jueves, 31 de julio de 2014

How can a poor man stand such times and live?


En 1970, Warner Brothers editó el primer disco solista de Ry Cooder, un talentoso músico de apenas 22 años, que venía de tocar junto a Taj Mahal en una mítica banda que se llamó The Rising Sons, y quien también había participado en grabaciones de los Rolling Stones y Captain Beefheart. El álbum, que se llamó como él, lo posicionó como uno de los músicos folclóricos más innovadores de la época. Así como el primer disco de Bob Dylan, ocho años antes, su debut estaba plagado de covers de Woody Guthrie, Leadbelly, Bind Blake, Blind Willie Johnson y Mississippi Joe Callicot. Pero la canción que realmente se destacó por su melodía y sus arreglos fue How can a poor man stand such times and live?

La versión original fue escrita y grabada por Blind Alfred Reed en 1929 y relata las penurias que un hombre debió enfrentar durante la época de la Gran Depresión, tras el crash financiero de Wall Street. El eje de la letra hace foco en la inflación que disparó los precios en los Estados Unidos y en la miseria que eso ocasionó. Reed grabó el tema acompañado por su hijo Arville en guitarra mientras él cantaba y tocaba el violín. How can a poor man stand such times and live? está considerada como una de las primeras canciones de protesta, que tendrían su apogeo treinta años más tarde con el movimiento por los derechos civiles y las protestas contra la guerra de Vietnam.

Reed nació completamente ciego el 15 de junio de 1880 en Floyd, Virginia, en el seno de una familia conservadora. No hay mucha información sobre su infancia y adolescencia, aunque se sabe que empezó a tocar el violín cuando era pequeño y que lo hizo en la Iglesia, en fiestas y hasta en las esquinas a cambio de unos pocos peniques. En 1927 fue descubierto por Ralph Peer, el director de Bristol Sessions, clave en el desarrollo de la música country, y grabó cuatro canciones con impronta religiosa para el sello Victor. En 1929 volvió a los estudios y dejó una decena de temas más. Recién en 1998, el prestigioso sello Document relanzó todo su material en orden cronológico en CD. Reed no volvió a pisar un estudio de grabación pero siguió tocando hasta 1937 en la zona de Mercer County, en West Virginia, hasta que una ley local prohibió a los músicos callejeros y tuvo que pasar a un retiro forzado. El destino fue cruel con este precursor de la canción de protesta: murió de hambre el 17 de enero de 1956.

Pero su legado le ganó al tiempo y repercutió entre muchos músicos de country y folk. Cooder la tocó infinidad de veces en vivo -una hermosa versión es la que figura en Broadcast from the plant de 1974- y Bruce Springsteen, entre otros, también registró la suya en vivo rodeado de una sección de cuerdas y un coro formidable. How can a poor man… es una crónica musical de una época muy dura, en la que el capitalismo mostró su costado más despiadado, ese que volvería a aparecer a lo largo de los años y que nos sigue azotando hoy. Pese a su ceguera, Reed fue un completo visionario.





     

viernes, 25 de julio de 2014

El nuevo astro del firmamento blusero


Un nuevo astro asoma en el firmamento blusero. Tiene 29 años y su nombre no es tan difícil de pronunciar como parece al leerlo por primera vez. Selwyn Birchwood acaba de lanzar su primer disco para un sello importante en el que muestra que, además de ser un tremendo guitarrista y gran cantante, es un notable compositor. En cada uno de sus temas se percibe una búsqueda por tratar de innovar respetando la tradición, una tarea que implica un gran desafío.

Esta es su historia. Selwyn nació el 9 de marzo de 1985 en Orlando, Florida, muy cerca de Disneyworld. Su madre es inglesa y su padre de Trinidad y Tobago. A los 13 años empezó a tocar la guitarra con cierto interés, hasta que escuchó a Jimi Hendrix. Su destino entonces empezó a moldearse. Indagando en las raíces de Hendrix descubrió a Buddy Guy, Freddie King, Albert King y Albert Collins. Cuando tenía 19 años, un amigo le presentó al guitarrista Sonny Rhodes. Ese encuentro terminó de sellar su camino. Rhodes quedó muy impresionado con el joven y lo sumó a su banda. No sólo se lo llevó de gira por Estados Unidos y Canadá, también le enseñó muchos secretos con la guitarra, lo impulsó a perfeccionarse con el lap steel, le mostró los yeites del negocio y de cómo mostrarse arriba de un escenario.

