viernes, 18 de junio de 2021

El Rey de Nelson Street


Era una noche cálida de octubre de 1994 y en el club B.L.U.E.S, sobre North Halsted, todavía quedaban algunas mesas libres. Tocaba Willie Kent junto a su banda, The Gents, y había tanto blues en el ambiente como humo de cigarrillo. Entonces entró al local un negro flaco y menudo, de unos sesenta y pico de años, altanero y engreído. Era imposible no mirarlo: sus dientes brillaban en la oscuridad, sus ojos saltones eran como imanes. Llevaba un traje rojo, camisa amarilla y sus dedos estaban repletos de anillos. Saludó a todos con un leve movimiento de cejas y le estrechó la mano al barman. Willie Kent seguía tocando y cuando notó su presencia le dio la bienvenida con un gesto silencioso.

Yo estaba sentado a unos metros del escenario. Había llegado esa mañana en tren a Chicago y conseguí lugar en un hostel que estaba a unas pocas cuadras del Lincoln Park. Así que todo lo que sucedió esa noche me quedó bien grabado. No tengo fotos de esa velada porque todavía faltaban algunos años para el boom de las camaritas digitales.

El tipo tenía pinta de bluesman, también de cafisho. Tal vez era las dos cosas. Se sentó en la barra y le sirvieron un whisky que empezó a beber con ganas. Yo seguía escuchando a Willie Kent mientras lo miraba de reojo preguntándome quién sería ese enigmático personaje. El propio Willie Kent finalmente presentó al desconocido. “¡Booba Barnes, ladies and gentlemen!”. Barnes se despegó de la barra y fue hacia el escenario, le dio la mano a Willie Kent y empezaron a sonar los primeros acordes de Rocking daddy. El tipo me sorprendió con una voz grave y profunda, similar a la de Howlin’ Wolf. Era mi primera noche de blues auténtico en Chicago y estaba teniendo como bonus una dosis extra del blues urbano más crudo del Mississippi. Barnes cantó una más, Spoonful, y se bajó del escenario para dejarle su lugar a la cantante Bonnie Lee. Me acerqué a él, le di la mano y le pregunté si tenía algún disco a la venta. Me dijo que no llevaba ninguno con él y volvió a su lugar en la barra.

Al día siguiente fui decidido a Tower Records. Y allí me compré The Heartbroken man, el único disco que editó en su vida. El booklet del cd traía algo de información sobre su historia. Su nombre de pila era Roosevelt y “Booba” apenas su apodo. Había nacido en Longwood, una comunidad rural de Mississippi, al sur de Greenville, en 1936. Desde muy chico empezó a soplar la armónica y después aprendió a tocar la guitarra. Se hizo habitué de Nelson Street, donde compartió noches de blues con tipos como Smokey Wilson, Willie Love y Little Milton. Este último no lo llamaba “Booba” sino que prefería decirle “Little Wolf”.

En 1964, siguió la ruta de muchos de sus contemporáneos. Se fue al norte, a Chicago, en busca de una vida mejor. Allí conoció a Little Walter, quien bromeaba y les decía a todos que “Booba” era su hijo. Pero Barnes no se adaptó a la gran ciudad y en 1971 decidió volver a Greenville. Allí se autoproclamó el Rey de Nelson Street gracias a su carisma y a la buena relación con otros popes locales como T-Model Ford, Frank Frost y John Price. Delante de su casa, en una vieja mueblería del 928 de Nelson Street, Barnes erigió su castillo: el Playboy Club, un verdadero juke joint con el que consolidó su reinado y definió su estilo. En 1990, editó The Heartbroken man para el sello Rooster. El álbum -grabado entre Holly Springs y Memphis- contó con la colaboración de T-Model Ford y realmente capturó el espíritu de su música en vivo en el Playboy Club. El sitio All Music lo definió como “instant modern classic” y así Barnes demostró que era mucho más que un imitador de Howlin’ Wolf.

Para el sello Rooster fue una apuesta importante grabar a un artista que no era de Chicago. Por eso Barnes regresó a la ciudad del viento para darse a conocer. Empezó a tener apariciones junto a su banda, The Playboys, y como invitado de otros músicos. Así fue como lo descubrí esa noche de octubre de 1994. Un año y medio después, el 2 de abril de 1996, un cáncer letal acabó con su vida muy lejos de su casa de Greenville. Murió en Chicago cuando el crudo frío del invierno comenzaba a ceder. Pese a que sólo dejó un disco editado y un puñado de canciones sueltas, su figura perdurará siempre entre los amantes del blues más puro y descarnado del Mississippi.