sábado, 21 de septiembre de 2024

Eric Clapton, el último inmortal

Foto @RobertGayol 

Eric Clapton volvió una noche y lo hizo con todo. El show que dio en el estadio de Vélez quedará grabado por siempre en la memoria de los fieles que peregrinaron hasta Liniers para estar cerca de Dios. Desde los primeros acordes introductorios de Sunshine of Your Love hasta el abrazo final con todos sus músicos, Clapton hizo emocionar al público con ese tono único, una voz a la que el tiempo le dio lo que le faltaba, y ese carisma que lo caracterizó durante toda su carrera.

A diferencia de su último show en 2011, que fue correcto, pero sonó como en piloto automático, esta última presentación sobresalió por su naturalidad y una conexión absoluta entre el guitarrista y su banda. Tal vez fue así porque estuvieron ensayando durante toda la semana en el Teatro Coliseo, en un clima relajado e íntimo sin que nadie lo supiera, y muy posiblemente también porque fue el primero de los shows de la gira. A todos se los notó muy frescos y en Clapton no se percibió ningún síntoma de la neuropatía periférica que lo afecta desde hace tiempo.

Cuando todavía era de día, y ante muy poca gente, David Lebón se dio el gusto de abrir para Clapton. Lo hizo con media docena de canciones entre las que se destacaron Cuánto tiempo más llevará y Mundo agradable. El exguitarrista de Serú Girán y Pescado Rabioso se llevó un gran aplauso que más tarde se replicó cuando fue a sentarse en la platea para ver a su ídolo. Como acto intermedio apareció Gary Clark Jr. que tocó durante una hora y, como diría Pappo, ablandó demasiado la milanesa. Más allá de la gran versión de Bright Lights, con ese riff abrasivo, dio la sensación de que el exaspirante al trono hendrixiano terminó de mutar al neo soul y el R&B, con un sonido que lo acercó más a Marvin Gaye y D’Angelo.

A las 21, con puntualidad británica, se apagaron las luces y Clapton apareció en escena vestido con gorra de béisbol, pañuelo al cuello, una especie de poncho con cierre y capucha, jean y náuticos marrones, sosteniendo entre sus manos una Strato negra. Sonny Emory comenzó a aporrear la batería, Nathan East y Doyle Bramhall II se sumaron con el bajo y la guitarra, y ahí entró en acción Clapton con ese viejo tema de Cream, aunque lejos de la psicodelia que lo hizo popular. Con un sonido limpio y claro, y un volumen muy controlado, anticipó lo que sería el resto del show.

Tras esa introducción, Clapton fue hacia el terreno en el que más cómodo se siente, el del blues. Interpretó Key To The Highway con la misma pasión que lo hace desde hace décadas. Cuando terminó saludó al público con un “good evening, hello”, que serían de las pocas palabras que diría en toda la noche. Siguió con otro blues clásico, Hoochie Coochie Man, en honor a Willie Dixon y Muddy Waters, una exquisita versión con unos coros góspel a cargo de Katie Kissoon y Sharon White, y el piano barrelhouse de Chris Stainton. El show escaló con Badge, con largos solos voladores, interrumpidos por una bruta distorsión y una vuelta suave a la melodía. Así terminó la primera parte eléctrica

Le acercaron una silla y una guitarra acústica, y durante cuatro o cinco minutos Clapton logró que todo un estadio quede subyugado ante el embrujo de Robert Johnson con una sentida versión de Kind Hearted Woman Blues. Apenas un hombre y su guitarra para dominar al mundo. El resto de la banda se sumó para Running on Faith, esa hermosa y conmovedora balada del disco Journeyman, aquí con la magia de Doyle Brahmall II con el slide. Luego presentó un nuevo tema, The Call, siguió con Change The World y así dio paso a uno de los momentos más intensos de la noche, su interpretación de Nobody Knows You When You're Down and Out, con un punteo a dedo limpio que resumió porque alguna vez lo igualaron con Dios.

Clapton se sintió muy cómodo en modo unplugged, muy conectado con el público, sobre todo cuando encaró la bella Lonely Stranger y luego Believe in Life, que primero registró en el álbum Reptile y años más tarde se la dedicó a “la dama del balcón”, como llamó al disco grabado durante la cuarentena. Cerró este tramo del show con una luminosa versión de Tears in Heaven.

