miércoles, 30 de abril de 2014

Country blues independiente

Goyo Echegoyen y Marcos Lenn son músicos diferentes, pero los dos enarbolan la bandera del country blues. Claro que cada uno lo entiende a su manera. Goyo hace referencia al blues rural más arcaico, el de un nómade que va con su guitarra y su armónica recreando las viejas canciones del Delta del Mississippi. En el caso de Marcos, su country blues argentino, como lo llama él, es una combinación de ambos géneros cantados en español. Lo de Goyo es más crudo, lo de Marcos es más melódico. Estilos diferentes, sí, pero con algo en común: ambos son músicos independientes que siempre la pelearon bien desde abajo. Ahora, Goyo acaba de editar un nuevo disco y Marcos está relanzando uno de sus álbumes emblemáticos.

Goyo Delta Blues – El blues de Son House. El sexto disco de la carrera de Goyo no es un tributo a Son House como sugiere su nombre. El título se debe al primer tema, una composición propia inspirada en el padre del Delta blues, en el que Goyo desliza su slide por sobre las cuerdas de su guitarra resonadora afinada en 432 hz, mientras se acompaña de la armónica y canta en español sin correrse del estilo más puro. Su sonido es rústico y visceral. Su objetivo, en este trabajo así como en los anteriores, es reproducir de la manera más fiel la forma de tocar y grabar que usaban los viejos bluesmen itinerantes. La selección de temas, en su mayoría, son clásicos de las década del 30. Claro que hay dos de Son House, Preaching blues y Pony blues, pero más que nada hay covers de Robert Johnson: Stop breaking down, Come on my kitchen, Crossroad blues, Hellhound on my trail y Me and the Devil. También versiona Boogie chillen, de John Lee Hooker, y Can’t be satisfied, de Muddy Waters. Muy importantes resultaron para que el registro del disco esté a la altura de las circunstancias las compañeras de Goyo, sus guitarras: una National Duolian de 1934, una Dobro Regal de 1930, y dos Parlor de comienzos de siglo. El blues de Son House es un gran disco interpretado por un artista que respeta la tradición a rajatabla contra toda imposición comercial.

Marcos Lenn – Está todo pago. Este disco ya tiene unos años, pero ahora Marcos Lenn logró darle la puntada final, esa que se le fue postergando por diversas razones ajenas a su voluntad. En algún punto, el álbum fue lanzado de manera incompleta y a las apuradas. Pero esa deuda que tenía con él mismo fue subsanada. Juanjo Hermida agregó los teclados, él grabó nuevamente sus pistas de guitarra y Pablo Hadida lo ayudó en la masterización. Y ahora sí, esta versión final de Está todo pago, con tres temas nuevos, es la que Marcos soñó desde un comienzo. Las canciones, casi todas escritas por él, tienen una impronta country, con pinceladas bluseras y algo de rock and roll. No es country outlaw, sino que es más bien melódico. Voz de guitarra, Alguna vez, Si querés, No es lo que esperaba hoy y Nada más son grandes canciones, interpretadas con mucho sentimiento, que de tener la difusión adecuada podrían trascender. El álbum tiene dos covers: Ella en la ventana está aprendiendo a llorar, de Fernando Goin, y Merci d’etre Venus, del francés Jean Jaques Milteau. Además de la presencia estelar de Juanjo Hermida en piano y hammond, acompañan al cantante grandes músicos como Pablo Hadida en Lap steel, Fernando Goin en guitarra, Martín Cipolla en bajo, Rodrigo Loos en contrabajo, Mariana Galli en armónica y Pablo Pamieri en batería. Como él mismo dice en el disco: “El que lucha sin soñar no llega, el que sueña sin luchar tampoco”.

sábado, 26 de abril de 2014

Memphis soul


Robert Cray, Boz Scaggs y Paul Rodgers son algunos de los músicos que en los últimos meses decidieron tomar la ruta musical hacia Soulville, el corazón de Memphis, donde surgió el sonido de Stax. Ese mismo sendero eligió John Nemeth, uno de los cantantes más talentosos de la escena actual. Pero Nemeth no desembarcó en el terreno del soul de un día para el otro, más bien viene orientando su carrera en ese sentido desde hace varios años. Sus discos Love me tonight, Name of the day y especialmente Soul live dan cuenta de eso. Pero ahora con Memphis grease da un paso más allá.

