domingo, 24 de marzo de 2019

Su santidad

Fotos Télam
Paul McCartney, la leyenda viva del rock and roll, la máquina de hacer canciones, el entertainer, el multinstrumentista, montó un espectáculo memorable en uno de los puntos más lindos de Buenos Aires, de espaldas al metro cuadrado más caro de la ciudad, junto a las vías del ferrocarril y de frente al gran pulmón verde de los Bosques de Palermo. Allí, en el Campo Argentino de Polo, Sir Paul animó a más de 60 mil personas durante casi tres horas con clásicos de los Beatles, Wings, su etapa solista, algunos temas de su último disco, Egypt Station, y un imponente show visual.

Los músicos aparecieron en escena a las 21.20. Paul saludó con una mano, tomó el bajo y sin preámbulos arrancó con A hard day’s night y Junior’s farm. Vestido con pantalón y saco negro, y camisa blanca lanzó un “Hola Argentina, qué buena onda”, así, en español, y siguió con All my loving. El comienzo fue un poco chato. Pero a juzgar por lo que pasó a partir del cuarto tema, es como que la banda necesitó esos instantes iniciales para entrar en ritmo. Cuando Paul tomó la colorida guitarra Les Paul y Brian Ray pasó al bajo todo cambió, el riff demoledor de Letting go y la arenga de “Fiesta” marcó un quiebre en el sonido y todo empezó a fluir con otra intensidad. Esa explosión coincidió también con la aparición de los caños, elevados entre el público, que le dieron un vuelo descomunal al tema.

Hubo algunas canciones más de los inicios de los Beatles, como Obladi Oblada o Love me do que, en el contexto general del show, resultaron casi insignificantes en comparación con las demás. Paul las tocó casi por obligación y el público las cantó por inercia. En cambio, en Got to get you into my life o I've got a feeling pudo desplegar arreglos sofisticados y se lo notó mucho más compenetrado. Ni hablar de su emotiva versión de Something con el ukelele, dedicada a George Harrison, o Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. Otros momentos memorables fueron Blackbird, solo con la acústica, la explosiva Helter Skelter, y Eleanor Rigby con sus celestiales armonías vocales.

Paul es un bromista y maneja el escenario con absoluta naturalidad. De entrada, se propuso “hablar en español” y lo hizo bastante bien, aunque siempre leyendo. De todas maneras, cuando habló en inglés lo hizo con mucha claridad y todo el mundo lo entendió. En Hey Jude logró sincronizar que la gente cantara el estribillo primero por sectores y luego solo hombres y después mujeres. Fue realmente imponente escuchar los dos registros bien distintos de cada género. También se ganó varios aplausos cuando, luego de un “Ohhh ohhh ohhh” del público, tal vez el segundo o el tercero, sacó los acordes con la guitarra y la banda convirtió el cantito clásico en un vigoroso rock and roll. Y luego, al piano, transformó el “Olé olee olee oleee” en una polka.

A los 76 años se lo vio jovial y radiante. Además de lucirse con varios instrumentos mostró un registro vocal superlativo. Él, desde ya, es la principal razón del suceso. Pero el rol de la banda es clave. Brian Ray alterna guitarras y bajo, y es un fusible irreemplazable; Rusty Anderson es el guitarrista líder y recurre con frecuencia a la pedalera y el slide para punzar todos los temas con solos muy expresivos; Paul "Wix" Wickens es el comodín: toca teclados, acordeón, armónica, guitarra acústica y percusión; y Abe Laboriel Jr., quien cumplió años el día del recital y Paul hizo que todo el público le cantara el feliz cumpleaños, se encarga de la batería con un pulso monumental. Todos juntos, además, aportan las armonías vocales y coros cuando la canción lo requiere. A ellos hay que sumar a la sección de vientos que, si bien no aparece en todos los temas, cuando lo hace engrosa la matriz sonora con gran prestancia.

La noche, con un clima inmejorable para un show al aire libre, tuvo algunas sorpresas más. Una animada versión de Dance tonight, con Paul tocando la mandolina, y el primer tema que grabaron los Quarrymen, In spite of all the danger. Pero sin dudas el punto más alto, el pináculo, fue Live and let die: una explosión sincronizada sacudió el escenario y los fuegos artificiales pintaron el cielo de colores y brillos mientras la banda arremetía con todo.