Clapton volvió a enchufar la Strato y rescató del arcón de los recuerdos Behind The Mask, un hit ochentoso de August. Entonces llegó Old Love y el show alcanzó la plenitud, el éxtasis total y el climax hizo cumbre en la cima del Everest. Lanzó un par de solos infernales -porque del Cielo al Infierno hay un solo paso- y para la épica final se sumó Tim Carmon con el hammond y los teclados para terminar de hechizar a un público que ya estaba completamente en trance. Volvió al blues con Crossroads y Little Queen of Spades, otras dos canciones con la rúbrica de Robert Johnson, en las que Clapton le dio mucho mucho espcio a sus músicos para que se expresaran.

El inevitable final ya estaba en marcha. Nathan East comenzó golpear suavemente las cuerdas del bajo, se sumó Emory para marcar el ritmo y en la intro Clapton intercaló un extracto de No llores por mí Argentina antes de lanzar los inconfundibles acordes de Cocaine, esa sucia cocaine. Promediando el tema, Staiton desde el piano hizo un puente con La cumparsita, para redondear una versión descomunal.

Y fue así como terminó, bien arriba, en comunión con la gente que fue hasta Vélez para reencontrarse con la leyenda. Pero quedaba algo más, el tan necesario bis, para el que eligió otro blues que toca desde siempre, Before You Accuse Me, ahora con Glary Clark Jr. como invitado sobre el escenario. Con una guitarra con la bandera palestina, Clapton mandó un mensaje que a muchos les resulta incómodo, pero para los que preservan la vida y desean la paz resulta muy trascendental. A los 79 años, como Highlander, Clapton mostró que es inmortal y que con un fraseo de su voz o su guitarra puede cambiar el mundo.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Ratones Paranoicos en cuatro actos: la gran ceremonia del rock & roll

Fotos: NA/Mariano Sánchez

Ha sido un largo viaje plagado de excesos, éxitos, polémicas y rock and roll. Cuatro décadas después, Ratones Paranoicos, los mismos cuatro que comenzaron en Villa Devoto con la vuelta de la democracia, se despidieron a lo grande con un show inolvidable en Vélez, aunque quedó flotando en el ambiente la sensación de que ese adiós fue más bien un hasta luego.

Uno 

El show comenzó con una hora de demora. Las bandas teloneras –Atraco y Lion Machine- cumplieron con el horario pautado, pero el plato fuerte de la noche se demoró más de lo esperado. El embudo que se formó en el ingreso al campo provocó una cola sobre Juan B. Justo de más de un kilómetro, pero la espera adentro del estadio fue matizada con canciones de AC/DC, Johnny Winter y Pappo (¡cómo sonó Sucio y desprolijo!). 

A las 22:05 el estadio ya estaba colmado. Se apagaron las luces y apareció Bobby Flores, el maestro de ceremonias. “Hoy todos somos Ratones Paranoicos”, bramó en el mismo momento en el que Juanse, Sarco, Pablo Memi y Roy aparecieron en escena. Antes de empezar a tocar avanzaron por una pasarela hasta tres cuartos de cancha para saludar al público, una masa uniforme de cabezas y brazos en constante movimiento. Entonces llegaron los primeros acordes de Les Paul negra de Juanse y hubo rock. Isabel, decorada con una buena sección de caños, fue el primer tema de la noche. Después siguieron con Rainbow y ahí fue cuando Juanse se dirigó por primera vez en la noche a su gente: “¡Viva el rock and roll! Está más vivo que nunca”.

Dos 

Los Ratones tocaron un popurrí de temas de todos sus discos, canciones que nos transportan a fines de los ochenta y los noventa. No son muchas las bandas argentinas que tengan semejante catarata de hits.

Los que flameaban las banderas amontonados en la parte delantera del campo no dejaron de hacerlo en ningún momento. La intensidad del resto del público fue al compás de la música. Cuanto más clásico era el tema, más cantaban y se agitaban. Y Juanse sabe cómo llevar un show. Lo de anoche no fue ese descontrol ahumado de los años de Cemento o Prix D’Ami, sino otra forma de vivir el rock & roll. Porque Juanse, Memi y Roy no son los únicos que tienen canas (Sarco por algún misterio capilar lo tiene bien negro), sino que buena parte del público también combina el pelo gris con remeras rockeras.

