En la Argentina hubo y hay muchísimos músicos excelentes, pero son pocos los que se mantuvieron consecuentes a una idea durante décadas y Daniel Raffo es uno de ellos. Comenzó a tocar en la década del ochenta y con el tiempo se convirtió en un referente absoluto de la guitarra del blues local. Lo que logró fue por una combinación de talento, perseverancia y amor por el blues. Raffo no es un purista. Vive y siente la música con libertad, porque entre sus influencias Peter Green y Eric Clapton pesan tanto como B.B. o Freddie King. Raffo puede montar un show homenaje a los Rolling Stones con tanta pasión como pulverizar las cuerdas de su guitarra en un solo inspirado en T-Bone Walker. Raffo enseña arriba y abajo del escenario. Muchos de los violeros más jóvenes estudiaron con él y los que no, seguramente lo vieron varias veces en vivo y algo de él han tomado. Porque es imposible ignorarlo. Si estas en este mundillo pequeño, complejo y apasionante del blues, sabés que Raffo es un número uno.
Daniel Raffo
nació en 1964 y es otro hijo prodigio de Floresta, aunque una década más joven
que los Memphis, que escribieron su historia en un clásico del barrio que ya no
está, la pizzería La Universal. En el libro Bienal Sur-La historia del blues en la Argentina (Ediciones Gourmet Musical),
con Gabriel Grätzer reconstruimos los primeros años en la música de este gran
guitarrista en un capítulo denominado Daniel,
el terrible:
“En mi casa se escuchaba mucha música. Recuerdo
que mi mamá tenía una colección de vinilos de CBS que tenía jazz, mambo, swing,
tango… y yo los escuchaba todo el tiempo. Cuando entré en la adolescencia
empecé con los Beatles y luego me volqué al rock sinfónico de Yes y Emerson,
Lake & Palmer. A los 18 años escuché el blues y fue gracias a Memphis”,
cuenta.
“La primera vez que los vi fue en el Centro
Esloveno de Floresta y quedé realmente impactado. Entre 1981 y 1988, creo, fui
a unos cincuenta shows de ellos. Iba a todos los que podía. La energía que
tenía esa banda en vivo era algo increíble. Llenaban todos los lugares en los
que tocaban, la gente bailaba. Era siempre una fiesta”, rememora Raffo.
Además de su pasión por Memphis, Raffo comenzó
a bucear en el mundo del blues. Primero puso la mira en los guitarristas
ingleses que habían salido del riñón de John Mayall, como Eric Clapton, Peter
Green y Mick Taylor. Después en los tres King –B.B., Albert y Freddie– y T-Bone
Walker. Para entonces Raffo ya aporreaba la batería con mucha prestancia y
llevaba bastante tocando la guitarra. Su primera banda se llamó Ley Seca, un
trío que hacía temas propios en español muy influenciado por Pappo’s Blues.
Daniel Tvethe era el guitarrista y cantante, Hugo Di Leo se encargaba del bajo
y Raffo sacudía bombo, platillos y redoblantes.
Fue por esos años que Raffo vio que el blues
entraba en una nueva era. “Adrián Otero –dice– me hizo escuchar por primera vez
a Stevie Ray Vaughan. Estaba enloquecido con Couldn’t Stand the Weather. Me
decía que el blues estaba empezando a cambiar y que ellos tenían que hacer lo
mismo”.
En 1985, la relación entre ambas bandas era muy
buena y, de alguna manera, fueron apadrinados por Memphis. Fue así como los
tres grupos realizaron un festival en el patio del colegio Juan Bautista
Berthier, donde Floresta se funde con Villa Luro. “Fue un muy lindo recital”,
asegura Raffo.
Ambas bandas se disolvieron no mucho después.
Richter, Ferreras y Lepera formaron Gallo Rojo. Un par de años más tarde Lepera
murió y los otros se fueron a Bariloche. Raffo ya había hecho el cambio de los
palillos a las seis cuerdas y, si bien en el futuro tocaría ocasionalmente la
batería, ya se perfilaba como un terrible guitarrista. Fue entonces cuando
empezó a darle forma a King Size, un grupo que sería fundamental en la década
del noventa.
En 1988, Raffo estaba tan metido en la música que decidió poner una disquería y alquiló un local en avenida Rivadavia y Lacarra, a metros de La Universal. Si bien en un principio se iba a llamar El Tropezón, en homenaje al tema de Freddie King, la muerte de Luca Prodan, cantante de Sumo, en diciembre de 1987, lo hizo cambiar de parecer y le puso Jardín Primitivo. “Vendía de todo: Soda Stereo, Rick Astley, Madonna, The Police… los éxitos de ese momento. También tenía remeras de rock y libros importados. Pero adentro me la pasaba escuchando blues. Yo estaba muy enganchado con Eddie C. Campbell y Muddy Waters así que en la disquería prácticamente no se escuchaba otra cosa. Empezaron a venir chicos a los que les llamaba la atención el blues y si no me podían comprar los vinilos, se los grababa en cassettes”, rememora. Pero la hiperinflación desatada en 1989 fue demasiado para él y cuando se le terminó el contrato de alquiler bajó la persiana del local para siempre.
