martes, 24 de agosto de 2021

El pulso de los Rolling Stones


El imperturbable Charlie, el del gesto adusto, que apenas se permitía alguna sonrisa esporádica. El viejo Charlie, siempre prolijo y sobrio, a contrapelo de la imagen alienada de Keith y el desenfado de Jagger. El influyente Charlie, único, responsable del pulso de los Rolling Stones durante 58 de sus 80 años. El eterno Charlie. El que ya no estará más, pero que siempre recordaremos. Ese Charlie. Charlie Watts.

La muerte de Brian Jones, en 1969, quedó muy lejos y para muchos de nosotros, el fallecimiento de Charlie Watts es la verdadera primera muerte stone que sufrimos. Varias generaciones crecimos al calor de los Stones, de sus discos y sus shows. Pudimos verlos en varias ocasiones, tanto en River como en la última visita en La Plata. Jagger y Richards siempre acapararon la atención del público. El cantante por su energía y carisma, y el segundo por esa mística roquera que lo apaña desde siempre. Charlie, el callado y por momentos tímido baterista, encontró en la Argentina la ovación que tanto se merecía. Todo el estadio coreando su nombre y los músicos reverenciándose ante él es una de las tantas postales que nos dejaron esos recitales en nuestra tierra.

Recordamos al Charlie Watts de la portada de Get Yer Ya-Ya's Out!, casi irreconocible, saltando como un duende musical, que se contrapone con la mesura y seriedad de la tapa de su álbum solista Tributo a Charlie Parker. Porque Watts también era baterista de jazz, un personaje que, a priori, iba mejor con su personalidad pero que, a su vez, no desentonaba con el punto de equilibrio que representaba en los Rolling Stones. Porque si Jagger y Richards son el cerebro de la banda, Watts siempre fue su corazón. Y ahora que ya no está la pregunta que surge es ¿qué pasará con la banda? Ese interrogante, que apareció tímidamente hace un mes cuando se anunció que Watts no sería parte de la próxima gira, y su lugar será ocupado por Steve Jordan, siempre estuvo acompañado por el desde que pronto se recuperaría y volvería al ruedo. Eso ya no es posible. No hay dudas que Jordan es un excelente baterista y ocupará su lugar con profesionalismo y el sonido del grupo no se resentirá. Pero la ascendencia de Charlie Watts es tan fuerte que cuesta imaginar a los Stones sin él.  

Con todo, lo que pase de acá en más será parte de un nuevo capítulo de la historia de la banda de rock más grande del mundo. Con Brian Jones en el más allá desde hace décadas, con Mick Taylor y Bill Wyman a un costado del camino, y con Jagger, Richads y Ronnie Wood todavía en marcha, el futuro es incierto. Como dijo Joni Heguier: “El mundo contemporáneo tal cual lo conocemos es con los Rolling Stones. Si los Stones empiezan a terminarse, también comienza a concluir este mundo. Habrá que crear uno nuevo”.  

lunes, 16 de agosto de 2021

Un Elvis, mil Elvis


Hubo mil Elvis y tras su muerte, hace 44 años, hubo mil Elvis más. El niño humilde, el músico, el Rey del rock and roll, el actor, el sex-symbol, el patriota, el hijo pródigo de los Estados Unidos, el padre de familia, el solitario y deprimido, el mito. Desde sus orígenes en un pequeño poblado del Mississippi, a la gloria en Memphis, los años de Hollywood y el comienzo del ocaso en Las Vegas, la historia de Elvis se fue escribiendo con vaivenes.

El 16 de agosto de 1977, Elvis fue hallado muerto en Graceland, la excéntrica mansión en la que vivía en Memphis y, según la versión oficial, la causa de su fallecimiento fue por un paro cardíaco provocado por una gran ingesta de drogas. De todas maneras, más de cuatro décadas después, todavía hay algunos que se empeñan en sostener teorías conspirativas sobre su fallecimiento, y otros hasta creen que el Rey no murió, sino que fingió su deceso para escapar de las deudas y los problemas que lo aquejaban, y asumió una identidad falsa para vivir de incógnito por el resto de su vida.

Elvis Presley había nacido el 8 de enero de 1935 en el poblado de Tupelo, al norte del estado de Mississippi, en el seno de una familia humilde que había sufrido la Gran Depresión. Su madre estaba embarazada de mellizos, pero el pequeño Jesse Garon nació muerto. En 1948, se mudaron a Memphis, la ciudad de ritmo frenético a orillas del río Mississippi, donde el pequeño Elvis, con apenas 13 años, comenzó a palpitar el sonido urbano y dominante de la escena local, que abarcaba ritmos afroamericanos como el blues y el góspel, o blancos como el country, el bluegrass y el hillbilly.

