La vida de Vitico probablemente sea una de las más apasionantes de los músicos del rock local. Y su autobiografía, Vitico - El canciller (Planeta / 2023) así lo refleja. Sus páginas nos llevan a los inicios del rock nacional, donde “el cajetilla de Recoleta” se convirtió en un Mod. Su paso por el Di Tella, su relación con Billy Bond y la Pesada del Rock & Roll, sus primeras bandas, el momento en que conoció a Pappo, su gran amigo de la vida, sus raíces vascas y cómo nació su amor por el bajo son algunas de las primeras historias que relata.
En ese escondite de su memoria surgen nombres como los de David Lebón, Javier Martínez, Luis Alberto Spinetta, Black Amaya, Luis Gambolini, Tanguito, Edelmiro Molinari, aunque no de todos ellos guarda un buen recuerdo. También aparecen los discos y canciones que lo moldearon en aquellos años iniciales: Elvis, Little Richard, los Beatles, Jeff Beck, Grand Funk Railroad, los Stones, Manal y Vox Dei. Incluso recuerda con cariño los discos de Glenn Miller de su padre: "Para mí, fue todo un anticipo del rock & roll porque hacía riffs con los bronces".
El capítulo sobre su viaje a Inglaterra, a comienzos de los setenta es casi una novela lisérgica digna de Hunther S. Thompson. El joven piadoso ojos de anfetamina se transformó en un muchacho duro que se fue curtiendo a base de LSD y relaciones peligrosas. Una vida nómade en el Londres post swinging en el que se codeó con transas, ninfómanas, músicos en ascenso y miembros de la alta sociedad. De las audiciones en distintas bandas, como por ejemplo Bad Company, a ser testigo de la primera presentación de Dark Side of The Moon de Pink Floyd son algunos de los hitos de su british tour.
Durante su estadía en Londres se relacionó con algunos miembros de The Who y llegó a zapar con Keith Moon y Pete Townshend. Si bien la anécdota era conocida, en el libro da más detalles de esos encuentros e incluso revela, con cierta angustia, que la canción The Punk & The Godfather, editada en el álbum Quadrophenia, estuvo dedicada a él. “Él (Townshend) es el padrino y yo soy el punk: el pibe con ‘flashing eyes’, como dice la letra, que cree que va a comerse Londres. Es un hachazo atrás del otro. En lugar de sentirme orgulloso por tener un lugar en un disco de The Who, sentí vergüenza por mucho tiempo porque la letra es terrible”, asegura.
Su regreso a la Argentina coincidió con una de las épocas más convulsionadas de nuestra historia contemporánea, que pronto derivó en el sangriento golpe cívico militar del 76. Vitico narra con crudeza la vez que lo secuestraron y torturaron, no por su militancia política, que no la tenía, sino por una causa de drogas. Y vinieron los Criss-Cross, “el eslabón perdido entre los años ingleses y Riff” y luego el nacimiento de esa mítica banda que apareció porque, como decía Pappo, “acá habían ablandado demasiado la milanesa”.
La década del ochenta, los noventa, el rock duro, la muerte de Pappo, su alcoholismo, el amor por su familia, el accidente que casi le cuesta la vida y el extraño surgimiento de Viticus son algunas de las historias que nutren el resto de sus memorias, un libro que se lee de un tirón porque no tiene desperdicio. La de Vitico fue, es y será una vida al palo guiada siempre por una máxima que cantaba el Carpo con su vozarrón… que sea rock.
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