Foto gentileza Paula Alberti |
Uno de los mayores coleccionistas de discos de country blues del mundo es argentino. Ha colaborado a lo largo de los años con importantísimos sellos discográficos europeos, como por ejemplo el prestigioso Document, a los que le aportó material único que atesoró durante décadas. Todo aquél que sabe algo de blues conoce su nombre. Max Hoeffner es fuente de consulta permanente, tanto para experimentados musicólogos como para los aficionados que lo contactan a través de Facebook. Y él siempre responde.
Hoeffner,
nacido en 1947, también es un reconocido artista plástico, que dedicó buena
parte de su vida a realizar pinturas y collages, en su mayoría sobre músicos de
blues y su ambiente, que puede ser una cabaña del Mississippi, un viejo auto de
la década del treinta, un juke joint o una ruta polvorienta.
Mujeres y guitarras. |
En el libro
Bien al sur-La historia del blues en la Argentina, que escribimos con Gabriel
Grätzer, contamos la historia de los Hoeffner:
“(…) no
comencé como coleccionista sino como un aficionado. Igualmente, estaba definido
hacia el blues desde mucho antes. A mí Blind Blake, por ejemplo, me gustaba
desde los seis años. Me acuerdo, que un día regresábamos de las vacaciones y
papá me había anticipado que cuando llegara iba a tener una pila de discos que
le habían llevado Bettinelli y Verdegay. Cuando llegué, me encontré con varios
long plays arriba de la mesa. Ahí escuché por primera vez a tipos como Sam
Collins y Blind Joe Reynolds. Eso para mí y para papá fue una revelación.
Escuchar y descubrir a esos músicos del veinte, fue maravilloso. Pero a veces,
por ahí venía Bettinelli y nos decía que tenía unos discos para vendernos de
Jazz Gillum o Tommy McClennan, cantantes de blues que eran más de fines de los
treinta y cuarenta. Los escuchábamos y decíamos ‘No, esto no’. O sea,
rechazábamos discos que después sería impensado no aceptar. ¡Una locura! Pero
en ese momento no nos interesaban. Nosotros queríamos a tipos como Charley
Patton, los más antiguos”, recuerda Max.
“Bettinelli, Verdegay y papá –cuenta Hoeffner–
eran la crema del country blues. Acá, quizás, el único que podía haber llegado
a tener long plays de country blues en cantidad y calidad, te digo 20 o 30, no
más, era Néstor Ortiz Oderigo. Otro en la Argentina no había. Así que papá era
prácticamente el único que escuchaba esta música. Después, por suerte, tuvo la
plata necesaria como para seguir comprando y agrandar la colección. Junto con
Bettinelli y Consiglio tuvieron la inquietud de buscar y rastrear el material”.
Las muchas tiendas que, sobre todo en el
centro, ya vendían álbumes de jazz lo hacían más por una moda que por un hecho
relacionado al conocimiento o al coleccionismo. De modo que los mismos
vendedores tampoco sabían muy bien qué ofrecían. Para aquellos que buscaban un
disco específico, no quedaba otra que escribir a las casas especializadas en
Londres (como la Hot Record Exchange) o, tal como hacía el grupo de amigos de
Hoeffner, a Avery Records, en Estados Unidos, cuyos discos de 78 r.p.m.
llegaban a Guillermo a través de un marinero amigo.
“Ahora, hay catálogos, está todo más ordenado
–sostiene Max Hoeffner–, pero en los primeros tiempos a uno le llegaba un disco
con temas de Leroy Carr, por ejemplo, y no se sabía si existía algo más de él.
Todo eso hasta que en los sesenta apareció el libro Blues and Gospel Records, de John Goodrich y Robert Dixon, que recopilaba en forma ordenada las
grabaciones de country blues desde 1890 hasta 1943. Ahora está el 90% de la
discografía de country blues de preguerra en CD. Es una gran diferencia. Pero
lo que hicieron aquellos hombres, junto con papá, fue único”.
En 1980, Max Hoeffner, su padre y Norberto
Bettinelli abrieron la disquería Harlem Record Shop sobre la calle Paraguay,
entre Suipacha y Esmeralda, en pleno Centro porteño.
“Ahí se vendía básicamente jazz, que era lo que más pedía la gente, y el blues se llevaba en un porcentaje ínfimo y el country blues, casi nada. Con papá decidíamos qué comprar y qué no, incluso hacíamos encuestas para ver qué era lo bueno y qué era lo malo. Salvo algunos investigadores y puristas como Jaime Tarazow o Tito Petrera, los que podían llegar a comprar algo de blues eran algunos fanáticos de jazz que por extensión a lo que ellos coleccionaban tenían que comprar determinados pianistas o cantantes, pero nunca un guitarrista, salvo Papa Charlie Jackson porque tocó con orquestas y acompañó a Ma Rainey. Pero lo compraban como una novedad, no porque estuvieran interesados en el verdadero country blues. Nadie iba a comprar un LP de Lonnie Johnson o de alguno de los artistas de country blues más antiguos”, explica Hoeffner. Y recuerda su relación, en aquella época, con Document Records, que fue todo un hito: “Mi vinculación con el sello se dio durante ese período, en la etapa de la disquería. Junto con mi padre descubrimos que un LP de Al Miller, que Johnny Parth, dueño del sello, había editado, sonaba mucho peor que una cinta que teníamos nosotros. Le mandamos una carta primero, y luego por teléfono, contándole de esta y otras cintas y así fue como él nos llamó y terminamos aportando más de 50 cintas que hoy forman parte de la colección y donde figuramos como aportantes”.
En los
noventa, Max Hoeffner siguió vinculado al blues al frente de programas de radio
y también escribiendo notas en la revista Blues Special, que tuvo apenas cinco
números, pero fue muy importante en el desarrollo del género en nuestro país
por el contenido que aportó en épocas que nada estaba a un click de distancia.
Desde la aparición de las redes sociales, el coleccionista trasladó sus
conocimientos a los distintos foros especializados que hay en Facebook. Allí
participa activamente compartiendo todo su conocimiento.