jueves, 26 de febrero de 2015
"Mi familia siempre ponderó la tradición"
Marquise Knox tiene 24 años y es una de las máximas promesas del blues tradicional. Este oriundo de St. Louis, Missouri, se presentará por primera vez en Buenos Aires el sábado. En esta entrevista se presenta, nos da un panorama de lo que el blues significa para él y anticipa un poco lo que será su show en El Bardo Bar.
- ¿Cuál es tu primer recuerdo con relación al blues?
Lo primero que se me viene a la mente es mi tío Clifford tocando la guitarra para toda la familia.
- ¿Tu familia fue muy importante en tu formación musical?
Sí. Mi familia es del Sur de los Estados Unidos y siempre ponderó la tradición, el amor y el respeto por el blues. Y eso me lo transmitieron desde que yo era pequeño.
- ¿Cuáles son las diferencias entre el Marquise Knox de Man child (su primer disco solista de 2009) y el de hoy?
He madurado bastante. Tengo más sabiduría y experiencia. Aprendí a escuchar más y tomar ciertos riesgos.
- Si tuvieras que elegir uno o dos artistas que más te hayan influenciado, ¿quiénes serían?
Es difícil de responder esa pregunta, pero creo elegiría a Mahalia Jackson y Lightnin’ Hopkins.
- En los últimos años han muerto muchos de los grandes maestros del blues. ¿Crees que el género podrá sobrevivir con los músicos de la nueva generación?
El blues está vivo y bien. Con músicos como Selwyn Birchwood, Jarekus Singleton, Christone "Kingfish" Ingram, Nikki Hill, The Peterson Brothers Band y Homemade Jams Blues Band tenemos blues asegurado para toda una generación.
- ¿Qué opinas de artistas como Joe Bonamassa o John Mayer que, si bien no tocan blues tradicional, difunden el género por el mundo a su manera?
Creo que están haciendo un gran trabajo atrayendo nuevos fans al blues. Todo mi respeto hacia ellos.
- ¿Qué tipo de show vamos a presenciar en Buenos Aires?
Voy a ofrecer un concierto enérgico y con mucho groove y también haré un par de canciones acústicas. Te aseguro que el público no lo podrá olvidar.
domingo, 22 de febrero de 2015
Earle´s blues
Steve Earle es un músico de culto, un rocker campestre y renegado que editó 15 CD’s desde 1990, con algunas canciones críticas y concienzudas. Su historia da cuenta de una dura lucha contra las adicciones, de su relación musical con el gran Townes Van Zandt, y de sus apariciones en el cine y la tevé, colaborando en bandas de sonido –Secreto en la montaña, True detective y True blood- o como actor –The wire y Treme-. Ahora acaba de lanzar un nuevo álbum, el más blusero de toda su discografía, una verdadera joya que nos muestra otro costado de este fenomenal músico.
Con estas canciones Earle intenta exorcizar sus problemas y sus miedos. Son el reflejo de su séptimo divorcio y de viejos fantasmas que lo aquejan. La sombra de John Lee Hooker se hace presente como el humo negro de Lost y se cierne por sobre el repertorio con un voraz ritmo de boogie gutural. Earl exhuma también a los emblemas del blues texano, aparecen como retazos del pasado Lightinin’ Hopkins, Mance Lipscomb y Peppermint Harris.
El de Earl es un blues carnal, sudoroso. En Baby, baby, baby nos lleva por una ruta desierta que desemboca en un pueblo polvoriento de corazones rotos. En The Tennesse kid se topa con una encrucijada de caminos en la que la figura difusa de Robert Johnson le entrega su alma al Diablo. Y una brisa bucólica acaricia la angustia en Ain’t nobody’s daddy now. Rescata el sonido más clásico de los Rolling Stones en Go go boots are back, mientras la voz de Eleanor Whitmore irrumpe en Baby’s just us mean as me y nos lleva a la época dorada del vaudeville. King of the blues es el cierre perfecto: un hombre “que no puede encontrar el amor que no puede perder”. Así, hace catarsis a través de los doce compases.