La voz de John Nemeth + la producción de Scott Bomar + la rítmica de los Bo-Keys = Memphis soul.

Pese a que tiene menos de 40 años, Bomar tocó el bajo para grandes maestros del soul como Rufus y Carla Thomas, Eddie Floyd y William Bell, así como también para el legendario Rosco Gordon. En 1998 formó los Bo-Keys. En 2003 trabajó junto a Al Green en su álbum regreso, I can´t stop, y en 2010 produjo el disco de blues de Cindy Lauper. Ahora, aportó toda su experiencia y el feeling local en este nuevo álbum de Nemeth.

Memphis grease tiene 13 temas, de los cuales diez fueron compuestos por Nemeth. El disco abre con un cover de Otis Rush, Three times a fool, pero con un groove mucho más marcado. La voz de Nemeth es enérgica y seductora. Su armónica se desliza por sobre una sección de vientos efusiva. Luego vienen un par de temas del cantante, Sooner or later, que tiene cierto toque emocional melódico, y Her good lovin', con la armónica bien al frente. Sigue con Stop, el clásico de Jerry Ragovoy y Mort Shuman, que grabaron desde Albert King y Sam Moore hasta Al Kooper junto a Mike Bloomfield, aunque aquí Nemeth le da un toque personalísimo.

El resto del álbum se divide entre baladas como Testify my love o temas más power de raíz blusera como Bad Luck is my name, en este último Nemeth realmente lleva la armónica cromática a un lugar fabuloso. El tercer cover del álbum es Cryin’, de Roy Orbison, con exquisitos riffs del guitarrista Joe Restivo.

El otro día me preguntaron por qué tantos músicos supuestamente rotulados como bluseros están grabando discos de soul. Entiendo que hay dos respuestas posibles: por presión comercial o por decisión artística. Supongo que si lo hacen empujados por las discográficas para vender más es probable que el resultado no sea bueno. Ahora si lo hacen porque así lo sienten es casi seguro que el desenlace sea más que satisfactorio, como este disco de John Nemeth.

lunes, 21 de abril de 2014

Funky Dr. Rush


Bobby Rush, el multifacético, el provocador, el cantante todo terreno, acaba de sacar un nuevo álbum. Decisions, se llama, y dará que hablar. Es un disco amplio en cuanto a estilos: hay blues, funky, R&B, soul y hasta un poco de rap y latino, que pondrá a los puristas en pie de guerra. Pero seguramente eso al viejo Bobby le importa muy poco. Con este trabajo confirma su regreso estilístico a la ciudad más colorida y musical del sur de los Estados Unidos, una recorrida imaginaria por las calles Bourbon y Frenchmen, y los antros donde se funde el olor a la cerveza Abita con la cocina creole.

Y para volver a Nueva Orleans, algo que anticipó con su álbum del año pasado, Down in Lousiana, se juntó con un viejo amigo, el gran Dr. John. Juntos interpretan el primer tema, Another murder in New Orleans, una de esas raras joyas que aparecen para convertirse en éxitos primero y en clásicos después. Rush y Dr. John alternan sus voces para cantar sobre la violencia que aqueja a esa ciudad, pero con un ritmo y un groove imponente. El piano de Dr. John se amalgama con un coro femenino que resalta el estribillo, y la guitarra de Sherman Robertson penetra como un puñal afilado.

El productor Donald Markowitz apostó fuerte y convenció a Rush que lo respalde la banda funk Blinddog Smokin', integrada por siete músicos locales con el ritmo adherido debajo de la piel. Billy Branch es otro de los invitados y aporta su armónica en temas funky como Decisions o Bobby Rush’s bus, o en los blues Love of a woman, Too much weekend y Skinny little woman. En los últimos también sobresale la guitarra de Carl Weathersby.

Hay dos temas polémicos: Stand back es uno. El comienzo, con la guitarra de Roberto “Chalo” Ortiz, suena muy santanesco, pero el Santana más comercial. Es un tema que, por su ritmo latino, encajaría mejor en Supernatural que en este disco. El otro es Dr. Rush, que empieza como interpretado por George Clinton, pero que después deriva en un hip hop de base electrónica, con apariciones de una guitarra eléctrica que desafía el desplante. El viejo Rush no se sonroja y rapea.

