sábado, 24 de abril de 2021

Nacido para tocar la guitarra

 

A los 65 años Chris Cain está teniendo el lugar que se merece. Si bien ya estuvo en discográficas importantes como Blind Pig y Blue Rock'It, su desembarco en Alligator Records significa un gran paso en su carrera y un reconocimiento a su trayectoria. En los últimos diez años apenas lanzó un disco para el sello independiente Little Village Foundation que tuvo escaza difusión, así que su flamante Raisin’ Cain es una de las buenas noticias de este nefasto 2021.

El álbum, que al igual que el último fue producido por Kid Andersen y grabado en los estudios Greaseland, se destaca por la magia de Cain con las seis cuerdas, su tremenda voz y porque todos los temas son composiciones propias. Comienza con la poderosa Hush Money, con una enérgica sección de vientos y la guitarra de Cain, soberana e imponente, marcándonos el camino por el que transitaremos durante los próximos 44 minutos, mientras el canta sobre el dilema de tener dinero para mantener a una mujer exigente. Sigue con el shuffle Won’t Have a Problem When I’m Gone, en el que vuelve a abordar sobre los problemas de pareja. En Too Many Problems, Cain se plantea cómo seguir adelante cuando uno pierde la esperanza y tiene muchas deudas que pagar. En la balada Down on the Ground se queja de los amigos que dan la espalda cuando uno está en un mal momento.

Toda la influencia de Albert King brota en el instante que comienza I Believe I Got Off Cheap en la que intenta comprender un amorío un tanto complejo. Can’t Find a Good Reason, comienza con un teclado suave, que también está a su cargo, y luego se explaya sobre una relación que se terminó, tema que, con matices, vuelve a encarar en Found a Way to Make Me Say Goodbye. La canción siguiente, Born to Play, es autobiográfica: “Crecí en una casa donde la música tenía las puertas abiertas y mi padre me enseñó los primeros acordes en la guitarra cuando era un niño pequeño”.

En I Don’t Know Exactly What’s Wrong with My Baby despunta cierto toque de smooth jazz mientras se pregunta si ya será tiempo de partir porque algo pasa con su chica y no sabe bien qué es. La introspectiva Out of My Head tiene un groove fascinante, Cain sobrevuela un estado de magnificencia rítmica al tiempo que los caños suman color y frescura. Para el final, los punteos filosos de Cain cobran otra vez forma de lamento en As Long as You Get What You Want mientras Lisa Leuschner Andersen, la esposa de Kid, suaviza el tono quejumbroso con sus coros melódicos. El disco podría haber terminado ahí y sería perfecto, pero Cain es humano y la perfección no existe. Tal vez por eso incluyó el innecesario Space Force, con arreglos empalagosos y efectos de teclado difíciles de digerir. 

La banda suena como una extensión de Cain en toda su dimensión. Todo fluye con naturalidad, no hay nada forzado (a excepción del último tema). Desde la guitarra rítmica de Kid Andersen, la base a cargo de Greg Rhan en teclados, Steve Evans en bajo y Derreck “D-Mar” Martin y Sky Garcia en batería, más los aportes de la sección de vientos a cargo de Michael Peloquin.

Cain lo hizo otra vez y hasta podemos decir que lo hizo mejor. Como cada vez que vino a la Argentina y sus shows superaron a los anteriores, aquí se puso la 10 para salir a la cancha en tiempos duros, especialmente para los artistas, tocar la guitarra y animarnos bastante con sus canciones y su espíritu.



martes, 13 de abril de 2021

La gran guía del jazz de Carlos Sampayo


Un melómano obsesivo podría intentar armar un listado de los 100, 500 o 1.000 discos imprescindibles de la historia del estilo que sea. Hay álbumes que son indiscutibles, otros que son joyas ocultas u olvidadas y muchos pueden ser discutibles. Pero lo importante es el criterio selectivo con el que se recopilan y la justificación de por qué ese disco sí u otro no. Pero más importante aún es cómo presentar esa guía. Discografía personal del jazz (1920-2011), editado por Gourmet Musical, es el libro que cualquier amante del jazz hubiera querido escribir, pero que solo pudo hacerlo alguien con la pluma excelsa de Carlos Sampayo, un hombre que dedicó su vida a la literatura y al género de la música popular más innovador del siglo XX.

La historia del jazz es dinámica y cambiante. Tal como plantea el autor pasó de ser una música de moda y bailable hasta fines de los años cuarenta para convertirse en “música para ser escuchada”. Ese cambio coincide con la aparición de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, dos de los abanderados del be bop, estilo con el que jazz perdió su linealidad. “Desde entonces –sostiene Sampayo- el jazz evolucionó, protagonizó corrimientos laterales, involucionó, volvió a evolucionar y se nutrió de cuanto pudo, siempre que esos aportes estuvieran en consonancia con sus fundamentos y que no alteraran su papel de protagonista (...)”.

Antes de lanzarse en la descripción de cada álbum, con puntillosidad enciclopédica, Sampayo le dedica un par de páginas al arte de tapa. “Como medio de representación, la portada de los discos de jazz sintetiza forma y contenido y establece estados de ánimo, es la verdadera cara del contenido, lo que se ve antes de oír, mucho antes de escuchar. La belleza de estos objetos, que tiene su origen en la necesidad de vender, ha promovido un coleccionismo específico muy refinado, nunca desligado de la pasión por este género musical”.

Carlos Sampayo
Y entonces, en la página 21, el autor comienza con la reseña del primer disco, el del pianista James P. Johnson “From Ragtime to Jazz”, que contiene su obra desde 1921 hasta 1939 y de quien considera que tenía una “inexpugnable cualidad rítmica, notable en la colocación de la mano izquierda”. Luego, y en poco más de 300 páginas, se refiere a “cuatrocientos veinte nombres (…) donde se habla de aproximadamente novecientos discos”. Organizado de manera cronológica, con capítulos por décadas, se suceden obras de artistas fundamentales del jazz estadounidense como John Coltrane, Bill Evans, Miles Davis, Duke Ellington, Coleman Hawkins, Louis Armstrong, Chet Baker y Thelonius Monk. Pero también se aboca a músicos europeos como los italianos Enrico Rava y Massimo Urbani, el alemán André Previn o el sueco Jan Lundgren; o trabajos de artistas latinoamericanos como nuestros excepcionales Oscar Alemán y Lalo Schifrin, o el cubano Chico O’Farrill, entre otros.      

Uno tras otro se suceden discos trascendentales como “Blues and the Abstract Truth”, de Oliver Nelson, con obras desconocidas por el oyente medio como “The Final Sessions”, de Elmo Hope. Sampayo reivindica “Love Scenes” (Impulse! 1997) de Diana Krall, “un registro cautivador y sugerente”, según sus palabras; o nos presenta el tributo de Jim Snidero a Joe Henderson al que considera “un disco respetuoso de la fuente, llamativo y con bastantes momentos exaltantes”.

El viaje jazzístico no da tregua porque el libro es una invitación a escuchar y descubrir mucha más música. A nadie le sorprenderán las tres páginas que le dedica a la obra de Coltrane en Impulse! o la reseña de “Kind of Blue”, de Miles Davis, porque son discos obligados, tan necesarios como imprescindibles, pero entre líneas uno puede descubrir mucho más de lo que siempre se ve en la superficie con esta guía que tranquilamente puedo ubicarse junto a “The Rough Guide to Jazz” o “The History of Jazz”, de Ted Gioia, entre otros grandes libros del género.