viernes, 28 de diciembre de 2018

Blues, pasión y talento argentino

José Luis Pardo & The Mojo Workers - Phillipe is. Leí por ahí duras críticas a José Luis Pardo motivadas más que nada por el resentimiento de quien las dice. Lo descalifica porque se promociona y le va bien, y eso parece imperdonable en el mundillo sectario del dueño del blues y sus 20 subordinados. Por suerte, José Luis Pardo no se hizo cargo de esas agresiones y sigue componiendo, grabando, enseñando y tocando en vivo. La de Pardo es una vida dedicada al blues y aquél que lo discuta realmente entiende muy poco. Hace diez años editó el disco Country & City blues con el que expresó con mucho talento su background musical. A partir de entonces comenzó a buscar su propio sonido, siempre tratando de mantenerse cercano al blues y al soul, sus grandes pasiones. Lanzó discos muy interesantes e innovadores, tanto desde lo musical como desde lo visual, como 13 formas de limpiar una sartén y Ruccula for Drácula. Pero ahora, con su nuevo álbum logró plasmar esa búsqueda en 18 exquisitas composiciones propias, 16 de ellas con letras escritas en inglés. Phillipe is, inspirado en el nacimiento de su primer hijo, es su álbum más logrado. Los mejores momentos del disco son el poderoso shuffle Tell me why, el conmovedor blues True story of a young man y la melodiosa y souleada Tryin’ hard (to do my best). También sobresalen World full of trouble, inspirada en Albert King, Si no escucho, un blues lento cantado en español en el que la letra encaja perfectamente sin forzar la métrica y la rima, y Still in love with you, donde resplandecen las guitarras acústicas con espíritu de gispy swing. Pardo muestra su solidez y su crecimiento musical en cada uno de los 18 temas, pero no habría podido hacerlo sin el acompañamiento de una sección rítmica tremenda conformada por David Salvador (bajo) y Pascual Monge (batería), más el toque justo de Guillermo Raíces en teclados y los ocasionales aportes de Fernando Bellver en guitarra rítmica. El disco se va con Like the birds, que cuenta con la colaboración de Tota Blues en armónica. Phillipe is, que está dedicado a la memoria de Otis Rush, muestra que el blues es un género versátil y con proyección y que Pardo es uno de los mejores exponentes en el viejo mundo.

Tota Blues – Hard to make a livin’. Y si hablamos de referentes argentinos de la escena del blues en España no podemos omitir a Flavio Rigatozzo, más conocido como Tota Blues. Acompañado por su amigo e incondicional ladero, el guitarrista Martín Merino, acaba de lanzar un nuevo disco en vivo con viejos clásicos del blues y algunas composiciones propias. Al dúo lo respaldan Cristian “Poyo” Moya, pianista argentino radicado en Barcelona, José Pilar (bajo) y Eduardo Nieto (batería). Hard to make a livin’ captura la esencia del sonido más tradicional, ese que Tota profesa con mucho ímpetu y respeto. La banda suena con mucha intensidad a lo largo de las 14 canciones. En el repertorio sobresalen temas de Snooky Pryor (Keyhole in your door, Lovin’ you is killing me y My baby been gone) y los clásicos Let the good time roll, Rock me baby, Dust my broom, Good morning little schoolgirl y Messin’ with the kid. La armónica de Tota es protagonista absoluta del show, pero también hay lugar para prolongados solos de guitarra y de piano. En The creeper returns, Tota vuela con total libertad y el Poyo Moya, esta vez al hammond, dibuja unas notas efervescentes hasta que entra en escena Merino con un punteo apabullante. Esa canción expresa, más que ninguna otra, del espíritu de grupo. Algo similar pasa en Blussi, en la que los tres argentinos fusionan sus instrumentos con total naturalidad. Pero es el tema que da nombre al álbum, una composición de Tota, en el que la banda roza la perfección: comienza con un solo de armónica fabuloso, irrumpe el piano, después el riff de guitarra y la rítimica. Tota canta que tuvo que cruzar el mundo, tocar en las calles para poder ganarse la vida, y que muchas veces está cansado pero que siempre da lo mejor. José Luis Pardo y Tota tienen proyectos diferentes, pero muchas veces se complementan. Puro talento argentino de exportación.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Esos viejos blues


Joe Louis Walker y el armoniquista inglés Giles Robson se conocieron hace tres años en un festival de blues en Holanda. Enseguida empatizaron y se propusieron grabar un disco acústico, una suerte de regreso a las raíces más profundas del blues. Walker le sugirió sumar al proyecto al experimentado pianista Bruce Katz (Allman Brothers, John Hammond Jr., Delbert McClinton). Un año más tarde, los tres músicos se encontraron en Woodstock, Nueva York, y en los estuios NRS grabaron Journey to the heart of the blues, que Alligator Records acaba de editar.

Journey…, que fue producido por ellos tres, combina un repertorio viejos blues, en su mayoría canciones que no fueron tan abordadas en las últimas décadas. “El álbum es un regreso a los días en que menos era más. No hay largos solos de guitarra, ni batería, ni instrumentación extra. Solo buen blues tocado con honestidad y pasión”, explica Katz. “Cada canción del disco -agrega Robson- nos lleva a un viaje lírico y musical al corazón mismo del blues”.

La sinergia de este trío es formidable. Si bien Walker y Katz ya habían tocado juntos con anterioridad no lo habían hecho en este formato. Y Robson se acopló a ellos con mucha prestancia. La armónica, la guitarra y el piano fluyen con absoluta naturalidad como solía pasar en la década del cuarenta cuando músicos como Sonny Boy Williamson I, Jazz Gillum o Big Maceo encabezaban sus tríos.

El disco comienza en clave de boogie con Mean old train, de Papa Lighfoot, y sigue con It’s you, baby, del legendario Sunnyland Slim. Otros de los temas que interpretan son I’m a lonely man (Sonny Boy Williamson II), You got to run me down (Washboard Sam) y Feel like blowin’ my horn (Roosevelt Sykes). Además, se sumergen en el repertorio de Big Maceo con Poor Kelly blues y Chicago breakdown. Pero tal vez la versión más sorprendente, por su reconfiguración, es Murderer’s home, de Blind Willie McTell. Un solo tema fue escrito para la ocasión: G&J boogie, un instrumental que lleva la rúbrica de Walker y Robson.

