martes, 30 de noviembre de 2021

Néstor Ortiz Oderigo, el hombre de negro


Néstor Ortiz Oderigo (1912-1916) fue uno de los personajes fundamentales en la difusión de la música negra en la Argentina. Sus artículos en revistas especializadas y en diarios, sus libros y sus programas de radio fueron la base de todo lo que se escribió y publicó con el tiempo sobre jazz, blues, spirituals e incluso música africana, de América latina y sobre los orígenes del tango.

Según escribió Alicia Dujovne Ortiz en La Nación en 2005, “Néstor Ortiz Oderigo, hermano de mi madre, había comenzado a entusiasmarse con la música de los negros norteamericanos a los 14 años. Desde entonces, acumulaba esos discos inhallables a los que, antes de guardarlos, limpiaba tiernamente con la manga. El amor por el jazz lo había conducido a interesarse en la cultura negra de toda América latina, en particular del Río de la Plata”.

Durante la investigación que hicimos con Gabriel Grätzer para el libro Bien al sur-La historia del blues en la Argentina, el nombre de Oderigo apareció desde un comienzo y su bibliografía resultó esencial para entender el desarrollo del género en nuestro país.

A continuación, el capítulo dedicado a Ortiz Oderigo en el libro:

Oderigo tenía una fuerte vinculación con la música negra desde los años veinte cuando colaboraba, ocasionalmente, con el diario La Prensa y era corresponsal de algunos diarios estadounidenses destinados al público afroamericano. En 1939 escribió su primer libro, pero debido a la Segunda Guerra Mundial, la editorial Claridad lo editó recién en 1944. En Panorama de la música afroamericana dedicó un capítulo a cada una de las principales ramas del folclore de los Estados Unidos: work songs, negro spirituals y blues. Oderigo analizó y desarrolló aspectos poéticos y teóricos de esta música. Citó, por ejemplo, a importantes artistas de blues de la época, lo cual confirma que poseía una nutrida discografía de discos de 78 r.p.m. Entre los bluesmen que mencionó, había referentes del country blues como Lonnie Johnson, Mississippi John Hurt, Joshua White, Ma Rainey, Blind Lemon Jefferson, Blind Willie McTell, Sonny Terry, Jim Jackson, Kokomo Arnold, Big Bill Broonzy y Memphis Minnie, entre otros. Algunos de esos artistas habían sido editados en Estados Unidos por el sello Gennett, que en Argentina tenía como licenciatario del catálogo al banjoísta Nicolás Verona. No es de extrañar que algunos discos de blues llegaran a Oderigo por esa vía o bien que pudiera adquirir algunos 78 r.p.m. en las tiendas de Buenos Aires donde, esporádicamente y entremezcladas con los discos de jazz, llegaban algunas ediciones de artistas de blues. “Por mis conocimientos musicales, las quintas disminuidas y las terceras mayores y menores del ragtime y los blues, lejos de asustarme, refocilaban mis circunvoluciones, que absorbían esos mágicos y fascinados efluvios sonoros”, dijo Oderigo en un intercambio epistolar con Sergio Pujol en la década del ochenta (Jazz al sur- Historia de la música negra en la Argentina). 

Además, Oderigo tenía algunos de los discos de pasta editados por la Biblioteca del Congreso de Washington, cuyas extraordinarias grabaciones de hollers y work songs, especialmente una titulada That Lonesome Road, difundió en sus audiciones de Radio Nacional y Radio Rivadavia. El autor también tenía los registros que John y Alan Lomax habían efectuado al músico Leadbelly en la prisión de Angola, Louisiana, en 1933. Si a esto le sumamos los discos de música africana, centroamericana y sudamericana –material muy difícil de conseguir en aquellos días– se puede afirmar que Oderigo fue uno de los más importantes coleccionistas de Latinoamérica de aquella época.

A partir de 1945, Oderigo fue convocado a escribir una sección titulada “Notas sobre blues” en la revista Jazz Magazine. Allí compartía sus conoci­mientos históricos y estilísticos con un público distinto al que podía comprar sus libros y que, por primera vez, se enteraba de la existencia de una forma de blues no vinculada al jazz. Fotos de Leadbelly, Bessie Smith, Lonnie Johnson ilustraban sus artículos.