Resultó clave en la realización Carl Gustafson, cantante de Blinddog Smokin', quien compuso gran parte de los temas, hizo las veces de director musical, cantó algunos temas y arregló las armonías vocales. Otro aporte invalorable fue el del guitarrista Shane Theriot, un notable sesionista que tocó con músicos tan diversos como Aaron Neville, Willie Nelson, Larry Carlton y Hall and Oates.

Más allá de esas rarezas, que al final resultan divertidas, las otras nueve canciones son funky y blues que honran la tradición de Nueva Orleans y que ubican a Bobby Rush en un pedestal: a los 73 años es uno de los músicos negros que más se presenta en vivo y sus shows son una verdadera fiesta. Y Decisions es un fiel testimonio de eso. Dejen los prejuicios de lado y denle una oportunidad a este álbum.


jueves, 17 de abril de 2014

El blues de la profecía

Muddy Waters y Pat Hare

Su nombre aparece en letras pequeñas en la historia del blues. Sin embargo, fue una figura importantísima en el amanecer del blues eléctrico. Pat Hare tocó en la banda de Muddy Waters en el mítico concierto de Newport. Su guitarra suena en las sesiones de James Cotton para Sun Records. Grabó también con Howlin’ Wolf, Bobby Bland y Junior Parker. Según los historiadores fue uno de los primeros en usar efectos de distorsión en el blues. Para el musicólogo Robert Palmer sus poderosos acordes “anticiparon el heavy metal”. Y fue uno de los guitarristas que más influenció a los jóvenes ingleses de la década del 60. Pero más allá de la música, detrás de Pat Hare hay una sórdida historia de alcohol, violencia machista y muerte.

“Pat Hare era otro que solía tocar con Muddy Waters y también hizo unas cuantas canciones con Chuck Berry. Una de las que llegaron a ver la luz se titulaba I’m gonna murder my baby y apareció en el baúl de los recuerdos de los estudios Sun después de que Pat hiciera precisamente eso y luego se cargara al policía que mandaron a investigar lo ocurrido: lo condenaron a cadena perpetua a principios de los 60 y murió en una cárcel de Minnesota”, relata Keith Richards en su autobiografía.

Pat Hare
La historia es cierta por más increíble que resulte. Auburn Hare, se llamaba en realidad, nació en Cherry Valley, Arkansas, el 20 de diciembre de 1930. Tal vez por lo extraño de su nombre, su abuela lo empezó a llamar Pat, y ya nadie más le diría Auburn. A los diez años empezó a tocar la guitarra, cautivado por el King Biscuit Show de Sonny Boy Williamson. Siendo adolescente cruzó el río Mississippi y se fue a la meca de la música negra por aquél entonces. En Memphis encontró su destino y perdición. Al compás de la música empezó a abusar del alcohol.

Su primer trabajo importante fue con la banda de Howlin’ Wolf, pero fue echado en 1952 debido a sus excesos. Luego se incorporó como guitarrista de Junior Parker, con quien grabó ocho canciones. Tocó con otras figuras de la época como Ike Turner y Rosco Gordon, hasta que se sumó a la banda de James Cotton, con quien entró al estudio para participar de las legendarias sesiones de Cotton crop blues, en 1953. En paralelo a su trabajo para Sun Records –pese a su conducta errante era uno de los sesionistas preferidos de Sam Phillpis- también grabó con Bobby Bland y Johnny Ace para la discográfica Duke.

En mayo de 1954, Sam Phillips le dio una chance como solista. Fue entonces cuando, acompañado por Israel Franklin en batería y Billy Love en piano, grabó I'm gonna murder my baby -inspirada en el tema de Doctor Clayton, Cheatin' & lyin' blues- y Bonus pay. Pero ninguna de las dos canciones fueron editadas en ese momento, recién aparecieron varios años más tarde cuando Sun Records lanzó una colección de discos con lo mejor de su catálogo. El primero de esos temas resultó profético.

