martes, 29 de diciembre de 2015

Los diez mejores discos del año

Vale aclarar que esta es una selección muy personal.


                                                   Keith Richards - Crossedeyed heart


                                                               Tinsley Ellis - Tough love


                                                     Shemeika Copeland - Oustskirts of love


                                                        Billy Gibbons - Perfectamundo


                                               Wee Willie Walker - If nothing ever changes


                                                     Igor Prado Band - Way down south


                                                    Slam Allen - Feel these blues


                                               Gregg Allman - Back to Macon, GA


                                               Carlos Elliot Jr. Del Otún & el Mississippi


                                                 Carlo Ditta - What I'm talking about


                                              MEJOR DISCO NACIONAL



                                                      Daniel De Vita - Southside blues


                                                       MEJOR REEDICIÓN


                                              Chicago Blues Allstars- Loaded with the blues
                                              (Sunnyland Slim, Willie Dixon, Johnny Shines,
                                                               Walter Horton y Clifton James)  

domingo, 20 de diciembre de 2015

Cuando la perfección sacude emociones

Fotos Edy Rodríguez

Había algo que se sabía de antemano: David Gilmour es uno de esos músicos que en cada show busca la perfección y, por lo general, la alcanza. Los arreglos, los solos, las armonías vocales y la calidad del sonido siempre fueron para él una obsesión desde que compartía el liderazgo de Pink Floyd con Roger Waters, o cuando quedó solo al frente de la banda y también a lo largo de su carrera solista. Lo del viernes a la noche, en el amplísimo predio del Hipódromo de San Isidro, fue una demostración de talento y profesionalidad. Un estallido de emociones. Satisfacción garantizada.

La llegada a San Isidro fue caótica. Viernes, hora pico. Colapso de autos para salir de Capital y lo mismo para entrar al feudo de Posse. Gilmour y su banda no tuvieron ese problema: accedieron al hipódromo de contramano por Avenida Márquez en tres combis con un par de motos de la Policía Federal abriéndoles el paso. La organización también fue muy deficiente, apenas habilitaron un par de accesos sobre Márquez y mucha gente reportó que ingresó muy tarde al show y otros ni siquiera pudieron entrar.

Como en todos los mega eventos híper costosos de los últimos años, los más acaudalados tuvieron el beneficio de poder sentarse de frente al escenario en la denominada platea VIP. Para el resto de los mortales, se abrió la tranquera del fondo y nos arreglamos como pudimos. Por suerte había una segunda línea de pantallas bien ubicadas que permitió que mucha gente lo viera muy bien y sentada, aunque bastante lejos del escenario. Las columnas de sonido también estaban muy bien colocadas y todo sonó perfectamente ecualizado y en el volumen adecuado. Ni una fritura, ni una interferencia. Es difícil calcular cuánta gente había, pero estimo que no menos de 60.000 personas.

El show comenzó a las 21.30 con el solo profundo de 5 AM, como para entrar en calor, y siguió con Rattle that lock y Faces of stone, tal como empieza su último disco. La primera explosión del público llegó bastante rápido cuando Gilmour, con la voz apenas cascada, tomó la acústica y lanzó los primeros acordes de Wish you were here. Todos cantaron junto a él. Fue un momento muy emotivo. En esa primera parte tocó algunos temas más de Pink Floyd, como la célebre Money, Us and them y High hopes, que intercaló con In any tongue y A boat lies waiting, de su último trabajo, y The Blue, del disco On an island (2006).

El viento fresco fue un compañero inesperado en lo que pintaba que iba a ser una hermosa noche de verano. Como el predio estaba muy abierto con el correr de los minutos el frío empezó a hacerse sentir, especialmente en el intervalo de 20 minutos que Gilmour se tomó en el medio del show. Los que estaban en bermudas, los de manga corta y ni hablar las que tenían musculosas sobrellevaron la noche como pudieron.

Lo visual también fue clave en el show. Muchas de las canciones estuvieron acompañadas por videos muy locos y cuando las cámaras enfocaban a Gilmour o sus músicos se destacó una secuencia de efectos, entre novedosos y psicodélicos, y muchos juegos de luces.

Pasadas las 23, el guitarrista volvió al escenario con una descarga a puro Pink Floyd. Encadenó Astronomy domine, Shine on you crazy diamond, Fat old sun y la extraordinaria Coming back to life. En clave de blues, al mejor estilo Tom Waits, interpretó The girl in the yellow dress y luego, haciendo gala de sublimes armonías vocales y una buena guitarra funky, arremetió con Today, ambas de Rattle that lock. Para el final se reservó otras dos de la legendaria banda británica: Sorrow y Run like hell, cantada a dúo con el bajista Guy Pratt. Gilmour, rodeado de sus músicos, encabezados por su guitarrista rítmico y director musical Phil Manzanera, saludó de manera afectuosa al público y se retiró en medio de una imponente ovación. Apenas unos minutos después volvió para entrelazar en los bises Time, Breathe y Comfortably numb.

Mientras escuchaba esas canciones recordé cuánto me gustaba Pink Floyd cuando estaba en el secundario. The Wall desató mis pensamientos más libertinos, El lado oscuro de la luna me cambió la cabeza y Wish you were here me enamoró. El tiempo pasó y el blues se adueñó de mi vida, pero nunca dejé de escuchar y recordar aquellas melodías de una época en la que estaba bien enfrentarse con el mundo y deambular por las calles con una mochila toda pintarrajeada con los nombres de tus bandas de rock favoritas. Gilmour ayer removió parte de ese pasado con aquellas viejas canciones y nos trajo de regreso a la actualidad con su nuevo material. Fue un viaje alucinante.

jueves, 17 de diciembre de 2015

Las páginas del blues local

Fotos Mariano Valdivieso
Hay momentos en la vida que quedan eternizados y el del martes a la noche fue uno de esos. Bien presentes tengo las caras atentas de mucha gente querida, de músicos a los que admiro profundamente y de otros desconocidos que se acercaron para escucharnos hablar sobre nuestro libro. En apenas media hora sintetizamos el laburo de dos años, que incluyó decenas de entrevistas, gran cantidad de material bibliográfico leído y larguísimas horas frente a la computadora. Bien al Sur es una obra que escribimos con total responsabilidad, con la idea de dejar un primer testimonio de la historia del blues en nuestro país.

El lugar de la presentación fue el Balcón del Blues, ahí en la zona del Abasto, un bar muy cálido y bien ambientado que nos abrió la puertas con la mejor onda: Braca, Jorge Ramos y todos los que trabajan ahí son campeones del mundo. Poco después de las 20.30, Gabriel Grätzer, Leandro Donozo (nuestro editor) y yo nos subimos al escenario y nos acomodamos en unas banquetas con un micrófono para cada uno. Para mí fue una experiencia novedosa. Esta vez yo estaba arriba de la tarima y los músicos abajo. Apoyé el vaso de cerveza sobre un amplificador mientras el reflector me enceguecía un poco. Tal vez eso último me ayudó a calmar los nervios. Leandro hizo una introducción del libro y cuando terminó fue mi momento de exponer. Luego siguió Gabriel y sobre el final tomé de nuevo la palabra. Transmitimos nuestro mensaje, contamos de que va el libro y recibimos un fuerte aplauso. De las palabras pasamos a la música..

Jorge Senno, guitarrista excepcional que combina el country blues más puro con el blues de raíz porteña, comenzó su set con un tema instrumental de Stefan Grossman, Bermuda triangle exit, siguió con Barraca peña, de su autoría, y cerró con dos canciones de Manal: Informe de un día y Todo el día me pregunto. Alternó entre una guitarra acústica con la firma de Grossman y una reluciente resonadora. En dos de las canciones contó con la colaboración del gran armoniquista rosarino Franco Capriati.