En cada uno de los temas la voz de Walker resulta imbatible y la combinación de los tres instrumentos desemboca sin obstáculos en un exquisito combo sonoro donde se reparten el protagonismo en partes iguales. El trío logró imponer el estilo de antaño con un sonido limpio y orgánico. Es el viejo blues pulido y lustrado. Una obra que no pretende superar a lo que ya se grabó, sino que busca rescatar viejas canciones olvidadas de una época dorada del blues.


lunes, 26 de noviembre de 2018

Un hombre de fe


Bryan Lee soñó los arreglos musicales de Sanctuary la noche anterior a presentarse en un festival en una iglesia de Spitsbergen, en Noruega. Al día siguiente la tocó con su banda tal cual la había soñado y hasta decidió grabarla en ese país. Pero la revelación que se le presentó en ese lejano país nórdico tardaría siete años en ver la luz. Recién este año, Lee se juntó con el productor Steve Hamilton y terminaron de darle forma al disco. Se trata de un álbum de once canciones en las que el guitarrista ciego de Nueva Orleans expresa su amor a Dios y su gratitud a la vida.

En el álbum abundan los temas de tinte religioso y queda de manifiesto que el artista es un hombre de fe. En Fight for the light, el primer tema del disco, comienza con el groove del bajo y luego Lee canta que hay que luchar por la luz, que “Jesús te llevará muy alto” y que “Satán es un mentiroso”. Jesus gave me the blues es un funky con mucho hammond y coros en el que revela que, además del blues, también le dio el poder Espíritu Santo. En U-Haul habla de su búsqueda y lo qué encontró en su guitarra y el Señor. Only if you praise the Lord es como un sermón en una iglesia de las afueras de Nueva Orleans rodeado mucho color y fieles. En The Lord´s prayer y Jesus is my Lord and saviour también expone sus creencias y cuánto cambió su vida cuando le abrió las puertas de su corazón a Dios: “Solía fumar mucho, tomar muchas drogas y desear a la mujer de mi vecino, pero eso ya no lo hago más”.

El resto de los temas también son autorreferenciales. The gift es un shuffle monumental en el que recuerda sus inicios como músico, de cómo Chuck Berry y Little Richards lo inspiraron para tocar rock and roll y cómo la música de Freddie King lo volcó definitivamente al blues. Mr. Big es su crítica al “hombre importante”, que por más dinero que tenga y más gente se lleve por delante no va a alcanzar nunca la felicidad. Don't take my blindness for a weakness es un testimonio de cómo logró salir adelante pese a perder la vista cuando tenía ocho años. “Vos podés ver el sol, la luna y las estrellas. Yo solo puedo ver oscuridad, pero no tomes mi ceguera por una debilidad”, canta mientras la guitarra expresa con un solo muy sentido. Con Ain’t gonna stop deja sentado que va a seguir tocando hasta que “Jesús me lleve a casa”.

Y por supuesto está Sanctuary, la canción que motivó todo el disco, una melodía exquisita que Bryan Lee interpreta con mucha pasión acompañado por un hermoso coro y la guitarra dobro con slide de Greg Koch.

Bryan Lee logró fusionar muy bien la prédica religiosa con el blues y el resultado es un disco muy espiritual, pero con un ritmo atrapante y unos solos viscerales, que se puede llevar con absoluta naturalidad a un juke joint o a una pequeña iglesia donde brillan los coros gospel.


sábado, 17 de noviembre de 2018

La gran fiesta de La Mississippi

Fotos Nico Suárez
¿La Mississippi es una banda de blues o de rock? La Mississppi es blues y también es rock o, como mejor dice Ricardo Tapia, es un grupo ecléctico de música negra. Pero el suceso de La Mississippi no pasa por uno u otro género musical sino por sus canciones y la energía y la pasión con las que las interpretan en vivo. Esto quedó demostrado el jueves a la noche en el Luna Park cuando la banda celebró sus 30 años y en casi tres horas de show recorrió muchos de sus temas clásicos que el público, su público, cantó a la par de ellos.

El Luna Park estaba prácticamente repleto y la primera sorpresa llegó de la mano del payador Emanuel Gabotto que improvisó una presentación bien folklórica. Poco antes de las 21,30, Tapia-Ginoi-Cannavo-Tordó-Picazo aparecieron en escena en medio de una gran ovación. “La emoción de 30 años, es la alegría de 30 años. Estamos acá por ustedes”, fueron las primeras palabras del cantante. Segundos después sonaron los acordes de Niño bien. La fiesta ya estaba en marcha.

Fue una noche memorable para La Mississippi y su público fiel. Primero porque la banda entregó todo, como siempre, y supo salir adelante cuando se presentaron algunos problemas de sonido bastante frecuentes en los shows en el Luna Park. Y, después, por el incesante desfile de figuras por el escenario.

La mayor sorpresa de la noche fue la aparición de Valeria Lynch, quien convenció a Tapia y compañía de interpretar con ellos Desconfío, el clásico de Pappo. “Quiero cantar este tema con ustedes nos pidió. ¡Cómo le íbamos a decir que no!”, contó Tapia. Y pasó lo que tenía pasar: Valeria Lynch alcanzó un registro extraordinario como solo ella puede hacerlo. También subió al escenario Willy Quiroga, el legendario bajista de Vox Dei, para una versión candente de Azúcar amarga. “Si hace 40 años me decían que iba a tener al maestro de invitado no me lo creía”, dijo el líder de La Mississippi.

El momento más emotivo de la noche fue el reencuentro de Las Blacanblus Cristina Dall, Deborah Dixon y Viviana Scaliza, quienes recordaron a la fallecida Mona Fraiman, e hicieron unas exquisitas armonías vocales en Same old blues y My babe. Los grandes maestros de la guitarra de blues, Botafogo y Daniel Raffo, también tuvieron su momento en la celebración. El primero en una furiosa versión de El gato de la calle negra y el segundo en la clásica Caldonia.

La banda también se reencontró con antiguos miembros como los armoniquistas Claudo Zárate y Rubén Vaneskeheian, los saxofonistas Eduardo Introcaso y Zeta Yeyati, y el tecladista Chuky de Ipola que subieron en más de una ocasión para interpretar viejos temas como Matadero, San Cayetano, Un poco más, El detalle y Blues del equipaje.

Además, La Mississippi interpretó una batería de temas más recientes como Búfalo, Criollo, la flamante Reserva especial y su descomunal versión de Post Crucifixión, “uno de los tres mejores temas de la historia del rock nacional”, según Tapia. Hubo más invitados: los guitarristas Tano Marceillo y Mariano Martínez (Ataque 77), y los cantantes Facundo Soto (Guasones) y Pity Fernández (Las Pastillas del Abuelo).

Sobre el final llegaron Café Madrid, que levantó al público de sus asientos y Un trago para ver mejor, con el que convocaron de nuevo al escenario a todos los invitados que, como siempre en estos eventos, resulta un caos sonoro que solo se justifica por la foto todos juntos. Hubo un par de bises –Blues de Santa Fe y Mala transa- y así llegó a su final el sueño que tenía La Mississippi de un gran festejo en el Luna Park.