En paralelo, Selwyn siguió con sus estudios y se recibió de licenciado en administración de empresas en la Universidad de Tampa. Con el título en la mano, decidió que ya era el momento de lanzarse de lleno a la música. Así fue como formó su banda y editó dos discos de manera independiente que sólo se vendieron en su zona de influencia. El 2013 fue su año. Ganó dos premios en el prestigioso International Blues Challenge en Memphis: mejor guitarrista y mejor banda. Bruce Iglauer, dueño del sello Alligator y probablemente uno de los tipos que más sabe de blues en el mundo, puso el ojo en él. Poco después llegaron a un acuerdo y Selwyn firmó contrato.

Alligator Records se caracterizó desde sus inicios por ser un sello progresista dentro del blues y su política actual es coherente con su historia. Siempre buscó un equilibrio entre la tradición y la innovación, y sus discos son testimonio del mejor blues desde hace 40 años. Hoy, además, el sello se la juega por una nueva camada de músicos jóvenes que transitan los márgenes del género respetando su espíritu. Ellos son Jarekus Singleton, Anders Osborne, J.J. Grey y Selwyn, quien tiene un estilo más clásico que el de los otros músicos mencionados, pero con un sonido más vertiginoso.

Las joyas del álbum son Walking in the lion’s den, en la que canta como si estuviera poseído por Tom Waits; en The river turned red se luce con unos solos que reflejan la amplia gama de influencias que lo moldearon como guitarrista; Love me again es una balada blusera al mejor estilo Robert Cray; y Tell me why tiene unos riffs muy power y una rítmica picante. Dos temas reflejan, por contraposición, lo abierto y creativo que es como compositor: Overworked and underpaid es un blues con una estructura bien tradicional, mientras que el tema que le sigue, She loves me not, tiene una melodía adhesiva con la onda del soul moderno. Otro momento supremo del álbum es el slow blues Brown paper bag en el que, recostado sobre el discreto sonido de un hammond, se manda unos punteos de antología.

La banda está conformada por Regi Oliver en saxos, Donald "Huff" Wright en bajo y Curtis Nutall en batería, más los aportes ocasionales de Josh Nelms en guitarra rítmica, RJ Harman en armónica y Dash Dixon en teclados, con la colaboración especial de Joe Louis Walker que suma su guitarra con slide. Don't call no ambulance es un disco al que no le falta nada y que muestra todo el potencial de un joven artista, integrante de una nueva generación de bluseros, que llevará al blues a una nueva dimensión.


domingo, 20 de julio de 2014

El Robben que no se tira

Fotos gentileza Edy Rodríguez
Hay un Robben que es veloz, habilidoso y gambeteador. Hay otro Robben que es talentoso, profundo y sobrenatural. El primer Robben juega al fútbol y es el emblema de Holanda. El otro es un guitarrista gringo que tocó con Miles Davis, George Harrison y Jimmy Witherspoon. El primero es pelado y el segundo todavía conserva el pelo largo. Pero la diferencia principal es que el Robben músico no sobreactúa ni se tira, se mantiene erguido sacando las notas más extraordinarias de su guitarra desde el fondo de su alma. Esta comparación futbolera, impulsada por la manija mundial que todavía perdura, sirve para ilustrar al gran Robben Ford, que anoche dio un show descomunal en el Teatro Coliseo.

Ford es un músico fantástico por donde se lo mire: combina la pasión del blues con la destreza del jazz y el vigor del rock. Tal vez no sea un frontman muy carismático, de hecho apenas se dirige al público para presentar a la banda y anunciar algunas de las canciones que va a tocar, pero cuando sus dedos comienzan a agitar las cuerdas de su Telecaster todo lo demás queda en segundo plano.

“Es bueno estar de vuelta. Ha pasado mucho tiempo”, dijo antes de largarse de lleno con la música en su cuarta visita al país (las otras ocurrieron en 1992, 1994 y 2001). Comenzó con una sutil ironía: interpretó el tema Chevrolet, justo él que se apellida Ford. Pero no fue una ocurrencia del momento, sino que ya es un clásico de su repertorio. Aprovechó esa canción para acomodarse, pidió un poco más de monitor, mientras lanzaba unos fraseos fabulosos. La rítmica, conformada por Brian Allen en bajo y West Little en batería, se desenvolvió con gran solvencia desde el primer minuto.