Unos minutos después, la emblemática figura de Botafogo copó el escenario del Balcón. Décadas de experiencia: Pappo's Blues, Avalancha, Carolina, Durzano de Gala y una extensa trayectoria solista son parte de su curriculum musical. Luciendo un sombrero tipo Panamá y un saco celeste que cubría una polémica remera, el Blues Maestro se acomodó en la banqueta y, con humor y filosas ironías, se quejó de que el blues tenga poca difusión en los medios y se mostró emocionado con algunas cosas que revelamos en el libro, de cómo sus métodos para aprender a tocar la guitarra llegaron hasta los puntos más recónditos de nuestro país y América del Sur. Al igual que Senno, utilizó dos guitarras, y su repertorio de tres temas se lo dedicó a Pappo, como suele hacerlo últimamente. Tocó Slide blues, Blues para mi guitarra y Desconfío. ¡Un lujo!

El final fue eléctrico. Un grupo de buenos amigos del blues y notables músicos con su raíz en La Escuela de Blues se unieron para celebrar el lanzamiento de Bien al Sur. Nico Smoljan (armónica), Julio Fabiani (guitarra), Roberto Porzio (Cigar Box guitar), Mauro Diana (bajo) y Gabriel Cabiaglia (batería) arrancaron con Conseguite otra mujer, el clásico de los Easy Babies, cantado por Mauro Diana. Después Nico Smoljan invitó a Adrián Jiménez al escenario para un duelo de armónicas en That's all I need, de Magic Sam. Y para terminar, Julito Fabiani le dio su Les Paul a Gabriel Grätzer que cerró la noche con Highway 49.

Abajo había muchos más músicos: Daniel Raffo, el mítico Rubén de León de La Banda del Paraíso, Ricardo Muñoz, Matías Cipiliano, Fernando Heller, Claudio Kleiman, Marcelo Marín, Miguel Ángel Romeo, Florencia Andrada, Daniel De Vita, Mariano Cardozo, Diego García Montiveros y algunos de los integrantes del coro Boulevard Gospel Singers. A todos ellos y a nuestros amigos que difunden el blues a pulmón -Luis Mielniczuk, Mati Colombatti, Guille Blanco Alvarado y el Tano Rosso- (espero no olvidarme de ninguno), muchas gracias por una noche alucinante en la que presentamos las primeras páginas del blues local.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Celebración


El 30 de marzo, Eric Clapton cumplió 70 años y lo celebró a lo grande unas semanas más tarde en el palacio de la música londinense, el Royal Albert Hall. El álbum doble más DVD que acaba de ser editado bajo el título de Slowhand at 70 también representó su show número 200 en esa emblemática sala de conciertos. Clapton se vistió de gala para la ocasión: sacó a relucir todo su talento, rodeado por los músicos con los cuales se siente a gusto desde hace muchos años -Nathan East, Paul Carrack, Andy Fairweather Low, Steve Gadd y Chris Staiton-, interpretando algunas de sus canciones más emblemáticas y versiones que lleva tocando desde hace más de 40 años.

El primer CD empieza con Somebody´s knockin' on my door. Flota olor a blues en el ambiente y siete minutos después arremete con el clásico Key to the highway. Tell the truth y Pretending aportan la cuota rockera necesaria para cumplir con esa parte del público hasta que el guitarrista vuelva a las aguas fangosas del blues con Hoochie coochie man. Clapton se hace a un lado del micrófono y deja que Carrack cante You're so beautiful, una balada que lleva la firma de Billy Preston. Luego la banda regala uno de los momentos más bellos con una versión de Can't find my way home, aquí con East ocupando el rol vocal de Steve Winwood. La primera parte se va con otro de los temas que Slowhand lleva años tocando, su reggae favorito, I shot the sheriff. Solos profundos y muy sentidos acompañan esta primera parte y no decaen a lo largo del resto del álbum.

El disco dos comienza con una fabulosa versión de Driftin' blues. Clapton mostrando con la acústica, una vez más, toda la negritud que lleva adentro. Promediando el tema se suma el hammond de Carrack en una combinación que no podría ser más exquisita. El set acústico sigue con Nobody knows when you`re down and out, recordando aquella notable versión del disco Unplugged, aquí con toda la banda sonando a la perfección. Sigue desenchufado con la melancólica Tears in Heaven, aunque con un leve, casi imperceptible, ritmo reggae y un coro celestial. La mítica Layla trae a cuestas cuatro décadas de historia y Clapton la canta con la misma pasión de siempre. La banda se vuelve a enchufar para Let it rain y sigue con la balada más comercial de toda su carrera, Wonderful tonight. Pero ese regusto meloso desaparece enseguida con una nueva descarga blusera de más de 20 minutos de su máxima fuente de inspiración, el legendario Robert Johnson, que incluye Crossroads y una ardiente interpretación de Little Queen of Spades, con largos solos de guitarra y también de hammond. La energía ascendente desemboca en Cocaine, con el público enfervorizado y la banda en llamas. El cierre es con High time we went, cantada a dúo con Fairwether Low y unos coros bastante stone.

Es cierto que no hay grandes novedades ni sorpresas en este álbum, que se suma a una larga lista de producciones en vivo de Clapton, algunas consideradas históricas. Sin embargo, la presentación ratifica por qué este inglés nacido en Surrey County, en las afueras de Londres, hace 70 años, y que alguna vez fue apodado "Dios", sigue manteniendo su marca registrada con la guitarra. la misma con la que hizo escuela más allá de fronteras, lenguajes y estilos musicales.


sábado, 5 de diciembre de 2015

Poder vocal

The Boulevard Gospel Singers - Por los caminos del góspel. Veinte voces alineadas, armónicas y complementarias rebalsan un sonido angelical y profundo. Ese coro de almas está comandado por el maestro Gabriel Grätzer. El álbum arranca en clave souleada con Why, I'm treated so bad , de los Staples Singers. Ya de entrada el racimo vocal confluye en un exquisito elixir sonoro. En My journey to the sky, de la gran Sister Rosetta Tharpe, An Díaz despliega todo su magnetismo respaldada con mucho entusiasmo por todos sus compañeros. En Milky white way el que lleva la batuta con mucho ímpetu es Grátzer y en Precious memories, tras un sutil intro de piano de Joaquín Lascano, surge desde el más allá la poderosa voz de Greta Kohan. La primera parte, que fue grabada por Gabriel Cabiaglia en La Escuela de Blues y en la que se destacan interesantes arreglos, se va con un tema bien religioso, The telephone to glory, en la que sobresale una gran incursión vocal de Grätzer. En esas cinco canciones Florencia Rodríguez y Rodrigo Benbassat llevan una concisa sección rítmica. La segunda parte es más cruda y consta apenas con la guitarra de Grätzer y las voces. Fue grabada por Daniel De Vita en una sola toma en la Catedral Anglicana San Juan Baustista y el repertorio ya no vuelve a lo secular e incluye I'll fly away, Do you call that religion, The harbor of love y I feel good. Todo el álbum tiene un encanto que cautivará hasta quienes no están acostumbrados a esta música y sin dudas será una referencia ineludible para las próximas grabaciones del género.

