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Los músicos aparecieron en escena a las 21.20. Paul saludó con una mano, tomó el bajo y sin preámbulos arrancó con A hard day’s night y Junior’s farm. Vestido con pantalón y saco negro, y camisa blanca lanzó un “Hola Argentina, qué buena onda”, así, en español, y siguió con All my loving. El comienzo fue un poco chato. Pero a juzgar por lo que pasó a partir del cuarto tema, es como que la banda necesitó esos instantes iniciales para entrar en ritmo. Cuando Paul tomó la colorida guitarra Les Paul y Brian Ray pasó al bajo todo cambió, el riff demoledor de Letting go y la arenga de “Fiesta” marcó un quiebre en el sonido y todo empezó a fluir con otra intensidad. Esa explosión coincidió también con la aparición de los caños, elevados entre el público, que le dieron un vuelo descomunal al tema.
Hubo algunas canciones más de los inicios de los Beatles, como Obladi Oblada o Love me do que, en el contexto general del show, resultaron casi insignificantes en comparación con las demás. Paul las tocó casi por obligación y el público las cantó por inercia. En cambio, en Got to get you into my life o I've got a feeling pudo desplegar arreglos sofisticados y se lo notó mucho más compenetrado. Ni hablar de su emotiva versión de Something con el ukelele, dedicada a George Harrison, o Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Otros momentos memorables fueron Blackbird, solo con la acústica, la explosiva Helter Skelter, y Eleanor Rigby con sus celestiales armonías vocales.
Paul es un bromista y maneja el escenario con absoluta naturalidad. De entrada, se propuso “hablar en español” y lo hizo bastante bien, aunque siempre leyendo. De todas maneras, cuando habló en inglés lo hizo con mucha claridad y todo el mundo lo entendió. En Hey Jude logró sincronizar que la gente cantara el estribillo primero por sectores y luego solo hombres y después mujeres. Fue realmente imponente escuchar los dos registros bien distintos de cada género. También se ganó varios aplausos cuando, luego de un “Ohhh ohhh ohhh” del público, tal vez el segundo o el tercero, sacó los acordes con la guitarra y la banda convirtió el cantito clásico en un vigoroso rock and roll. Y luego, al piano, transformó el “Olé olee olee oleee” en una polka.
A los 76 años se lo vio jovial y radiante. Además de lucirse con varios instrumentos mostró un registro vocal superlativo. Él, desde ya, es la principal razón del suceso. Pero el rol de la banda es clave. Brian Ray alterna guitarras y bajo, y es un fusible irreemplazable; Rusty Anderson es el guitarrista líder y recurre con frecuencia a la pedalera y el slide para punzar todos los temas con solos muy expresivos; Paul "Wix" Wickens es el comodín: toca teclados, acordeón, armónica, guitarra acústica y percusión; y Abe Laboriel Jr., quien cumplió años el día del recital y Paul hizo que todo el público le cantara el feliz cumpleaños, se encarga de la batería con un pulso monumental. Todos juntos, además, aportan las armonías vocales y coros cuando la canción lo requiere. A ellos hay que sumar a la sección de vientos que, si bien no aparece en todos los temas, cuando lo hace engrosa la matriz sonora con gran prestancia.
La noche, con un clima inmejorable para un show al aire libre, tuvo algunas sorpresas más. Una animada versión de Dance tonight, con Paul tocando la mandolina, y el primer tema que grabaron los Quarrymen, In spite of all the danger. Pero sin dudas el punto más alto, el pináculo, fue Live and let die: una explosión sincronizada sacudió el escenario y los fuegos artificiales pintaron el cielo de colores y brillos mientras la banda arremetía con todo.
Paul McCartney es el sumo pontífice del rock, su santidad, que peregrina por el mundo llevando su mensaje a los fieles. Y estos se congregan para rendirle pleitesía y dejarse llevar por su música. Sin dudas, en los últimos 50 años las canciones de Paul McCartney hicieron más por la gente que la Iglesia. Como dijo Fero Soriano en un tuit: “Para gran parte de la humanidad es básicamente todo: el dueño de los días más felices”.
(Leí varias quejas sobre que el volumen estaba muy bajo. Al menos en donde yo estaba se escuchaba muy bien. Pero a mí también me arruinaron Blackbird: no fue el tren sino un vendedor de agua que pasó por al lado mio a los gritos)