En otro
capítulo del libro, denominado Vamos las
bandas, que habla sobre el boom del blues de los noventa y el éxito
comercial de Memphis, La Mississippi, Pappo y Las Blacanblus, vuelve a aparecer
la figura de Raffo.
El guitarrista formó King Size en 1988, y se
destacó por ser uno de los músicos más distinguidos. Sus shows, en cuanto a
público, eran mucho más discretos que los de las otras bandas, pero ofrecían la
oportunidad de escuchar una propuesta estilística distintiva. La primera
formación de King Size incluyó a Raffo y Alejandro Varela en guitarras, Gerardo
Morikone en bajo y Claudio Fernández en batería. En 1990, los dos últimos se
fueron y el grupo se rearmó con los dos guitarristas, Tom Williams en voz,
Oscar Pérez en batería, Fabián Yajid en bajo, más Andrés Herrera y Patricio
Vega en saxos. “Esa fue la mítica formación de King Size. Hacíamos
covers de B.B. King, T-Bone Walker, Albert King, Roomful of Blues y Clarence
‘Gatemouth’ Brown. Sonábamos realmente muy bien y fuimos los
primeros en hacer un repertorio íntegramente en inglés”, cuenta Raffo.
Varela, que también había tocado con Palo
Pandolfo en Don Cornelio y la Zona, dejó King Size en 1994 y fue reemplazado
por Omar Itcovici. Por entonces también se sumó Mariano Slaimen en armónica. A
partir de 1995, King Size se convirtió en una de las bandas más estables del
Blues Special Club.
Daniel Raffo también participó de un proyecto
paralelo: la Albert King Tribute Band, que se formó en 1997, para hacer covers
del gran guitarrista zurdo. La primera formación incluyó a Raffo en batería, el
Bohemio Rubinsztein en bajo y Omar Itcovici en guitarra. Al poco tiempo se sumó
el baterista Gonzalo “Mono” Martino como percusionista, hasta que Itcovici dejó
la banda y Raffo pasó a la guitarra. La banda incorporó una sección de vientos
encabezada por Mariano Cardozo en saxo (..). La agrupación tuvo un cambio más:
Raffo se fue y su lugar fue ocupado por un joven talento al que lo esperaba un
gran futuro internacional: José Luis Pardo. Además de tocar en el Blues Special
Club, se presentaban, regularmente, en lugares a los que asistía otro tipo de
público como el Spell Café, en Puerto Madero, el Hard Rock Café, en Recoleta,
el Kilkenny Bar, en Retiro, y hasta en la disco Buenos Aires News, en los
Bosques de Palermo.
Raffo sigue escribiendo la historia del blues local. Con su compañera, productora artística, ejecutiva y discográfica, Laura
Lagna-Fietta, conforma una sociedad musical que no se detiene. Él reconoce en cada
entrevista que brinda todo el trabajo que ella realizó a lo
largo del camino. Pero también se cae de maduro que al haber tenido en sus
filas músicos como Daniel Allevato, Nico Raffetta, Silvio Marzolini, Guido
Venegoni, Martín Munoa, Mariano D’Andrea, Tavo Doreste y Pato Raffo, entre
otros, lo potenció como músico. Saber rodearse bien es otra de sus virtudes.
A pesar de su extensa trayectoria su discografía es acotada. El primer disco, Daniel Raffo. King Size y otros, editado en 2010, recopila exquisitas grabaciones de varios años junto a distintos músicos argentinos, y con el plus de un gran invitado internacional, Duke Robillard. El segundo, Raffo Blues, es una obra instrumental que grabó en 2013 y lanzó en 2015, en el que mostró que podía darle un giro a su música sin perder su identidad. El último, de 2017, es el directo Capturado en vivo en el que abre con una sorprendente versión funky de Get Lucky, de Daft Punk, que empalma de manera sublime con Every Day I Have The Blues. Además, participó en decenas de grabaciones de otros músicos como un tributo a Pappo o en discos solistas de Sol Cabrera, Sandra Vázquez, Adrián Jiménez, La Mississippi, Alambre González, Tota Blues, Luis Robinson, La Vieja Ruta y músicos de Chicago como Bob Stroger y Carlos Johnson.
La pandemia
puso su proyecto en stand-by durante poco más de un año, pero de a poco lo está
retomando porque lo necesita, porque sabe que todavía tiene mucho para dar. Y
su motor es el placer de tocar. Así lo definió en un programa de tevé en el que
lo entrevistaron: “Me gusta pasarla bien a mí y, principalmente, que la pase
bien la gente. Pero me tiene que gustar a mí. Si yo no la paso bien arriba, la
gente tampoco”.