Si bien hace pocos meses editó su disco A day in Nashville, que fue grabado de corrido en un solo día, anoche apenas tocó un solo tema de ese trabajo: Midnight comes too soon. Ford se lució con una gran versión de Start it up, del memorable álbum de la Blue Line de 1992, y con All over again, que compuso para su proyecto paralelo, Renegade Creation. Y la banda entera, tanto de manera mancomunada como en lo individual, deslumbró en Nothing to nobody, el tema de Michael McDonald que Ford versionó en Supernatural, de 1999. Luego del solo expeditivo del guitarrista, Allen se despachó con un derroche de creatividad desde su bajo de cinco cuerdas y dio pie para que Little terminara aporreando su batería de menor a mayor. Justamente de ese disco del 99 salieron otros dos temas que sonaron ayer: Lovin’ cup  la propia Supernatural.

Al público jazzero lo deleitó con un instrumental que recordó a su etapa con los Yellowjackets y a los bluseros les regaló un momento muy emotivo cuando le dedicó al recientemente fallecido Johnny Winter su Cannonball shuffle, inspirada en Freddie King, que compuso para su álbum Keep on running, de 2003. Una mención destacada merece el sonidista, quien logró que la guitarra de Ford se escuchara con absoluta nitidez y su voz con mucha claridad, mientras que generó un contorno óptimo para que la sección rítmica se perciba en todo su esplendor.

Tal vez pudo haber tocado un poco más, es cierto… pero lo que nos dejó en esa hora y cuarto fue alucinante. El Robben bueno, el que no se tira, demostró una vez más que lo suyo va más allá de cualquier clasificación, si es blues o lo que sea. Es música interpretada desde la más honda convicción de un artista inquieto y talentoso que nunca se guarda nada.

jueves, 17 de julio de 2014

Gracias por tanto


Faltaba tan poco para que vinieras. La entrada dice: “Teatro Gran Rex. Jueves 16 de octubre. 21hs”. Iba a ser tu primera vez en la Argentina. Ya se había cancelado una visita en 2004 y todos nos quedamos con un gusto amargo en la boca. Pero esta vez era una realidad. La gira incluía Brasil y Chile. “Puta madre –decíamos-, falta cada vez menos para que venga Johnny Winter”.

Me enamoré de tu música al instante. Fue con aquel disco que grabaste con Sonny Terry y Willie Dixon. Después escuché Serious business y ya no habría vuelta atrás para mí. Me abriste las puertas del blues, del que sería mi mundo. Fuiste mi primer héroe de la guitarra. Yo tenía 20 años y vos llevabas mucho más tiempo tocando. Conseguí tu primer álbum y después el segundo. Me compré los otros que grabaste para Alligator y los que le produjiste a Muddy Waters. Y seguí comprando todos los discos que sacaste desde entonces.

Para mí siempre fuiste el más blanco de los músicos negros. Naciste en Texas pero te criaste en Leland, el corazón de Mississippi, entre los negros que tenían sus dedos con llagas de tanto juntar algodón. Sentiste su angustia y sufriste sus penas, y el día que agarraste una guitarra no la soltaste más, porque las seis cuerdas se convirtieron en extensiones de tu alma. Fuiste una de las atracciones de Woodstock y tocaste con Jimi Hendrix. En los 70 te convertiste en una estrella de rock: llenaste grandes estadios e hiciste tremendos covers de los Rolling Stones. Pero volviste al blues, porque estaba en tu ADN. Por eso para Muddy Waters fuiste como un hijo. Soportaste con hidalguía tu frágil salud, la que tocó, y luchaste durante toda tu vida contra las adicciones. No tuviste una vida fácil pero con tu música hiciste más sencilla las de todos los que te admiramos.

Pude verte en vivo cuatro veces y me siento un privilegiado. Una vez en Londres y las otras tres en Nueva York, y en la última, en 2012, hasta te conocí en tu camarín. Te dije que en Buenos Aires te esperábamos con los brazos abiertos y balbuceaste algo que no entendí muy bien, pero yo me convencí de que me asegurabas que pronto vendrías. Estabas haciendo unos 200 shows al año y sólo te faltaba venir a Sudamérica. Y en febrero, cuando cumpliste 70 años, se confirmó tu recital y me emocioné porque te iba a ver una vez más. Me imaginé al Gran Rex gritando “Olé olé olé… Winter, Winter”. Faltaba tan poco…

Hasta siempre, maestro. Te despido con los ojos llenos de lágrimas, escuchando esos discos que atesoraré toda la vida. ¡Gracias por tanto!