La Mississippi se sostiene por la relación entre sus miembros, su enorme talento arriba del escenario, el carisma de su líder y decenas de canciones que hablan de ellos, pero también de nosotros.

LA HISTORIA DEL GRUPO MÁS DURADERO DEL ROCK NACIONAL

sábado, 3 de noviembre de 2018

Vivir rápido, morir joven


“Cuando piensa en los malvaviscos, piensa también en Johnny Ace. En su voz melosa, que endulzaba los ojos de las mujeres. ‘Eres pegajoso como un malvavisco’, le decía a veces Willie. Él reía como un niño travieso. Lo que era, en realidad. Un niño-hombre entonces, que ahora sería un hombre-niño”. 

                                                                                              Una chica sin suerte, de Noemí Sabugal. 

Pese a su breve carrera, Johnny Ace fue uno de los cantantes más importantes de la década del cincuenta. Un músico con aire juvenil que destilaba ternura y cautivaba principalmente al público femenino. Su temprana y trágica muerte fue un cimbronazo por aquél entonces y con el tiempo su nombre se diluyó en la historia de la música popular. Pero su legado musical está ahí, intacto, listo para ser redescubierto.

John Marshall Alexander Jr. fue otro de los hijos prodigios de Memphis. Podría haber llegado a tener el estatus de Bobby “Blue” Bland si aquella noche en el City Auditorium de Houston, Texas, no hubiera tenido ese pequeño revólver calibre 22 a mano. Pero ese es el final de la historia. Antes dejó su marca en Beale Street, cuando la mítica calle era el epicentro de la música popular en el sur de los Estados Unidos. Primero se destacó como pianista de la banda de Adolph Duncan, luego como cantante del grupo que integraba B.B. King y también como frontman de los Beale Streeters, y hasta fue DJ en la radio WDIA, la misma en la que se destacaron B.B. y Rufus Thomas.

En 1952, lanzó su carrera solista bajo el nombre artístico de Johnny Ace y firmó con el sello Duke. Su primer single, My song, llegó al número uno del chart de R&B y se mantuvo durante varias semanas. Fue más o menos por esa época cuando Don Robey, dueño de Peacock Records, absorbió Duke y eso les dio mayor exposición a sus artistas afuera de Memphis. Johnny Ace tenía un futuro brillante por delante, era uno de los talentos más prometedores, y Robey lo supo ver. En los dos años siguientes grabó un hit detrás de otro: Cross my heart, The clock, Saving my love for you y Never let me go.

Los éxitos llevaron a Ace a giras agotadoras, con shows casi todas las noches, trasegando litros y litros de alcohol casi sin descanso, mientras alentaba su peligroso hobby de disparar a los carteles en la ruta.

El 25 de diciembre de 1954, Peacock Records realizó un festival navideño en el City Auditorium de Houston bajo el nombre de “Negro Christmas Dance”. El cartel tenía como protagonistas a B.B. King, Johnny Otis, Willie Mae “Big Mama” Thornton y Johnny Ace. Eran las 11 de la noche y miles de fans esperaban que saliera para la segunda parte de su show. Pero un dolor de muelas lo aquejaba y trataba de aliviarlo con vodka. Estaba en el camarín, de mal humor, junto a su novia, Olivia Gibbs. También los acompañaban una amiga de la joven, Big Mama Thornton y el músico Joe Hammond. Ace ya estaba pasado cuando empezó a jugar con la pistola. Los que lo acompañaban se pusieron nerviosos porque les apuntaba y bromeaba. Ace decía que tenía una sola bala y que no estaba en la recámara. Big Mama le arrebató el arma, pero Johnny la recuperó y siguió gatillando. Le apuntó a Hammond y éste lo increpó: “¿Por qué no te apuntas a ti mismo?”. Y Johnny lo hizo. Sus últimas palabras fueron: “Miren, les mostraré que no se dispara”.

El proyectil entró por la sien y se alojó en su cerebro. Ace murió en el acto y su novia se salvó de milagro. Si el arma hubiera sido de un calibre mayor probablemente ella también habría corrido la misma suerte porque él la tenía sujetada con su otro brazo. Big Mama salió gritando histérica del camarín, pero el público no escuchó nada porque se estaba deleitando con Johnny Otis y su orquesta. Al día siguiente, los medios informaron que Johnny Ace se había matado jugando a la ruleta rusa. Si bien eso fue desmentido por todos los testigos directos del hecho, hoy todavía aparecen artículos en los que sostienen esa versión. Pocos días después de su muerte, Don Robey lanzó el single póstumo que llevaba el tema Pledging my love en el lado A y No money en el B. Pledging my love, que Ace grabó con la orquesta de Johnny Otis, se convirtió en un verdadero éxito en 1955.

Como una estrella de rock, Johnny Ace vivió rápido y murió joven. Su música hoy sobrevive en algunas compilaciones, especialmente uno que se llama Memorial Album, que condensa lo mejor de su repertorio y rescata la figura de un artista que nunca debería extinguirse.

viernes, 26 de octubre de 2018

La voz del pantano


“Cuando miro hacia atrás me doy cuenta que era bastante diferente lo que hacía y cómo sonaba. Soy como un lobo solitario. Sólo toco mi guitarra y no me preocupo por el resto de las cosas. Ellos no saben si soy blanco o negro, si toco blues o country. Si se los tengo que explicar es porque estoy perdido”. 

Tony Joe White fue la verdadera voz del pantano. Nació cuando promediaba la Segunda Guerra Mundial en Oak Grove, Louisiana, el típico pueblo sureño de los Estados Unidos, ubicado a una hora de Rolling Fork, Mississippi, cuna del gran Muddy Waters. Se crio entre algodonales y con la música fluyendo a su alrededor. Los work songs que escuchaba en el campo, el country-western que sonaba en la radio, los blues que tocaban los músicos itinerantes y el incipiente rock & roll lo fueron moldeando. Cuando agarró la guitarra no la largó más.

Su voz de barítono y su talento para la composición pronto definirían su estilo. Su música lo llevó a peregrinar por Texas, Louisiana y otros estados sureños hasta que, en 1967, llegó a Nashville, Tennessee. Allí los planetas se alinearon y Tony Joe White dio el paso trascendental en su carrera. Desarrolló una fusión de country, blues y southern soul que pronto sería llamada swamp rock. En la localidad de Hendersonville, donde hoy yacen los restos de Johnny Cash, grabó su primer single para el sello Monument (Georgia Pines/ Ten more miles to Louisiana). En los tres años siguientes, que significaron el auge y la caída del movimiento hippie y la época más cruda de la guerra de Vietnam, Tony Joe White escribió sus mejores canciones. Polk Salad Annie, que grabó en 1969 en Muscle Shoals, Alabama, se volvió un éxito de inmediato, y luego pasaría a ser un standard  del mismísimo Elvis Presley. La letra, que describía la vida rural de una joven, reflejaba sus raíces sureñas, al igual que sus otros éxitos: Roosevelt and Ira Lee, Rainy night in Georgia y Willie and Laura Mae Jones.