Una muy prolija versión de Vicio, con piano de Yamil Salvador y los caños de Miguel Ángel Talarita, Marcelo Garófalo y Pablo Fortuna, confirmó que uno puede sortear de alguna manera el inevitable deterioro del paso del tiempo, o al menos llevarlo con mucha dignidad. Se sucedieron El centauro, Sucia estrella y la sensual Carol. Antes de presentar a Facu Soto, cantante de Guasones, para que le ponga la voz a Una noche no hace mal, Juanse recordó al médico Alfredo Cahe, que murió el viernes: “Si no fuera por él, yo no estaría acá”. Y, conmovido, confesó: “Lo más hermoso que te puede pasar en la vida es verlos ahí, uno a lado del otro. ¡Que Dios los bendiga a todos!”. 

Hubo Rock del pedazo, para alegría de la muchachada, Sarco cantó con su voz curtida Vodka doble, y tocaron esa belleza de Fieras Lunáticas, que es La nave. El show, que se destacó por un sonido impecable, entró luego en una llanura de temas de segundo orden como Damas negras, Magia negra, Simpatía, Líder y otras, donde el plus diferencial fue la participación de la corista Dedé Romano. 

Tres 

El riff memorable del Rock del gato fue el primero de la estocada final de hits. Entonces llegaron Cowboy y Sigue girando, los dos temas que la masa más bailó y cantó. Y para terminar y despedirse se despacharon con una extensa versión de Para siempre, esa composición calamersca que suena muy a él y no tanto a ellos, pero que Juanse aprovechó para hacer de las suyas como si todavía tuviera 20 años. Se sacó la remera y se quedó en cueros, corrió de punta a punta del escenario, se trepó a la columna de iluminación y pegó el salto, aunque esta vez no hubo huesos rotos. “Gracias por venir, vuelvan tranquilos y será de nuevo algún día… si llegamos”, dijo a modo de despedida. Un indicio más para creer que lo de Última Ceremonia Tour es apenas un slogan que no van a cumplir.

Cuatro

Un video de poco más de un minuto, con un repaso veloz de la tremenda historia de la banda musicalizado con Carmina Burana, fue el interludio hacia los bises, que por su extensión fueron como un mini show agregado. Porque no fueron una o dos canciones, sino que los Ratones interpretaron seis más.

Primero tocaron Ceremonia, porque eso es lo que estaba sucediendo y pedía la noche. Y luego entrelazaron Juana de Arco, Colocado voy, Ya morí, Sucio gas y, como mera última, Banda de Rock ‘N’ Roll porque su letra es casi la confirmación de que todavía tienen más camino por recorrer: “Ya no puedo dejar de tocar rock and roll / Todo el tiempo estoy en este lugar / Ya no puedo dejar mi banda de rock and roll”.

jueves, 12 de septiembre de 2024

El regreso al blues del hijo pródigo: a 30 años del lanzamiento de From The Cradle de Eric Clapton

Desde que Eric Clapton grabó el histórico disco junto John Mayall Bluesbreakers en 1966 pasaron una infinidad de cosas en la vida del guitarrista británico hasta 1994. Integró Cream, luego Blind Faith y más tarde Derek & The Dominos; padeció una severa adicción a la heroína, de la cual se recuperó con mucho sacrificio; colaboró en infinidad de proyectos como el de Delaney & Bonnie; tuvo un mega éxito con Cocaine; se asoció musicalmente con Phil Collins; padeció con el alcohol; perdió trágicamente a su hijo Connor; y tuvo un tremendo suceso con su disco Unplugged. En todo ese tiempo, Clapton coqueteó con diversos sonidos y géneros musicales. Pasó por la psicodelia, el rock sureño, el reggae y el pop, pero siempre con una pata, o al menos la punta de los dedos, metida en el blues. Hasta que, finalmente, decidió que era momento de sumergirse de lleno en la música con la que se formó. Así nació From The Cradle.

El álbum, lanzado el 12 de septiembre de 1994, hace hoy 30 años, logró recrear el ambiente del blues eléctrico de posguerra. Clapton recurrió a clásicos de Willie Dixon, Elmore James, Muddy Waters, Freddie King, Leroy Carr, Jimmy Rogers y Lowell Fulson para darle forma a un disco que sería bisagra en su carrera.

La guitarra slide que inicia Blues Before Sunrise ya marca el tono del álbum, un mensaje sin filtros, bien directo: esto es blues, solamente blues. Su voz en la canción incluso imita el gruñido de Elmore James y la banda suena contundente. Temas como Five Long Years, Hocchie Coochie Man, Blues Leave Me Alone, Sinner's Prayer, pero sobre todo las magníficas versiones de It Hurts Me Too y Someday After a While se encuentran entre las mejores y más poderosas interpretaciones de blues que él haya grabado. Hay un atractivo pop en su relectura acústica de Motherless Child, tema que parece linkear a éste disco con su antecesor, el Unplugged, mientras que el solo de Groaning the Blues es probablemente de los más intensos y apasionados de toda su carrera.

