lunes, 26 de noviembre de 2018

Un hombre de fe


Bryan Lee soñó los arreglos musicales de Sanctuary la noche anterior a presentarse en un festival en una iglesia de Spitsbergen, en Noruega. Al día siguiente la tocó con su banda tal cual la había soñado y hasta decidió grabarla en ese país. Pero la revelación que se le presentó en ese lejano país nórdico tardaría siete años en ver la luz. Recién este año, Lee se juntó con el productor Steve Hamilton y terminaron de darle forma al disco. Se trata de un álbum de once canciones en las que el guitarrista ciego de Nueva Orleans expresa su amor a Dios y su gratitud a la vida.

En el álbum abundan los temas de tinte religioso y queda de manifiesto que el artista es un hombre de fe. En Fight for the light, el primer tema del disco, comienza con el groove del bajo y luego Lee canta que hay que luchar por la luz, que “Jesús te llevará muy alto” y que “Satán es un mentiroso”. Jesus gave me the blues es un funky con mucho hammond y coros en el que revela que, además del blues, también le dio el poder Espíritu Santo. En U-Haul habla de su búsqueda y lo qué encontró en su guitarra y el Señor. Only if you praise the Lord es como un sermón en una iglesia de las afueras de Nueva Orleans rodeado mucho color y fieles. En The Lord´s prayer y Jesus is my Lord and saviour también expone sus creencias y cuánto cambió su vida cuando le abrió las puertas de su corazón a Dios: “Solía fumar mucho, tomar muchas drogas y desear a la mujer de mi vecino, pero eso ya no lo hago más”.

El resto de los temas también son autorreferenciales. The gift es un shuffle monumental en el que recuerda sus inicios como músico, de cómo Chuck Berry y Little Richards lo inspiraron para tocar rock and roll y cómo la música de Freddie King lo volcó definitivamente al blues. Mr. Big es su crítica al “hombre importante”, que por más dinero que tenga y más gente se lleve por delante no va a alcanzar nunca la felicidad. Don't take my blindness for a weakness es un testimonio de cómo logró salir adelante pese a perder la vista cuando tenía ocho años. “Vos podés ver el sol, la luna y las estrellas. Yo solo puedo ver oscuridad, pero no tomes mi ceguera por una debilidad”, canta mientras la guitarra expresa con un solo muy sentido. Con Ain’t gonna stop deja sentado que va a seguir tocando hasta que “Jesús me lleve a casa”.

Y por supuesto está Sanctuary, la canción que motivó todo el disco, una melodía exquisita que Bryan Lee interpreta con mucha pasión acompañado por un hermoso coro y la guitarra dobro con slide de Greg Koch.

Bryan Lee logró fusionar muy bien la prédica religiosa con el blues y el resultado es un disco muy espiritual, pero con un ritmo atrapante y unos solos viscerales, que se puede llevar con absoluta naturalidad a un juke joint o a una pequeña iglesia donde brillan los coros gospel.


sábado, 17 de noviembre de 2018

La gran fiesta de La Mississippi

Fotos Nico Suárez
¿La Mississippi es una banda de blues o de rock? La Mississppi es blues y también es rock o, como mejor dice Ricardo Tapia, es un grupo ecléctico de música negra. Pero el suceso de La Mississippi no pasa por uno u otro género musical sino por sus canciones y la energía y la pasión con las que las interpretan en vivo. Esto quedó demostrado el jueves a la noche en el Luna Park cuando la banda celebró sus 30 años y en casi tres horas de show recorrió muchos de sus temas clásicos que el público, su público, cantó a la par de ellos.

El Luna Park estaba prácticamente repleto y la primera sorpresa llegó de la mano del payador Emanuel Gabotto que improvisó una presentación bien folklórica. Poco antes de las 21,30, Tapia-Ginoi-Cannavo-Tordó-Picazo aparecieron en escena en medio de una gran ovación. “La emoción de 30 años, es la alegría de 30 años. Estamos acá por ustedes”, fueron las primeras palabras del cantante. Segundos después sonaron los acordes de Niño bien. La fiesta ya estaba en marcha.