Su imagen de galán de Hollywood, sus botas y sombreros de piel de serpiente, la densidad de su voz y su groove pantanoso lo acompañaron durante la primera mitad de la década del setenta con un jugoso contrato con Warner y míticas grabaciones junto a los MG’s o las Memphis Horns. Pero en 1976 dio un paso al costado y se recluyó de la vida pública. Cuatro años después volvió con un perfil más bajo. Tal vez, afectado por el estilo imperante de la época, grabó unos discos bastante flojos en los que intentó aggiornar su ya clásico swamp rock con ribetes de música disco. La década maldita de los ochenta lo golpeó en su fase más creativa. Pero en 1989 retomó su senda al colaborar en el álbum de Tina Turner Foreign affair y lentamente así volvió a agarrar las riendas de su carrera.

El nuevo milenio lo encontró muy activo. Grabó decenas de discos y participó en grandes festivales, especialmente en Europa y Estados Unidos. Uno de sus discos más emblemáticos de los últimos años es Uncovered, en el que contó con invitados como Eric Clapton, J.J. Cale, Mark Knopfler y Waylon Jennings. Semanas atrás lanzó un nuevo álbum. Bad mouthon’ es probablemente el más blusero y minimalista de todos. Allí interpreta clásicos de John Lee Hooker (Boom boom), Jimmy Reed (Big boss man), Big Joe Williams (Baby, please don’t go) y hasta una extraordinaria y cansina versión de Heartbreak hotel. Todo el disco tiene un ritmo cadencioso y un clima denso que con las últimas noticias cobra un nuevo sentido. El miércoles, Tony Joe White sufrió un ataque cardíaco y murió en su casa de las afueras de Nashville. Así, la voz del pantano se convirtió en leyenda.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Salto en alto


El primer disco de El Club del Jump, Jump Tonic (2015), marcó el camino. El segundo, Checkmate (2017), representó la consolidación. Y ahora The new and original songs of… es sin dudas el salto en alto de esta banda que parece no tener techo. En este tercer álbum Martín Burguez logró afianzar la composición y es por eso que ahora su nombre antecede al del grupo. Cada una de las once canciones combinan la magia del sonido de la década del cincuenta, blues, swing, rockabilly, con la frescura de la novedad.

De movida se percibe la notable mejoría de Martín Burguez a la hora de cantar. Su voz alcanza registros sublimes, suena muy convincente y su pronunciación del inglés no muestra fisuras. Y ese protagonismo vocal, mucho mayor que en los discos anteriores, no afecta su consabido buen toque con la guitarra: sus riffs, licks y solos también aumentaron su calidad. Pero el crecimiento individual de Martín Burguez se dio en el marco de un desarrollo grupal. El Club del Jump es una familia que integran los hermanos Burguez, Alberto está al frente de las teclas, junto a Christian Morana y Gonzalo Rodríguez, responsables de una sólida sección rítmica.

El sonido global del grupo también se vio sensiblemente modificado por el aporte del saxo barítono de Maximiliano Chávez, que se sumó al tenor de Federico Álvarez para conformar una sección de vientos más acorde a lo que Martín Burguez buscaba para sus nuevas canciones.

Drive my car, que no es un cover del tema de los Beatles, arranca con la banda muy enchufada, con unos coros animados y la sección de vientos estableciendo el pulso con el que van a acompañar todo el álbum. La intensidad se mantiene con mucho swing, con Martín Burguez sumamente comprometido hasta el menor detalle con los arreglos, y pelando unos solos soberbios. She left me out y From bar to bar realmente parecen hits de los cincuenta reversionados, pero en realidad son creaciones del último año que muestran el crecimiento de Martín Burguez como compositor. En There’s only you, un blues más cansino, el guitarrista expresa da rienda suelta a toda su creatividad. Lo mismo hace en el instrumental The big bite, como si se subiera a un escenario a zapar con Danny Gatton y Nick Curran. También queda expuesta la influencia de Charlie Christian, especialmente en el tema Blusy. El cierre es un soul solapado, donde el piano de Alberto Burguez explora un ritmo voraz y los punteos finales de guitarra son sublimes.

El arte de tapa, a cargo de Lara Grimberg, es consecuente con la obra de los Burguez y compañía, una joya que combina el sonido vintage con la nitidez de la era digital. Un equilibrio justo para que las nuevas generaciones disfruten de una época dorada la música popular.


martes, 9 de octubre de 2018

La piel de Willie Mae


“Nunca nadie me enseñó nada. Nunca fui a la escuela de música ni nada parecido. Tuve que quedarme en casa para cuidar de mi madre, que estaba enferma. Por eso me enseñé a mí misma a cantar y a tocar la armónica y la batería. No sé leer música. Si escucho un blues que me gusta, intento cantarlo a mi manera. Siempre es mejor hacer las cosas a tu manera. Mi forma de cantar viene de la experiencia. De mi propia experiencia. De mis propios sentimientos. No canto como nadie excepto como yo misma. Soy gorda. Y negra. Pero valgo más que todos vosotros, bastardos”. 

Una chica sin suerte es la última novela de la periodista española Noemí Sabugal. Está basada en la gira europea de Big Mama Thornton de 1965, en el marco del American Folk Blues Festival. La autora se metió en la piel de la legendaria cantante y logró trazar un perfil auténtico y descarnado. Su pasión, sus miedos, sus virtudes, sus inseguridades, sus certezas, su dolor y su alegría. Por momentos ella nos habla en primera persona. Reflexiona sobre su vida. Mira hacia atrás y hacia adelante. Recuerda a Diamond Teeth Mary, a Johnny Otis, a Johnny Ace, a Jimmy Witherspoon, a Little Esther, a Don Robey, de Peacock Records, y a todos los que influyeron, para bien o para mal, en su carrera musical. Odia Hound dog, el hit que Leiber y Stoller escribieron para ella. La letra le parece estúpida.

La narración cambia su eje y Sabugal recrea la gira europea, ciudad por ciudad, y los diálogos entre los músicos. Aparece un joven Buddy Guy, bastante inmaduro. Un J.B. Lenoir muy comprometido políticamente y un Walter Horton que se muestra más atento y compañero de Willie Mae, el verdadero nombre de Big Mama y como la autora la menciona a lo largo del libro. También surgen otros personajes históricos del blues: John Lee Hooker, Dr. Ross, Jimmie Lee Robinson, Fred Below, Eddie Boyd y Mississippi Fred McDowell. Ellos, más los productores alemanes Horst Lippmann y Fritz Rau, y Chris Strachwitz, fundador de Arhoolie Records, son los coprotagonistas de esta gran historia.