James Cotton y Pat Hare
En 1957, James Cotton se sumó a la banda de Muddy Waters y se llevó a Hare con él, para reemplazar a Jimmy Rogers. Hare se instaló en Chicago y participó del álbum que Muddy le dedicó a Big Bill Broonzy. Pero como a Leonard Chess no le gustaba su sonido distorsionado y crudo no grabó mucho más en los estudios de 2120 South Michigan Av.

Cuando estaba sobrio, Hare era un hombre tranquilo y tímido, pero cuando bebía se volvía incontrolable. Y eso pasaba a menudo. Por eso Muddy Waters lo echó de la banda en 1960, poco tiempo después del festival de Newport. Hare se fue a vivir a Minneapolis y empezó a tocar en la banda de Mojo Buford. El domingo 15 de diciembre de 1963, pocos días antes de su cumpleaños, se pasó la tarde bebiendo vino junto al baterista S.P. Leary. Luego se fue a visitar a un amigo y siguió tomando gin. Cuando llegó a su casa, completamente ebrio, descargó su furia machista contra su pareja, Agnes Winje. Hubo insultos, siguieron los golpes y finalmente dos disparos. Los vecinos llamaron a la policía. Los oficiales James E. Hendricks y su compañero de apellido Langaard entraron al domicilio y Hare los recibió a balazos. Hendricks murió en el acto, pero Langaard se cubrió a tiempo e hirió y detuvo a Hare. Winje fue trasladada a un hospital de la zona y agonizó durante más de un mes. Murió el 22 de enero de 1964.

El 14 de febrero de ese año se realizó el juicio. Hare fue condenado a perpetua y confinado a la prisión estatal de Stillwater. Allí se unió a Alcohólicos Anónimos y dejó la bebida. Formó una banda con otros presos y siguió tocando blues y rock and roll. Con el tiempo, consiguió un permiso especial para salir a tocar y pudo volver a hacerlo con Muddy Waters en algunos shows. Pero en prisión también enfermó de cáncer de pulmón y murió el 26 de septiembre de 1980. Tenía 49 años. Así se terminó la historia de este bluesman injustamente olvidado que hizo lo que muy pocos: grabar un tema profético que cambiaría su vida para siempre.




lunes, 14 de abril de 2014

Talentosas y argentinas

Sol Cabrera – Recién empieza. La belleza natural de Sol Cabrera se filtra como el agua en cada una de sus canciones. La joven cantante, formada en la Escuela de Blues, volcó su pasión por el soul en un disco agradable y ameno, muy bien producido y con la participación de excelentes músicos. No es un álbum de blues, vale aclararlo, pero sí tiene una fuerte influencia de música negra. Algunos podrán compararlo con el álbum de Florencia Andrada, Otra realidad, aunque aquel está más moldeado por el sonido de Stax y este tiene una inclinación más hacia el pop. El disco abre con la poderosa Rhytmeando con la neurosis, que tiene como ejes al hammond de Andrea González y una voluminosa sección de vientos encabezada por Juan Esteban Bardenas, Leonardo Milkis y Patricia López. El comienzo de Mientras tanto, con un exquisito repiqueteo de guitarra, parece homenajear Ben E. King, y Hechizo se percibe inspirada en el gran Otis Redding. Cuenta horas es el único blues del disco, en el que se destaca la armónica de Ximena Monzón. Todos los temas fueron escritos por Sol Cabrera, quien también produjo el álbum y contó con la colaboración de Gabriel Grätzer en los arreglos vocales. El resto de los músicos que la acompañaron fueron Florencia Horita y Santiago Bezchinsky (guitarras), Lorenzo Padín (bajo) y Daniel Jerez (batería). El título es más que elocuente: habrá mucho más.