Fue una noche memorable para La Mississippi y su público fiel. Primero porque la banda entregó todo, como siempre, y supo salir adelante cuando se presentaron algunos problemas de sonido bastante frecuentes en los shows en el Luna Park. Y, después, por el incesante desfile de figuras por el escenario.

La mayor sorpresa de la noche fue la aparición de Valeria Lynch, quien convenció a Tapia y compañía de interpretar con ellos Desconfío, el clásico de Pappo. “Quiero cantar este tema con ustedes nos pidió. ¡Cómo le íbamos a decir que no!”, contó Tapia. Y pasó lo que tenía pasar: Valeria Lynch alcanzó un registro extraordinario como solo ella puede hacerlo. También subió al escenario Willy Quiroga, el legendario bajista de Vox Dei, para una versión candente de Azúcar amarga. “Si hace 40 años me decían que iba a tener al maestro de invitado no me lo creía”, dijo el líder de La Mississippi.

El momento más emotivo de la noche fue el reencuentro de Las Blacanblus Cristina Dall, Deborah Dixon y Viviana Scaliza, quienes recordaron a la fallecida Mona Fraiman, e hicieron unas exquisitas armonías vocales en Same old blues y My babe. Los grandes maestros de la guitarra de blues, Botafogo y Daniel Raffo, también tuvieron su momento en la celebración. El primero en una furiosa versión de El gato de la calle negra y el segundo en la clásica Caldonia.

La banda también se reencontró con antiguos miembros como los armoniquistas Claudo Zárate y Rubén Vaneskeheian, los saxofonistas Eduardo Introcaso y Zeta Yeyati, y el tecladista Chuky de Ipola que subieron en más de una ocasión para interpretar viejos temas como Matadero, San Cayetano, Un poco más, El detalle y Blues del equipaje.

Además, La Mississippi interpretó una batería de temas más recientes como Búfalo, Criollo, la flamante Reserva especial y su descomunal versión de Post Crucifixión, “uno de los tres mejores temas de la historia del rock nacional”, según Tapia. Hubo más invitados: los guitarristas Tano Marceillo y Mariano Martínez (Ataque 77), y los cantantes Facundo Soto (Guasones) y Pity Fernández (Las Pastillas del Abuelo).

Sobre el final llegaron Café Madrid, que levantó al público de sus asientos y Un trago para ver mejor, con el que convocaron de nuevo al escenario a todos los invitados que, como siempre en estos eventos, resulta un caos sonoro que solo se justifica por la foto todos juntos. Hubo un par de bises –Blues de Santa Fe y Mala transa- y así llegó a su final el sueño que tenía La Mississippi de un gran festejo en el Luna Park.

La Mississippi se sostiene por la relación entre sus miembros, su enorme talento arriba del escenario, el carisma de su líder y decenas de canciones que hablan de ellos, pero también de nosotros.

LA HISTORIA DEL GRUPO MÁS DURADERO DEL ROCK NACIONAL

sábado, 3 de noviembre de 2018

Vivir rápido, morir joven


“Cuando piensa en los malvaviscos, piensa también en Johnny Ace. En su voz melosa, que endulzaba los ojos de las mujeres. ‘Eres pegajoso como un malvavisco’, le decía a veces Willie. Él reía como un niño travieso. Lo que era, en realidad. Un niño-hombre entonces, que ahora sería un hombre-niño”. 

                                                                                              Una chica sin suerte, de Noemí Sabugal. 

Pese a su breve carrera, Johnny Ace fue uno de los cantantes más importantes de la década del cincuenta. Un músico con aire juvenil que destilaba ternura y cautivaba principalmente al público femenino. Su temprana y trágica muerte fue un cimbronazo por aquél entonces y con el tiempo su nombre se diluyó en la historia de la música popular. Pero su legado musical está ahí, intacto, listo para ser redescubierto.