Dallas-Ponce & The Salmonettes - Do it again. El de Viviana Dallas y Marcelo Ponce es tal vez el dúo más consistente de la escena blusera local. Llevan décadas tocando juntos y han abarcado casi todos los estilos que contempla el blues y también el góspel. Ahora presentan un nuevo álbum más orientado al soul acompañados por las dulces voces de Camila Teodori, Paloma Scassano, Marcela Moise y Florencia Alarcón. Como en el álbum de los Boulevard Gospel Singers, el dúo empieza con un tema de los Staples Singers, Why (Am I treated so bad)? Siguen con la animada Hammer and nails donde Dallas y las Salmonettes mantienen un diálogo muy armónico mientras que Ponce se entromete con unos solos muy expresivos. Nobody's fault by mine, del legendario Blind Willie Johnson, tiene un comienzo digno de Tony Joe White, bien pantanoso, que contrasta con la luminosidad vocal que surge intempestivamente por parte de las cinco femmes. La versión de I know I've changed podría musicalizar cualquier película ambientada en un pueblo polvoriento del Mississippi y alrededores. El dúo se anima a una versión con tintes religiosos de A hard rain's A-gonna fall, de Bob Dylan. Con Let's do it again, de Curtis Mayfield vuelven a lo que prometían al comienzo del disco: soul en estado puro. En My dying bed y Glory, glory, Hallelujah elevan plegarias cantadas y terminan con uno de los himnos de la época en la que la ebullición social inspiraba grandes canciones: Respect yourself. Si bien Do it again no tiene canciones originales, las interpretaciones sentidas y muy cuidadas hacen del disco una verdadera delicia.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Re loco


Boogie texano, ritmos afrocubanos y bases electrónicas son los engranajes del álbum debut de Billy Gibbons, el legendario guitarrista de ZZ Top. Perfectamundo es un disco sorprendente y llamativo, tan impredecible como atrapante. A los 65 años, el músico sigue experimentando con las máquinas como lo hizo con el trío en los 80 con Eliminator o hace un par de años con La Futura, aunque ahora da un paso todavía más allá. Vale la aclaración: puristas manténgase alejados de este álbum.

Gibbons comienza con una versión súper animada de Got love if want it, del gran Slim Harpo, para dejar en claro que no hay nada de tradicional o conservador en su abordaje musical. Y lo ratifica aún más con el tema siguiente, el clásico Treat her right, que lo encara con el mismo desparpajo que el anterior. En el tercer tema -You’re what’s happenin’, baby- explota la fábula animada. Tras diez segundos de guitarra resonadora con slide, al mejor estilo Ry Cooder en Paris-Texas, la base electrónica irrumpe en clave chill out al tiempo que la voz de Gibbons se filtra entre el juego de manos del DJ. Suena a boliche, no a juke joint.

Sal y pimiento tiene decididamente un sabor latino. El barbudo está re loco pensará más de uno. Y sí… no es ninguna novedad. El hammond de Mike Flanigin acompaña el ritmo de las congas. En Pickin’ up chicks on Dowling Street la onda latina no decae y el Viejo se muestra atrevido, como si los años no hubieran pasado para una estrella de rock. El tema está cruzado por una mezcla osada y mucho groove. En Hombre sin nombre solo le falta gritar “¡Arriba!”. Canta en un español retorcido y hasta uno puede imaginárselo bailando. Pero cuando mete el solo de guitarra todo se transforma en punzante y criminal, como en su época de La Grange.

En Quiero más dinero hay mucho sampleo, una irrupción rapeada y un punteo tremendamente blusero. Hay que escucharla para entenderla. Y luego desestructura Baby please don´t go. No creo que a Muddy Waters le hubiera gustado como lo hace, mucho menos a Big Joe Williams. Suena muy diferente y provocadora. El disco termina en la misma línea, no decae. En Piedras negras le da un toque más melodioso y su voz rasposa lleva el estribillo con excelente vibra. El riff de Perfectamundo es un guiño a I love rock and roll de Joan Jett y el sampleo lo ubica con racionalidad en la línea del repertorio. “Fiesta”, grita Gibbons en el inicio de Q-Vo, que rescata la impronta jazzera de Jimmy McGriff con el hammond expeditivo de Flanigin, al que le interfiere el swing de su guitarra sin ponerse colorado. 

Y así se va Perfectamundo, un disco muy loco que invita a bailar y a despojarse de todos los prejuicios. Porque cuando la música es buena no importan tanto las clasificaciones.


sábado, 21 de noviembre de 2015

La historia que había que contar


Los números. Tres años de laburo, 317 páginas, 2000 ejemplares, 50 discos recomendados, decenas de entrevistados y bibliografía consultada. Dos autores y un editor. Esa es la parte fría de Bien al Sur, Historia del blues en la Argentina. Lo demás son historias, anécdotas y hechos que marcaron el devenir del género en nuestro país. Anoche, el libro salió a la cancha por primera vez nada más y nada menos que durante el show de Javier Martínez, prócer del blues y el rock nacional. Fue durante la primera jornada del 4º Buenos Aires Blues Festival que se hizo en La Trastienda. Además del ex Manal, la noche tuvo como protagonistas a los Easy Babies y a T-Bone Blues. Tres generaciones de artistas, algo que el libro explica muy bien.

Las primeras formas de música folclórica afronorteamericana en la Argentina se remontan al siglo XIX, claro que por aquel entonces no se lo denominaba blues, pero fueron los primeros indicios de que la cadencia que con el tiempo identificaría al blues comenzó a sonar por estos pagos. Los primeros que aquí interpretaron algo de blues en sus repertorios fueron músicos de jazz. Oscar Alemán, Lois Blue y Blackie aparecen como los verdaderos pioneros a partir de la década del '30. A ellos, años después, se les sumó Osvaldo Ferrer, miembro de la Antigua Jazz Band. También hubo otros personajes que contribuyeron para la difusión de esta música, como Néstor Ortiz Oderigo y el grupo de coleccionistas encabezado por Guillermo Hoeffner.

En los ’60, los jóvenes rockeros de la época tomaron el blues que escuchaban en los discos de músicos británicos como John Mayall, Peter Green, Eric Clapton y los Rolling Stones, y crearon su propia versión, que con el tiempo se denominó blues argentino. Pappo y Manal son los máximos exponentes de ese estilo. Ellos sentaron las bases de todo lo que vendría después. A comienzos de los ’80, hubo otros personajes que, desde el “ultraunderground” dieron los suyo, como El Blusero León, Pajarito Zaguri y unos jóvenes músicos surgidos del corazón de Floresta que, en la década siguiente, se convertirían en todo un símbolo del blues local, Memphis la Blusera.

Y llegaron los ’90, y el blues fue un boom. A la banda de Adrián Otero y el Ruso Beiserman se sumaron La Mississippi, Durazno de Gala, Las Blacanblus y un renovado Pappo, entre muchos otros. Surgió un circuito blusero en el que sobresalieron el Blues Special Club, El Samovar, Oliverio y Betty Blues. Abrieron disquerías especializadas y los programas de blues coparon las radios. Y llegaron decenas de bluseros de primer nivel como B.B. King, Albert King, Albert Collins, Honeyboy Edwards, James Cotton, Buddy Guy, John Hammond y Taj Mahal.

Hoy, la movida blusera está mucho más consolidada. Tal vez no sea un boom como lo fue hace 20 años, pero sin dudas hay muchísimos más músicos que antes, con una formación más amplia, un público más selectivo y muchas opciones más para escuchar y disfrutar. Y anoche mientras los Easy Babies tocaban Conseguite otra mujer o Javier Martínez recreaba el himno que es Avellaneda blues, Bien al Sur inflaba bien el pecho, porque había una historia para contar y que nunca antes nadie contó.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Forever Young


Neil Young. El hombre, el músico, el hippie, el cowboy solitario. El inquieto, el insatisfecho, el creativo. El amante del medioambiente, de los autos, de los trenes Lionel, del sonido más puro. El creador, el inventor, el desarrollista. El folkie, el rockero, el padrino del grunge. Hoy, 12 de noviembre, cumple 70 años.

Protagonista absoluto de la música popular de los últimos 50 años, editó algunos de los mejores discos de la historia del rock: After the gold rush (1970), Harvest (1972), On the beach (1975), Comes a time (1978), Rust never sleeps (1979) y Freedom (1989). Tocó con Buffalo Springfield, con Crosby, Stills & Nash, con Crazy Horse, con The Stray Gators, con Daniel Lanois, con Booker T & The MG’s. Le pegó a Bush y a Monsanto, también a Lynyrd Skynyrd aunque después se arrepintió.

