Foto @RobertGayol |
A diferencia de su último show en 2011, que fue correcto, pero sonó como en
piloto automático, esta última presentación sobresalió por su naturalidad y una
conexión absoluta entre el guitarrista y su banda. Tal vez fue así
porque estuvieron ensayando durante toda la semana en el Teatro Coliseo, en un
clima relajado e íntimo sin que nadie lo supiera, y muy posiblemente también
porque fue el primero de los shows de la gira. A todos se los notó muy frescos
y en Clapton no se percibió ningún síntoma de la neuropatía periférica que lo afecta
desde hace tiempo.
Cuando todavía era de día, y ante muy poca gente, David Lebón se dio
el gusto de abrir para Clapton. Lo hizo con media docena de canciones
entre las que se destacaron Cuánto tiempo más llevará y Mundo
agradable. El exguitarrista de Serú Girán y Pescado Rabioso se llevó un
gran aplauso que más tarde se replicó cuando fue a sentarse en la platea para
ver a su ídolo. Como acto intermedio apareció Gary Clark Jr.
que tocó durante una hora y, como diría Pappo, ablandó demasiado la milanesa.
Más allá de la gran versión de Bright Lights, con ese riff abrasivo,
dio la sensación de que el exaspirante al trono hendrixiano terminó de mutar al
neo soul y el R&B, con un sonido que lo acercó más a Marvin Gaye y
D’Angelo.
A las 21, con puntualidad británica, se apagaron las luces y Clapton
apareció en escena vestido con gorra de béisbol, pañuelo al cuello,
una especie de poncho con cierre y capucha, jean y náuticos marrones,
sosteniendo entre sus manos una Strato negra. Sonny Emory
comenzó a aporrear la batería, Nathan East y Doyle Bramhall II se
sumaron con el bajo y la guitarra, y ahí entró en acción Clapton con ese viejo
tema de Cream, aunque lejos de la psicodelia que lo hizo popular. Con un sonido
limpio y claro, y un volumen muy controlado, anticipó lo que sería el
resto del show.
Le acercaron una silla y una guitarra acústica, y durante cuatro o cinco
minutos Clapton logró que todo un estadio quede subyugado ante el
embrujo de Robert Johnson con una sentida versión de Kind
Hearted Woman Blues. Apenas un hombre y su guitarra
para dominar al mundo. El resto de la banda se sumó para Running on Faith,
esa hermosa y conmovedora balada del disco Journeyman, aquí con la
magia de Doyle Brahmall II con el slide. Luego presentó un nuevo tema, The
Call, siguió con Change The World y así dio paso a uno de los
momentos más intensos de la noche, su interpretación de Nobody Knows You
When You're Down and Out, con un punteo a dedo limpio que resumió porque
alguna vez lo igualaron con Dios.
Clapton se sintió muy cómodo en modo unplugged, muy
conectado con el público, sobre todo cuando encaró la bella Lonely
Stranger y luego Believe in Life, que primero registró en el
álbum Reptile y años más tarde se la dedicó a “la dama del balcón”,
como llamó al disco grabado durante la cuarentena. Cerró este tramo del show
con una luminosa versión de Tears in Heaven.
Clapton volvió a enchufar la Strato y rescató del arcón de los recuerdos Behind The Mask, un hit ochentoso de August. Entonces llegó Old Love y el show alcanzó la plenitud, el éxtasis total y el climax hizo cumbre en la cima del Everest. Lanzó un par de solos infernales -porque del Cielo al Infierno hay un solo paso- y para la épica final se sumó Tim Carmon con el hammond y los teclados para terminar de hechizar a un público que ya estaba completamente en trance. Volvió al blues con Crossroads y Little Queen of Spades, otras dos canciones con la rúbrica de Robert Johnson, en las que Clapton le dio mucho mucho espcio a sus músicos para que se expresaran.
El inevitable final ya estaba en marcha. Nathan East comenzó golpear
suavemente las cuerdas del bajo, se sumó Emory para marcar el ritmo y en la
intro Clapton intercaló un extracto de No llores por mí Argentina
antes de lanzar los inconfundibles acordes de Cocaine, esa sucia
cocaine. Promediando el tema, Staiton desde el piano hizo un puente con La
cumparsita, para redondear una versión descomunal.
Y fue así como terminó, bien arriba, en comunión con la gente que
fue hasta Vélez para reencontrarse con la leyenda. Pero quedaba algo
más, el tan necesario bis, para el que eligió otro blues que toca desde
siempre, Before You Accuse Me, ahora con Glary Clark Jr. como invitado
sobre el escenario. Con una guitarra con la bandera palestina,
Clapton mandó un mensaje que a muchos les resulta incómodo, pero para los que
preservan la vida y desean la paz resulta muy trascendental. A los 79 años,
como Highlander, Clapton mostró que es inmortal y que con un fraseo de
su voz o su guitarra puede cambiar el mundo.