lunes, 27 de diciembre de 2010

Los diez mejores discos del año

Fue un año con muchos lanzamientos interesantes, otros sorpresivos y algunos olvidables. Acá les dejo los que a mi criterio fueron los diez mejores álbumes de 2010.










viernes, 24 de diciembre de 2010

El blues de la Navidad

No soy muy amigo de este tipo de discos oportunistas y comerciales, aunque reconozco que hay algunos que están muy buenos. Acá les dejo tres para que escuchen esta noche mientras cenan, discuten, ríen, lloran, recuerdan, putean y se abrazan con sus familiares. ¡Feliz Navidad!

Varios Artistas - The Alligator Records Christmas collection (1992). Casi todos los mejores músicos del sello discográfico participaron de este compilado. Las canciones tienen la particularidad de que, salvo The little drummer boy y Silent night, todas fueron compuestas para esta ocasión. De la mano del productor Bruce Iglauer se lucen Kenny Neal, Charles Brown, Koko Taylor, Son Seals, Lonnie Brooks, Charlie Musselwhite, Katie Webster, Clarence “Gatemouth” Brown, Tinsley Ellis y Little Charlie & The Nightcats, entre otros. Este es el disco navideño blusero por excelencia.

Bob Dylan – Christmas in the heart (2009). Dylan sorprendió a todos el año pasado con Christmas in the heart. Yo tuve mis prejuicios cuando me enteré que estaba por sacar un álbum navideño. Cuando lo escuché me gustó, pero tampoco es que me voló la cabeza. De hecho creo que no lo volví a escuchar en todo el año, pero ahora que suena de nuevo en mi equipo me parece mejor de lo que lo recordaba. En el fondo es lo que a Dylan le gusta: escarbar en la música tradicional norteamericana, rescatar canciones olvidadas e imprimirles su sello.

Elvis Presley - Elvis' Christmas album (1957). Editado por el sello RCA, fue el primer disco temático de Elvis. Pese a que fue grabado hace más de cincuenta años sigue siendo uno de los mejores álbumes navideños de la historia del rock. Los temas elegidos por Elvis son Blue Christmas, Santa bring my baby back to me, White Christmas y I'll be home for Christmas, entre otros clásicos.

martes, 21 de diciembre de 2010

Recordando al Rey Albert

Albert King integra el podio de los grandes de las seis cuerdas del blues junto a los otros dos King –B.B. y Freddie- Buddy Guy, T-Bone Walker, Otis Rush y Magic Sam, y para muchos incluso fue el más grande de todos. Hoy, a 18 años de su muerte, es una buena oportunidad para recordarlo.

Lo primero que supe de Albert King fue en 1990. Como muchos, supongo, de entrada pensé que tenía alguna relación de parentesco con B.B. King. Pero esa duda la evacué al conseguir una de esas extensas y pesadas enciclopedias de blues. Para entonces ya había escuchado una y otra vez los dos primeros discos suyos que me había comprado: el compilado King of the blues guitar (Atlantic) y Albert King live (Charly Blues Masterworks). En febrero o marzo de 1992 me enteré que Albert King venía a la Argentina y, sin dudarlo, compré la entrada. El 8 de mayo de ese año asistí con mucha expectativa al Gran Rex para ver a una leyenda viva. Hasta ese momento yo apenas había visto un solo recital de blues (B.B. King en el Luna Park) pero ya estaba completamente perdido entre los doce compases.

Esa noche fui con un par de amigos. Habíamos comprado cinco asientos en la fila dos del súper pullman. Primero disfrutamos con el blues acústico de Taj Mahal y luego subió al escenario el Gran Albert. Ahora los detalles de aquella noche mágica son un tanto difusos. Pero recuerdo que quedamos fascinados con su sonido y con sus solos tan personales. Algunas de las canciones que tocó fueron The sky is crying, I wonder why, Stormy monday, Kansas City, I’ll play the blues for you y Born under a bad sign. Fue una noche memorable, la llave a muchas más noches de blues.