Tuvo tres esposas: Susan, Carrie y Pegi. De la última se separó hace un año. Tiene tres hijos: Zeke, Ben y Amber. El primero padece parálisis cerebral y el segundo es tetrapléjico. Dos golpes duros que le dio la vida y que sin embargo canalizó con amor, con música y con la creación de una escuela para educar a niños con necesidades especiales. Las muertes de sus grandes amigos y compañeros de ruta David Briggs, Danny Whitten, Jack Nitzsche y Ben Keith también lo hicieron tambalear. Todas esas experiencias están retratadas en sus canciones que, en algún punto, también retratan las nuestras. Porque es imposible desprendernos de temas como Don’t let it bring you down, Heart of gold, Out on the weekend, Old man, Like a hurricane, Powderfinger o See the sky about to rain.

Pero cuál es el secreto de esas y otras tantísimas canciones que escribió a la largo de su vida. Así lo explicó en sus memorias, El sueño de un hippie:

“¿Te has preguntado alguna vez qué hace falta para componer una canción? Ojalá supiera los ingredientes exactos, pero no se me ocurre nada específico. Para mí, las canciones son producto de la experiencia y de una alineación cósmica de circunstancias. Es decir, quién eres y qué sientes en un momento determinado. He escrito muchas canciones. Algunas no valen nada. Algunas son geniales y otras pasables. Eso es lo que opina la gente. Para mí son como hijos. Nacen, crece y luego se valen por sí mismas en el mundo. (…) Mis canciones comienzan con una sensación. Oigo algo en mi interior o siento algo en el corazón. Otras veces cojo la guitarra y me pongo a tocar sin pensar en nada. Así nacen muchas también, cuando no pienso en nada. Pensar es el mayor enemigo para componer. Comienzo a tocar y sale algo nuevo. ¿De dónde sale? Qué más da. Hay que dejarse llevar. Es lo que hago. Nunca lo juzgo. Lo creo. Llega a mí como un regalo cuando me pongo a tocar. Los acordes y las melodías aparecen por sí solos. No es el momento de analizar ni preguntarse nada, sino de familiarizarse con la canción sin cambiarla. Es como un animal salvaje, un ser viviente. No hay que ahuyentarlo. Ese es mi método, o en cualquier caso, uno de mis métodos”. 

Feliz cumpleaños, maestro. Y gracias, muchas gracias.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Custodio de la tradición


Lo primero que llama la atención del álbum de Daniel De Vita es la portada. Se trata de una foto opaca en la que el músico sostiene un micrófono y mira hacia un punto fijo que no se percibe. Luce una camisa anaranjada, pantalón azul y unos zapatos que serían codiciados por cualquier bluesmen de Chicago. Está sentado en una silla de madera, el piso está reluciente y hay a sus costados un par de guitarras y unos amplificadores. Unas fichas de ajedrez -un guiño al sello Chess- descansan sobre una pila de viejos discos de blues. De Vita de una imagen vintage que sostiene con un sonido que nos remonta a la década del 50.

Acompañado por Mariano D’Andrea en contrabajo, Gabriel Cabiaglia en batería y Nicolás Smoljan en armónica, el guitarrista y cantante desempolva un repertorio de blues bien tradicionales. Entre sus preferencias aparece John Brim, a quien le dedica versiones de You got me where you want me y Be careful what you do. Después repasa al gran Muddy Waters con Standing around crying; a Little Walter con One of these mornings; a Memphis Slim con Mother earth; a Little Johnny Jones con Hoy hoy; a Sunnyland Slim con Be mine alone y Farewell little girl; y a Snooky Pryor con Poor black Mattie.

De Willie Dixon, el padrino del blues, interpreta dos canciones en las que aprovecha para agasajar a dos de sus maestros locales: en Good advice hace un dueto con Gabriel Grätzer que podría haber sido grabado en Maxwell Street hace más de medio siglo, mientras que en el clásico Violent love suma en segunda guitarra y voz a Mauro Diana. Hay un tercer invitado: se trata del patagónico Damián Duflós, con quien se despacha una soberbia versión de Walkin’ blues de Robert Johnson. En todas las canciones la voz de De Vita suena auténtica y la banda mantiene un ritmo inmejorable. Todos llevan la negritud blusera en sus entrañas.

Más allá que desde lo estrictamente musical el disco es excelente, lo que más se destaca es la calidad de audio. De Vita, reconocido técnico en sonido y autodenominado “productor fonográfico”, ha logrado lo que muchos buscan y por lo general no lo consiguen. Southside blues tiene esa sonoridad compatible con los discos de la era dorada del blues y que en el último tiempo apenas lograron conseguir, por ejemplo, los Headcutters en California de la mano de Big John Atkinson. En el caso de De Vita es además doble mérito porque lo hizo solo y aquí. Y como si fuera poco, este joven que recrea el pasado teniendo muchísimo futuro por delante, se erige como custodio de la tradición sin enfrascarse en un discurso sectario y obsoleto. Más no se le puede pedir… bah sí: que saque otro disco pronto.


martes, 3 de noviembre de 2015

Highlander


Hace casi 30 años, Christopher Lambert encarnó el papel de Connor MacLeod en Highlander. La película, todo un suceso en aquella época, contaba la historia de un grupo de inmortales que tenían que enfrentarse entre sí hasta que quedara uno solo. Por entonces, John Mayall ya llevaba un cuarto de siglo como paladín del blues inglés y hasta ya había venido a la Argentina. Hoy, a punto de cumplir 82 años, sigue tan activo como siempre. Su voz suena con mucha vitalidad y sus canciones tienen una energía descomunal. Todo eso queda patente en su flamante disco, Find a way to care. Así que hablemos de inmortalidad…

Se sabe que, entre otros tantos pergaminos musicales, a Mayall se lo reconoce como un gran cazatalentos de guitarristas. Por sus filas pasaron Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor, Coco Montoya, Walter Trout y Buddy Whittington. Desde hace seis años, la formación de los Bluesbreakers tiene al texano Rocky Athas en las seis cuerdas y, la verdad, el tipo no desentona para nada con los monstruos que lo precedieron. La rítmica, de la mano de Greg Rzab en bajo y Jay Davenport en batería, tiene una solidez impresionante. El inmortal, sin dudas, está muy bien custodiado.

El álbum, grabado en siete sesiones entre febrero y marzo de este año, y editado por el sello Forty Below Records, tiene doce temas entre los que Mayall combina algunas composiciones propias como Ain’t no guarantees, Ropes & chains, Long summer days, Crazy lady y el tema que da nombre al álbum, con algunos clásicos del blues como I feel so bad (Lightinin’ Hopkins), Long distance call (Muddy Waters), River’s invitation (Percy Mayfield) y Driftin’ blues (Charles Brown). Pero además interpreta una versión de War the wage, del joven guitarrista de Manchester Matt Schofield. Un guiño a la nueva generación, una apuesta al futuro.

Más allá de un repertorio exquisito, sostenido por la firmeza y el talento de la banda, lo mejor está en todo lo que Mayall deja. Porque además de su canto sublime –esa voz nasal tan particular que nos acompaña desde que empezamos a escuchar blues- el tipo toca la guitarra, el piano, el hammond, el wurlitzer, la armónica y el clavinete.

Este viejo lobo de Macclesfield, en el centro de Inglaterra, radicado desde hace años en Los Ángeles, California, ya lleva varias vidas tocando blues. Y parece que no va a parar nunca porque, en definitiva, es el último inmortal.

martes, 27 de octubre de 2015

Una maquinaria a pura Nasta


El sexto disco de Nasta Súper, Solo por mí, es una andanada rítmica y una exhibición de talentos que convalida los pergaminos que esta banda consiguió en la última década. El guitarrista Rafael Nasta conforma con los otros tres músicos una maquinaria sólida que le permite desplegar todo su virtuosismo con total comodidad. Walter Galeazzi le imprime un goove brutal desde los teclados, mientras que Mauro Ceriello y Gabriel Cabiaglia llevan el compás con una precisión y un swing demoledor.