Los conciertos en las distintas ciudades, los traslados, los hoteles, las borracheras por las noches, los ocasionales porros que fuman entre ellos, la gente que se cruzan en el camino y la grabación del disco In Europe, en Londres, para el sello Arhoolie, que resultaría el primero de su carrera, varios años después de los singles que grabara para Peacock, van marcando el pulso de este gran libro.

La novela también es un viaje a la década del sesenta. La autora describe con mucho detalle lugares y costumbres de aquellos años convulsos y creativos, tanto en ciudades europeas como la Berlín dividida por el muro, Copenhague, París, Barcelona, Londres, Amsterdam, Dublín, Estocolmo y Bruselas, entre otras, con permanentes idas y vueltas a los Estados Unidos de la segregación racial, los derechos civiles, las protestas contra la guerra de Vietnam y la tensión de la guerra fría.

Pero lo más importante es la música, lo que transmite el blues. Una chica sin suerte es un libro que se lee y se escucha. Es la viva voz de Willie Mae Thronton.

“Nos divertimos. Ganamos algo de pasta. Nos aplauden. Nos sentimos importantes. Bebemos. Los blancos pagan las entradas y subimos al escenario. Tocamos nuestros instrumentos y sonreímos. Todos nuestros dientes bailan en la oscuridad de la sala de conciertos. La luz de los focos rebota en ellos y nos abrillanta las caras negras. Saludamos. Hasta la próxima. ¿Y qué recordamos del blues? Todos pensamos a veces en las manos que acompañaron a otras bocas que cantaban y recogían algodón, segaban el trigo, cortaban la caña de azúcar, arrancaban hojas de tabaco, sacaban patatas o cosechaban manzanas. Hombres que tarareaban muy bajito en mugrientos barracones de madera mientras afuera hiela. Hombres con la espalda azotada y con mujeres que paren en el suelo de noche, alumbradas por una vela. Niños negros que aprenden a cantar a cerrar la boca en presencia del amo, a odiar y a mostrar una obediencia servil. El blues de la resistencia, el blues del hambre, el blues de la esperanza y de la desesperación”.


domingo, 30 de septiembre de 2018

Otis Rush, el emblema del West Side


Esta es una de las interpretaciones más viscerales y sentidas de la historia del blues. Ocurrió en Berlín, en 1966, durante el American Folk Blues Festival. La presentación está a cargo del gran Roosevelt Sykes y la banda está conformada por Little Brother Montgomery en piano, Jack Myers en bajo y Fred Below en batería. La introducción vocal de Otis Rush en I can’t quit you baby alcanza un registro estremecedor y se sostiene por unos segundos, que uno desea que no se acabe nunca. Es de una profundidad y un sentimiento incomparable. También lo es el solo que despunta pasados los 2:40. Su marca registrada, su zurda mágica. La banda suena ajustada y muy compenetrada. El público, todos rubios y muy bien vestidos, lo escuchan absortos. El aplauso final es efusivo, a pesar de que ninguno haga una profusa manifestación de júbilo. Es apenas una interpretación que resume la vida y obra de este gran artista que contribuyó, como pocos, a la universalización del blues.

Otis Rush había nacido el 29 de abril de 1934 en Philadelphia, no en la gran ciudad del noreste estadounidense sino un pequeño poblado del estado de Mississippi de no más de siete mil habitantes. Como la mayoría de sus contemporáneos emigró a Chicago en la década del cuarenta con apenas 15 años. En la década del cincuenta se volvió uno de los guitarristas más importantes de la ciudad tocando regularmente en los principales bares. Con Magic Sam y Buddy Guy, principalmente, definieron el sonido del West Side de Chicago. A lo largo de los años grabó para los sellos Cobra, Chess, Duke, Vanguard, Cotillion, Capitol, P-Vine, Delmark y Blind Pig, entre otros.

Si bien su discografía es un tanto dispersa, tuvo algunos grandes éxitos, además de I can’t quit you baby, Double trouble y All your love (I miss loving), que pegaron especialmente en Inglaterra en la década del sesenta e influenciaron a grandes guitarristas como Eric Clapton, Peter Green, Jimmy Page y Jeff Beck.

Rush tocaba con una guitarra para diestros y por eso el sonido distintivo de su fraseo. Dueño de un tono único y un vibrato especial, al principio de su carrera utilizó la Fender Stratocaster y luego pasó a la Epiphone Riviera y más tarde cambió por la Gibson ES-355.

En 2003, Otis Rush sufrió un derrame cerebral y no pudo volver a tocar. En todo este tiempo estuvo acompañado por su mujer, Masaki Rush, la misma que este sábado 29 de septiembre confirmó que el guitarrista había fallecido. Fue un largo y tortuoso camino el que debió atravesar la pareja durante tres lustros hasta el inexorable final. Sin embargo, hace dos años, en el Festival de Blues de Chicago, tuvo su merecido tributo en vida. Encabezado por Michael Ledbetter y Mike Welch particparon músicos como Bob Stroger, Billy Flynn, Ronnie Earl y muchos más. Otis apareció en el escenario en su silla de ruedas. La ovación fue interminable.

Hace más de 20 tuve el honor de estrecharle mano y presenciar un show suyo en un bar de Nueva York. Fue uno de esos momentos que se dan unja sola vez en la vida. Lo recuerdo con sus anteojos negros, su clásico sombrero, una camisa roja y saco azul. Y su sonrisa. Enorme y blanca. Tocó su clásico repertorio y me hizo volar.

Otis Rush pasó a la inmortalidad y por eso su música nunca morirá.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Legado sureño


Tras la muerte de Gregg Allman, su guitarrista y director musical, Scott Sharrard, tuvo que volver forzadamente a su carrera solista. Y lo hizo con un disco excelente. Saving Grace rescata el legado musical de los Allman Brothers.

Sharrard, Derek Trucks y Warren Haynes son los herederos más directos del southern rock, estilo que nació y se desarrolló a partir del talento musical de los hermanos Allman. En Saving Grace, su quinto disco solista, el guitarrista y cantante oriundo de Dearborn, Michigan, nos lleva con sus canciones a lo más profundo de esa tradición.