Sandra Vázquez – Pateando el tablero / En vivo. La talentosa armoniquista lanzó a mediados del año pasado un CD y DVD que sintetiza “el trabajo que fui recogiendo en un ciclo que durante tres años llevé a La Trastienda donde decidí incluir otras expresiones artísticas”, tal como se lo explicó a Télam ella misma. El show que quedó registrado fue grabado en junio de 2012 y contó con el respaldo de la banda Bueytrio (Buey Canosa, Juanito Moro, Kuki Errante y Nico Raffetta) más la participación de figuras como León Gieco, Ricardo Tapia, Don Vilanova, Ciro Fogliatta y Daniel Raffo, así como también del dibujante Marcelo Mosqueira, los bailarines Maxi Prado y Eugenia Della Latta, más las intervenciones del colorido Johnny Pimp. El repertorio es variado, aunque el blues, el boogie y el rock son los hilos conductores. Sandra se luce en una versión animada y personal del clásico de Charly García De mí; Ciro Fogliatta vierte toda su experiencia desde los teclados en América blues y Kansas City, cantada en español; y Tapia y Raffo le inyectan sobredosis de pasión azul a Malena Blues. Sandra también interpreta versiones de La cucaracha, That’s all right mama, The hucklebuck y Una casa con diez pinos, para cerrar el show con María del campo, a dúo con Gieco, y luego con todos sus invitados interpretando el clásico de Pappo, Blues local. Pero lo novedoso de este trabajo es que lo financiaron de manera colectiva un grupo de seguidores y amigos de la artista.

viernes, 11 de abril de 2014

113 puñaladas


El slide de Eric Sardinas es un cuchillo afilado. Sus solos son 113 puñaladas penetrando la carne y llegando hasta las vísceras. Cuchilladas intensas, frenéticas, apasionadas. En vivo se percibe más voraz y extremo que en sus discos. El bajo y la batería llevan los graves al límite. Son golpes furiosos. No dan respiro y no dejan huecos. Todo el tiempo… pum pum pum. Los punteos surgen entre esa maraña de sonido eléctrico con tanta fuerza que cuesta creer que salgan de una guitarra resonadora. No se escuchan limpios y al frente, sino que son parte de un entretejido rockero ampuloso.

“Vamos a tocar blues de la manera que lo hacemos nosotros, con mucho rock and roll”, anunció Sardinas antes de comenzar con una versión enajenada de Treat me right. A partir de ese momento y durante poco más de una hora y media, el power trío llevaría el show a toda máquina, con mucha energía y sin respiro.

Se sabe que a Sardinas no le gusta repetirse y que nunca toca una canción de la misma manera. Durante el show en Vorterix repasó temas de sus discos más recientes, Eric Sardinas & Big Motor (2008) y Sticks and stones (2011), que alternó con algunos covers como I can´t be satisfied, de Muddy Waters. “Crecí escuchando a Charley Patton, Bukka White, Fred McDowell y Howlin’ Wolf. Esta es una de las canciones que me inspiró para tocar la guitarra”, dijo antes de sumergirse en Hellhound on my trail, de Robert Johnson. Ese, tal vez, fue el único momento calmo de la noche: Sardinas se quedó solo arriba del escenario y hasta cantó alejado del micrófono.

El bajista Levell Price, con su barba a lo ZZ Top, también tuvo su instante protagónico. Promediaba el recital, y éste empezó a golpear las cuerdas de su bajo y a combinar la pedalera para sacar un sonido funky con altas dosis de octanos rockeros, mientras el baterista Bryan Keeling lo respaldaba haciendo sonar al máximo sus bombos. Sardinas lo admiraba desde un costado.

Vestido con un sombrero texano, chaleco, camisa negra, botas y jean Oxford, Sardinas se mostró muy natural y agradecido arriba del escenario. “Estamos todos acá reunidos porque amamos la música. No sé qué sería de mí sin ella”, dijo en más de una oportunidad.

Para el bis invitó a Luciano Napolitano y a Vitico (que abrió el show con su banda Viticus) para homenajear a Pappo con El Viejo, tema que también grabaron ayer a la mañana en el estudio de Vorterix para un disco tributo. Sardinas le regaló su slide a Luciano mientras la gente pedía una más. Y habría una más, claro, porque a veces 113 puñaladas no son suficientes. Y Sardinas encaró la última canción como si fuera la primera, como si todo volviera a empezar.

miércoles, 9 de abril de 2014

Puro blues


Flavio Rigatozzo, Tota para toda la humanidad, acaba de cumplir 40 años y es uno de los tantos músicos argentinos que triunfan en el exterior. Atrás quedaron aquellos primeros años 90 en los que, a puro pulmón, Tota comenzaba a destacarse con su armónica sobre el escenario del Blues Special Club en La Boca. Hoy, en Barcelona, asume el blues como un compromiso de vida y encara distintos proyectos, desde su Tota blues -banda eléctrica Chicago style-, hasta dúos acústicos.