En 1952, Ricordi le editó un nuevo libro, La historia del jazz, que incluía extensos capítulos sobre el canto negro afronorteamericano y las raíces del género. Otro ejemplo sobre el blues se puede encontrar en el Diccionario de jazz, también editado por Ricordi, en 1959. El lugar que ocupa la música folklórica estadounidense es notorio: el blues figura en tres páginas; cantos de trabajo, en dos; y negro spirituals, en otras dos y media. Finalmente, en 1964, Compañía General Fabril editó Rostros de bronce. Este libro, como así también Panorama de la música afroamericana, aparecen mencionados en la bibliografía de la Gran enciclopedia del blues, de Gerard Herzhalft. Allí se toman algunos conceptos de Oderigo en cuanto a la necesidad de distin­guir entre blues comerciales “manufacturados por compositores norteños” y aquellos “blues legítimos del pueblo”, o bien entre “blues castizos y aquellos manufacturados por compositores”. Esos textos de Oderigo, material de estu­dio y consulta ineludibles en conservatorios y secundarios, fueron los prime­ros pasos para la difusión de esta música en la Argentina.

En otro pasaje del libro dos músicos esenciales en el desarrollo del blues en la Argentina recuerdan su influencia. Uno es Osvaldo Ferrer, clarinetista, guitarrista y cantante de la Antigua Jazz Band quien reconoció que en la década del sesenta escuchaba Antología de la música negra por Radio Nacional, al igual que el guitarrista Claudio Gabis, miembro de Manal y pionero del rock nacional. “Yo me encerraba en mi cuarto y hacía que estudiaba, pero en realidad me quedaba escuchando la radio. Yo todavía no tocaba la guitarra pero estaba completamente fascinado con ese sonido. Por lo general, Oderigo pasaba jazz, cada tanto ponía blues pero más bien como un antecedente, una referencia, y no como un género en sí mismo”, contó. 

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Su legado quedó en manos de su sobrina. Alcia Dujovne Ortiz escribió en La Nación que “a la muerte de la viuda, me entero de que mi tío, sin duda recordando a la nena que subía a visitarlo y le escuchaba las ‘latas sobre negros’, me había legado su departamento, aún repleto de libros y de cuadros con morenos danzarines. Es un departamento típico de un intelectual de los años cuarenta, atestado de libros viejos y de bibliotecas de madera oscura, con puertas de vidrios sostenidos por maderitas cruzadas. Sacadas de sus estantes, las prolijas carpetas que contienen la veintena de libros terminados, listos para la publicación con índice numerado incluido (entre ellos, un voluminoso diccionario de palabras rioplatenses de origen africano), y las recopilaciones de artículos, publicados o no, llenan cuatro grandes cajas sobre las que me inclino entre dolida, admirativa y perpleja. No es necesario extenderse sobre esos sentimientos: la ingratitud de un país que deja morir a sus intelectuales en semejante soledad nos exime de comentarios”. 

Pero fue la doctora en Filosofía Dina Picotti quien se hizo cargo del legado y logró darle un nuevo impulso a su obra, especialmente lo que había estado investigando en los últimos años de su vida, relacionado con los africanismos. “Pudimos publicar en la Universidad de Tres de Febrero el diccionario que había reunido Néstor Ortiz Oderigo, que fue uno de los primeros africanistas argentinos, poco reconocido en el país. Lo pudimos hacer gracias a que su sobrina, Alicia Dujovne Ortiz, nos cedió la obra que había heredado. Esto fue al poco tiempo de que creamos la carrera de especialización en estudios afro americanos dentro de la Maestría de Diversidad Cultural de la universidad”, contó en una entrevista con Página 12 en 2013.

martes, 2 de noviembre de 2021

Flores para sí mismo

El denominador común de Viaje de Blues es la autorreferencialidad, algo que era esperable viniendo de Adrián Flores, pero también, y esto hay que decirlo, es un libro necesario para los amantes del blues, porque es la síntesis de la relación de un hombre que, a un costo alto, dejó todo de lado por la música que lo apasiona. En la vida de Adrián Flores, por lo que se desprende de estas páginas, no hay grises, es todo blanco o negro… y ya sabemos qué color elige él.

