jueves, 29 de marzo de 2018

¿Quién era esa chica?


La historia del blues del Delta del Mississippi está llena de personajes oscuros que registraron un puñado de canciones y luego se los tragó la tierra. Historiadores y musicólogos intentaron durante años reconstruir sus vidas con muy poco éxito. Si no hubiera sido por algunos entusiastas que propiciaron el revival blusero de los sesenta tal vez algunas figuras como Mississippi John Hurt, Son House, Fred McDowell, Skip James, Lonnie Johnson y Bukka White hubieran corrido la misma suerte. Ellos pudieron volver a grabar y presentarse en vivo tras décadas de ostracismo y, sobre el final de sus vidas, obtuvieron un reconocimiento que ya no esperaban. Pero otros no aparecieron más y, en algunos casos, ni fotos suyas hay.

Entre las décadas del veinte y del treinta floreció en el Mississippi, especialmente en la región del Delta, una escena musical dispersa que sentaría las bases del blues. De no haber sido por aventureros y cazatalentos que se lanzaron con muy pocos elementos en busca de nuevos sonidos, la historia de la música contemporánea no sería tan rica. Afortunadamente discográficas como Paramount, Vocalion, Okeh, Brunswick, Gennett, Bluebird y R.C.A Victor, entre otras, grabaron a muchos de estos músicos que tocaban en los porches de sus cabañas u ocasionalmente en alguna fiesta en pequeños pueblos a los que solo se llegaba por una ruta polvorienta.

Uno de los grandes enigmas del género es el de Mattie Delaney, una guitarrista y cantante que dejó apenas dos canciones: Down the big road blues y Tallahatchie river blues. Esos temas fueron grabados por el sello Vocalion en febrero de 1930 en Memphis. Muy poco más se sabe sobre ella.

Según el coleccionista John Tefteller, apenas hay cinco copias originales del disco de 78 rpm de Delaney (el compró uno en no muy buen estado por 3 mil dólares) y los únicos datos concretos que se conocen de ella es que había nacido en 1905, aunque no se sabe la fecha exacta, y que en su canción Tallahatchie river blues refiere a una gran inundación que afectó al Mississippi, probablemente la de 1927.

Por su parte, el prestigioso musicólogo David Evans analizó en su libro Big Road Blues: Tradition and Creativity in the Folk Blues las raíces de ambos temas de Delaney. Sobre Down the big road blues explica que contiene la estrofa principal del Big road blues de Tommy Johnson y una frase utilizada por Willie Brown en su M&O blues. En tanto, en la otra canción, Evans afirma que tiene una melodía similar a la de High water everywhere Part II de Charley Patton y que su guitarra está afinada de la misma manera en que lo hacía Johnson. Su conclusión, por ende, es que Delaney estaba empapada de la tradición de Drew, el pueblo del que era oriundo Johnson y muy cercano a la plantación Dockery, donde surgió Patton.

Los historiadores Stephen Calt y Gayle Dean Wardlow, autores del libro King of the Delta Blues: The Life and Music of Charley Patton, afirman que Mattie Delaney era un seudónimo de Mattie Doyle, quien se mudó a Memphis poco después de la gran inundación de 1927 desde su casa ubicada en medio de los pueblos de Howard y Tchula. Pero en el libro Nobody Knows Where the Blues Come From, Robert Springer los contradice con datos del censo realizado por el Gobierno de los Estados Unidos en 1930 que registró a una Mattie Delaney, de 25 años, que vivía junto a su abuelo Jeff Melton, un herrero de 70 años, en una granja de Glendora. Y eso es prácticamente todo lo que se sabe o se cree saber sobre ella.

Lo cierto es que las dos canciones de Mattie Delaney, que están incluidas en el CD Mississippi Masters-Early American Blues Classics 1927-35 (Yazoo Records), dan cuenta de una artista inusual para la época, ya que no era muy frecuente ver a una mujer acompañándose por la guitarra -más allá de la figura importantísima de Memphis Minnie- y son parte de la rica, misteriosa e insondable historia primaria del blues.


martes, 20 de marzo de 2018

El cancionero del maestro


Primero fue Adrián Otero con El jinete del blues (2012) y luego La Mississippi con Inoxidables (2015). En ambos casos, abordaron canciones históricas del rock y el blues argentino y las versionaron a su manera. El ex cantante de Memphis lo hizo con una onda crooner, mientras que la banda de Ricardo Tapia con un sonido más rockero.