El álbum ofrece esa mixtura de roots rock, blues, soul y R&B potenciado por el descomunal slide de Sharrard y su melodiosa voz. La mitad de las canciones las grabó en Memphis acompañado por la Hi Rythm Section, la misma que acompañó a Robert Cray en el álbum Robert Cray & Hi Rhythm. Las otras se registraron en los legendarios estudios FAME, en Muscle Shoals, Alabama, en la que estuvo respaldado por Spooner Oldham (teclados), David Hood (bajo) y Chad Gamble (batería).

El disco comienza con High cost of loving you, con una poderosa sección de vientos y una ajustada sección rítmica que sintetizan el sonido más puro del Memphis soul. Sigue con la acústica Faith to arise, del inglés Terry reid que aquí lo reconvierte como si fuera una nueva Melissa de los Allman Brothers. En Saving Grace combina su voz souleada con su guitarra blusera y un hammond gospel que eleva una plegaria musical.

Taj Mahal le pone la voz al tema más blusero del álbum, Everything a good man needs, una de las últimas composiciones de Gregg Allman. Angeline es una canción de amor que podría ser del catálogo de Bobby “Blue” Bland. Words can’t say mantiene el espíritu de Souslville, aunque con un tono más meloso. She can´t wait también tiene ese espíritu, pero con el poderos shuffle Sweet compromise nos lleva directamente a una iglesia sureña a blandir palmas. En Tell the truth, Sharrard deshilacha su guitarra con una intro elevadísima. Para el final se reserva la balada country Keep me in your heart, donde sobresale el piano de Spooner Oldham y un fabuloso solo con slide, y luego se despide con Sentimental fool, un tributo a Steve Crooper, Otis Redding y Stax, tres pilares del soul de Memphis.

Scott Sharrard nos lleva con Saving Grace a recorrer los sonidos más auténticos del sur de los Estados Unidos, pero con un toque muy personal. El guitarrista y ladero de Gregg Allman se lanza al fin a escribir su propia historia sin desconocer de dónde viene y teniendo muy en claro hacia dónde va.


sábado, 15 de septiembre de 2018

La máquina del tiempo


Cerrar los ojos un instante. Viajar a otra época. Un pequeño salón humoso con olor a whisky clandestino. Todo color sepia. Hombres con el cabello engominado y mujeres con sus sombreros cloché fumando con sus largas boquillas. Se escucha un piano de cola. Irrumpe un clarinete. Una voz femenina canta viejas canciones. El swing surge con naturalidad. La sangre fluye y las venas se ensanchan. La música nos transporta a las décadas del veinte o del treinta. Puede ser a Nueva Orleans, Memphis, St. Louis o a un barco a vapor que navega por el Mississippi.

Pero estamos en el Be Bop Club, en San Telmo, que de humoso no tiene nada, donde se sirve vino por copa y los tonos rojizos y azulados prevalecen por sobre cualquier otro color. En el pequeño escenario, de cara a una veintena de personas, están dos grandes músicos que bien podrían ser también profesores de historia.

Las manos de Carl Sonny Leyland son como arañas. Sus dedos se desprenden de las palmas y se mueven por las teclas del piano desplegando su tela rítmica. Chloe Feoranzo, discípula de Charles McPherson, lo acompaña desde los vientos, con el clarinete o el saxo. Él es inglés, pero hace décadas que se radicó en Estados Unidos y hoy vive en California. Ella, en cambio, es de Rhode Island y reside en Nueva Orleans. Se vuelven a juntar después de algunos años y es en Buenos Aires. Se nota la empatía que los une desde los primeros acordes, tanto cuando interpretan standards de jazz, boogie woogie o algún blues.

El repertorio incluye clásicos como Sugar (That sugar baby o' mine), que Ethel Waters grabó en 1926, y que Chloe canta con mucho ímpetu; Beale St. blues, de W.C. Handy, en la voz de Leyland, al igual que Back home in Indiana, de Eddy Arnold, y Big foot Pete, de Freddie Slack. Se suman un par de músicos invitados. Con Lucas Ferrari en contrabajo y Fernando Montardit en guitarra interpretan He ain't got rhythm y Between the devil and the deep blue sea. Ellos vuelven al escenario, junto al saxofonista Orlando Merlí, para una zapada final.

Si bien todo el show es de alto vuelo, el momento supremo, de esos que son únicos e irrepetibles, se da cuando Leyland le pregunta a Chloe si quiere cantar un blues. Ella le responde que le encantaría y entonces se sumergen en una descomunal y sentida versión de Empty bed blues, de Bessie Smith.

El recital resulta un paraguas en el medio de la tormenta. Una forma de escapar de la cruda realidad, aunque más no sea por una hora y media. Carl Sonny Leyland y Chloe Feoranzo nos transportan a una época dorada de la música con el sonido orgánico de un piano y un clarinete, y una verdadera lección de historia.

lunes, 10 de septiembre de 2018

El King argentino

Fotos gentileza Guille Martínez
Raffo inclina levemente su cuerpo hacia la izquierda, cierra los ojos y se muerde el labio inferior dejando al descubierto sus paletas separadas. Los músculos de la cara se le contraen y su piel se torna rojiza. Su mano izquierda se desliza por el mástil mientras que con la otra sostiene a la púa que rasga las cuerdas de su guitarra. Suena Have you ever loved a woman, de Freddie King, y el solo es un viaje al más allá. Es un momento inmaculado, Raffo en su máxima expresión. El King argentino muestra pura pasión y una técnica exquisita.

Daniel Raffo celebró el sábado por la noche sus 30 años al frente de King Size. Y lo hizo con un show extraordinario en el que contó con la participación de algunos ex miembros del grupo como invitados. La banda -encabezada por Guido Venegoni en voz, Martín Munoa en guitarra, Nandu Aquista en hammond, Mauro Ceriello en bajo y Juanito Moro en batería- abrió con un funk instrumental, para entrar en calor, que empalmó con un shuffle, potenciado por una vigorosa sección de vientos, casi como una fanfarria, comandada por Jorgelina Avigliano. Guido presentó al maestro Raffo y el público lo recibió con una ovación. “Muchas gracias por venir estoy realmente emocionadísimo”, fueron sus primeras palabras.

Raffo es el emblema de la guitarra de blues en la Argentina, pero el tiempo le dio también una versatilidad y amplitud estilística con la que logró expandir su fino toque hacia otros géneros que ama como el soul, el funk y el rock. Es por eso que el repertorio incluyó temas que no están en el cancionero habitual del blues como Rock people, de Lonnie Mack; Under my thumb, de los Rolling Stones; Play that funky music, de Wild Cherry; Soul man, de Sam & Dave; y Belle, de Al Green (su músico preferido, según dijo). A esas canciones hay que sumarle Hey Jude, de los Beatles, y Land of 1000 dances, de Wilson Pickett, las dos que cantó Daniel “El Gallo” Allevato, un perfomer old school que se comió el escenario con mucho entusiasmo respaldado por Fabián Yajid en bajo y Pato Raffo en batería.