Viaje de Blues no tiene un hilo narrativo y carece de edición. Eso queda en evidencia con los múltiples saltos temporales y geográficos; y por temas a los que le falta desarrollo y quedan colgados. Pero de todas maneras resulta un libro ameno. Y ese es un gran mérito de Javier “Ciego” Goffman, que realizó una tarea titánica en captar la voz de Flores y plasmarla en papel. Al pasar las páginas, el lector no piensa en que lo escribió otro, sino que hasta puede percibir el vozarrón de Flores en cada una de las historias. Es Flores en todo su esplendor: dogmático, irascible e intolerante, pero también coherente consigo mismo, agradecido con sus amigos y muy comprometido con su causa.

Es cierto que todas las historias están repletas de subjetividades y es probable que otros protagonistas de esos hechos tengan recuerdos distintos, sin embargo, lo llamativo son los detalles que rescata, como por ejemplo que un músico tenía la camisa manchada o lo que decía otro cuando se quejaba de lo mal que se maneja en Sudamérica. Y esos pequeños detalles engrandecen al libro.   

Años de Vendimia (1985)
En las primeras páginas, el relato se centra en los comienzos de Flores con la música: cómo un disco de Creedence Clearwater Revival le cambió la vida y luego uno de Elmore James lo zambulló en el mundo del blues. Reconoce la influencia de Max Hoeffner en ese proceso de descubrimiento y también destaca a la primera formación de Memphis la Blusera. También recuerda, desde su óptica, la formación de sus primeros grupos, Gris, Años de Vendimia, La Mississippi y Blind Lemon, en un período que abarcó desde fines de los setenta hasta comienzos de los noventa (algo que abordamos con Gabriel Grätzer en Bien al Sur-La historia del blues en la Argentina); bandas que, más allá del éxito posterior de La Mississippi, navegaron una época en la que el blues era muy de nicho.

Su vocabulario clásico, como “monigote”, “chingui chingui”, “turistas”, “salchicha”, "toca huevos" “pizzero”, “viudas de bogan” y “barbudos”, que utiliza en exceso en redes para descalificar, aquí aparece en cuenta gotas lo cual es otro mérito de Goffman, que no necesitó recurrir a esas palabras para darle forma a la voz del protagonista.

Adrián Flores y James Cotton (1994)
Flores expresa cierto altruismo con muchos de los bluesmen estadounidenses que trajo y deja entrever que fueron más las veces que perdió dinero produciendo shows que las que ganó (“Empatar es ganar”, es una de sus máximas). No oculta cierto rencor por músicos como Buddy Guy u Otis Rush, que rechazaron sus propuestas, y también, aunque en menor medida, por John Primer, debido a ciertas desavenencias que tuvo a lo largo del camino. Muestra un desprecio manifiesto por la gente con la que, según él, tuvo disputas comerciales, aunque en la mayoría de los casos prefiere no mencionarlos por sus nombres y recurre a apodos como “Señor Pesto”, “Bordonaro” o “Rata Cagoso”, tal vez para evitar demandas legales. Al que también le pega sin pudor en varios pasajes del libro es a Pappo, pero en este caso no disimula su identidad.

Otra cosa que se desprende de la lectura es que a lo largo de los años hubo mucha improvisación de su parte en la organización de shows, especialmente por falta de previsión en aspectos contractuales y logísticos. Lo más llamativo es que revela que en algún momento le ofrecieron producir un show de John Fogerty en la Argentina y lo rechazó porque solo se quería dedicar a traer músicos negros de blues, algo que cumplió a rajatabla salvo por una producción que se atribuye de Bruce Ewan.

El libro viene acompañado por fotos, que lamentablemente no se aprecian porque la calidad de impresión no es la mejor, aunque son las mismas que publica desde siempre en su perfil de Facebook. 

Pero las anécdotas con los bluesmen, tanto aquí en Buenos Aires como en Chicago o en Brasil, son muy interesantes. Logró retratar sus estilos de vida, especialmente en la ruta, pero la falta de hilo narrativo, que nos lleva de acá para allá, con saltos hacia adelante y vueltas atrás, por momentos desorienta. El problema más evidente de la falta de edición vuelve a aparecer sobre el final cuando por segunda vez relata la anécdota en la que “David Espectro”, como llama a Dave Specter, se olvidó de invitar a tocar a Lurrie Bell en un evento en Chicago.

Viaje de Blues es un libro que Flores pensó para reivindicarse a sí mismo, pero que Goffman logró volverlo más placentero con su pluma. Más allá de los conciertos que organizó, los discos que produjo y los programas de radio que condujo, lo más interesante está en sus historias con los músicos, eso que probablemente ningún otro argentino, vivió tanto como él.