Ahora llegó el turno del repaso estelar de Botafogo. Aryentain Blus Selebreishon (sic) contiene 16 canciones que abarcan 40 años de música. Acompañado por Rafa Pravettoni en bajo, Luciano Scalera en batería y el rosarino Franco Capriati en armónonica, Botafogo le puso su voz y, con arreglos novedosos, revivió canciones que conocemos todos, con mucho respeto por las originales.

El disco comienza con una encendida versión de La pálida ciudad, un tema que escribió Kubero Díaz y que Billy Bond y la Pesada editaron en el disco Vol. II de 1972. Bota canta como si estuviese escupiendo furia urbana mientras que con su guitarra descarga riffs frenéticos en sintonía. Desacelera enseguida con Mi último blues, una composición de Celeste Carballo que aquí la interpreta en modo Chicago gracias al efecto hipnótico de la armónica de Franco Capriati. Luego toma una guitarra resonadora, comienza a deslizar el slide y la sección rítmica lo acompaña con un tenue repiqueteo para una extraña versión de Maldito piano, de Las Blacanblus, que Bota canta como “maldita guitarra”.

Casi como un mantra recurre a Avellaneda blues, una canción que, como ninguna otra sintetiza la historia del blues argentino. La guitarra de Bota suena jazzy y al cantar logra, efecto mediante, una voz similar a la de Javier Martínez. Vuelve a los noventa otra vez con el clásico de La Mississippi, Blues del equipaje, que comienza con un piano de boogie woogie a cargo del maestro Ciro Fogliatta antes de que Franco Capriati sople su armónica con mucha intensidad. Retorna a los setentas con Chicas que patinan, de La Banda del Paraíso, y una vez más a desenchufa todo y se embarca en las Rutas argentinas, de Almendra, con un Franco Capriati sumido en éxtasis. Para Blues del atardecer vuelve a imponer una clave jazzeada, con exquisitos arreglos de guitarra y de armónica sobre una base con mucho clima.

Otra vez el piano de Fogliatta aparece en la intro bluseada de La rusa se fue con los basureros a la que Bota le cambió el tempo de la versión original. Lo mismo sucede con Moscato, pizza y fainá, que además tiene una impronta acústica que no la hace perder su estribillo tan conocido. Como en La rusa… Bota repasa su propia historia y reversiona Se fue, de Durazno de Gala. Tras un largo prolegómeno con la guitarra arrastra la voz para el primer verso de Copado por el Diablo, y así, casi sin levantar el amperímetro atraviesa con mucha pasión los 5:27 que dura la canción. Con la voz quebrada rinde homenaje a Edelmiro Molinari con Mañana por la noche y convierte en un shuffle el rock and roll Tengo 40 millones de Moris. Para el final se reserva dos temas de su máximo ídolo, el hombre que le dio su primera oportunidad como músico profesional: Pappo. Bota transforma en un blues el frenesí rockero de Completamente nervioso, de Aeroblus, y cierra con el Blues de Santa Fe, tocándolo al ritmo de ZZ Top, pero como poseído por John Lee Hooker.

Si bien la propuesta no es original, es algo que artistas y bandas de fuste suelen hacer cada tanto. Además de los mencionados Otero y La Mississippi, en el plano internacional lo hicieron Clapton, los Stones, Aerosmith, Patti Smith, Bryan Adams, Paul McCartney y muchísimos más. Lo importante, que hace que el disco viva y no muera en el intento, es que las interpretaciones mantengan cierta fidelidad con las originales, pero que también tengan el sello de quien las está reversionando para que no se conviertan en meras copias o en adaptaciones inexplicables. Bota pasó de la bronca contra todo del disco anterior a mirar para atrás para rendir homenaje a las canciones que lo moldearon como músico. Y el maestro logró hacer que esos temas ahora sean también suyos.


miércoles, 14 de marzo de 2018

La Primera del Blues


Nick Moss recorrió un largo camino. De niño, su madre lo llevó a ver varias veces en vivo a Muddy Waters y así forjó su pasión por el blues. Empezó a trabajar como músico profesional tocando el bajo para Buddy Scott y dos años después fue contratado por Jimmy Dawkins. Luego pasó a la banda de Willie “Big Eyes” Smith, quien lo convenció de que tocara la guitarra. Tiempo después se convirtió en el guitarrista de Jimmy Rogers. En 1997, formó su propio grupo con el que editó una decena de discos para el sello Blue Bella Records y se transformó en uno de los músicos más consistentes y buscados de la Ciudad del Viento. Ahora, a los 48 años, le llegó el momento de dar el gran salto.