Sol Cabrera y Martín Jakubowicz fueron los otros dos cantantes invitados, con registros diferentes a los de Guido Venegoni, que Raffo aprovechó más que nada en los temas en los que versionó a B.B. King: Darling you know I love you, cantada por Sol, y Midnight believer, que entonó “Jaku”. El cantante de La Groovisima también le puso la voz, con mucho ímpetu, a una exquisita versión de Old love en la que se sumó Mariano Slaimen con su armónica. Guido Venegoni, el cantante que más tiempo duró en King Size, hizo también las veces de maestro de ceremonia y bromeó en varias ocasiones con Raffo mostrando que para poner en escena un show muy profesional no hace falta la solemnidad.

El cierre de la fiesta blusera encontró a Raffo -que durante el show usó tres guitarras distintas- tocando Caldonia, con Jakubowicz en voz; Boogie thing, de James Cotton, en la que se sumó Guido con toda su estridencia; y Little Mae, de Johnny “Guitar” Watson.

Raffo blues es marca registrada y satisfacción garantizada. La celebración de sus 30 años al frente de King Size estuvo a la altura de su figura y su nombre.


miércoles, 29 de agosto de 2018

BluesSoul&Funk.ar

Blue Skull Band - Blues me or lose me. La Blue Skull Band se presenta como representante del género “Blues y Ritmo”, una definición muy acertada. A lo largo de las once canciones que tiene el disco Blues me or lose me (Blueseame o piérdeme) el grupo encabezado por el armoniquista y cantante Germán Canda despliega pasión sin filtro y mucho swing. Canda y María Eugenia Franco se encargan de las voces: él con un timbre de voz nasal y muy enérgico, y ella con mucha dulzura y un registro más souleado. La banda la completan Pablo M. González en guitarra, Ignacio Chichel Mariani en bajo, Carlos Sandoval en teclados y Mauricio Méndez en batería. El repertorio es una combinación del sonido del West Coast, blues de Chicago y Memphis soul. Todo suena muy consistente y ensamblado, y lo mejor aparece cuando se fusionan las voces de Franco y Canda, como por ejemplo en The pleasure is all mine o Wrap it up. Pero también sobresalen las composiciones propias como I know, en la que Canda arrasa con su interpretación vocal, o Bad cat blues, un blues lento en el que Franco nos traslada con su canto hasta el borde del abismo. El disco cuenta con Nico Smoljan como invitado en Hi-Heel Sneakers, uno de los referentes de Canda en armónica, y una sección de vientos encabezada por Emmanuel Gerez, que se suma en algunos temas. Blue Skull Band se propuso “revivir las raíces de la música afroamericana” y, gracias a su talento y la exquisita producción de Daniel De Vita, lo logró con creces.

Los Negronis - Los Negronis. Este sexteto de soul, funk y afrobeat instrumental es un desprendimiento de Támesis. Julio Fabiani (guitarra), Sacha Snitcofsky (bajo), Yair Lerner (trompeta) y Homero Tolosa (batería) dejaron -momentáneamente- el rock trascendental de estirpe sureña para sumarse a Gonzalo Ros (piano) y Federico Álvarez (saxo) con el propósito de recrear el soul y funk urbano de los setentas. Los Negronis son algo así como el enclave local del sonido Daptone, el sello ubicado en Brooklyn, Nueva York, que lanzó a la fama a Sharon Jones y Charles Bradley, entre otros grandes talentos. El álbum tiene la impronta de una banda de sonido de película negra de aquellos años convulsos, un ritmo fenomenal y mucho groove. Hasta la portada nos remonta de manera visual a aquella década. Según me contaron Homero Tolosa y Yair Lerner durante una entrevista en la radio, cada vez que se presentan en vivo la gente se lanza a bailar. Y la verdad es que la música de Los Negronis invita a eso. Es difícil quedarse quieto mientras suena Funky Yaolin o Sugar style, o la bluseada El Mensajero. La de Los Negronis es una propuesta innovadora que está hermanada con la de la cantante Florencia Andrada, de hecho, algunos de sus músicos también integran su banda. Denle play al álbum, suban el volumen y si se quedan quietos es porque algo les está pasando. Están avisados.

lunes, 20 de agosto de 2018

Blues Mafia, la exacerbación del dogmatismo


Las reglas son tan estrictas que parece más un regimiento virtual que un grupo de Facebook para compartir música. Los que son aceptados deben someterse a las imposiciones de sus administradores, liderados por el iracundo Adrián Flores, de lo contrario serán reprobados, humillados y expulsados. No hay lugar para músicos blancos en los posteos, pese a que la mayoría de los que forman parte de Blues Mafia son ¡músicos blancos! Tampoco hay espacio para el debate o el intercambio de ideas. Se hace lo que ordenan Flores y sus acólitos o goodbye baby.

Se hacen llamar “mafiosos” y los que no entienden sus reglas son “monigotes”. Claro que hay que diferenciar a sus miembros. Están los que siguen a Flores y su dogmatismo, sicarios al servicio de una rigidez absurda. Están ahí, agazapados, esperando a que alguien se equivoque y suba un video de Paul Butterfield o Johnny Winter para desterrarlo. Ni hablar si alguno se atreve a postear algo relacionado con Joe Bonamassa: en ese caso podría llegar a ser incinerado en una hoguera 2.0. Son como la Inquisición. Blues tradicional o muerte. Pero también están los otros, que de buena voluntad se suman para compartir su pasión por el blues y no participan de las agresiones o ataques hacia los desprevenidos o los que tienen gustos más amplios.

Para ingresar a Blues Mafia primero hay que responder estas tres preguntas: “¿Considera usted que los que mejor hacen el blues son los afroamericanos?”; “Mencione un artista de Texas, uno de Chicago y otro de Mississippi que usted crea que son fundamentales”; y “Por qué tenemos que aceptarlo a usted en este grupo? De sus razones”. Tras responder ese breve cuestionario, el solicitante tiene que aguardar a que Flores lo apruebe.

Una vez adentro, el nuevo miembro se topa con este cartel en letras mayúsculas: “AQUI SOLO BLUES DE VERDAD ESTA PERMITIDO. SI TE GUSTA EL BLUES DEL CULO, TENE CUIDADO CON LA BLUES MAFIA”. Tras la advertencia, el nuevo miembro empieza a disfrutar de videos de Jimmy Rogers, Robert Pete Williams, Babecue Bob, Charley Patton, James Cotton y otras leyendas del género. También puede toparse con temas de artistas más desconocidos como Hogman Maxey o Crying Sam Collins, gracias al aporte de los maestros Carlos Bada o Max Hoeffner, o descubrir a los nuevos exponentes del blues tradicional como Jontavious Willis. Otra de las ventajas de Blues Mafia para los más nuevos es que a veces algunos usuarios suben discos para descargar que son difíciles de conseguir.