El segundo Elvis fue el joven insistente que, en 1953, apareció en la puerta del Memphis Recording Service, más tarde Sun Records, para que su dueño, Sam Phillips le diera una oportunidad. En agosto de ese año, Phillips accedió a su pedido porque Elvis le dijo que quería hacerle un regalo a su madre y así fue como grabó el acetato que en sus dos caras tenía los temas: My Happiness y That s When Your Heartaches Begin, aunque ese Elvis tierno y melódico, al menos en un comienzo, no prosperó.

El tercer Elvis fue el que el 5 de julio de 1954 tomó su guitarra, y tras varios intentos fallidos y el escepticismo de Phillips, interpretó un viejo blues de Arthur “Big Boy” Crudup, That’s All Right, y cambió para siempre la historia de la música popular. Ese Elvis que cautivó a Sam Phillips y al DJ Dewey Phillips era dos personas a la vez: tenía el ritmo y la voz de un hombre negro, y la imagen de un actor de Hollywood. El single, que en su lado B llevó el tema Blue Moon of Kentucky, se convirtió en la piedra basal de la carrera del Rey del rock & roll: ya nada volvería a ser como antes para él, el futuro sería de gloria y ocaso.

La figura de Elvis rápidamente transcendió a la escena de Memphis: el promotor Colonel Tom Parker se hizo cargo de su carrera -y de su vida- y firmó un suculento contrato con el poderoso sello discográfico Victor RCA. Nació el Elvis que movía la pelvis en televisión y escandalizaba a una pacata sociedad estadounidense de posguerra; el Elvis de los temas bailables como Jailhouse Rock, All Shook Up, Houn Dog y Dont Be Cruel, que se contrastaba con el Elvis romántico de Love Me Tender y otras baladas que hacían delirar a las adolescentes.

En pleno suceso de su música, y de manera inesperada, surgió el Elvis patriótico. En 1958 se calzó el uniforme para hacer el servicio militar y así fue como viajó con el Ejército a Alemania. Durante su estadía en la base de Friedberg conoció a la joven Priscilla, de 14 años, quien siete años más tarde se convertiría en su esposa y, en 1968, le daría a su única hija: Lisa Marie. Pero a comienzos de los sesenta, tras su regreso a Estados Unidos, sobrevino el Elvis actor, que grabó infinidad de películas como G.I.Blues, Blue Hawai, Girls, Girls, Girls y Viva Las Vegas. Y llegó el momento del Elvis que se volvió poco comercial a fines de los sesenta, y el Elvis del regreso, enfundado en cueros y patrocinado por la NBC en su memorable Comeback 68.

A ese Elvis lo sucedió el de los setentas que se codeó con Richard Nixon; el de los casinos de Las Vegas; el que se separó de su esposa. También apareció el Elvis depresivo, desplazado por el mercado y las nuevas tendencias; el Elvis excéntrico y gordo, de las patillas prominentes. Ese Elvis decadente, para muchos fue una parodia de si mismo, pero para otros fue sólo un hombre tratando de sobrevivir.

Luego de su muerte su música siguió -sigue- vigente y en muchas partes del mundo, principalmente en Las Vegas, sus imitadores fluyen con absoluta naturalidad: hasta aquí, en la Argentina, tuvimos a nuestro último Elvis. A pesar del paso del tiempo, sus fans se siguen multiplicando, como su leyenda. El Rey del rock and roll que no morirá jamás. ¡Viva el Rey!

domingo, 1 de agosto de 2021

La ayuda inolvidable

George Harrison, Bob Dylan y Leon Russell

   Mi amigo vino a mi / Con tristeza en sus ojos / Me dijo que quería ayuda / Antes de que su país muera / Aunque no pude sentir el dolor / Sabía que tenía que intentarlo / Ahora les estoy preguntando a todos / Para ayudarnos a salvar algunas vidas / Bangladesh, Bangladesh 

 La década del setenta comenzó con muchos cambios en la vida de George Harrison. El primero, y más importante, fue el tumultuoso final de los Beatles. El segundo, su consolidación como solista con el éxito del álbum All Things Must Pass. El tercero fue su participación en la grabación de Imagine, el disco más trascendental de John Lennon y, probablemente, uno de los más importantes de la historia del rock. El cuarto fue su vínculo musical con Phil Spector, el excéntrico productor creador de la “pared de sonido”, y el quinto fue la demanda por plagio que tuvo que afrontar por “My Sweet Lord”. En el plano personal y amoroso, se vio afectado por su relación con Pattie Boyd y el inesperado triángulo amoroso con su amigo Eric Clapton. 

