Elvin Bishop lleva más de 40 años en la ruta. Recorrió cientos de caminos. De norte a sur y de este a oeste. No debe haber una sola ciudad en los Estados Unidos en la que no se haya presentado en vivo. La senda del blues también lo llevó a Europa. Ahora, a poco de cumplir 70 años, acaba de editar un nuevo álbum. Pero esta vez no lo hizo en un estudio, ni el escenario de un bar o un teatro, sino que le sacó blues a su Gibson mientras fluía bajo sus pies el agua del mar Caribe.Este es el segundo disco que se edita en el año en vivo en el Legendary Rhythm & Blues Cruise. El anterior, de Joe Louis Walker, contó con una selección de de invitados como Johnny Winter y Kenny Neal. En éste, en cambio, no hay desfile de músicos sino que se trata de una banda muy sólida encabezada por John Nemeth, el guitarrista noruego Kid Andersen, Finis Tasby, Bob Welsh y Terry Hanck.
Todo el disco tiene un espíritu de celebración en el que Bishop vuelca todas sus influencias. El R&B se mezcla con el blues de Chicago y con un boogie de raíces. Por momentos la guitarra con slide captura la escena. La armónica de Nemeth y el saxo Hanck alternan entre un tema y otro al igual que las voces. Los coros por momentos le vuelvan una dosis de gospel al show.
La selección de canciones es un lujo. Hay varios clásicos como The night time is the right time, It hurts me too, Dyin' flu o la fabulosa River’s invitation, de Percy Mayfield. Y por supuesto hay una nueva versión de Fooled around and fell in love, el tema que llevó a Bishop al tope de los ránkings a mediados de los setenta. Esta vez el cantante no es Mickey Thomas como en aquella oportunidad, pero John Nemeth hace un muy buen trabajo.
Bishop es un pedazo de historia viva. Es uno de los pocos sobrevivientes de la legendaria Paul Butterfield Blues Band y su sociedad junto a Little Smokey Smothers todavía perdura en el recuerdo de quienes disfrutaron sus discos. Todo eso está reflejado en Raisin’ Hell Revue, un disco auténtico en el que no hay glamour ni carteles de neón. Se trata de música fluyendo con naturalidad en un clima de puro festejo.


1) La primera vez que lo vi en vivo fue en 1998 cuando se presentó como telonero de los Rolling Stones en River. Por entonces yo no estaba tan metido en su nueva música y, si bien había escuchado mucho sus discos de los sesenta, no disfruté tanto el show. Tal vez porque estaba en la popular y se veía y escuchaba mal o porque me traicionaba la ansiedad por ver a Jagger y compañía. Pasaron los años y mi interés por su música y su historia creció en forma desmedida. Y Dylan no desapareció, sino que se convirtió en el trovador de los tiempos modernos y en el guardián de la tradición musical más profunda. En abril de 2007 lo volví a ver en vivo.
ás de cuarenta álbumes oficiales y las discográficas lanzaron al mercado más del doble de compilaciones. Es difícil enumerar cuántas canciones compuso Dylan en medio siglo de carrera. Lo cierto es que debe haber unas 20 o 25 que tranquilamente podrían estar entre las 100 mejores de la historia del rock. Me preguntaron muchas veces cuál es para mí el mejor disco de Dylan. Antes de responder siempre hurgo en mi cabeza en busca de un par de razones para no elegir Highway 61 revisted, pero no las encuentro. Con ese disco hizo su primera reconversión: dejó el folk acústico por el rock bien eléctrico. Además es un álbum que tiene canciones alucinantes como Like a rolling stone, Desolation row, Just like Tom Thumb's blues y Ballad of a thin man, y el guitarrista es nada más y nada menos que Mike Bloomfield. Pero a la hora de elegir cuál de sus canciones es mi favorita, mi respuesta varía según el momento que yo esté atravesando: puede ser Don't think twice, is all right, One more cup of coffee o Gotta serve somebody. Hoy me quedo con Changing of the guards.
3) Esta es una anécdota gloriosa que me contó mi amigo Horacio Aizpeolea, un fanático absoluto de Dylan. Cuando el viejo Bob vino en 1998, Horacio era redactor de Información General de Clarín y José Aleman, su jefe, lo mandó a cubrir la llegada al aeropuerto de Ezeiza. Lo que apenas iba a ser una foto epígrafe se convirtió en una cabeza de página porque Dylan en vez de esperar que fueran a buscarlo los organizadores, paró un taxi y se fue al hotel. La curiosidad periodística picó a Horacio como nunca antes le había sucedido y luego de algunas averiguaciones encontró al taxista. Consiguió data de primera mano para su 