En el primer corte, El gran estafador, por momentos se percibe una marcada influencia de Robert Cray, hasta que Galeazzi despunta un solo funky espacial que confronta con el punteo quirúrgico de Nasta. La banda sigue con La Negación, un tema con una melodía de épica cinematográfica, con unos arreglos muy detallistas y grandes incursiones del guitarrista. Qué curioso tiene la impronta de una balada emocional, con Galeazzi al piano y el aporte de los coros a cargo de Gina Valente y Willie Lorenzo. El viaje es un tema raro en el que la voz de Nasta no termina de encajar del todo, tal vez porque las rimas son medio forzadas, más allá de que en el estribillo haya un juego de armonías vocales interesante con los coristas. Quiero conocerte es una combinación de jazz y pop en la que el cantante juega otra vez con los coros por sobre una melodía de FM.

Foto Hugo Panzarasa.
Si Nasta venía insinuando algo de jazz, con Blue in green de Miles Davis da rienda suelta a su creatividad. Ceriello y Cabiaglia le dan un toque relajado mientras que Gustavo Silva, tecladista invitado, le impone una alta dosis de improvisación a su solo. La banda aquí se distiende y alcanza un punto muy alto. La salida tenía que ser a puro shuffle y arremete con El hipocondríaco, en la que Nasta cede la primera guitarra al gran Chris Cain. En el instrumental Balada para Vivian, dedicado a su esposa, Nasta recurre al smooth jazz con aire bien porteño, en el que saca de su guitarra unos sonidos mágicos. Solo por mí es un blues de medio tiempo con la batería marcando golpe a golpe sin titubear y Chris Cain sumando su arte. Uptown Groove es una descarga de jazz-funk en la que Nasta dibuja unas líneas soberbias desde las seis cuerdas. El último tema, que coescribió junto a Chris Cain, es un blues intenso dedicado a Johnny Nitro, un reconocido guitarrista de San Francisco que murió en 2011.

Con este disco, Nasta demuestra tres cosas: que sigue apostando a la composición, más allá de que satisfaga su gusto personal con un par de covers; que es un gran guitarrista de blues al que le gusta explorar otros estilos; y que cuenta con una de las mejores bandas que se pueda tener.

lunes, 19 de octubre de 2015

Blues en la radio



Fue todo muy vertiginoso. La confirmación, los preparativos, los nervios, el debut. De repente, ahí estábamos en el estudio de la Rock & Pop con los micrófonos abiertos, la luz roja encendida y el operador mirándonos desde su pecera. La presentación, como cuando hacíamos La Trasnoche de Blues en América, fue con Blues en la radio de Don Vilanova. “Hola buenas noches, nosotros somos los Bluscavidas”, anuncié con ganas. Luis Mileniczuk asintió con la cabeza antes de entrar en acción.

El nombre del programa describe lo que sentimos por esta música que surgió hace más de 100 años en el sur de los Estados Unidos, pero que por su cadencia, su historia, su mensaje, se convirtió en un lenguaje universal. Hace años que nosotros –y otros amigos también- venimos buscando un espacio en una radio importante para difundir el género y al fin lo encontramos. Por eso, el sábado a la noche nos atrevimos a todo. Pasamos a Buddy Guy cantando que nació para tocar la guitarra, y a Shemeika Copeland y Wet Willie Walker versionando temas de ZZ Top y los Beatles, respectivamente. Pese al ceño fruncido de los puristas pusimos a Joe Bonamassa tocando una de Muddy Waters, pero después les hicimos un mimo y pasamos a Freddie King y Elmore James. Despedimos a Smokin’ Joe Kubek, que murió hace poco más de una semana, y recordamos al gran Johnny Winter.

El blues local tuvo un espacio importante (y lo seguirá teniendo). Escuchamos tres temas del disco nuevo de los Easy Babies y luego presentamos al blues maestro, Miguel Vilanova, Don Vilanova, Botafogo. Llegó con una guitarra acústica, una resonadora y un cd con los masters de algunos temas de su próximo disco, una celebración del blues argentino, que será editado el año que viene. Del cd escuchamos Blues de Santa Fe y Ázucar amarga, y luego tocó en vivo tres de Pappo: Blues para mi guitarra, Slide blues y una versión al mejor estilo Mississippi John Hurt de Desconfío. Entre tema y tema, nos contó anécdotas de sus más de 30 años como músico profesional y nos anticipó otros de sus proyectos.

Fueron dos horas que se pasaron tan rápido como los días previos. Tuvimos las pulsaciones a mil y las vivimos muy intensamente. Terminamos con la satisfacción del deber cumplido, muy agradecidos y con muchas ganas de que llegue el sábado próximo para que el blues suene con más intensidad en la radio.

jueves, 15 de octubre de 2015

Luto en Texas


La historia del blues de Texas se podría contar a través de sus protagonistas. Los más primitivos, como Blind Lemon Jefferson, Texas Alexander y Blind Willie Johnson, sentaron las bases que luego ampliaron peregrinos como Lightinin’ Hopkins, Leadbelly y Mance Lipscomb. Con el advenimiento del blues eléctrico surgieron nuevas figuras que elevaron a ese subgénero del blues a nueva dimensión. Músicos como T-Bone Walker, Clarence “Gatemouth” Brown, Albert Collins, Pee Wee Crayton, Johnny Copeland y Freddie King convirtieron la guitarra texana en un emblema, algo que después llevarían mucho más allá dos leyendas como Johnny Winter y Stevie Ray Vaughan. Detrás de ellos surgió una legión de excelentes guitarristas con muchísimo feeling. Algunos con altas dosis de boogie hipnótico como Billy Gibbons, otros más veloces como Bugs Henderson y unos más refinados como Anson Funderburgh o Jimmie Vaughan. Entre semejante constelación de artistas hubo uno que brilló con mucha intensidad: Smokin’ Joe Kubek.

Dueño de una técnica asombrosa, Kubek la peleó bien desde abajo en el duro circuito blusero de Dallas, hasta que en los ’80 conoció a quien sería su socio y hermano musical, B’ Nois King. Juntos entablaron una de las duplas más aceitadas del blues. El primer disco de la banda –y el primero que escuché de ellos- fue Steppin' out Texas style, editado por Bullseye Blues/Rounder en 1991, una verdadera joya en el que patentaron una sinergia formidable que los acompañaría en los sucesivos discos -16 hasta este año, uno acústico, en sellos como Blind Pig, Alligator y Delta Groove- con Kubek como primera guitarra y King en voz y rítmica.


Más allá de su extenso catálogo discográfico, la banda –por la que pasaron distintos bajistas y bateristas, más el ocasional aporte del tecladista Ron Levy- se convirtió en uno de los números más buscados por los organizadores de festivales en los Estados Unidos. Kubek es reconocido como uno de los mejores guitarristas de blues contemporáneos no sólo por la prensa especializada sino también por sus pares.

La noticia de su muerte conmocionó al mundillo blusero. Kubek tenía 58 años y sufrió un paro cardíaco el domingo en un hotel de Carolina del Norte donde iba a participar de un festival. Ese fue su último blues, el más triste. Musicalmente estaba en un gran momento y así lo había demostrado en sus últimas presentaciones. Nadie mejor para describirlo en pocas palabras que B’Nois King: “Amaba el blues. Siempre fue muy serio con respecto a la música. Tenía un estilo moderno pero realmente había estudiado a los viejos maestros. Fue un gran amigo".


sábado, 10 de octubre de 2015

La historia en su lugar


Norman G. Green tuvo una vida itinerante, como la de muchos de los músicos negros que escribieron la historia grande del blues, aunque en esa historia su nombre no figure. Nació en Bryant, Texas, en 1920, y de chico se fue a vivir con su familia a Oklahoma. Allí empezó a tocar la guitarra y, por su espíritu inquieto, al tiempo emprendió una aventura que lo llevaría hacia el oeste. A comienzos de los ’40, viajó a Las Vegas, Nevada, y en 1947 se instaló en Los Ángeles, la ciudad más pujante del sur de California. Por entonces, el blues en esa región tenía a su amo y señor, T-Bone Walker, quien marcó a Norman, que por entonces empezó a hacerse conocido en el circuito local con el nombre artístico de Guitar Slim Green. Sin embargo, no copió el estilo de T-Bone, sino que se dedicó a recrear el viejo sonido que traía de su Texas natal, una mixtura de blues rural con un concepto más urbano. Grabó con el pianista J.D. Nickleson para Courtney Records y otros músicos locales hasta que tuvo su oportunidad como solista en pequeños sellos locales y editó dos simples: Alla blues y Central Avenue blues; y Baby I love you y Tricky woman blues. Su carrera siguió en Fresno junto al popular Jimmy McCracklin, hasta que en 1957 regresó al sur.