La interpretación del repertorio de From The Cradle fue intuitiva, precisa y muy respestuosa del sonido tradicional. El disco, producido por el propio Clapton en compañía de Russ Titleman, fue grabado en vivo en el Olympic Studios Barnes en Londres, con solo dos overdubs: la guitarra dobro en How Long Blues y la batería en Motherless Child.

La banda que lo acompañó estuvo formada por una notable selección de músicos. Chris Stainton, que venía de tocar en los setenta con Joe Cocker y más acá con el tiempo con Bill Wyman's Rhythm Kings y Steve Winwood, se encargó de los teclados. Andy Fairweather Low, que llevaba unos años junto a Clapton y descolló en el Unplugged, aportó las guitarras rítmicas. La base de bajo y batería recayó en manos de dos sesionistas de fuste como Dave Bronze y Jim Keltner, mientras que la armónica estuvo a cargo de Jerry Portnoy, que tuvo su doctorado en el género acompañando a Muddy Waters en los setenta. A ellos se le sumó la poderosa sección de vientos The Kicks Horns en algunos temas.

From The Cradle significó el regreso al blues de su hijo prodigo. Ese reencuentro con la música de sus maestros lo llevó a grabar después un álbum memorable junto a B.B. King (Riding with the King / 2000) y dos discos enteramente dedicados al cancionero de Robert Johnson en 2004 (Me and Mr. Johnson y Songs for Robert J.) y también a incorporar de manera definitiva no menos de cinco clásicos del género por show. Desde aquél disco de 1966, que llevó a sus fans a considerarlo Dios, Clapton recorrió un largo camino, por momentos sinuoso en su vida personal y cuestionable en lo artístico, pero que siempre tuvo un pie metido en el blues.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Kingfish Ingram, el blues y más allá

Fotos gentileza Ake Music.

El preludio, una grabación futurista con una voz grave y distorsionada que anuncia al artista y su procedencia, pone fin a la ansiedad de un público que ocupó hasta la última butaca disponible del Teatro Gran Rivadavia. Son las 21:30, ni un minuto más ni un minuto menos, y la banda despliega una base funky para darle la bienvenida a la estrella de la noche. La figura inmensa de Christone "Kingfish" Ingram se desplaza lentamente desde el costado del escenario hacia el centro. Lleva una remera gris, jeans rotos y zapatillas. De sus hombros cuelga una Gibson Les Paul negra, que ante su imponente humanidad parece diminuta. Los primeros acordes que lanza transforman la expectativa en realidad. El futuro del blues ya llegó. Está aquí entre nosotros.

Kingfish balbucea unas primeras palabras en inglés. Dice algo así como que es su primera vez en Argentina, y se mete de lleno en el primer tema de la noche, Midnight Heat, de su álbum Live in London. D-Vibes Alexander, el tecladista, introduce algunos sonidos que no están asociados con la pureza del blues, pero que se complementan muy bien con el tono de la guitarra del protagonista. “¿Les gusta el blues en Argentina?”, pregunta Kingfish para obtener una respuesta contundente en el que el “yeah” se mezcla con el “sí”, algo que deja en evidencia que la mayoría se acercó hasta el teatro de Flores para escuchar esos viejos blues de su Clarksdale natal, algo que él lleva en su esencia, pero que no es la parte central de su show. De todas formas, no es ajeno al deseo de la gente y se sumerge en un slow blues demoledor que lleva el título de Fresh Out.

Sigue con Another Life Goes By, con un ritmo reggae que el público no esperaba pero que intenta disfrutar. D-Vibes incorpora un sonido que parece entre ser el de un acordeón o una armónica cromática, que se combina con la voz profunda de Kingfish. El show es muy profesional: los arreglos, los empalmes entre canciones, el manejo de los tiempos y los volúmenes muestran que lo único que queda librado a la improvisación es cuando el guitarrista se sumerge en largos y sentidos solos. Una base de smooth jazz impone el contexto sonoro del siguiente tema, Empty Promises, que Kingfish lentamente transforma en una poderosa balada.