John Marshall Alexander Jr. fue otro de los hijos prodigios de Memphis. Podría haber llegado a tener el estatus de Bobby “Blue” Bland si aquella noche en el City Auditorium de Houston, Texas, no hubiera tenido ese pequeño revólver calibre 22 a mano. Pero ese es el final de la historia. Antes dejó su marca en Beale Street, cuando la mítica calle era el epicentro de la música popular en el sur de los Estados Unidos. Primero se destacó como pianista de la banda de Adolph Duncan, luego como cantante del grupo que integraba B.B. King y también como frontman de los Beale Streeters, y hasta fue DJ en la radio WDIA, la misma en la que se destacaron B.B. y Rufus Thomas.

En 1952, lanzó su carrera solista bajo el nombre artístico de Johnny Ace y firmó con el sello Duke. Su primer single, My song, llegó al número uno del chart de R&B y se mantuvo durante varias semanas. Fue más o menos por esa época cuando Don Robey, dueño de Peacock Records, absorbió Duke y eso les dio mayor exposición a sus artistas afuera de Memphis. Johnny Ace tenía un futuro brillante por delante, era uno de los talentos más prometedores, y Robey lo supo ver. En los dos años siguientes grabó un hit detrás de otro: Cross my heart, The clock, Saving my love for you y Never let me go.

Los éxitos llevaron a Ace a giras agotadoras, con shows casi todas las noches, trasegando litros y litros de alcohol casi sin descanso, mientras alentaba su peligroso hobby de disparar a los carteles en la ruta.

El 25 de diciembre de 1954, Peacock Records realizó un festival navideño en el City Auditorium de Houston bajo el nombre de “Negro Christmas Dance”. El cartel tenía como protagonistas a B.B. King, Johnny Otis, Willie Mae “Big Mama” Thornton y Johnny Ace. Eran las 11 de la noche y miles de fans esperaban que saliera para la segunda parte de su show. Pero un dolor de muelas lo aquejaba y trataba de aliviarlo con vodka. Estaba en el camarín, de mal humor, junto a su novia, Olivia Gibbs. También los acompañaban una amiga de la joven, Big Mama Thornton y el músico Joe Hammond. Ace ya estaba pasado cuando empezó a jugar con la pistola. Los que lo acompañaban se pusieron nerviosos porque les apuntaba y bromeaba. Ace decía que tenía una sola bala y que no estaba en la recámara. Big Mama le arrebató el arma, pero Johnny la recuperó y siguió gatillando. Le apuntó a Hammond y éste lo increpó: “¿Por qué no te apuntas a ti mismo?”. Y Johnny lo hizo. Sus últimas palabras fueron: “Miren, les mostraré que no se dispara”.

El proyectil entró por la sien y se alojó en su cerebro. Ace murió en el acto y su novia se salvó de milagro. Si el arma hubiera sido de un calibre mayor probablemente ella también habría corrido la misma suerte porque él la tenía sujetada con su otro brazo. Big Mama salió gritando histérica del camarín, pero el público no escuchó nada porque se estaba deleitando con Johnny Otis y su orquesta. Al día siguiente, los medios informaron que Johnny Ace se había matado jugando a la ruleta rusa. Si bien eso fue desmentido por todos los testigos directos del hecho, hoy todavía aparecen artículos en los que sostienen esa versión. Pocos días después de su muerte, Don Robey lanzó el single póstumo que llevaba el tema Pledging my love en el lado A y No money en el B. Pledging my love, que Ace grabó con la orquesta de Johnny Otis, se convirtió en un verdadero éxito en 1955.

Como una estrella de rock, Johnny Ace vivió rápido y murió joven. Su música hoy sobrevive en algunas compilaciones, especialmente uno que se llama Memorial Album, que condensa lo mejor de su repertorio y rescata la figura de un artista que nunca debería extinguirse.