Con el respaldo de Bruce Iglauer, la producción artística de Kid Andersen y el aporte musical del armoniquista Dennis Gruenling, Moss acaba de lanzar su disco debut para el sello Alligator, probablemente el mejor álbum  de toda su carrera. Con un sonido moderno, pero con la impronta de la vieja escuela, Moss y Gruenling encaran un repertorio variado que incluye ocho composiciones del guitarrista, dos del armoniquista y tres covers: Get your hands out of my pockets, de Otis Spann, el instrumental All night diner de Santo & Johnny y la Rambling on my mind de Boyd Gilmore.

La banda que los acompaña está conformada por Taylor Streiff en piano, Nick Fane en bajo y Patrick Seals en batería. Los vientos los aportan Eric Spaulding (saxo tenor) y Jack Sanford (saxo barítono). Jim Pugh, ladero durante décadas de Robert Cray, contribuye con su exquisito toque en el hammond en All night diner y al piano en Lesson to learn, en la que también se suma la guitarra rítmica de Kid Andersen. Justamente el músico noruego, el productor número uno de blues del momento, tuvo un rol determinante para que este disco capturé la esencia musical de Moss y logré amalgamarla a la perfección con el sonido voraz de la armónica de Gruenling.

Desde los primeros poderosos riffs de Crazy mixed up baby hasta He walk with giants, la oda al difunto Barrelhouse Chuck, el blues de Chicago brota por todas partes, aunque también es palpable la similitud estilística con aquellos discos de Alligator de Little Charlie & The Nighcats, una banda que marcó a fuego a Moss cuando todavía tenía un largo camino por recorrer.

Así lo resumió Iglauer: “Es muy excitante traer artistas a Alligator que están tan profundamente ligados al blues de Chicago, pero creando nuevas canciones y llevando la tradición hacia adelante. La guitarra cruda de Nick suena emocionante y además es un cantante honesto con una banda dura como una roca. Y Dennis es un maestro de la armónica y un showman tremendo. Esta es una sociedad de dos verdaderos talentos que los fans del blues van a amar”.

The high cost of low living es un álbum fabuloso, se disfruta de punta a punta, y representa el ascenso de Moss a la Primera del Blues, una categoría de la que seguramente no bajará.


miércoles, 7 de marzo de 2018

El blues de la creatividad


Los Easy Babies venían de tocar en el Roxy y tomaron la invitación de hacer un Sheldon pocos días después como un desafío a la creatividad. El local ubicado sobre la calle Honduras invita a una propuesta más relajada y así lo entendieron Mauro Diana y compañía. La noche del lunes, encararon el show sentados, una verdadera novedad para ellos, con un formato electroacústico y algunas sorpresas.

Mauro Diana se sentó en el medio. Federico Verteramo sew ubicó a su derecha y Roberto Porzio a su izquierda. Atrás, con una batería reducida -redoblante, hit-hat y una valija que hizo las veces de bombo- se ubicó Homero Tolosa. Comenzaron con Ironic twist, un instrumental de Jimmie Vaughan, que les sirvió para aclimatarse. Tras esa introducción, Mauro Diana presentó a la banda y anunció que el siguiente tema sería El truco del olvido, uno de los clásicos de la banda. La tocaron en un tempo más tranquilo, con el repiqueteo sutil de las escobillas sobre el redoblante y punzantes intervenciones de los guitarristas.

Siguieron con El hilo se cortó, una versión con más groove que la original y con un solo lacerante de Fede Verteramo. En Lejos de vos, del Ciego Goffman, mostraron unos arreglos novedosos, lo mismo que en Tipo raro, que a pesar de ello no perdió su melodía altamente adictiva. Cuando terminaron con ese tema, Homero Tolosa y Roberto Porzio intercambiaron roles. Rabioso y aturdido, una canción que según Mauro Diana “no representa en absoluto como estamos ahora” los encontró en puestos poco habituales. El baterista sorprendió con exquisita intervención en la guitarra y el maestro Porzio, imperturbable como siempre, mostró que la percusión se le da muy bien.

