Estamos en el aeropuerto de Memphis a punto de encontrarnos y por los altoparlantes suena Howlin' Wolf y después Ike Turner. Una o dos canciones de Elvis y Johnny Cash. Pero el neón de la ciudad quedará para más adelante porque hoy la brújula marca rumbo sur. Subimos al Kia Rio gris metalizado y damos vueltas en círculos unos minutos hasta que el GPS se digna a marcarnos la orientación correcta.
Casi sin darnos cuenta abandonamos el estado de Tennessee y ya estamos en Mississippi. La primera parada es Hernando, la zona de influencia de la familia Dickinson, donde los North Mississippi Allstars crearon ese boogie sinuoso e hipnótico. La plaza principal, el City Hall, el tanque de agua, que la banda retrató en la portada de uno de sus discos, y varias casas de antigüedades conforman el paisaje urbano de esta puerta de entrada a la tierra del blues.
Tras intentar sin éxito una ruta alternativa, con Gabriel Grätzer y An Díaz seguimos rumbo sur por la 55 hasta Como. Allí atravesamos una calle con un boulevard en el medio que nos lleva hasta los blues markers de Otha Turner y Mississippi Fred McDowell. A su alrededor están las construcciones recicladas del siglo XIX. En la calle hay tantas personas como papeles tirados en el piso: cero.
La 55 nos lleva de nuevo hacia el sur, luego tomamos la 49 y atravesamos Greenwood. Se hace de noche en plena ruta y el GPS no parece del todo confiable. Tras un par de pasos en falso, en los que nos topamos con caminos sin salida en plena oscuridad, llegamos finalmente a Bentonia. Son las 19.15, afuera está agradablemente fresco y la luz tenue de la luna baña el frente del Blue Front Cafe.
Abro la puerta doble de la entrada, y lo único que se oye es el sonido de una televisión. El legendario Jimmy “Duck” Holmes está junto a la barra. Nos presentamos, pedimos unas cervezas, nuestras cervezas, y nos sirve unas Bud Light. El salón es cuadrado y rústico. En las paredes cuelgan guitarras y afiches de viejos festivales. Hay algunas fotos y cartelería variada. Las sillas de metal están desvencijadas y hay otras de plástico a las que no les sobra nada. El piso de cemento alisado es frío y la estufa de tiro balanceado, que está ubicada frente a la barra, despide un calor confortable.
Jimmy se sienta con nosotros. Lleva un cuchillo en el bolsillo, probablemente una vieja costumbre defensiva. No tarda en agarrar la guitarra y ponerse a tocar algunos temas propios y otros del repertorio de Skip James, como Hard times y Devil got my woman. La luz mortecina cae sobre él suavemente en el rincón que usa como escenario. Y toca Rock me baby y Big road blues. Le pasa la guitarra a Gabriel, le habla de la afinación abierta y le explica las sutiles diferencias entre las formas de tocar de Tommy Johnson y Jimmie Rodgers Pasa una hora y seguimos en el juke joint más antiguo del Mississippi con una verdadera leyenda y nadie más cruza la puerta. Somos nosotros tres y Jimmy “Duck” Holmes en un lugar que quedó congelado en el tiempo. Aquí se vive blues, se siente blues, se respira blues. La noche golpea con todo su rigor y obliga a la despedida. Jimmy dice adiós y vuelve a encender el televisor mientras nosotros seguimos nuestro blues en movimiento hacia Yazoo City.