Paul McCartney es el sumo pontífice del rock, su santidad, que peregrina por el mundo llevando su mensaje a los fieles. Y estos se congregan para rendirle pleitesía y dejarse llevar por su música. Sin dudas, en los últimos 50 años las canciones de Paul McCartney hicieron más por la gente que la Iglesia. Como dijo Fero Soriano en un tuit: “Para gran parte de la humanidad es básicamente todo: el dueño de los días más felices”.

(Leí varias quejas sobre que el volumen estaba muy bajo. Al menos en donde yo estaba se escuchaba muy bien. Pero a mí también me arruinaron Blackbird: no fue el tren sino un vendedor de agua que pasó por al lado mio a los gritos)

viernes, 22 de marzo de 2019

La mística de Negrito

Fotos gentileza Ceroveiticinco
Fantastic Negrito cruza la calle Balcarce a paso rápido, entra a La Trastienda y pasa por al lado de muchos que están esperando ingresar para ver su show. Negrito no es un tipo que pase desapercibido. Además de ser negro mide algo así como un metro noventa y si sumamos su cresta erizada roza los dos metros. Está vestido con pantalón y chaleco naranjas. Todos se dan vuelta para mirarlo, pero casi nadie se le acerca. Alguno le hace un comentario al pasar, pero no le piden fotos. Adentro suena la banda Free Anguila y Negrito se pierde por una puerta lateral. Cinco minutos después los periodistas asistimos a un meet and greet en el backstage. Nos ubicamos alrededor de un pequeño vestíbulo en el subsuelo y Negrito nos viene a saludar. “Estoy muy contento de estar acá y con muchas ganas de tocar. Amo la comida argentina. Muchas gracias a todos por haber venido”, balbucea en un español un tanto forzado. No da tiempo para fotos y vuelve a entrar a su camerino.

La Trastienda está repleta de gente que ahora espera el show principal escuchando las dulces melodías de la angelical Titi Stier. Pasadas las 21:30 se corre el telón y la banda de Fantastic Negrito descarga toda su potencia eléctrica con una intro instrumental que empalma con la extraordinaria Bud guy necessity. Las tres guitarras Les Paul -la de Negrito, la de Camilo Landau y la del chileno Tomás Salcedo- se entrelazan con un sonido arrasador que condensa el groove del funk y la potencia del rock. El público lentamente comienza a entrar en el trance que proponen desde el escenario con Working poor, uno de los mejores temas de The last days of Oakland.

Negrito es un showman en todo sentido. En poco más de una hora y media construye una relación con la gente que será irrompible. Se mueve con intensidad mientras su voz se expande por todo el local como cuando se derrama líquido. Recurre al falsete, canta como un barítono y por momentos parece poseído por Robert Plant. Prácticamente no hay intervalo entre tema y tema. La banda no afloja y Negrito mucho menos. Hay un momento a capella, breve pero estremecedor, en el que canta como si estuviera recogiendo algodón en los campos del Mississippi. Es el inicio de Honest man, un tema que parece una versión ralentizada de Seven Nation Army de los White Stripes, donde quedan expuestas las raíces bluseras de Negrito.

El instante supremo de la comunión entre “Negrito Fantástico”, como él mismo se presenta, y su público es tras el riff frenético de A boy named Andrew: todos empiezan a corear la melodía con pasión futbolera. La sorpresa de la banda es tal que Landau y el tecladista Bryan Simmons sacan sus celulares y comienzan a grabar.

“Crecí en un barrio difícil donde había mucha gente pesada y donde las madres tenían que enterrar a sus hijos. Ellas eran las personas más fuertes allí. A uno de mis hermanos lo mataron de un tiro en la cabeza cuando tenía 14 años y mi madre me llevo a ver el cadáver para que yo pudiera salir de ese lugar. Para ellas y para todas las mujeres que murieron en la fábrica de Nueva York va esta canción”, dice antes de sumergirse en In the pines. Con sus palabras, en referencia a la muerte de 129 trabajadoras textiles el 8 de marzo de 1908 y por el que se conmemora el Día de la Mujer, logra que el público lo escuche en silencio y algunas chicas eleven victoriosas sus pañuelos verdes.

