial”, explica.

Una de las claves del ensayo es la pregunta sobre por qué la música ocupó un rol tan central en el movimiento, más allá del lugar habitual del arte en la vida social. Para Vardé, el origen se remonta a los himnos surgidos de los spirituals afroamericanos que, en los años 40, comenzaron a salir por primera vez de las iglesias hacia huelgas y protestas laborales. “Ese camino —de los campos de algodón a las congregaciones y luego a las calles— generó un sentido de comunidad muy fuerte. Y esa música alimentó a todos los artistas que aparecen en el libro”, afirma. A partir de esa tradición, asegura que es posible trazar puentes entre figuras tan disímiles como Odetta y Public Enemy.

El autor también analiza el grado de conciencia política que tuvieron los músicos. Mientras algunos, como Nina Simone, Curtis Mayfield, Lauryn Hill o los propios Public Enemy, asumieron de manera abierta su papel dentro de la lucha, otros vivieron tensiones internas. Es el caso de James Brown, quien con Say It Loud (I’m Black and I’m Proud) enfrentó presiones de la industria y un cambio abrupto en su público. “Un año después decidió retirarla de sus conciertos y luego grabaría muy pocas canciones con carga política”, detalla.

Para desarrollar la investigación, Vardé recurrió a entrevistas propias, material de archivo, documentos sonoros y una amplia bibliografía centrada en la intersección entre música y activismo. Pese a la tentación de comparar contextos, el autor advierte que los paralelos con el presente son limitados. Aunque movimientos como Black Lives Matter retoman la protesta callejera y su potencia cultural, Vardé sostiene que hoy no existen referentes afroamericanos equivalentes a Martin Luther King, Malcolm X o Stokely Carmichael.

La obra se organiza alrededor de una pregunta central: ¿puede una canción cambiar algo o simplemente amplifica un proceso que ya está en marcha? Inspirado en una frase de Chuck D en el documental Let Freedom Sing, Vardé sostiene que la música potencia transformaciones existentes, pero alguien debe ponerle sonido a la lucha. “Convertir esa lucha en canción hace que el mensaje llegue con más fuerza”, dice. Como ejemplo paradigmático, recuerda que Strange Fruit nació como un poema, y su autor lo musicalizó justamente para hacerlo más efectivo.

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Neil Young cumple 80 años: una vida sin concesiones en constante evolución


Iconoclasta por naturaleza, Neil Young cumple este miércoles 80 años convertido en una figura única del rock mundial. En más de medio siglo de carrera, el canadiense recorrió una amplitud de estilos que pocos artistas exploraron con igual profundidad: del folk acústico a la electricidad abrasiva, del country melancólico al rock experimental, del blues y el rockabilly a la denuncia social y ambiental. Siempre distinto, siempre él mismo.

Nacido en Toronto en 1945 y criado en Winnipeg, Young empezó a tocar la guitarra en la adolescencia, alternando entre bandas de garaje y clubes de folk donde conoció a Joni Mitchell y Stephen Stills. En 1966 cruzó la frontera rumbo a Los Ángeles en su Pontiac fúnebre, acompañado por el bajista Bruce Palmer. Junto a Stills formaron Buffalo Springfield, una de las bandas pioneras del folk-rock californiano. Tras su disolución, Young comenzó una carrera solista que, desde el principio, mostró una voz inconfundible: aguda, quebrada, cargada de una franqueza que desarma.

En paralelo a su flamante carrera en solitario, a fines de los sesenta, se unió a Stills, David Crosby y Graham Nash para formar Crosby, Stills, Nash & Young, un supergrupo que encarnó el espíritu idealista y turbulento de su tiempo. Con ellos grabó Déjà Vu (1970), una de las cumbres del folk-rock estadounidense, y participó en el emblemático festival de Woodstock. Pero las tensiones internas, amplificadas por el ego y las drogas, provocaron rupturas recurrentes. Aun así, cada reunión posterior —como la gira de 1974 o el álbum American Dream (1988)— reavivó el magnetismo de esas cuatro voces que, juntas o enfrentadas, definieron una era.

En 1969 publicó Everybody Knows This Is Nowhere, su primer álbum con Crazy Horse, y al año siguiente After the Gold Rush, un clásico de la introspección folk. En 1971 alcanzó el número uno con Heart of Gold, incluido en Harvest, y reconoció luego que ese éxito “lo puso en el medio del camino”. Aburrido de esa comodidad, decidió desviarse y en los años siguientes produjo discos oscuros, dolidos y fundamentales como Tonight’s the Night (1975) y On the Beach (1974), impulsados por la muerte de su guitarrista Danny Whitten y su roadie Bruce Berry.

La década del setenta definió el molde de su obra: un vaivén entre la furia eléctrica y la ternura acústica, entre la denuncia política y la confesión personal. En los ochenta, ya en el sello Geffen, se permitió experimentos que confundieron a la crítica —el electrónico Trans (1982), el rockabilly de Everybody’s Rockin’ (1983), el country de Old Ways (1985)— pero que con el tiempo serían vistos como gestos de libertad artística.

Young fue capaz de reinventarse sin perder identidad. Con Freedom (1989) y Ragged Glory (1990), se convirtió en padrino del grunge y referente para bandas como Sonic Youth y Pearl Jam, con quienes colaboró en Mirror Ball (1995). En los 90 y los 2000 alternó introspección y militancia: Harvest Moon (1992) retomó su costado más luminoso, mientras Living with War (2006) denunció la invasión a Irak con una fuerte crítica al por entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush..

El nuevo milenio lo encontró más prolífico que nunca. Publicó álbumes conceptuales como Greendale (2003), se volcó a la experimentación sónica con Le Noise (2010) y lanzó su propio sistema de audio de alta fidelidad, Pono. A la vez, reabrió sus archivos con la monumental serie Archives, rescatando grabaciones inéditas y conciertos de distintas épocas.

En los últimos años, Young mantuvo su ritmo incansable: con Crazy Horse editó Barn (2021) y World Record (2022), y en 2025 volvió a las raíces con Talkin to the Trees, junto a una nueva formación, The Chrome Hearts. Paralelamente, su esposa y colaboradora Daryl Hannah filmó Coastal, un documental sobre su última gira solista, que se estrenó en abril de este año junto con un álbum homónimo.

Su discografía —más de 45 discos de estudio y una veintena en vivo— es un territorio en permanente movimiento, tan contradictorio como coherente. Young puede pasar de un susurro a un rugido en una misma canción, pero siempre con una honestidad que desarma y una energía que desmiente el paso del tiempo.

Fiel a sí mismo, Neil Young frustró a sellos discográficos, se le plantó a Spotify, desafió modas y decepcionó ocasionalmente a sus seguidores más ortodoxos, pero también supo mantener su música viva y su discurso relevante. “Viajar por el medio del camino se volvió aburrido”, escribió alguna vez. Ochenta años después, sigue transitando la cuneta: incómodo, libre, indómito.