Su muerte ocurrió pocos meses después de su visita: tuvo un infarto a los 69 años. Cuando su corazón estalló, él todavía seguía activo, tocando regularmente en distintas partes del mundo. Su deceso no detuvo su fama, una fama que no es la de una celebrity, sino que se sostiene por el prestigio obtenido durante su carrera. Albert King influyó a músicos revolucionarios de la historia del rock como Hendrix, Clapton y Stevie Ray Vaughan e infinidad de guitarristas alrededor del globo. En la Argentina hoy hay muchos músicos que se inspiran en sus canciones y en su forma de tocar y que lo celebran semana a semana tocando en vivo.

Su historia fue como la de muchos otros músicos de su generación. Albert Nelson nació el 25 de abril de 1923 en Indianola, un pequeño poblado de Mississippi, el mismo en el que nació B.B. dos años más tarde. De chico recogió algodón en Arkansas y se formó musicalmente escuchando a viejos maestros como Jimmy Reed y Lonnie Johnson. Su particularidad fue que desarrolló un estilo muy personal para tocar la guitarra. Como era zurdo y aprendió con una guitarra para diestros y entonces comenzó a tocar con las cuerdas invertidas, algo que nunca más modificó. Albert King tuvo su periodo errante, emigró hacia el norte y tuvo su etapa de éxito. Estuvo en Indiana, St. Louis y Memphis. Grabó para distintos sellos discográficos, pero seguramente sus trabajos más trascendentes son los que hizo para Stax. Junto a su guitarra “Lucy”, una formidable Gibson Flying V, acercó el blues al soul y al funky, logrando una fusión que ha perdurado en el tiempo, y que cautivó también a un público muy rockero. Sus mejores discos de esa época son Years gone by (1969), el tributo a Elvis Presley (1970) y I’ll play the blues for you (1974). Durante los ochenta anunció que se retiraba de la música, pero eso duró poco y enseguida volvió al ruedo, básicamente a las giras.

Como figura en el sitio All Music: “Sin Albert King, la guitarra moderna no sonaría como lo hace”.


domingo, 19 de diciembre de 2010

Guitarra vas a llorar

Tres lanzamientos discográficos con la viola como protagonista excluyente.

Robin Trower – The playful heart. Este es el sonido moderno de la vieja guitarra. Creo que algo así tocaría Jimi Hendrix si estuviera vivo. Robin Trower es un violero fantástico, que siempre estuvo un paso delante de sus contemporáneos. Desde la época de Procol Harum hasta sus discos de blues espacial, el tipo siempre mostró un sello distintivo. Con The Playful heart, Trower vuelve a instalar una atmósfera psicodélica, con largos solos introspectivos, por momentos más bluseados y a veces no tanto. La rítmica suena siempre atrevida y funky. La voz de Trower está bien, aunque está claro que su energía y sus canciones se brindan por completo a la guitarra. Escuchen el tema Find me, es una buena referencia del álbum: genera un placer hipnótico difícil de esquivar. Todas las demás canciones tienen el mismo espíritu. Nos elevan, después nos bajan, en algún momento nos nivelan para luego volvernos a subir. Robin Trower es un artista superlativo.

Dave Specter – Spectified. Dave Specter es uno de los guitarristas más respetados del mundo blusero. Nacido y criado en Chicago, Specter desarrolló un estilo muy cuidado y sutil, bien al estilo del West Side. Pero además de Magic Sam, en su forma de tocar fluyen T-Bone Walker y Kenny Burrell, Spectified es un disco instrumental con permanentes guiños al jazz, donde los largos solos de guitarra a veces se ven interrumpidos por la aparición distintiva de un hammond, la calidez de un piano o la tromba de la sección de vientos. Spectified es una demostración de lo versátil que Specter es para tocas: pasa por el suffle, el swing, el jump blues, el sonido del Delta, los ritmos latinos, siempre con una técnica muy prolija y una ejecución muy sentida..