La rítmica a cargo de Simmons –que tiene a su cargo el bajo desde el teclado y también los efectos- y el baterista Darian Gray es efervescente y ondulante. Las guitarras se vuelven más irreverentes con el correr de los minutos y esa es la principal diferencia del sonido en vivo con el de los dos discos con los que ganó sus premios Grammy. Llega el final y una gran Ovación. El canto al ritmo de “Negriiiitooooo, Negriiiiitooooo" se vuelve viral. Segundos después vuelven a aparecer en escena para un bis con el riff voraz de Plastic hamburguers y un cierre bien funky con The buffer. Antes de dejar la tarima Negrito avisa: “Si me esperan diez minutos bajo a saludarlos a todos”. Y eso hace. Ahora sí, a diferencia del comienzo, la gente se siente hermanada con él y literalmente lo arrinconan contra el stand donde se venden sus cd’s vinilos y remeras. Una foto tras otra. Abrazos, firmas y mucho agradecimiento. Fantastic Negrito desplegó su mística en Buenos y seguramente no pasará mucho tiempo hasta que lo vuelva a hacer.

miércoles, 13 de marzo de 2019

En el nombre de Leo "Bud" Welch


Leo “Bud” Welch dedicó la última sesión de su vida a tocar con músicos jóvenes para mostrar una nueva cara de la vieja música y reforzar la idea que el blues y el góspel son estilos dinámicos y evolutivos. El resultado, dos años después, es un disco revelador donde la música de raíces alcanza una nueva dimensión.

The angels in Heaven done signed my name fue grabado en vivo en una toma y tiene apenas algunos overdubs, reveló el productor y músico Dan Auberbach, de los Black Keys. “En todas las canciones hay al menos tres personas tocando en vivo”, aseguró. Además de Leo en voz y guitarra, Auberbach intercaló bajo y guitarra, y Richard Swift se hizo cargo de la batería. También participaron en algunos temas Leon Michels en hammond B3 y Dave Rose en bajo.

Las canciones revelan su vida dura y también la gratitud y el compromiso hacia Dios con el que vivió. Su música combina el sonido más crudo del Hill country blues con el sentimiento del góspel. A eso, que es la expresión más genuina de la música negra, hay que sumarle la perspectiva de una nueva generación de músicos, un groove hipnótico y denso encarnado por Auberbach, que creció escuchando a Junior Kimbrough, R.L. Burnside o Fred McDowell.

Leo murió a los 85 años -el 19 de diciembre de 2017- y se había hecho conocido poco antes. De hecho, grabó por primera vez en 2014 (Sabougla voices / Fat Possum Records) con lo cual fue una verdadera sorpresa su tardía aparición en escena. El lanzamiento de su segundo disco (I don't prefer no blues/Fat Possum) generó además una especie de reverdecer del sonido del hill country blues y ahora este disco póstumo llega justo a tiempo para erigirlo en leyenda.

La voz de Leo es como una plegaria en medio de un humoso juke joint. Su guitarra, cruda y descarnada, se entrelaza con el ritmo salvaje de la banda en un loop voraz. Leo “Bud” Welch encarna el legado del Delta y también su reconversión. Basta escuchar Don't let the devil ride para comprender como un viejo bluesman puede sonar completamente actual sin perder su esencia ni traicionar a sus antepasados. Ese tema es la pieza más acabada de todo el álbum, una verdadera joya que desafía al tiempo como el DeLorean. La intepretación de Jesus in the mainline es otra transformación extraordinaria, que rompe barreras temporales y tiende lazos rítmicos entre distintas generaciones con una vuelta de tuerca a la melodía. I come to praise my name es posiblemente el tema más Black Keys de todos y Leo no suena para nada fuera de lugar, al contrario, pese a que atravesaba los últimos meses de su vida, suena vital y muy a gusto.

La muerte de Leo no fue la única tras la grabación del álbum. También falleció el baterista Richard Swift. “Fue una experiencia extraña, amarga y dulce y a la vez, la de escuchar lo que habíamos grabado con ellos con tanta diversión. Yo nunca había vivido algo así, más tratándose de la grabación de un álbum religioso”, contó Auberbach a AllMusic.