Y el hit -no el del verano, sino el de la banda- llegó con Homero Tolosa cantando y tocando el washboard y Roberto Porzio atacando las cuerdas de su guitarra con el slide. Y, como siempre, la gente acompañó cantando Conseguite otra mujer. La cigar box guitar de Porzio salió a la cancha para una moldeada versión de Se derrumbaron. Y luego vinieron más sorpresas: Fede Verteramo cantó Pierdo el rumbo, con cierto aire jazzeado, y Porzio hizo lo mismo en Todo lo que tengo y Haciendo las cosas bien. La banda saludó al público y se despidió con No pibe, que según Mauro Diana -y también Claudio Gabis- es el primer blues cantado en español.

Easy Babies mostró el lunes a la noche que es una banda emblema del blues en español. En tiempos en que componer canciones se volvió algo difícil, este cuarteto sigue por la senda que se trazó hace más de 15 años. Blues en nuestro idioma sin recurrir a la palabra nena, con mucho espíritu, buena onda y gran creatividad.

jueves, 1 de marzo de 2018

Temple blusero


Leo Parra Castillo necesita apenas unos segundos para llevarnos en un viaje imaginario a lo más profundo del Mississippi. Con la intro con slide de Dark was the night, cold was the ground, de Blind Willie Johnson, nos ubica en el porche de una precaria cabaña de madera. La armónica de Fernando Vázquez se suma al sonido metálico de la guitarra y Leo Parra esboza un tarareo sutil mientras empalman con Freight train blues, de Fred McDowell. Homero Tolosa arremete con un repiqueteo candente desde la batería y la espesura del Delta nos cubre por completo. Leo Parra eleva su voz con la fuerza de su espíritu. Todo fluye con absoluta naturalidad. Es como si este joven colombiano fuera un viejo bluesman, curtido y olvidado, que canta como desde hace décadas.

Big road es su primer disco. Logró editarlo gracias al sistema de crowdfunding y la excelente producción artística de Julio Fabiani. El álbum es la materialización de decenas de shows en los que Leo Parra cautivó al público con un temple blusero pocas veces visto. Sus interpretaciones son muy pasionales y su técnica con la guitarra es exquisita. El repertorio equivale a una breve enciclopedia de blues sureño.

Tras la poderosa intro Leo queda solo con su guitarra y slide para una ardiente versión de Last time blues, de Papa Charlie McCoy. Luego se distiende con una melodía más animada y la compañía en armónica de Andrés Fraga y el contrabajo de Mauro Bomanico en Born and living with the blues, de los legendarios Sonny Terry y Brownie McGhee. Con el boogie hipnótico de John Lee Hooker nos pone en la piel de ese vagabundo desamparado que está lejos de casa que describe la letra de Hobo blues. Con los clásicos de Tommy Johnson, Canned heat y Big road, nos invita a recorrer un camino polvoriento rodeado de plantaciones de algodón y desesperanza.

En Born dead revive al mismísimo J.B. Lenoir con una interpretación conmovedora y acto seguido rompe con lo que venía haciendo y demuestra que si se pone a cantar soul también lo puede hacer con majestuosidad. Lo que logra con Ain’t no love in the heart of the city, de Bobby “Blue” Bland, respaldado por Mauro Bonamico y Homero Tolosa, más el aporte de Yair Lerner con la trompeta, es una maravilla conceptual. Y entonces deja Memphis y vuelve al corazón del Delta y canta la poderosa Death letter, de Son House, con la armónica de Fernando Vázquez en estado de ebullición. El disco se va con Leo Parra reescribiendo a Skip James con una soberbia versión de Special rider, en la que Mauro Bonamico y Homero Tolosa marcan la base rítmica con prestancia y sobre el final comienzan improvisar una especie de chacarera mística. El disco tiene un track oculto: Leo Parra, completamente despojado de instrumentación, canta a capela Grinnin’ in your face.

Big road es todo lo que esperábamos de él. El mérito es suyo y también de Julio Fabiani, que supo armar el contexto musical adecuado para que el artista brille con toda su intensidad. Hasta la portada del álbum, con una muy buena ilustración de Sebastián Mercau, logró captar el espíritu de Leo Parra, el de un viejo bluesman oculto en el cuerpo de un joven.