En su flamante álbum en vivo, Same way, grabado el 5 de abril del año pasado en la ciudad catalana, en el marco de los Pocket Concerts, Tota ratifica su pasión por el sonido del southside, vuelca sus dos décadas de experiencia como frontman y sopla su armónica tal como aprendió tras interminables horas escuchando a James Cotton, Sonny Boy Williamson y Jimmy Reed. Respaldado por su compañero de ruta, el guitarrista argentino Martín Merino, más Miriam Aparicio (piano y voz), José Pilar (bajo) y Eduardo Neto (batería), todos ellos españoles, Tota versiona clásicos del género y rinde homenaje al gran Muddy Waters con temas como Long distance call y What's the matter with the mill.

La banda suena acompasada, precisa y claramente disfrutando del momento. Same way es un gran disco que refleja como Tota suena en directo, sin maquillaje ni retoques, de cara a quien tenga ganas de escuchar buen blues, del más puro.

sábado, 5 de abril de 2014

Haciendo las cosas bien

(Foto: Edy Rodríguez)
La Escuela de Blues cumplió 14 años y el jueves lo celebró a lo grande, con un festival en La Trastienda que contó con la participación de Gabriel Grätzer, Easy Babies, Nasta Súper y algunos amigos invitados. El viernes se produjo otro acontecimiento: Marcos Lenn y Ximena Monzón, cada uno con su banda, hicieron su primer teatro. Ambos eventos reflejaron que el blues local está en franco crecimiento y que sus músicos, lejos de amilanarse, van para adelante con talento, esfuerzo y dedicación.

(Foto: Edy Rodríguez)
Gabriel Grätzer abrió la noche del jueves, aunque esta vez no lo hizo con los Big Tequilas, sino que estuvo acompañado por el Boulevard Gospel Singers, un coro integrado por una docena de almas, más la rítmica de Florencia Rodríguez (bajo), Rodrigo Benbassat (batería) y Joaquín Lascano (teclados). El show estuvo marcado por una fuerte impronta gospel, con temas como Down by the Riverside, Harbor of love y Swing low sweet chariot, más un par de temas de la gran Sister Rosetta Tharpe, que entonaron las solistas An Díaz y Greta Kohan. Pero la apertura, Why I'm treated this way, de los Staple Singers, tuvo el groove típico del southern soul y para el final, Grätzer se quedó solo y nos llevó a las aguas turbias del Mississippi con su clásico Highway 49.

El segundo turno fue para los Easy Babies Mauro Diana y Roberto Porzio, junto a Federico Verteramo y Homero Tolosa. Abrieron con el Truco del olvido y en poco más de 45 minutos volcaron sus blues en español y lograron hacer bailar a un nutrido grupo de chicos. En Conseguite otra mujer subió a cantar Guido Venegoni y luego invitaron a escena a Adrián Jiménez, quien sopló su armónica en un par de temas del próximo disco de la banda. Siguieron con Abusando de mi suerte, Qué comentario te llegó, con un solo picante de Fede Verteramo, y Estamos haciendo las cosas bien. Todo el show fue enérgico y los músicos generaron un vínculo de ida y vuelta muy interesante con el público.

(Foto: Edy Rodríguez)
Luego apareció Nasta Súper. Rafa Nasta hizo lo que mejor sabe: lucirse con solos muy elaborados, en los que el blues es el medio visible pero que tiene complementos jazzeros y funkys. Como siempre, estuvieron Gabriel Cabiaglia, Mauro Ceriello y Walter Galeazzi, más el aporte eólico de los Fisu Horns. La selección de temas fue 100% Nasta Súper V Power: Tiempo perdido, Enemigo mío, Poco tiempo, La flor más dura, Vago, El Codicioso y El juego. Para el último tema, Nasta invitó a los otros directores de la Escuela de Blues, Grätzer y Diana (el restante es Gaby Cabiaglia), y juntos interpretaron Every day I have the blues. Fue el final ideal para una gran noche de blues, en un lugar que ya se convirtió en una especie de templo para el género.

