Willy Quiroga, Rinaldo Rafanelli, Quebracho, B.B. King, Héctor Starc y Pappo |
“No sé cuántas veces vine. Amo venir a la Argentina. La gente es agradable y muy buena”.
B.B. King (1925-2015)
Carlos “Pirimpimpin” Geniso y Carlos Pan eran dos de los cinco integrantes del grupo Avalancha, una banda de culto de los setenta que interpretaba rock and roll con una marcada influencia blusera. Ellos estaban a cargo de la sección rítmica, mientras que Dicky Campilongo y Miguel “Botafogo” Vilanova tocaban las guitarras, y Liliana Lagardé era la voz principal. En 1975 grabaron su único single para el sello Parnaso. El lado A contenía el tema Cómo me gusta el rock and roll, con Charly García como invitado, y el B tenía la bluseada y pegadiza La rusa se fue con los basureros, con la colaboración del guitarrista Nacho Smilari y el aporte de David Lebón al piano. Tras ese registro y una serie de shows memorables, el grupo se disolvió y cada uno siguió su camino. Geniso y Pan decidieron irse a los Estados Unidos y ese viaje, tiempo después, derivaría en un acontecimiento singular e inesperado para aquél entonces: la primera visita de B.B. King a Buenos Aires, de la que ahora que se cumplen 40 años.
Botafogo recuerda cómo fue la cocina de esa primera gira del Rey del Blues: “En los setenta, mientras estaban en Nueva York, Pan y Geniso se las arreglaban como podían para vivir. Pirimpimpin empezó a vender hot dogs en una esquina de Manhattan y un día tuvo un golpe de suerte: vio que pasaba B.B. King. Como era uno de sus ídolos ni lo dudó y se le acercó. Lo saludó y le regaló un pancho. El negro se sorprendió con el gesto, le agradeció y se fue. Resulta que justo en un edificio de esa esquina tenía sus oficinas el manager de B.B., Sid Seidenberg, y esos encuentros se repitieron con mucha frecuencia. B.B. pasaba y Pirimpimpin le regalaba un pancho”.
"Un buen día -agrega Botafogo- B.B. King lo invitó a la oficina de su manager y allí Geniso le dijo que quería llevarlo a la Argentina. El manager le respondió qué si le ponía 15 mil dólares arriba de la mesa, la gira se hacía. Pasó un buen tiempo hasta que Pirimpimpin juntó el dinero y lo logró”.
Peter Deantoni, autor del libro Pappo Made in USA (Editorial Planeta), y road manager de aquella primera gira de B.B. King al país, añade que “Carlitos Geniso cumplió con todo: juntó el dinero vendiendo remeras del Papa Juan Pablo II y alguna que otra cosa, y pagó dólar por dólar para traerlo”.
Para montar el evento, Geniso y Pan armaron la productora “Memphis” y contaron con la colaboración de Daniel Grinbank, a quien todavía le faltaban algunos años para fundar la radio Rock&Pop y volverse el empresario número uno del rock, y algunos artistas conocidos como Nito Mestre. “Los chicos -dice Deantoni- gastaron una fortuna en producción: empapelaron Buenos Aires con afiches del show, alquilaron Obras durante dos noches y reservaron suites en el Hotel Bauen para que B.B. King se alojara con su banda y asistentes, que eran más de una docena de personas”.
La llegada del Rey
“Lo fuimos a buscar con Carlos Geniso al aeropuerto de Ezeiza. Esa fue la primera vez que lo vi a B.B., con quien luego trabajé en muchísimas giras más a lo largo de los años y nos hicimos muy amigos. Él era un tipo muy reservado y salía poco cuando estaba de gira porque por lo general si no tocaba le gustaba descansar. Una tarde fuimos caminando a Blue’s (un local de venta de instrumentos musicales ubicado en Rodríguez Peña al 300) que era sponsor de la gira. Allí se sacó una foto con Carlos Onorato, el dueño, y también le firmó un disco. Las otras dos salidas que recuerdo que hizo fueron para comer: una a Pippo y la otra a Bachín, un restaurante que estaba en Sarmiento y Montevideo”, rememora Deantoni.
El sábado 26 de abril de 1980, el Rey del Blues debutó con un show íntimo para la prensa e invitados especiales en el salón de la planta baja del Hotel Bauen. El poeta, escritor y periodista Miguel Grinberg dejó constancia de esa noche en un artículo titulado “Apogeo de música y de fraternidad” que escribió para el extinto diario La Opinión:
Todo adjetivo es insuficiente. Toda alabanza resulta estrecha. Decir que B.B. King es maravilloso apenas hace justicia a su conmovedora grandeza, a su descomunal sencillez. No ha habido en muchísimos años en Buenos Aires una ceremonia musical de esta naturaleza, expresión en pequeña escala de la inevitable apoteosis que tendrá como escena el estadio Obras. El show comenzó a plena orquesta, bajo la conducción del trompetista Calvin Owens. Óptima, con un potencial rítmico irresistible. […] En un amplio marco de blues, rhythm and blues y soul, la orquesta es portadora de un espíritu que no decae con las décadas, que coexiste con otros modos musicales blancos llamados rock, folk o country and western, pero que los sobrepasa en vigor y armonía.
Es el alma negra resistiendo, sobreviviendo, amando, riendo, emocionando a todo aquel capaz de ser natural. B.B. King y su guitarra Lucille son la máxima expresión de los blues modernos. Ya no se trata de antiguas cadencias rurales o suburbanas. Desde 1970 en adelante, con The Thrill Is Gone, King se implantó en el ámbito de la pop music, revitalizando todo posible abordaje de los blues remontándolos a cumbres incomparables. Cuando canta, canta, no toca la guitarra. Y cuando toca la guitarra no canta, toca. En ambos casos, conmueve, exalta. La gente en el Bauen terminó de pie, extasiada, bailando, cantando coros, feliz. B.B. King -después de estrechar decenas de manos- bajó del estrado lagrimeando, y murmuró a su manager: “Es increíble, gente que no tiene en general dominio del inglés y de la música ha sido tan atenta, tan compañía”.
Después de su conferencia de prensa, el viernes pasado, cuando la prensa se había retirado, B.B. King terminó de cenar. Supo que había músicos argentinos (roqueros) en el lugar y los llamó a su mesa. Propuso un brindis: “Amigos, un hombre simple dice cosas simples. Brindo porque cuando yo me muera en este lugar tan austral, siga habiendo gente que toque rock y blues”.
La banda que vino con B.B. King aquella primera vez fue una de las mejores que tuvo en sus más de sesenta años de carrera profesional: además del trompetista y director musical Calvin Owens, lo acompañaron James “Bogaloo” Bolden (trompeta), Robert Garner (saxo tenor), Edgar Synigal Jr. (saxo barítono), Sam Hurt (trombón), Leonard Gill (guitarra), Joseph Carrier (piano), Russell Jackson (bajo) y Calep Emphrey Jr. (batería).