Robert Lockwood Jr. – Plays Robert & Robert. Un hombre puede exhalar su alma aullando blues mientras rasga una guitarra de doce cuerdas y eso es lo que se escucha en este álbum. Robert Lockwood Jr. no fue un músico cualquiera, fue uno de los últimos eslabones con el RJ real, el de carne y hueso, y no sólo su leyenda. Según cuenta la historia, Lockwood aprendió a tocar la guitarra de primera mano, ya que cuando era adolescente su madre mantuvo una relación amorosa con RJ. El joven Lockwood encontró en él al padre y mentor que anhelaba y con el tiempo se convirtió en su más fiel discípulo. Plays Robert & Robert -grabado en 1982 y editado en cd once años después por el sello Evidence- tiene seis temas de RJ, cinco suyos y uno de Ma Rainey, y es una obra fundamental en la discografía de cualquier blusero.
Me and Mr. Johnson. Que Clapton haya dedicado en 2004 este disco a la figura de RJ fue un gran aporte al blues por varios motivos: 1) permitió que muchísima gente de distintas partes del mundo, especialmente jóvenes, conocieran la leyenda de RJ y fueran a comprar sus discos o bajar su música; 2) finalmente, después de diez años, Clapton volvió a editar un disco 100 por ciento blusero; 3) sus interpretaciones de temas como When you got a good friend, Stop breakin’ down o Come on in my kitchen son fabulosas; 4) reunió una banda de lujo encabezada por Doyle Bramhall II, Billy Preston, Jerry Portnoy y el baterista Jim Keltner; 5) dio pie a una secuela ese mismo año –Sessions for Robert J.- con más covers y un dvd en el que se lo ve a él tocando en el mismo edificio de Dallas en el que RJ grabó en 1937.
Peter Green with Nigel Watson Splinter Group – Hot foot powder. La vida de Peter Green es para una película. Creó Fleetwood Mac -uno de los grupos más importantes de la historia del rock-, se convirtió en uno de los mejores guitarristas ingleses de los sesenta y dejó la banda porque no podía asimilar el éxito como casi todos sus pares. Luego tuvo una vida errante, de vagabundo y loco. Durante mucho tiempo poco se supo de él: padeció muchos vaivenes emocionales y grabó algunos discos bastante malos. A fines de los noventa decidió reconvertirse junto al Splinter Group y para eso eligió la música de RJ. En 1998 vio la luz The Robert Johnson Songbook, que no resultó ser un gran álbum, debido a que su voz estaba arruinada y el esfuerzo vocal de Nigel Watson y Paul Rodgers no alcanzó para compensar. Dos años más tarde lo intentó de nuevo: para Hot foot powder utilizó otras 13 canciones de RJ e invitó a maestros como Otis Rush, Dr. John, Buddy Guy, Hubert Sumlin y “Honeyboy” Edwards que le terminaron dando al disco lo que le faltó a su antecesor.
e Robert Johnson Project. Este disco fue editado el año pasado y es un tributo a RJ muy decente. La banda de San Francisco, que supo tener entre sus filas a Bob Weir, intentó imprimirle cierto toque personal a cada una de las 14 canciones que conforman el track list. En algunos temas lo lograron con creces: la exquisita zapada con cierto espíritu de jazz latino en If I had possession over judgement day; el sonido funky del piano en Phonograph blues; el fabuloso ritmo sensual del contrabajo en Me and the Devil blues; y el arrebato rockero de Traveling riverside blues, son algunos de los picos del disco. Claro que por momentos tiene sus altibajos, pero en líneas generales se trata de muy buena música interpretada de una manera personal e innovadora.


La banda merece un párrafo aparte. Benoit reunió a músicos que conocen el pantano como pocos: el hijo de Aaron Neville, Ivan, está a cargo de los teclados Hammond; Brady Blade lleva la rítmica desde su batería; y Core y Duplechin se encarga del bajo. Y cuenta con la segunda guitarra a cargo de Osborne, quien, según dijo, utilizó para estas sesiones la Lucille original de B.B. King.