Larry Miller - Unfinished Business. Si el estilo de Robin Trower es más profundo y psicodélico, y el de Dave Specter es más clásico y sutil, el de Larry Miller es crudo y furioso. Larry Miller podría haber nacido en el sur de los EE.UU. pero es inglés. En una de sus canciones se define: “No soy del Mississippi pero soy un bluesman”. Es agresivo para tocar y entusiasta para cantar. Al escucharlo se notan sus influencias: Rory Gallagher, Snowy White, Foghat y Gary Moore. Unfinished Business es su sexto álbum. Su escencia es el blues rock, las baladas y algunas intromisiones acústicas. Este es uno de esos músicos que estaría muy bueno verlo en vivo en un bar.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Comer y beber en Mendoza

Mendoza es un a porción de tierra bendecida por la naturaleza. El clima, el suelo y la gente son los tres factores que permiten que allí se elaboren algunos de los mejores vinos del mundo. Pero más allá del vino, consagrado desde hace poco como la bebida nacional, la comida también es fundamental: ya sean platos rústicos y artesanales o preparaciones gourmet.
Estos últimos cuatro días estuve en el sur de la provincia, gracias a una invitación de prensa de Las Leñas. Con otros periodistas vivimos la experiencia del valle, nos mimetizamos con la montaña (o al menos lo intentamos) e hicimos un montón de actividades: rapel, cabalgata, tirolesa, mountain bike, lonning y hasta nos metimos en una pileta climatizada, pese a que el clima estaba fresco. Todo eso estuvo muy bien acompañado por un menú cuidadosamente elegido por Gonzalo y Pomelo, en donde el fuego de leña fue protagonista absoluto. La primera noche, como bienvenida, cenamos pollo al disco con papas. Al mediodía siguiente, en medio de un viento que volaba hasta las ideas, almorzamos lomo a la parrilla –delicioso, tierno y exquisito- con un risotto con corazones de alcaucil al disco. Por la noche nos esperaba una trucha asada con vegetales salteados y flan casero con dulce de leche de postre. Al otro día el almuerzo fue un gran asado: lo único que no comí fue el chorizo, una bomba de tiempo a la cual aprendí a decirle que no. Pero después probé todo: morcilla, mollejas y chinchus. Una mención aparte merece ese costillar sabroso y tierno que comenzó erguido frente al fuego y terminó desgranado en docenas de costillas roídas por dientes afilados. La cena despedida se presentó con un chivito exquisito con batatas fritas bien crocantes. El vino siempre fue Santa Julia Reserva. A veces malbec, otras tempranillo. Ideal.
El sábado dejamos Las Leñas y, camino al aeropuerto de Mendoza, hicimos una parada más que interesante en la champañera Bianchi, en San Rafael. Recorrimos la bodega, nos explicaron el proceso de producción de los vinos espumantes a través del método champenoise y al final hicimos una degustación de ese blend de chardonnay y pinot noir, que seguramente copará las mesas de muchos argentinos dentro de pocos días, con las celebraciones de Navidad y Año Nuevo. Para terminar nos prepararon una mesa de ahumados: queso, ciervo y aceitunas, todo regado por un malbec portentoso de Famiglia Bianchi.
Mendoza es una provincia que todos deberían visitar. Su gente, su tierra, su comida y sus vinos son la garantía de que la estadía será de lo más placentera.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

¡Hasta siempre!