Beaumont, Texas, 23 de febrero de 1944 – Zurich, Suiza, 16 de julio de 2014.


sábado, 12 de julio de 2014

De pura cepa blusera


Lucky en inglés significa “afortunado”. Ese es el apodo con el que se conoce a este tremendo bluesman llamado Judge Kenneth Peterson. Su carrera musical es casi tan extensa como su vida. Fue un niño prodigio, a los cinco años ya era un as con los teclados, pero no de casualidad: su talento fue heredado de su padre, James Peterson, un distinguido guitarrista que se codeó con Muddy Waters, Jimmy Reed, Lowell Fulson y, especialmente, Willie Dixon. De hecho, el padrino del blues produjo su primer disco para el sello Perception/Today, que se llamo The father, the son, the blues, y que contó con la participación del pequeño Lucky cuando -repito- tenía cinco años. Así se convirtió en el protegido de Dixon y en el orgullo de su padre. Si eso no es fortuna...

El tiempo pasó y Lucky fue afianzando su carrera, apuntalada en su enorme destreza musical y en su capacidad para generar un estilo propio que se nutrió de lo más puro de la música negra. Como sesionista tocó junto a Otis Rush, Etta James, Little Milton y Bobby “Blue” Bland, y grabó una veintena de discos solista para importantes discográficas como Alligator, Verve, Universal, JSP e incluso Blue Note. Ahora, a los 49 años, se da el lujo de sacar un nuevo álbum, con el sello Jazz Village.

The son of a bluesman, más allá de ser un exquisito set de grandes interpretaciones, tiene la novedad de que fue producido por él. Acompañado por media docena de músicos, no muy conocidos en nuestro ámbito, Peterson canta y se encarga de las guitarras y los teclados. El álbum comienza con la poderosa Blues in my blood, con un coro sublime y una apabullante combinación de viola y hammond. Sigue con Funky Broadway, bien arriba, un tema que no oculta nada a partir de su nombre tan elocuente. La balada blusera Nana Jarnell eleva sus punteos a la categoría de épicos, y luego homenajea al gran Bobby Bland con I Pity the fool. El boogie woogie más auténtico rejuvenece de la mano de Blues joint party, mientras que en I’m still here y el tema que da nombre al disco baja al submundo del blues más puro. Se la juega con un éxito de otrora como la hermosa I can see clearly now, de Johnny Nash, antes de terminar con una versión góspel de I’m still here.

El hijo de un bluesman, tal es su traducción, es un disco soberbio, en el que Peterson combina distintos estilos lindantes al blues con gran espíritu y mucha pasión, en un claro tributo a su padre, el hombre que le marcó el camino y que definió su destino.

miércoles, 9 de julio de 2014

Brasil blues

La jornada más triste de la historia del fútbol brasileño merece un poco de blues. Aquí va una selección de cinco (cinco, no siete) excelentes discos de guitarristas de ese país.

Celso Blues Boy – Indiana blues (1996). Celso Ricardo Furtado de Carvalho es una leyenda de Brasil, algo así como el Pappo en versión carioca. Su música, a lo largo de su carrera, transcurrió entre el blues y el rock, y fue uno de los primeros en cantar blues en portugués. Indiana blues fue editado para celebrar sus 25 años en la música y marcó un hito para él: se dio el lujo de tocar y cantar junto a B.B. King, de quien tomó su nombre artístico, en el tema Mississippi (Sobre Robert Johnson). En este disco además reinterpreta sus clásicos Aumenta que isso aí é rock ‘n roll, Tiempos dificies, Siempre brillhara y Amor vazio. Y muestra nuevas composiciones como su aproximación jazzera, Indiana blues; Homen das ruas, una balada al estilo de Cassia Eller; Liberdade, un rock enérgico de guitarras crujientes; y Apenas outro blues, que exhibe los doce compases de raíz bien brasileña. Es muy bueno el cover de Bob Dylan, It’s all over now, baby blue, cantado en portugués que cierra este trabajo formidable de Celso, quien murió de cáncer en agosto de 2012. Tenía 56 años.