Esa década también empezó con cambios y conflictos en buena parte del mundo. Uno, en especial, tendría derivaciones inesperadas en la vida de Harrison. En 1970, un ciclón devastador arrasó con buena parte de Pakistán Oriental, antes llamado Bengala Oriental, y mató a medio millón de personas. La poca o nula ayuda del gobierno central de Pakistán, separado de esa región por miles de kilómetros de territorio indio, pero también por raza, cultura, idioma y religión, fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de los bengalíes que declararon su independencia. Se sucedieron una serie de acontecimientos políticos que derivaron en un choque armado. La violencia, las pestes y la hambruna forzaron a millones de bengalíes a cruzar la frontera para buscar refugio en la India. La catástrofe humanitaria era imparable. 

El músico Ravi Shankar, que había nacido 51 años antes en Benarés, una ciudad india situada a orillas del río Ganges y cercana a Bangladesh, se vio afectado por el conflicto, especialmente por la enorme cantidad de niños que eran víctimas inocentes de esa tragedia. Entonces tuvo una idea: recurrir a su amigo George Harrison. Shankar había conocido al beatle silencioso en 1966 gracias a dos músicos de los Byrds, Roger McGuinn y David Crosby, que los presentaron en Londres. Harrison se interesó por la música hindú y poco después viajó a la ciudad de Srinagar a estudiar sitar con Shankar. Desde entonces la relación entre ambos estuvo marcada por una mutua admiración y una profunda amistad. 

George Harrison y Eric Clapton
Shankar le expresó su preocupación por lo que estaba pasando en Bangladesh y le pidió a Harrison que le diera una mano para darle visibilidad al conflicto y recaudar fondos para la ayuda humanitaria. Harrison no se mostró indiferente y compuso la canción Bangladesh, pero supo que eso no era suficiente. Entonces decidieron organizar un concierto benéfico. “No podía sorprender a nadie que Harrison accediera y se comprometiera tan fuertemente con el proyecto. La historia de su vida podía contarse como una serie de pequeños actos de generosidad. Siempre había sentido una compasión sincera por los necesitados, que se había hecho más intensa desde que había abrazado el hinduismo. En todo momento ser mostraba presto para sacar la billetera o la chequera. Pero en la solicitud de Shankar vio la posibilidad de usar los talentos que Dios le había dado para ayudar a mucha gente. El llamado de los refugiados de Bangladesh había calado hondo en su corazón”, explica Marc Shapiro en el libro Detrás de esos ojos tristes – La vida de George Harrison. 

“Lo más importante en ese escenario era llamar la atención del mundo para que vieran que se estaba maltratando a los bengalíes. El concierto ocurrió el 1º de agosto porque ese era el único día que el Madison Square Garden estaba disponible. Así que tuve muy poco tiempo para organizarlo con Phil Spector”, dijo Harrison en una entrevista que recoge el documental 1971: el año en el que la música lo cambió todo. 

Más allá del poco tiempo, Harrison logró reunir nombres importantes para ampliar el cartel del show. Bob Dylan, que desde hacía tiempo mantenía un perfil bajo, dijo que sí. Leon Russell, Billy Preston y el grupo Badfinger, también. Incluso Eric Clapton, en medio de esa novela amorosa que los afectaba, dio el ok. “Pero George tenía un motivo ulterior para reunir a un verdadero seleccionado de estrellas de la canción. La verdad era que a George le aterraba tener que encabezar un concierto de ese tamaño. Por supuesto que también quería que la presencia de todos esos músicos talentosos y populares ayudara a los pobres del mundo. Pero probablemente también le asustaba la idea de ser la única atracción de la noche”, sostiene Shapiro en su libro. Harrison, por entonces, tenía 28 años. 

