lunes, 15 de julio de 2019

Cd´s (reloaded)



- ¿Seguís comprando discos?

- No, la verdad que no. Bueno… sí. Bah… en realidad trato de vender discos que no escucho para, con esa plata, comprar otros que me interesan más. Digamos que es como una especie de canje.

Hacía años que no compraba cd’s, pero algunas malas compañías me llevaron de regreso a ese camino sin retorno. Un adicto diría que tuvo una recaída. Tal vez sea así. Mi relación con los cd’s es adictiva y se remonta a 1992. En un local de Musimundo, que estaba sobre la avenida Cabildo, compré los dos primeros: uno de B.B. King y otro de Johnny Winter. A partir de ahí comencé una relación, con altibajos, que dura hasta hoy. Compré cd’s en pequeños locales de las galerías de Belgrano, Minton’s era mi favorita, y también en Tower Records y Disquería Suite. Viajé a Estados Unidos un par de veces en esos años y en ambas ocasiones volví cargado de disquitos a los que un ex amigo los llamaba “bebés”. Hacia fines de los noventa comencé a experimentar con los envíos internacionales a través del portal CD Universe, pero la crisis de 2001 me obligó a terminar con ese tipo de consumo.

Tras la tortuosa salida del uno a uno y la devaluación, con los sueldos por el piso, había que dirigir los pesos, patacones y lecops hacia artículos de primera necesidad. Pero a partir de 2004 la cosa comenzó a reactivarse y lentamente, aunque ya sin la voracidad de antes, volví a comprar discos. Fue por entonces que algunos amigos comenzaron a volcarse al mp3. Y de a poco fui cayendo en la trampa. La facilidad de obtenerlo a cambio de 0 pesos fue muy tentadora. En 2007, viajé a Europa con mi primer reproductor de mp3. Era un aparatito redondo de Sony que tenía capacidad para unas 70 canciones. No le sobraba nada, pero no ocupaba lugar. Disfruté de mi primera visita al viejo mundo sin la necesidad de ahogar las penas consumistas en una disquiería… hasta que llegué a Ámsterdam. Después de un colocón en un coffeshop me fui flotando por las callecitas de la ciudad hasta que me topé, de casualidad, con el cartel azul e inconfundible de Blue Note. Era una disquería de jazz que sólo vendía discos del catálogo de ese sello. Saqué la tarjeta de crédito y me encomendé a Dios.

A mi regreso a Buenos Aires la tecnología y la gratuidad volvieron a imponerse. Desde entonces, mi relación con la compra de discos quedó vinculada a los viajes, propios y ajenos. A donde iba me traía tres o cuatro, cosas puntuales o muy baratas que conseguía usadas. O también haciendo compras por Amazon y mandándoselos a mi hermana que vivía en Nueva York para que me los trajera cuando venía de visita o cuando alguien iba para allá. La colección, de todas maneras, siguió creciendo porque comencé a recibir los discos de las bandas de blues local para reseñarlos o pasarlos en la radio. Muy de vez en cuando me compraba uno acá.

Pero hace unos meses todo cambió. Me agarró la necesidad de reordenar la discografía: darle salida a los discos que ya no voy a escuchar o pasar en el programa para hacer lugar a esos que, por alguna u otra razón, nunca tuve o tenía grabados. Y entonces descubrí que hay un mercado importante de cd’s usados. Hay tipos que compran lotes enteros y pagan relativamente bien si los cd’s lo ameritan y están en buen estado. Mercado Libre regula el precio en base a la oferta y la demanda. Entonces me reencontré con esa pasión dormida. Conseguí Somebody loan me a dime, de Fenton Robinson, y las grabaciones de Muddy Waters para Aristocrat. Me empeciné en conseguir los que me faltaban de los Allman Brothers y también busqué los que valen la pena de la colección de Altaya que, en muchos casos se consiguen por menos de 100 pesos. Y también esos de Bruce Springsteen que adoré en mi adolescencia, Nebraska y Tunnel of Love. O Just one night de Clapton.

Entonces abro la cajita. Tomó el disco y lo pongo en el equipo. Le doy play mientras ojeó el booklet custodiado por ese mueble en el que los guerreros rítmicos reposan silenciosos esperando su momento. Los de blues están arriba y al centro. Los de rock, abajo y a los costados. Los de jazz y los de soul, en unos cajones inferiores. Es raro ese apego por un objeto. Para algunos hasta incomprensible. Pero para otros, como yo, los discos tienen mucho más que música e imágenes. Tienen historias y encierran recuerdos. En ellos están nuestras alegrías y tristezas, nuestros miedos y ansiedades. Son el espejo de nuestras vidas.

11 comentarios:

Pablo Grosman dijo...

Que buen tema! creo que esa sensación de ir a la disquería, ya sea buscando algo en particular ó buscar a ver que se encuentra, es única para los que nos apasiona el asunto. Lo mismo estar en tu casa y buscar "ese" disco que querés escuchar, ponerlo, releer mil veces el "librito" etc. En mi caso cuando salgo todos los dias reviso en mi discoteca y elijo los discos que me llevaré para el día........por suerte mi auto trajo "compactera".

Oscar Castro dijo...

Que lindo lo que escribió el amigo Martín Sassone.

Germán Canda dijo...

Por la mística que transmite. Un disco es la verdadera máquina del tiempo del hombre.

Guillermo Blanco Alvarado dijo...

Acompañame a la primera reunion de cd-ólicos anonimos

Luis Mielniczuk dijo...

Mi vida no seria la misma sin mis discos, es la única cosa material que me interesa en la vida.

El Loco Schoj dijo...

Qué lindo! Qué identificado me siento. Es tan lindo abrir el celofán del último disco de tu banda favorita, cómo así también caminar por el parque de turno y encontrar esa rareza o joya usada que te faltaba. Aguante la música en soporte físico!

Santiago Sorrentino dijo...

Acabo de limpiar algunos ,un laburo

Gabriel Gratzer dijo...

Porque un disco representa un estándar de calidad en la manera en que recibimos y percibimos la música. Más allá de la mística de ir a comprarlo o de abrirlo o de "coleccionarlo" o de la información que trae o la gráfica, el el hecho de poder palpar físicamente y, valga la paradoja, de conectarnos, con esa obra que, de alguna manera, el mp3 no logra igualar del todo porr más que que todos, por diferentes motivos escuchamos mucha música por las redes.

Luther Blues dijo...

Fantastica nota ! Nunca pense que Youtube y Spotify me truncarian la herencia de cintas , acetatos y compactos .

Daniel Raffo dijo...

Hola Martin, linda nota como siempre. Tuve disqueria en los 80's antes del CD, vinilos y cassettes,despues CDs y despues me hice millennial. Vendi todo, bueno algo recuerdo que te ofreci, guarde todo en mp3, y a Spotify mientras exista. Y si Algun Dia esta plataforma pasa a ser un recuerdo mas, la guardare en mi memoria junto con los otros formatos mencionados agregando tambien el irreemplazable olor del plastico cobertor de los vinilos al abrirse

Atilio Peruzzi dijo...

Excelente nota. A principios de los 70's tuve una disquería en Floresta (Av. Segurola y Rivadavia) y todavía conservo gran parte de mi colección de discos LP de esa época y cuando apareció el CD volví a comprar gran parte de la colección de vinilos que tenía en CD, puesto que algunos vinilos nunca volvieron a editarse en formato digital. Sigo y seguiré comprando música en formato físico y al MP3 solo lo uso por comodidad para escuchar en el auto.