Nuno Mindelis – Nuno Mindelis & The Cream Crackers (1998). Mindelis es uno de los violeros de blues más reconocidos de Brasil a nivel internacional. En su extensa trayectoria compartió escenario en distintos festivales alrededor del mundo con músicos de la talla de Jimmie Vaughan, Ronnie Earl, Junior Wells y Robert Cray. La historia de este extraordinario guitarrista es muy interesante: nació en Angola en 1957, en 1975 tuvo que irse del país debido a la guerra civil y con un primo se instaló en Canadá. Allí vivió un año y empezó su relación con el blues. En 1976, viajó a Brasil y desde entonces es un brasileño más. Tiene nueve discos editados y sólo en uno canta en portugués. Este álbum fue grabado en San Pablo en 1992, pero recién fue lanzado seis años más tarde. Mindelis muestra todo su talento tanto como guitarrista, cantante y compositor, en una decena de temas. El único cover es Paying the cost to be the boss, de B.B. King. Larry McCray aporta su voz y su guitarra en dos temas, y el armonicistas francés J.J. Milteau se suma en tres canciones.

Big Gilson – Live at The Blue Note (2000). Este disco es una joya. Blue Note, el mítico bar neoyorquino de jazz, pocas veces libera su escenario a músicos de blues. Big Gilson, “el orgullo del blues brasileño”, como lo llaman, fue uno de los pocos privilegiados en tocar allí. Acompañado por el armoniquista Bruce Ewan y su banda, The Solid Senders, Gilson, interpretó media docena de clásicos, a modo de homenaje, combinado entre sus grandes influencias y las del notable Bruce Ewan. Se destacan las versiones de Blue and lonesome, de Little Walter; Shake your Money maker, de Elmore James; Judgment day, de Snooky Pryor; y la extraordinaria The Messiah will come again, de Roy Buchanan. Pero también hay cuatro temas propios que muestran la faceta compositiva de este fenomenal intérprete. Gilson y Bruce Ewan se recuestan sobre la rítmica sólida encabezada por Marty Baumann en guitarra, Steve Shaw en bajo y Bob Berberich en batería. Bobby Radcliff sube como invitado para deslizar su slide en el tema de Elmore James. Blues en vivo en su máxima expresión.

Igor Prado – Upside down (2007). La revista Guitar Player lo definió como “el artista de blues brasileño más requerido en el exterior” y eso tiene sustento en el tipo de blues que ofrece y su notable técnica para tocar la guitarra. Zurdo como Albert King y Jimi Hendrix, Prado se inclinó por el sonido vintage de los años 50 y 60. Este disco, el quinto de su carrera, es una exquisitez en todo sentido. Primero porque el guitarrista paulista se rodeó de una notable selección de músicos internacionales que terminaron de darle forma al álbum que él pretendía. R.J. Mischo canta y toca su armónica en tres temas, Steve Guyger lo hace en la tradicional Bumble bee, y el notable cantante neoyorquino J.J. Jackson se presenta en otras tres canciones, una de ellas Strange things happen, de Percy Mayfield. Los otros músicos son todos del riñón de Prado: su hermano Yuri en batería, Rodrigo Mantovani en bajo, Ari Borger en piano, Robson Fernandes en armónica, más el aporte del saxofonista Ron Dziubla. Todas las canciones están atravesadas por el sonido del West Coast, algo de Chicago y bastante jump blues.

Solon Fishbone – Fish tones (2011). El quinto disco de Solon F. Cohelo, más conocido en el ambiente musical como Solon Fishbone, es una reliquia de punta a punta. Todo el álbum está marcado por el buen gusto y en cada solo se percibe, además de una gran técnica, un hondo sentimiento blusero. Solon se encarga de la guitarra y el bajo y lo acompañan Cristiano Bertolucci en batería y João Maldonado en hammond y piano rhodes. Otros invitados se reparten armónica, saxo, trompeta y piano, más los aportes de los cantantes Greg Wilson y Alice Azambuja. Más allá de un par de lindas versiones de See see baby y Woman I love, aquí lo que se destaca son sus composiciones: “C” as in Collins, un slow blues profundo con unos solos de guitarra muy punzantes, y Cool breezes, un instrumental sublime de tinte jazzero. Sobre el final muestra su versatilidad para encarar un estilo más rústico: con una guitarra resonadora y acompañado por la armónica de Gaspo interpreta Blues for mother earth aproximando el sonido del Delta a su Caixas do Sul natal.

