Joe Bonamassa no para. Compone, graba, sale de gira. Compone, graba, sale de gira y así hasta el infinito. Y como suele pasar en el último tiempo es noticia al menos dos o tres veces por año. Esta vez su nombre aparece en los titulares por al lanzamiento de su nuevo disco, Blues of desperation, en el que trabajó codo a codo con Kevin Shirley, productor de una buena parte de su obra solista. Si bien la portada del disco -las manos curtidas de un trabajador rural- y el título podrían indicar que Bonamassa se acerca a un blues más tradicional es apenas un guiño. El álbum no difiere mucho de Different shades of blue, su disco de 2014, aunque aquí el músico cuenta con el poderío extra de dos baterías.
El disco se grabó en menos de una semana a mediados del año pasado en Nashville y contó con el respaldo de una banda formidable: los dos bateristas Anton Fig y Greg Morrow y el bajista Michael Rhodes, con la colaboración ocasional del ex tecladista de Stevie Ray Vaughan, Reese Wynans.
"Fue un accidente feliz en el que convergieron instrumentos, presentaciones, músicos, estudio, productor... y todo funcionó", cuenta Bonamassa, quien para este proyecto llevó muchas de las guitarras de su colección que no suele usar y prescindió de pedales y grandes efectos. "En algún sentido es un álbum diferente: me conecté directamente a los amplificadores y usé estas (muestra sus manos) para sacar distintos sonidos", agrega el guitarrista.
Blues of desperation tiene un sonido moderno y arrollador que no va a defraudar a sus seguidores pero que tampoco va a cautivar a sus detractores. Desde el inicio, con This train, ya se percibe la energía feroz que Bonamassa descarga con el slide sobre las seis cuerdas. Sigue con Mountain climbing, en la que sobresale un riff demoledor y un solo asesino. En el comienzo de Drive baja algunos decibeles para que se destaque el sonido orgánico de una guitarra acústica y perfila una melodía de ablande, con cierto toque épico, ante tanto estruendo rockero. No good place for the lonely es una balada de guitarras ardientes de más de ocho minutos en la que Bonamassa expone su canto más profundo.
El tema que da nombre al disco es electrizante y está en la línea de grandes composiciones como Sloe Gin o The Ballad of John Henry. La rítmica suena tan firme y contundente que todo lo que hace Bonamassa por encima es sorprendente. The valley runs low es una canción de tintes acústicos con una melodía sencilla y convincente, con un estribillo potenciado por un coro femenino que integran Mahalia Barnes, Jade McRae y Juanita Tippins, que rememora a las baladas de Clapton de los setentas. You left me nothin' but the bill and the blues es un shuffle en el que los punteos del guitarrista se mecen entre el piano soberbio de Wynans. Con Distant lonesome train retoma el hardcore blusero que marca una línea atemporal -e imaginaria- entre Charley Patton, Led Zeppelin y él. En How deep the river runs redobla la potencia del tema anterior. Livin' easy tiene un sonido más clásico en el que Bonamassa da lugar a una sección de vientos liderada por Lee Thornburg. Y para terminar hace honor a la tapa del álbum con un blues lento, también acompañado por los caños, en el que muestra que en su ADN están los blues.
Blues of desperation, en definitiva, es un disco consistente que muestra la permanente evolución de uno de los músicos más talentosos y creativos del nuevo milenio.
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