Otro de los músicos que participó del evento fue su ex compañero, Ringo Starr. “No me invitaron porque no querían que se convirtiera en un reencuentro de los Beatles. Pero lo llamé a George y le dije que asistiría igual”, dijo el baterista. Esa cita que se escucha en 1971…, se contrapone con la versión de Shapiro en “Detrás de esos ojos tristes”. El autor afirma que Harrison sí convocó a sus ex compañeros y que todos se mostraron entusiasmados al principio, pero que John Lennon se bajó porque le habrían negado la posibilidad de tocar con Yoko Ono, y Paul McCartney por cuestiones contractuales vinculadas a la separación de los Beatles. 

“Accedí a colaborar en el concierto por la idea de trabajar con grandes talentos como Eric, Leon Russell y Ringo”, contó Spector, quien llevaba ya un par de años cerca de Harrison por su trabajo en Let it Be e Imagine. Jim Keltner, uno de los bateristas de esa noche inolvidable recordó que “George estaba muy nervioso. Tenía muchas cosas en la cabeza. No hay que olvidar que organizó todo él”. 

Las entradas para el primer gran show benéfico de la historia se acabaron el mismo día que se pusieron a la venta. El 1º de agosto de 1971, hace hoy 50 años, las afueras del Madison Square Garden, en el corazón de Manhattan, se llenaron de jóvenes que querían ver el concierto, pero los tickets de la reventa cotizaban 35 dólares: una cifra altísima para la época. Muchos se quedaron afuera. Fueron dos shows magníficos, el primero comenzó a las 14 y el segundo a las 20. Harrison se sacó de encima la pesada mochila de los Beatles y disfrutó de cada de una de las canciones que tocó rodeado de grandes músicos y además cumplió con su meta. “De la noche a la mañana -concluyó Ravi Shankar- todo el mundo hablaba de Bangladesh porque salió en todos los periódicos”. 

“Aunque su vida personal era un desastre, George logró convertir esos conciertos en una experiencia musical realmente fantástica. Los músicos se unieron para interpretar un amplio repertorio, creando una atmósfera electrizante que iba más allá de un simple concierto de caridad. Según algunas reseñas, el acontecimiento tuvo tal carga musical y emotiva que estaba tranquilamente a la altura de Woodstock. Cuando todo terminó, se habían logrado reunir 15 millones de dólares para colaborar con los refugiados ”, afirma Shapiro. 

Harrison y Spector realizaron la mezcla de sonido del show y el 20 de diciembre de ese año salió a la venta el álbum triple The Concert For Bangladesh, con el que el músico buscó seguir recaudando fondos para los refugiados y que, con el tiempo, se volvió uno de los mejores discos en vivo de la historia. 

El disco, que tuvo múltiples ediciones a lo largo de estos 50 años, comienza con una introducción a cargo de Harrison y Shankar y luego el músico indio interpreta la extensa y climática Bangla Dhun. La primera parte tiene como protagonistas a Harrison y Clapton con temas como Wah Wah y My Sweet Lord, donde sobresale el slide de Slowhand. Luego el ex beatle se despacha con una hermosa versión de Awaiting On You All y sigue con la monumental That’s The Way God Planned it con un Billy Preston en estado de gracia divina. Ringo se suma para uno de sus temas, It Don’t Come Easy, y Leon Russell lo acompaña en Beware of Darkness. Clapton vuelve al escenario para uno de los momentos más intensos de todo el show: la oda a las seis cuerdas llamada While My Guitar Gently Weeps. 

En la segunda parte, Leon Russell toma el control del escenario junto al guitarrista Don Preston para versionar a los Rolling Stones con Jumpin’ Jack Flash, a la que le adhiere Young Blood, de Leiber y Stoller. Harrison regresa junto a Pete Ham y Badfinger para una conmovedora versión de Here Comes The Sun antes de cederle al protagonismo a Bob Dylan, quien encadena un puñado de sus más grandes éxitos: A Hard Rain’s Gonna Fall, It Takes A Lot To Laugh, It Takes A Train To Cry, Blowin’ In The Wind, Mr. Tambourine Man y Just Like a Woman, siempre acompañado por el Harrison, Russell y Ringo Starr. El final lo encuentra a George con su Something y el tema compuesto para la ocasión, Bangladesh. 

El concierto para Bangladesh ocurrió cuando la generación que aborrecía la guerra de Vietnman enterraba el sueño hippie que habían comenzado a velar con los festivales de Altamont y la Isla de Wight. Ese día en el Madison, con George Harrison y sus amigos sobre el escenario, de alguna manera fue el empalme hacia una nueva era que tendría un recorrido irregular, pero siempre ascendente, hasta llegar al Live Aid de 1985.