viernes, 4 de julio de 2014

Honrando a los Allman Brothers


La importancia de los Allman Brothers en la historia del rock es indiscutible. A fines de los 60, cuando los ingleses reproducían y exportaban su versión del blues desde hacía cinco o seis años con mucha intensidad, en los Estados Unidos comenzó a gestarse una respuesta local. En Macon, Georgia, los hermanos Duane y Gregg Allman, junto a un puñado de excelentes músicos, le dieron forma propia al blues, creando un nuevo estilo musical, el rock sureño. La trágica muerte de Duane no impidió que la banda se convirtiera en la más influyente de los 70. Con algunos cambios en su formación, y atravesando momentos para nada buenos a lo largo de los años siguientes, los Allman lograron recuperar el cetro del rock & roll. En la Argentina, su música penetró muy fuerte en algunos jóvenes. En 1970 se editó aquí su álbum debut y muchas bandas asumieron su música y la combinaron con el blues autóctono y su propia experiencia.

Allman Brothers
Los Allman Brothers tocan pocas veces al año, siempre en Estados Unidos, y cada vez que lo hacen el público los respalda masivamente. Sus clásicos conciertos en el Beacon Theatre de Nueva York conforman una ceremonia anual que se da en el mes de marzo, en la que ellos tocan con viejos amigos o presentan nuevos talentos. Eso sí, graban poco: en los últimos 20 años apenas lanzaron dos discos -Where it all begin (1994) y Hittin’ the note (2003)- algo que contrarrestan con decenas de ediciones en vivo de sus shows.

Toda esa historia merecía un homenaje. Midnight Rider: A Tribute to the Allman Brothers Band no es el primer disco que los celebra, pero sí es el más contundente. La selección de músicos es tan ecléctica como los mismos Allman. Los temas tienen sentimiento blusero, espesura rockera y el espíritu libre de las jams de reminiscencia jazzera. Pat Travers abre con una potente versión de Midnight rider, en la que hace gala de su poderío vocal y su fiereza con la guitarra, respaldado por un groove más funky que el de la original. Luego el violero Tinsley Ellis y el pianista Kevin McKendree se suman a la banda country The Oak Ridge Boys para una versión fiel de Ramblin’ man, el himno por excelencia del southern rock.
Robben Ford

Dos grupos sureños, Molly Hatchet y The Artimus Pyle Band, versionan sin muchos cambios Melissa y Blue sky. Jimmy Hall, cantante de Wet Willie y del Jeff Beck Group, junto al virtuoso Steve Morse descollan con un cover incendiario de Whipping post. John Wesley, productor del disco y de extensa trayectoria como guitarrista de distintas bandas y proyectos, se juntó con Roy Rogers y su afilado slide, para una exquisita interpretación de Jessica. El tema siguiente, One way out, lleva el sello inconfundible de la guitarra de Robben Ford. Debbie Davies y el ex tecladista de la Jerry Garcia Band, Melvin Seals, encaran Soulshine, uno de los temas más hermosos de los Allman. Los solos de Davies exploran su costado más creativo y su canto se acomoda mejor con el correr de los minutos.

Leon Russell
Sobre el final el disco decae un poco. El guitarrista y cantante Eli Cook destroza Statesboro blues, con una guitarra innecesariamente distorsionada y su voz gutural que parece forzada. Eric Gales sigue con una discreta, por no decir intrascendente, versión de In memory of Elizabeth Reed, mientras que el tándem Commander Cody y Sonny Landreth intentan un cover novedoso de Southbound donde lo único que funciona es el solo con slide de Landreth. Afortunadamente Leon Russell cierra con mucha personalidad con I’m no angel, de Gregg Allman como solista. Para lograrlo, su voz juega un rol central, pero los teclados de Reese Wynans y la guitarra siempre fina de Ronnie Earl disparan unos solos muy entusiastas.

En definitiva, siempre va a ser mejor escuchar a los Allman Brothers, desde ya, pero este disco ofrece algunos covers diferentes y personales. El disco, editado por Cleopatra Records, es la mejor manera que eligieron varios músicos consagrados, y tan diversos entre sí, para honrar la memoria de una de las bandas más grandes de la historia del rock.