El blues es la expresión más profunda del alma y Earl lo entiende de esa manera. No se guarda nada. También sus Dukes, que suenan como si estuvieran acompañando al mismísimo Howlin’ Wolf. Earl sopla su armónica, rasga su guitarra y canta su verdad. Cada palabra es tan auténtica como su música. Terraplane es su manifiesto.
domingo, 15 de febrero de 2015
Piano man
Otis Spann, Memphis Slim, Roosevelt Sykes, Big Maceo, Sunnyland Slim y Pinetop Perkins son algunos de los nombres que resaltan cuando uno asocia las palabras piano y blues. Pero en la historia del género, como bien sintetizó Clint Eastwood en su película de la serie The Blues, producida por Martin Scorsese, hubo un sinfín de grandes pianistas cuyos nombres no descollaron de manera individual, pero dejaron su sello en infinidad de discos de otros grandes artistas. Uno de ellos fue David Maxwell.
Ayer, a través de Twitter músicos como Bob Margolin, Dabbie Davies, Dave Specter y Jimmy Vivino, confirmaron la muerte del pianista, quien venía sufriendo severas complicaciones pulmonares desde hacía varias semanas.
Maxwell había nacido el 10 de marzo de 1950 en Waltham, Massachusetts. A fines de los 60, comenzó a tocar regularmente el piano en bares y fiestas de Boston. A comienzos de los 70, después de haber tenido como mentor a Otis Spann, se sumó a la banda de Freddie King, con quien tocó durante dos años. Entre 1974 y 1975, acompañó a Bonnie Raitt, y dejó su banda para sumarse a la de James Cotton, con quien estuvo hasta 1979. Su reputación se fue ampliando y en los 90 acompañó en giras por Europa y Japón a Otis Rush. Para entonces, su nombre ya era sinónimo de piano y es por eso que grabó junto a Jimmy Rogers (With Ronnie Earl and the Broadcasters), Hubert Sumlin (About them shoes), Bob Margolin (Down in the alley, My blues and my guitar y Up & in), John Primer (The real deal), Bryan Lee (My lady don't love my lady), Ronnie Earl (Deep blues, Peace of mind y Surrounded by love), Darrell Nulisch (Times like these), entre otros.
En 1992, colaboró en el soundtrack de la película Tomates verdes fritos, y en 1997, dejó su marca en el disco de James Cotton, Deep in the blues, junto a Joe Louis Walker y Charlie Haden, que ganó un premio Grammy. Ese mismo año, grabó su primer CD, Maximun piano blues, el primero de una serie de seis discos que lanzaría a lo largo de los años por diferentes sellos.
A poco de cumplir 65 años, su vida se extinguió en un último suspiro. Sus dedos seguirán golpeando el piano en cada una de esas grabaciones de las que participó. Revisa tu discografía y vas a ver que por ahí está David Maxwell esperando llenar tu alma de boogie y blues.
sábado, 7 de febrero de 2015
Pensando en Nueva Orleans
Es probable que el nombre de Carlo Ditta no diga mucho fuera de Nueva Orleans. En las últimas tres décadas hizo mucho para preservar y enriquecer el sonido de su ciudad, tanto como guitarrista, productor, letrista o al frente de su sello Orleans Records. Trabajó con algunos de los músicos más influyentes: desde Coco Robicheaux y Mighty Sam McClain hasta Marva Wright y Little Freddie King. Ahora acaba de lanzar su primer disco, una obra maravillosa con melodías entrañables, letras que llevan a la reflexión y una paleta sonora multicolor con retazos bluseros y espíritu folk.
Las canciones de Ditta son como un beso apasionado en una esquina del French Quarter. Como una noche interminable de collares de perlas y alcohol. Se sienten como la brisa fresca en un día caluroso junto al Mississippi. Destilan la humedad del pantano y las tenues luces del neón de Frenchmen Street. Son como un plato humeante y especiado de jambalaya o el picor furtivo de una salsa tan roja como la sangre.