Not Gonna Lie, un funky enérgico, de su álbum 662, es la excusa para sacar a relucir su manejo de la pedalera y ametralla con un wah wah cada rincón de la sala. Ya pasaron 45 minutos desde que comenzó y Kingfish sale por el mismo lado que había entrado, mientras la banda sigue al galope y D-Vibes contraataca con sonidos que escandalizarían a los puristas. Instantes después comienza a escucharse de nuevo la guitarra, pero Kingfish no está en el escenario. Todos se paran para verlo entrar por el fondo de la sala. A paso lento, y entre decenas de celulares que buscan arrancarle el alma, avanza interpretando Mississippi Nights, otro slow blues asesino en el que su punteo se recuesta a la distancia sobre el colchón del hammond y una base rítmica muy sólida, que no se sale de libreto ni por un instante. Cuando logra llegar al escenario, la gente está en llamas, y él empieza a tocar con la lengua, ese acto tribunero de los guitarristas tan innecesario como eficaz.

Para el siguiente tema, Kingfish cambia la Les Paul por una Telecaster violeta y negra que le allana el camino a más y mejores riffs. Un funky enérgico se apropia de Hard Times, una canción que en su álbum debut de 2019 grabó en versión acústica y con un sonido digno del blues del Delta, algo que termina de confirmar que el rumbo musical elegido por el artista va más allá de la tradición. Ese tema termina con un duelo entre Kingfish y D-Vibes, que sale de su zona de confort con un teclado-guitarra Korg y otros sonidos poco convencionales.

La octava canción, Rock & Roll, está dedicada a su madre, Princess Latrell Pride Ingram, que murió en 2019. La letra narra el sacrificio que tuvo que hacer ella, ante la ausencia de su padre, para que su hijo pudiera venderle el alma al rock & roll. Cierra a puro shuffle con Outside of This Town, de su álbum debut, y con 662, tema que da nombre a su segundo disco, ambos grabados para el sello Alligator. Son las 22:51 cuando Kingfish y sus músicos dejan el escenario. El público se para y empieza a corear el “olé, olé, olé…”, esa certificación argenta de que el recital fue un éxito. Un par de minutos después D-Vibes regresa tomando una Amber Lager de Patagonia. En soledad interpreta una breve versión jazzeada de Eleanor Rigby de los Beatles hasta que los otros miembros de la banda y el propio Kingfish vuelven a copar el escenario para un bis con Long Distance Woman, otro tema más de su autoría.

El blues es un género folclórico que surgió a comienzos del siglo XX en el sur rural de los Estados Unidos. Para preservarse tuvo que expandirse y adecuarse. Entre Memphis y St. Louis incorporó instrumentos de viento y piano, en la Costa Oeste sumó orquestación y en Chicago, a fines de la década del cuarenta, el sonido se electrificó. Desde entonces, el blues estuvo en constante evolución. Es por eso que esa evolución también es parte de la tradición y Kingfish Ingram lo sabe muy bien. Tiene el futuro del blues en sus manos, porque se ubica a la vanguardia de la nueva generación desde que tiene 13 años y hoy con 25 lo asume con total. No va a cantar Sweet Home Chicago. Key to the Highway o Manish Boy, porque las versiones originales son insuperables y están ahí al alcance de todos, y él tiene sus propias historias que contar.


martes, 3 de septiembre de 2024

Freddie King, el coloso del blues

La historia del blues está plagada de grandes nombres que, a lo largo del siglo XX, dejaron su marca en la música popular. Desde aquellos próceres del blues rural como Charley Patton, Robert Johnson, Blind Lemon Jefferson y Son House hasta los grandes guitarristas eléctricos como B.B. King, Albert King, Buddy Guy, Otis Rush y T-Bone Walker, pasando por quienes encabezaron la transición del sonido rural y acústico al urbano y eléctrico como Big Bill Broonzy, Muddy Waters, Elmore James y Howlin' Wolf, contribuyeron para darle forma al género precursor del rock & roll. 

Pero esos músicos no fueron los únicos. Hubo muchos otros más y entre ellos aparece uno al que siempre ubican en la trilogía de los reyes, con B.B. y Albert, el gran Freddie King. El voluminoso guitarrista texano es una leyenda de un tiempo pasado, aunque generacionalmente todavía podría estar entre nosotros. Era apenas dos años mayor que Buddy Guy, quien hoy sigue activo. Su imponente legado musical solo es contrastable con el vació que dejó tras su temprana muerte. Hoy cumpliría 90 años.