En Los Ángeles conoció al legendario Johnny Otis -pianista, arreglador, director de orquesta, productor y caza talentos-, quien quedó seducido por su estilo y le abrió la puerta para grabar un par de singles más junto a músicos como Al Simmons y Sid Maiden. En 1959, volvió al estudio y, de la mano de Canton Records, editó un nuevo sencillo con Shake ‘em up en el lado A y Jericho Alley en el B. Luego desapareció de la escena pública, algo común entre los músicos de blues de antaño. Slim Green reapareció en 1968 y grabó para sellos de escasos recursos simples que se vendieron muy poco. Entonces fue cuando Johnny Otis le dio una nueva oportunidad. Por entonces, Otis estaba manejando la carrera de su hijo Shuggie Otis, un precoz guitarrista de 15 años, que asombraba con su técnica y había grabado tres discos para el sello Epic. En 1970, Johnny Otis, que tenía contrato con Kent Records, decidió llevar al estudio a Slim Green junto a su hijo.

El resultado fue este álbum que acaba de ser reeditado por Ace Records, Stone down blues, en el que Slim Green canta, toca la guitarra y la armónica, Johnny Otis se encarga de la batería y Shuggie Otis alterna entre el bajo y la viola. El repertorio se nutre de regrabaciones de viejos temas Slim Green y otras compuestas para la ocasión. Si bien el disco mantiene el sonido minimalista y crudo, que sintetiza el paso del campo a la ciudad, la primera canción, Shake ‘em up, tiene un groove muy moderno para la época y el solo de Shuggie Otis deja en evidencia por qué era tan admirado a fines de los '60. En Bumble bee blues se suma Roger Spotts en piano para meterle un poco de barrelhouse al asunto. La reedición cuenta con dos canciones, My Marie y Rock the nation, que no corresponden a esas sesiones pero que muestran a Slim Green en su faceta más primaria.

Así, con una ayudita de sus amigos, Slim Green grabó ese álbum, que resultó ser el único de su carrera, y que apenas fue reeditado poco después por Kent, aunque no tuvo una comercialización muy amplia. Slim Green murió en 1975 y hoy, a 40 años de su muerte, su música renace para que la historia reconozca a este bluesman verdadero.


miércoles, 30 de septiembre de 2015

El semillero del blues local

El Club del Jump – Jump tonic. Hace dos años tuve la oportunidad de participar como miembro del jurado de la final del 2º Concurso de Bandas de Blues organizado por Blues en Movimiento y la Escuela de Blues. Esa noche, ganaron los chicos de 50 Negras. Los otros cuatro grupos que participaron dejaron muy buena impresión, en especial El Club del Jump, una banda formada en Boulogne e inspirada en el sonido de T-Bone Walker y Louis Jordan. Ahora, mucho más maduros musicalmente y con algunos cambios en su formación, acaban de lanzar su álbum debut, en el que ratifican su compromiso con el blues más refinado. Los hermanos Burguez, Martín en guitarra y voz, y Alberto en piano, más Gonzalo Rodríguez en batería y el experimentado Darío “Perro” Gorosito en bajo interpretaron media docena de clásicos y la misma cantidad de temas propios intercalados entre sí. Los impares, con abundante shuffle y altas dosis de swing, son más que nada instrumentales compuestos por los hermanos Burguez, mientras que los tracks pares son covers de grandes maestros del género. Why not, de T-Bone Walker, en el que colabora en armónica Fernando Vázquez; una versión ralentizada y walkeriana de Every day I have the blues; y una enérgica The things that I used to do son las más destacadas, algunas con el refuerzo de la sección de vientos de Támesis. El disco tiene el plus de que fue grabado y mezclado por Daniel De Vita, quien logró darle ese sonido vintage con el propósito de los hermanos Burguez quedó bien de manifiesto.

Junior Binzugna – First blues álbum. Lo primero que hay que señalar es que se trata de un disco con sonido tradicional pero con todas canciones escritas por Binzugna. Lo segundo es que se rodeó de una banda excelente, integrada por Federico Verteramo en guitarra, Alberto Burguez en piano, Germán Pedraza en batería y el grandísimo Mariano D’andrea en bajo y contrabajo. Binzugna, uno de los protegidos de Adrián Flores, se inclina por el sonido de Chicago y sus composiciones, todas en inglés, muestran que es un estudioso en la materia. Su armónica es expeditiva –y eso le valió elogios de Billy Branch y Bob Corritore- aunque algo presuntuosa. Su voz se afirma muy bien en temas como I don’t know why y la armoniosa Trying to make you mine. You’re driving me crazy y Baby, I want to be your man son un poco más funky y souleados por el aporte de los Fisu Horns. Y en Pretty woman resalta la guitarra old school de Daniel De Vita. Si bien la banda suena de manera efectiva y muy compacta, da la sensación de que el sonido no termina de reflejar lo que Binzugna buscaba: sonar como aquellas grabaciones de los 50. Es probable que el estudio en el que grabó –Fidelius- no tuviera las condiciones acústicas necesarias o que las mezclas no hayan sido las más adecuadas. De todas maneras, es un lindo disco y, al igual que con el Club del Jump y decenas de bandas y solistas más, lo importante es que el semillero del blues local sigue dando sus frutos.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Raíz blusera, latido stone


“Todos habíamos crecido escuchando las movidas que había por aquella época, rock and roll y todo eso, pero al final nos centramos en el blues, y siempre que estábamos juntos, fingíamos que éramos negros”. Así describe Keith Richards en su autobiografía cómo empezó su amor por el blues cuando los Rolling Stones era apenas una banda en ciernes. En su nuevo álbum solista, el cuarto de su carrera, el viejo maestro no deja dudas sobre su ADN rockero y tampoco olvida sus raíces. Su voz curtida, el sonido imperfecto de su guitarra acústica y sus años en la ruta se condensan en un blues de origen rural, Crosseyed heart, la memorable introducción de poco más de un minuto que da nombre al disco.

Ese comienzo es una declaración de principios, por si a alguno le quedaba alguna duda cuál es su esencia. El rock and roll, su sello, aparece enseguida: Heartstopper tiene un riff asesino que sería imposible atribuírselo a alguien que no sea él. Ese tema tranquilamente podría haber estado en Talk is cheap, su álbum de 1988. Amnesia es un poco más sofisticado, tal vez por el toque de Ivan Neville en teclados, pero mantiene el puslo stone y el solo de Richards, pasados los dos minutos y medio, es mortal. En el medio fluyen unos coros excelsos de dos viejos conocidos: Bernard Fowler y Sarah Dash. El disco sigue con Robbed blind, una balada bucólica al mejor estilo The Worst, con un solo acústico exquisito, un estribillo emocionante y las sutilezas de Charles Hodges al piano y Larry Campbell en pedal steel.