La voz de Ditta es profunda y nocturna, como la de Robicheaux, la de Tom Waits o la de Tony Joe White. Sus letras son ácidas, distorsionadas y melancólicas. La instrumentación tiene a la guitarra como guía, pero el saxo, el trombón y la trompeta, y por momentos el acordeón, legitiman el sonido de Nueva Orleans.
Las canciones son todas extraordinarias: What I’m talking about y Go on fool son dos fieles ejemplos del estilo de la ciudad, en clave blusera. As the world turns, su single ignorado de 2011, es un llamamiento a vivir la vida de la mejor manera mientras el mundo se da vuelta, interpretada a la manera del zydeco. Beating like a tom tom es una versión muy personal del tema de Ernie K Doe, que también grabó Willy Deville. Pretty acres tiene un comienzo bucólico, Ditta rasga su guitarra resonadora mientras recuerda la música del pasado en las entrañas de Louisiana, hasta que la banda irrumpe en perfecta armonía.
Ditta desestructura la exitosa Tell it like its, de Aaron Neville. A continuación reflota su otro single que pasó desapercibido en 2011, Try a little love, con un slide asesino, y una voz rasposa y perturbadora. Rinde homenaje a Louis Prima con una notable interpretación de I’m leaving you. En Walk that walk muestra su costado más funky y se despide con Many rivers to cross, que Harry Nilsson y John Lennon escribieron en 1974, y que luego popularizó Jimmy Cliff, aunque aquí Vitta la reconstruye a su manera.
What I'm talkin about es un disco entretenido y atrapante, de esos que mejoran con cada pasada. Y es también la presentación formal de un artista intrépido, talentoso y muy creativo que debería tener su reconocimiento.
domingo, 1 de febrero de 2015
Dylan canta Sinatra
Este nuevo disco es un cambio significativo en la carrera de Bob Dylan. Si bien en sus últimos trabajos dejó entrever que comenzaba a despuntar el vicio del crooner, pocos imaginaron que se abocaría por completo a interpretar standards de jazz, mucho menos del cancionero de Frank Sinatra.
Lo cierto es que Dylan una vez más rompe el molde, como lo hizo tantas veces a lo largo de su carrera y se lanza sobre una decena de temas melancólicos y sentimentales, acompañado por una orquesta de cuerdas y una suave y discreta sección de vientos. Comienza con I’m a fool to want you, que si bien solía cantarla Sinatra, la interpretación de Billie Holiday es insuperable. En esta versión, lo mejor es el aporte del lap steel de Donnie Herron. El resto del repertorio, que incluye Stay with me, Autumn leaves y Full moon and empty arms, se mantienen en el mismo registro, por lo que el álbum termina resultando bastante monótono. Cierra con el único tema que ya había cantado anteriormente, That lucky old sun, y le da un aire de despedida hollywoodense a Shadows in the night.
La sensación que queda después de escuchar el disco varias veces es ambigua. Por un lado sería absurdo cuestionar el talento de Dylan, pero es raro verlo abordar un repertorio que, en gran medida y repasando toda su trayectoria, le es ajeno. Pero cierto es también que, tras haber grabado 35 discos de estudio y una cantidad incontable de ediciones en vivo, entre oficiales y bootlegs, es probable que se haya planteado el desafío de por fin encarar un disco en el que su voz sea la protagonista exclusiva, algo que siempre le cuestionaron. Su canto reluce, y por momentos sorprende, aunque no alcanza el status de Sinatra o Tony Bennett,.
También está la posibilidad de que haya buscado un éxito comercial. En los últimos años una serie de artistas consagrados se volcaron a interpretar piezas del denominado Great American Songbook. Paul McCartney, Robbie Williams, Rod Stewart, Willie Nelson y Harry Connick Jr., entre otros, vendieron de esos discos por millones.
En definitiva, no sabemos si con este trabajo corta la saga de álbumes de música de raíces que inauguró de alguna manera con Time out mind, en 1997, o si simplemente es un impasse como lo fue su disco navideño de 2009. Mientras, quienes se sientan incómodos con esta nueva faceta del viejo Bob siempre pueden recurrir al pasado, allí donde anida su verdadera esencia.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)