De Texas a Chicago

Freddie King había nacido como Freddie Christian en Gilmer, Texas, el 3 de septiembre de 1934. Era hijo de J. T. Christian y Ella Mae (o May) King. A los seis años empezó a tocar la guitarra con su madre y un tío, Leon King. De joven compró una guitarra acústica Roger's con el dinero que había ganado recogiendo algodón.

Se mudó a Chicago con su familia en 1949 y A los 16 años se incorporó a la banda de un club de blues que incluía entre sus miembros a un joven Howlin' Wolf. Por entonces sus influencias, los que molderaron su estilo eran Lightnin' Hopkins, T-Bone Walker, B. B. King y Elmore James. 

En 1952, se casó con Jessie Burnett. Durante el día trabajaba en una fábrica de acero y daba espectáculos por la noche. Ese año, formó su propia banda, los Every Hour Blues Boys, que incluía a Eddie Taylor, Jimmy Rogers, Jimmy Lee Robinson y Sonny Scott. En 1953 grabó sus primeras canciones para el sello Parrot. Un par de años más tarde firmó con El-Bee Records donde también dejaría registro de lo que serían los cimientos de una notable carrera musical. 

Durante la década del cincuenta, King fue rechazado por Chess Records, la gran discográfica de blues de Chicago, pero eso no lo frenó y siguió tocando en clubes. Por esa época también trabajó con la Sonny Cooper Band y los Blues Cats de Earlee Payton. En 1960, firmó con King/Federal, un sello que contaba con grandes artistas como el pianista Sonny Thompson, que colaboró ​​con él en varias grabaciones de temas que pronto se convirtieron en clásicos: Hide Away, San-Ho-Zay, Have You ever Loved a Woman, The Stumble y Side Tracked.   

King realizó una gira por los Estados Unidos y actuó en salas de conciertos, clubes nocturnos y festivales de jazz y blues. Cansada de la brutal agenda de giras y grabaciones de su marido, Jessie, su esposa, y sus seis hijos se mudaron a Dallas en 1962. King dejó Chicago y se mudó con ellos en 1963. Allí trabajó en perfeccionar su propio estilo vocal conmovedor. En 1966 hizo una serie de apariciones en un programa semanal de televisión de rhythm and blues de Dallas cuya banda de la casa estaba liderada por Clarence "Gatemouth" Brown.

Reconocimiento internacional y banda multirracial

Firmó con Cotillion en 1968 y grabó dos álbumes, Freddie King is a Blues Master y My Feeling for the Blues. Ese mismo año realizó una gira por Inglaterra. En 1969 fue uno de los artistas principales del Texas International Pop Festival. Como muchos artistas de blues de finales de los sesenta y principios de los setenta, King tenía estrechos vínculos con el rock and roll. Músicos como Eric Clapton y Jeff Beck grabaron sus canciones, y King realizó giras con Clapton.

Freddie King fue uno de los primeros músicos de blues en tener una banda de acompañamiento multirracial en sus presentaciones, rompiendo barreras y estableciendo nuevos estándares.

En 1971 grabó el primer álbum importante en vivo jamás realizado en Austin, en Armadillo World Headquarters, conocido a veces como "la casa que Freddie King construyó". Tocaba regularmente en el club y volvía periódicamente para recaudar fondos. Sus grabaciones con Shelter Records, producidas por Leon Russell, le valieron el reconocimiento en todo el estado como un "bluesman de Texas de primera categoría". Esos discos fueron: Getting Ready (1971), Texas Cannonball (1972) y Woman Across The River (1973). Tras esa experiencia grabaría dos álbumes más para RSO producidos por Mike Vernon, Burglar (1974) y Larger Than Life (1975).

King murió el 28 de diciembre de 1976 como consecuencia de úlceras sangrantes y pancreatitis. Tenía 42 años. En 1982 fue incluido en el Salón de la Fama del Blues de la Blues Foundation. La gobernadora de Texas, Ann Richards, declaró el 3 de septiembre de 1993 como el "Día de Freddie King", y en 2003 la revista Rolling Stone lo situó en el puesto vigésimo quinto de su lista de los 100 mejores guitarristas de la historia. Sus potentes licks aún pueden oírse en la forma de tocar de Eric Clapton, Joe Bonamassa, Billy Gibbons y Mick Taylor, y otros que ya no están como Peter Green y Stevie Ray Vaughan. En 2012 fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll un detalle que no hizo otra cosa que ratificar su música trascendió las fronteras del blues .