The angels in Heaven done signed my name es un disco que rompe con todos los prejuicios. Leo “Bud” Welch dejó su testamento en manos de Dan Auberbach y no de un grupo minúsculo de puristas recalcitrantes. Su último aporte en vida fue estimular los caminos de la preservación de la música de raíces dejando de lado toda postura sectaria. Es por ahí.


lunes, 4 de marzo de 2019

La hora del sideman


Era lo que le faltaba. Tras acompañar durante un lustro muy exitoso a Stevie Ray Vaughan & Double Trouble, grabar con infinidad de artistas como Buddy Guy, Bob Seger, Lou Ann Barton, Joe Louis Walker, Tab Benoit y John Hiatt, y sumarse como miembro estable de la banda de Joe Bonamassa, el tecladista Reese Wynans acaba de lanzar su primer álbum solista.

A los 71 años y celebrando medio siglo como músico profesional, Wynams se dio el lujo de grabar con amigos una serie de canciones que lo marcaron a lo largo de su vida. El disco, Sweet release, también marca el debut de Bonamassa como productor. El álbum comienza con dos temas de SRV. El primero es Crossfire, en el que el tecladista desata una locura sonora desde su hammond acompañado por la guitarra feroz de Kenny Wayne Shepherd, la rítmica precisa de los Double Trouble Tommy Shannon y Chris Layton, los vientos de los Texicali Horns y la imponente voz de Sam Moore (Sam & Dave). Luego reduce la formación a cuarteto para interpretar Say What, el primer tema que grabó junto a SRV en el álbum Soul to Soul.

Con Mike Farris en voz y Josh Smith en guitarra, Wynans se despacha una exuberante versión de That driving beat, del productor Willie Mitchell, responsable de muchos de los éxitos de Al Green. Luego se incorpora Doyle Bramhall II para cantar y solear en You’re killing my love, del genial Otis Rush y que tan bien supo interpretar Michael Bloomfield, con el trompetista Lee Thornburg comandando una huracanada sección de caños. En el tema que da nombre al disco, un clásico de Boz Scaggs, Wynans celebra la década del setenta con un combinado vocal impresionante que reúne a Bonnie Bramlett, Jimmy Hall, Warren Haynes, Keb’ Mo’, Paulie Cerra, Vince Hill y Mike Farris, mientras que Bonamassa y Josh Smith se hacen cargo de las guitarras.

Vuelve a juntar a los Double Trouble con Kenny Wayne Shepherd, más la voz de Noah Hunt, para recrear Shape I’m in, un potente rock and roll de los Arc Angels, el súper grupo que formaron Shannon, Layton, Charlie Sexton y Doyle Bramhall II en los noventa. Retoma el cancionero de SRV con Hard to be, del disco póstumo Family style, con Jim Hall y Bonnie Bramlett compartiendo voces, Bonamassa en guitarra y él al frente del piano, en un tempo menos que la original y con una intervención de vientos que le dan un espíritu más souleado al tema. Las guitarras de Bonamassa y Shepherd se fusionan con el hammond de Wynams en la icónica Riviera Paradise bajo el sustento rítmico de los Double Trouble.

La parte del final del disco tiene a Warren Haynes en voz y guitarra liderando la brisa sureña de Take the time, tema de Les Dudek. Lo acompañan Bonamassa y un coro femenino en el que sobresale Mahalia Barnes. Sigue con dos temas del legendario Tampa Red, al piano y con  un feeling más blusero. Primero con So much trouble, con banda y Bonamassa en voz y primera guitarra, y luego con I got a right to be blue, un mano a mano acústico con Keb’ Mo’. La celebración musical de Wynans finaliza con dos instrumentales: uno bien funky, Soul island, de The Meters, y el otro resulta el epilógo perfecto: solo al piano para el clásico de los Beatles, Blackbird.

Wynans construyó su carrera como sideman, aportando desde las teclas lo necesario para jerarquizar los discos o shows de otros grandes artistas. Y ahora llegó su momento de dar un paso al frente, aunque lo hizo como siempre, desde su lugar y dejando que otros brillen.