Trouble, el corte de difusión que se conoció hace unos meses, tiene otro riff infernal con su marca característica y una buena dosis de slide por parte de su fiel ladero, Wady Watchell. El primero de los dos covers del álbum tiene el sensual encanto del reggae, otro género por el que Richards siempre tuvo devoción. Love overdue, de Gregory Isaacs, es equiparable a Words of wonder del disco Main offender o Too rude, que Richards grabó primero con los Stones en Dirty work y luego solo en vivo en el Hollywood Palladium, en 1991. Nothing on me tiene una melodía bárbara y Richards impone su tono de voz áspero que contrasta con el delicado acompañamiento vocal de Fowler y Dash. Suspicious es otra balada intensa. Blues in the morning es un rock and roll crudo, que podría haber surgido de las entrañas de Chess Records, y que pareciera que fue grabado en una toma. El tema, además, es un testamento en clave musical de un amigo entrañable de Richards, el gran Bobby Keys, fallecido en diciembre del año pasado, que aquí interpretó un par de solos de saxo. En Something for nothing, Richards recurre una vez más a la fórmula que mejor conoce y deja un nuevo riff para la posteridad.

Illusion es otra balada dulce con un groove cancino que Richards escribió y canta junto a Norah Jones. En Just a gift, el guitarrista se mantiene apacible y lanza una verdad irrefutable: “Sigo siendo el mismo”. El segundo cover del álbum es Goodnight Irene, el clásico de Leadbelly, que Richards entona con emoción alterando un poco la letra original, otra vez amparado por el coro de ángeles negros. Sobre el final, su guitarra se vuelve funky en Substantial damage, un tema extraño, que fue incoporado al disco a último momento. Para terminar vuelve sobre otra balada, Lover’s plea, que tiene un estribillo de película y una rítmica reforzada por una notable sección de vientos.

Así como en 1988 y 1992, Richards volvió a un estudio sin los Rolling Stones y de la mano de Steve Jordan, quien coescribió con él una decena de temas. Crosseyed heart es una obra que tardó mucho en ver la luz, tal vez más de la cuenta, pero como dice el refrán, todo lo bueno se hace esperar. Keith Richards es el rey del rock and roll. No existe en la tierra otro músico que pueda disputarle el trono.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Soul time

El viejo soul goza de muy buena salud. Estos tres lanzamientos así lo confirman.

Wee Willie Walker - If nothing ever changes. Escuchar el último disco de Wee Willie Walker es como volver a Memphis en 1967. Todo el álbum tiene un sonido retro y la voz de Walker condensa tanto soul como góspel y R&B. A diferencia de los últimos años en Minneapolis, en los que estuvo respaldado por su banda local, The Butanes, aquí se rodeó de excelentes músicos de la escena blusera como el guitarrista Kid Anderson, el bajista Lorenzo Farrell y el baterista J. Hansen, los tres integrantes de The Nightcats, la banda de Rick Estrin, quien produce el álbum y acompaña en armónica en Funky Way. El tecladista Jim Pugh, el bajista Randy Bermudes, los violeros Rusty Zinn y Bob Welsh, así como media docena de caños liderados por el saxofonista Terry Hanck completan la lista. También participa Curtis Salgado, con quien Walker canta a dúo una extraordinaria versión de Help!, de los Beatles, reconvertida en balada blusera. También reversiona dos temas de Eddie Hinton, Everybody meets Mr. Blue y Hymn for lonely hearts. Walker es un cantante de esos que aparecen muy de vez en cuando: su voz sintetiza pasión y mucho sentimiento.

Vintage Trouble – 1 Hopeful Rd. La banda de Los Ángeles acaba de lanzar su segundo álbum, el primero para el sello Blue Note, con el que confirman todo lo que habían insinuado con su producción independiente de 2011, The Bomb Shelter Sessions. Aquí, además de tener el respaldo de uno de los sellos más importantes del mundo, contaron con la producción de Don Was, un tipo que ostenta haber trabajado con los Rolling Stones, Van Morrison, Bonnie Raitt y Joe Cocker, entre muchos otros. La banda se sostiene en la voz del cantante Ty Taylor, la guitarra punzante de Nalle Colt y la rítmica contundente que forman el bajista Rick Barrio Dill y el baterista Richard Danielson. Las doce canciones, todas compuestas por el ellos, tienen, como el nombre de la banda lo indica, una entrega vintage. Hay muy buenas armonías vocales, exquisitos solos de guitarra y unos arreglos muy interesantes. Los temas más destacados son las rockeadas Strike your light y Another baby, y las baladas From my arms y Doin' what you were doin'.

Billy Price & Otis Clay – This time for real. Este dúo vocal es como el yin y el yang. Billy Price, cantante blanco de R&B de Pittsburgh, y Otis Clay, vocalista negro de soul y góspel de Chicago, combinan sus voces bajo la batuta del guitarrista Duke Robillard. El resultado es un disco con un feeling fantástico. Para muestra basta un botón, y ese botón es la superlativa I’m afraid of losing you. Price y Clay, que se conocen desde 1982 y han compartido escenarios infinidad de veces, también pusieron su magia en temas de monstruos del soul como Joe Tex, Sam & Dave, The Spinners, Syl Johnson y Bobby Womack. Para Price, que fue vocalista de Roy Buchanan en los setentas, haber grabado este disco en los estudios Delmark con Clay fue un sueño cumplido. “Otis es mi mentor y mi máxima influencia. Haber grabado con él es la mayor emoción de mi vida”, dijo. Para Clay, “este proyecto es la culminación de lo que empezamos en 1982”. Y como si fuera poco, ante la magnitud de esa combinación vocal, emerge la fina guitarra de Robillard. ¡Un lujo!

viernes, 11 de septiembre de 2015

Blues del bueno... y en español


El nuevo disco de los Easy Babies, Tipos raros, es una clara demostración de cómo se puede innovar en el blues sin alterar sus parámetros tradicionales. Y es la confirmación de que el blues también se puede cantar en español sin caer en los típicos clichés métricos de acentuación y poéticos. Mauro Diana en bajo y voz, y Roberto Porzio en guitarra son el alma del grupo. El baterista Homero Tolosa y el guitarrista Federico Verteramo aportan pulso, ritmo e inventiva. Gabriel Cabiaglia, en su rol de productor artístico, es el quinto elemento de esta destacada agrupación. Pero este disco, además, cuenta con una docena de invitados que jerarquizan cada una de las canciones.

El álbum comienza con Tipo raro, un tema que escribió Flavio Rigatozzo, más conocido como Tota Blues, y que se encuadra en la línea de dos grandes canciones que los Easy Babies editaron en su primer disco: (Estamos) Haciendo las cosas bien y Conseguite otra mujer. Aquí, cuentan con la soltura del hammond de Nico Raffetta y los caños a cargo de Yair Lerner y Mauro Chiappari. Luego arremeten con La decisión, que lleva la firma de Diana y Porzio, una canción en clave de southern soul por la melodía y el aporte de los vientos, con una brisa de zydeco cuando Dai Antonini ejecuta su acordeón. En Se derrumbaron la armónica de Adrián Jiménez sentencia Chicago blues, mientras que Porzio afila el slide y el piano de Raffetta se cuela por entre la rítmica ajustada de Tolosa y Diana. Este último canta en un nivel formidable sobre un amor que se terminó.

Foto Ornella Capone
Una sorpresa: Easy Babies homenajea a Manal con una versión animada de No pibe, con Tito Maza en teclados y con solos descarnados de los dos guitarristas. Siguen con Loquillo stomp, un instrumental con el sello de Porzio, que da paso a Es mejor así, un blues con elementos del doo wop, que escribió Hernán Morana, y que cuenta con el arreglo vocal de Joaquín Lascano y las voces de Guido Venegoni, Gabriel Grätzer, Braian Chávez y Porzio, y un punteo sensacional, inspirado en T-Bone Walker, de Fede Verteramo. Ay ay ay ay es otra brillante interpretación vocal de Diana, que se sumerge en el sonido de Nueva Orleans con la compañía del piano de Tavo Doreste, un solo de trompeta con sordina de Leonel de Francisco y con el cierre efusivo, a lo Treme, a cargo de Fisu Horns.