Pero está la contracara, esa que motivó este texto, el dogmatismo exacerbado que queda de manifiesto en otro de los posteos, así en mayúsculas, de Adrián Flores: “ESTE ES UN GRUPO PARA LA DIFUSION E INTERCAMBIO DE BLUES, MUSICA AFROAMERICANA, POR LO TANTO LOS POST DEBEN ESTAR RELACIONADOS SOBRE LOS ARTISTAS QUE REUNAN ESTA CONDICION Y SEAN REPRESENTATIVOS EN SU FORMA MAS PURA EN EL ESTILO , CUALQUIER POST QUE NO CUMPLA ESTAS CONDICIONES, COMO SER ARTISTAS BLANCOS ROCKEROS O PROPAGANDA DE SUS PROPIOS SHOWS SERAN ELIMINADOS AUTOMATICAMENTE Y EL MIEMBRO EXPULSADO DEL GRUPO. TAMBIEN RECIBIRA EL ACCIDENTE QUIEN PONGA UN ME GUSTA EN UNA PUBLICACION ELIMINADA. ¿CAPICHE?”

Un “me gusta” a un posteo de otro sobre Sharon Jones o Jimmie Vaughan, por ejemplo, puede costar muy caro. En ese caso serán eyectados tanto el que lo publicó como aquel que mostró su agrado por el video. No hay grises. Claro que su administrador, y Dueño Absoluto del Blues, sí puede postear sobre su programa de radio o promocionar los shows de los músicos que trae desde Estados Unidos. Y bueno… es el dueño de la pelota. En definitiva, el contenido del grupo es muy bueno y vale la pena estar para conocer más sobre el blues más puro y tradicional, pero hay que someterse a la disciplina castrense o de lo contrario uno queda sujeto a un juicio sumario.

Las redes sociales facilitan el contacto entre sus fieles y también son una gran fuente de acceso a la información. Pero muchas veces hay que lidiar con posiciones recalcitrantes y sectarias que derivan en agresiones, o las fake news -la semana pasada fue el propio Flores el que difundió que Lazy Lester había muerto cuando no era así- que tanta confusión aportan. El blues es una música hermosa, tanto en su vertiente más tradicional como en los distintos estilos que fueron surgiendo por regiones y con el tiempo. Y por ser una música popular no debería regirse por dogmas, estructuras cerradas o posiciones elitistas como las que propone Blues Mafia.

martes, 14 de agosto de 2018

Triste, solitario y final


¿Qué pasó en la celda del Centro de Detención de Fairfax County, en Virginia, la noche del 14 de agosto de 1988? La versión oficial es que Roy Buchanan ató su camisa a los barrotes de la ventana y se ahorcó. En los registros policiales quedó consignado que fue ingresado a las 22:55, que a las 23:05 un guardia pasó por la celda y vio que estaba todo en orden y once minutos después, a las 23:16, cuando volvieron a verlo, ya estaba muerto. La investigación se cerró como suicidio, pero sus allegados declararon entonces que tenía unos moretones en la cabeza que pusieron en duda la causa de la muerte.

Esa noche fatal, hace hoy 30 años, comenzó con una borrachera en un bar llamado Ruby Tuesday’s, y al volver a su casa, Buchanan comenzó a discutir en un tono elevado con su esposa, Judy. Ella se puso nerviosa y llamó a la policía. Buchanan arrancó el teléfono y se fue en medio de un escándalo. Poco después, dos agentes lo detuvieron mientras vagaba por la calle. Si bien faltan algunas piezas del rompecabezas y las dudas contra la policía siempre estarán -¿le habrán dado una paliza para calmarlo, lo mataron y armaron la escena del suicidio?- lo cierto es que el mejor guitarrista desconocido del mundo, tal como lo apodaron en la década del setenta, murió en una oscuro y húmedo calabozo policial.

El legado de Roy Buchanan es inconmensurable. Su estilo fue único e inigualable, era muy poco ortodoxo para las escalas y utilizaba una depurada técnica en la digitación, combinando el uso de sus dedos con la púa. Lograba sacar unos agudos muy intensos, casi hipnóticos, concertando la melancolía del blues con cierto toque country. Roy Buchanan marcó un antes y un después en la historia de la guitarra eléctrica con la Telecaster como emblema.

Su música se puede rastrear hasta la década del cincuenta, cuando integró la banda de Dale Hawkins, con quien grabó en 1958, para Chess Records, una versión de My babe, de Willie Dixon, que fue un éxito, y dos años después se sumó al grupo de Ronnie Hawkins, lo que sería la génesis de The Band. De hecho, Robbie Robertson reconoce a Roy Buchanan como una de sus máximas influencias.

Pese a su virtuosismo y su fuerza emotiva, su personalidad retraída chocó siempre con las pretensiones de la industria discográfica. Tal vez por eso atravesó la década del sesenta entrando y saliendo de distintas bandas -entre ellas la de Charlie Daniels- o trabajando como músico de sesión. Fue recién a comienzos de los setenta que firmó con Polydor y editó cuatro discos que son la columna vertebral de su carrera. Su firma de esos años quedó asentada en temas como The Messiah will come again, Roy’s bluz y Tribute to Elmore James. Luego tuvo un paso por Atlantic Records, con la que grabó otros cuatro álbumes, en los que se destacan los efervescentes covers de Down by the river (Neil Young), If six were nine (Jimi Hendrix) y Green onions (Booker T & The MG’s).

Pero su desencanto con el negocio de la música y los malos manejos de Judy, que además de su esposa también era su manager, lo llevaron a alejarse durante cuatro años de la escena a comienzos de los ochenta. Fue Bruce Iglauer, de Alligator Records, quien lo vio en vivo en Toronto y lo fichó de inmediato. Así fue como el guitarrista que había dejado boquiabierto a Eric Clapton, que le había enseñado la técnica de la Telecaster a Jeff Beck, que le hizo un desplante a John Lennon y que estuvo en la órbita de los Rolling Stones para reemplazar a Brian Jones, editó tres discos más para el poderoso sello de Chicago: When a guitar plays the blues (1985), Dancing on the edge (1986) y Hot wires (1987).

Pero los ochenta también lo acercaron a la cocaína y con el consumo excesivo de alcohol, que durante las últimas décadas había entrado y salido de su vida, se convirtieron en un cóctel explosivo. Así volvieron a aparecer todos sus demonios y su interior se volvió más tormentoso hasta llevarlo a ese triste, solitario y final.