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Anoche fue el turno de Marcos Lenn y su country blues argentino. La cita fue en el Teatro Empire, detrás del Congreso. A veces pienso que Marcos quiere meter el cuarto gol antes que el primero y lo entiendo. El tipo es un goleador de raza y todo lo que consiguió en la música fue por una combinación de persistencia y pasión. Y ayer no fue la excepción. Un teatro hay que llenarlo y Marcos no pudo, pero eso no impidió que saliera a la cancha con lo mejor que tiene: sus canciones y su carisma. El planteo fue ambicioso: se rodeó de una banda muy nutrida con talentos como Juanjo Hermida en teclados y Pablo Hadida en pedal steel. La primera parte del show sonó mucho más country, no sólo por el aporte de Hadida, sino también por que sumó a un violinista. Interpretó algunas de sus canciones más lindas: Voz de guitarra, No es lo que esperaba hoy y No me digas que no; en esta última los arreglos y los coros -a cargo de sus hijos- le dieron un clima envolvente al mejor estilo Pink Floyd. Al principio tuvo que lidiar con algunos problemas de sonido, que menguaron en la segunda parte cuando subió a escena la sección de vientos y el show tornó más funky.


La apertura de la noche estuvo a cargo de Ximena Monzón y su flamante banda: Santiago Espósito y Federico Verteramo en guitarras, Mauro Bonamico en bajo y Rodrigo Benbassat en batería. La armoncista interpretó media docena de clásicos de blues en los que alternó solos con las dos violas. Su versión de My babe sonó fresca y natural -se nota que conoce ese tema nota por nota- al igual que Rainin’ in my heart, del gran Slim Harpo. El cierre fue con Since I met you baby. La banda sonó muy bien, aunque todavía se percibe que se está ensamblando. A ellos tampoco los ayudó mucho el sonido, ya que las voces, tanto la de Ximena, como las de Santiago o Mauro cuando cantaron, sonaron muy aplacadas.

Sin dudas, pese a los contratiempos y dificultades que el género presenta, todos ellos están haciendo las cosas bien, y van por más... mucho más.

miércoles, 2 de abril de 2014

Memphis style



Un nuevo disco de Robert Cray siempre es noticia. Y en este caso, como en los últimos años, una buena. In my soul es el nombre de su flamante álbum que tiene una inclinación muy marcada hacia el soul de Memphis y presenta un cambio en la formación: de su banda tradicional sólo queda el bajista Richard Cousins. Les Falconer reemplaza a Tony Braunagel en batería y el tecladista Dover Weinberg a Jim Pugh. Pero la clave de In my soul, además del talento inigualable de Robert Cray está en la cuidada –hasta obsesiva- producción de Steve Jordan, con quien el guitarrista no trabajaba desde Take your shoes off, de 1999, y Shoulda been home, de 2001 (aporta Gabriel Cabiaglia).

“No vinimos (al estudio) con una dirección, vinimos con un puñado de canciones que empezamos a tocar entre nosotros. Dejamos que el productor las escuchara y aportara lo suyo”, cuenta Robert Cray en el video promocional del álbum. Y lo que aportó Jordan fue ese sonido tan característico de Memphis, principalmente el que surgió del corazón de Soulsville. Es por eso que en el repertorio hay dos covers de músicos del sello Stax: Your good thing is about to end, de Isaac Hayes, y Nobody's fault but nine, de Otis Redding. En el últmo, Cray canta a dúo con el baterista.

El resto de los temas son composiciones propias, más aportes de Richard Cousins y una de Les Falconer. Dos de sus canciones, You move me y Fine yesterday, son verdaderas joyas en donde Cray alcanza un nivel de interpretación superlativo, con exquisitos solos y una sensibilidad vocal conmovedora. En algunos temas, como en el que da nombre al álbum, los vientos de Trevor Lawrence (saxo tenor) y Steve Madaio (trompeta) redondean un sonido envolvente y fascinante.

La tendencia en los últimos años es muy marcada. Muchos músicos de blues se están volcando al soul, específicamente al de Memphis. Cada uno tendrá sus motivos y la recepción por parte del público puede ser diversa. Pero lo cierto es que, al menos en este caso, cada nota, cada acorde, cada riff, surgen desde el mismo núcleo del alma del artista, no hay nada forzado. Y eso es realmente lo que cuenta.