Todo lo que tengo tiene una melodía exquisita, no es tanto un blues, pero sí una hermosa canción en la que sobresale el canto intenso de Porzio, por encima del colchón rítmico que crea la tecladista Anahí Fabiani. No pienses más en mí nos remonta al blues de Texas, el de Albert Collins, con una notable participación, otra vez, de Fisu Horns y el hammond de Machi Romanelli. El disco cierra con Otra noche, compuesta por Diana y el Ciego Goffman, que en el final luce unos coros a cargo de la crema de la crema de Blues en Movimiento. Si en el tema anterior los Easy Babies recordaban a Albert Collins aquí, sin dudas, rememoran a Otis Rush. 

Cinco años pasaron desde el lanzamiento de El blues paga mal. Y el tiempo no pasó en vano. Si bien aquél es un gran álbum, Tipos raros marca un claro progreso en su sonido y en sus composiciones. Los Easy Babies van por más… siempre.

viernes, 4 de septiembre de 2015

Hermanos latinoamericanos

Carlos Elliot Jr. & The Cornlickers – Del Otun & El Mississippi. Tremendo disco del guitarrista colombiano, uno de los pocos músicos en el mundo que condensa el sonido del North Mississippi Hill Country blues sin ser nativo de esa región. El álbum, el cuarto de su carrera, comienza con la poderosa Down in Como, con la que sienta las bases de su música. Sigue con Katrina the mule, una exquisitez bailable y con mucho groove capaz de levantar hasta los muertos. I love you with all my heart tiene la cadencia de un boogie ralentizado. Got this feelin’ rompe un poco la línea, es una balada más melódica y limpia. Two rivers (Dos quebradas) tiene tantos elementos rítmicos del blues como espíritu latinoamericano. Hoop of life es una transición mística, que parece evocar al gran Otis Taylor. When the bit hits you es Hill Country blues en su máxima expresión, así como My mule bray’s in Othar’s hood, en honor al gran Othar Turner, maestro del pífano, una pequeña flauta muy aguda que se toca atravesada. Los dos últimos temas, This is my band y Story of Otun & North Ms terminan de redondear una propuesta auténtica y novedosa por estas latitudes. Elliot es un guitarrista notable, gran cantante y un compositor en ascenso. Todo eso queda demostrado en este álbum, en el que cuenta con la colaboración de R.L Boyce, que traza una línea imaginaria entre las praderas que habitaron Junior Kimbrough y R.L. Burnside y el eje cafetero colombiano.

Nico & The Blues Swingers – 4th unsuccessful album. La banda chilena liderada por Nicolás Wernekinck, que cuenta con el guitarrista Felipe Ruf, se ajusta al blues más tradicional, con un sonido cuidado y una fuerte impronta Chicago. We are the blues swingers es un blues de medio tiempo que hace las veces de presentación del grupo, en el que las guitarras de Wernekinck y Ruf se entrelazan en solos breves pero punzantes. En Goodbye Santiago (Hello Chicago) la banda anticipa que tiene un pulso poderoso para el swing. En How can I turn from that? la intensidad no decae y la armónica de Cristian Inostroza juega un rol clave para que eso suceda. El grupo se sumerge en el blues lento con 5.30 in the morning, Wernekinck canta bajo y templado, mientras que la armónica intercede entre los versos, al ritmo acompasado que marcan Rodrigo Calderón en batería y Johan Pasten en bajo. El álbum sigue, alternando entre temas que manifiestan una marcada influencia de Jimmy Reed, otros más animados, en los que destilan boogie, shuffle y mucho más swing, y algún slow blues como Little list, profundo y estimulador. Al igual que Carlos Elliot Jr. esta banda chilena compone en inglés, aunque en este caso reivindican más el sonido tradicional del blues urbano.

domingo, 30 de agosto de 2015

La teoría de la evolución

FOTOS DEL SHOW BRUNO LEONEL
El nuevo disco de Támesis, Contra la corriente, es excelente. Marca una notable evolución musical con respecto a los dos anteriores, que ya de por sí son muy buenos. Se nota que el tiempo no pasó en vano y que los integrantes del grupo se toman muy en serio lo que hacen: detrás de este proyecto hay un laburo muy profesional y dedicado, potenciado por la buena química que hay entre ellos. Ahora, cuando estos músicos se presentan en vivo se superan a sí mismos. La formación blusera de cada uno de ellos se percibe en el núcleo de su sonido y la impronta del rock sureño estalla en la revalorización de la jam, como modo de expresión, entre canciones novedosas de hermosas melodías. Todo eso quedó expuesto el viernes a la noche durante la presentación del grupo en el Teatro Vorterix.

Así como en Contra la corriente, Támesis comenzó con Me siento perdido. Las guitarras de Julio Fabiani y Brian Figueroa produjeron una descarga eléctrica brutal. Los planetas se alinearon para la aparición rutilante de Guido Venegoni y el cosmos se conmocionó al ritmo del rock and roll. Durante las dos horas siguientes esa sensación de éxtasis no desaparecería ni arriba ni abajo del escenario.

Antes de que promediara la mitad del show, Támesis ya había tocado más de media docena de temas de su nuevo álbum, en algunos con Mauro Chiappari y Yair Lerner en los caños, o con los coros a cargo de Florencia Andrada y Micaela Gaudino reforzados por la presencia de Emma Laura Pardo. Germán Wiedemer, productor del álbum, se sumó en teclados para acompañar a Diego Gerez. En Soy tu canción los pianos lideraron la escena, como en Layla o en Free Bird, con la banda retraída para que la melodía fluyera sin interferencia eléctrica. Antes, en La fuerza, hubo un momento que recordó a Blind Faith, cuando Julio Fabiani irrumpió con un solo como los que solía intercalar Clapton cuando Steve Winwood lo acompañaba en teclados. En esa primera parte, Támesis también interpretó algunos de sus clásicos como Aprendiste a volar, Desperté y Mensaje para vos, ésta última en formato acústico y reducido con Brian en guitarra, Julio en banjo y Guido en voz.

Al borde del escenario, la portada de un vinilo de Black Crowes relució durante toda la noche como un amuleto de la buena suerte.

La segunda parte fue sensiblemente más funky porque los caños subieron al escenario para quedarse. También fueron invitados el bajista Mauro Bonamico y Nicolás Bereciartúa que atacó con su slide en Tu lugar, mi lugar. En Solo, otro de los temas del nuevo disco, Guido, que ya llevaba más de una hora saltando y arengando al público, se enchufó otra vez en 220 y fue por más. Como en todos sus shows, siempre hay un cover. Esta vez, fue Post crucifixión, de Pescado Rabioso. En Soy igual a vos, Guido intentó descansar sin perder la magia. Se sentó junto a Brian en la cornisa del escenario y cantó más relajado. La pegadiza Viaje sideral llegó sobre el final, ante la ovación del público, junto a Mis cenizas y Consuelo para pocos.

En términos futboleros, Támesis salió a la cancha con la ambición de los ganadores. Es un equipo bien ensamblado en el que claramente no hay divisiones y todos tiran para el mismo lado. Guido es el creativo, el 10. Brian y Julio son los delanteros goleadores. Homero Tolosa y Sacha Snitcofsky, la rítmica, es la férrea defensa sobre la que se sostiene todo el equipo. Las coristas, los caños y Gerez completan un plantel con mucha garra y talento, amparados por Lucas Gavin, el DT.

Tanto en el álbum como en el recital del viernes, Támesis confirmó la teoría de su propia evolución y así dejó en claro que el proyecto tiene todavía más futuro que presente. En los próximos años iremos viendo como esta banda seguirá su ruta ascendente hacia el cosmos, el hábitat natural de las estrellas.

Contra la corriente