Tengo algún vago recuerdo de aquél día. La noticia creo que llegó por la radio y la cara desencajada de mi vieja en la cocina es lo primero que me viene a la mente de la muerte de John Lennon. Lo siguiente que me acuerdo es lo que vi por tevé. Yo estaba sentado en la alfombra verde con los ojos clavados en el televisor color marca Zenith, que hacia apenas un año que estaba en casa. Se trataba de una vigilia en el Central Park. Los que estaban allí tenían mucho frío y lloraban. A mi me faltaban dos meses para cumplir ocho años y ese fue el primer acontecimiento noticioso del que tengo algún recuerdo concreto. Con los años volví a ver esas imágenes conmovedoras, al tiempo que fui escuchando sus discos, tanto de los Beatles como los de sus años como solista. Me animo a decir que Lennon fue uno de los cinco o diez personajes más influyentes del siglo XX. Fue un Quijote moderno, que en vez de empuñar un lanzón rasgaba una guitarra. Sus canciones derribaron molinos de hipocresía y se convirtieron en himnos mundiales de la paz, mucho antes de que el mundo se globalizara plenamente. John Lennon fue como el Che Guevara, como Martin Luther King, como Gandhi, como José Martí, como Rodolfo Walsh. Hoy a 30 años de su muerte, su espíritu sigue intacto y el valor de su mensaje no caducó.


Post anterior: Un símbolo de paz

martes, 7 de diciembre de 2010

Bad to the bone

En el verano de 1982 un blues con un riff muy pegadizo y una letra básica y desafiante irrumpió en los hogares estadounidenses a través de la pantalla chica. Era el amanecer de MTV y la industria musical estaba comenzando a invertir en videos musicales. George Thorogood, el chico malo de Delaware, lanzaba su disco debut para el sello Capitol y Bad to the bone se convertiría en su pasaporte hacia el éxito.

On the day I was born, the nurses all gathered 'round
And they gazed in wide wonder, at the joy they had found
The head nurse spoke up, and she said leave this one alone
She could tell right away, that I was bad to the bone

El día en que nací, todas las enfermeras se reunieron
Y miraron con asombro, lo que habían encontrado
La enfermera jefa habló y dijo “dejen a éste solo”
Ella se dio cuenta de inmediato, que yo era malo hasta el hueso
(En español se entiende más como "malo hasta la médula").


El video, en el que Thorogood disputa una intensa partida de pool con Bo Diddley –sí, el mismísimo Bo Diddley- fue sólo el comienzo del derrotero de la canción por el mundo audiovisual. En estos treinta años fue utilizada en infinidad de películas -desde Terminator 2 hasta Christine, de John Carpenter- y programas de tevé como Casado con hijos y División Miami. También musicalizó comerciales: el más reciente es el de Wrangler, de 2008. Ahora vuelve al cine una vez más en la película animada Megamind.

Bad to the bone fue la llave del revival blusero de los ochenta. Luego Stevie Ray Vaughan y el sello Alligator hicieron el resto. Los puristas del blues muchas veces no tienen a Thorogood en consideración y desprecian la canción. Pero lo cierto es que el muchacho de la boca grande y paletas sobresalientes siempre se mantuvo fiel a la música de sus raíces. Bad to the bone surgió del riñón de grandes clásicos del blues: tiene un poco de Manish boy, una pizca de I’m a man y algo de No money down. La guitarra furiosa, la voz rasposa y el saxo, que le da cierto contrapeso a semejante rabia, son el sello distintivo del tema.

El álbum, que llevaba el nombre de la canción, se convirtió en disco de oro y estuvo un año en la cima de los charts. Pero eso es anecdótico. Lo importante es que trascendió a su década con un fuego que nunca se apaga.



jueves, 2 de diciembre de 2010

Revisionismo histórico

Elton John & Leon Russell – The Union. La idea de este disco surgió hace dos años durante una entrevista para tevé que Elvis Costello le hizo a Elton John. Durante el reportaje, el pianista inglés recordó a uno de sus ídolos de la juventud: Leon Russell. A partir de ese momento, Elton sintió la necesidad de devolverle a Leon todo lo que él le había regalado con su música. Luego de un par de charlas telefónicas los dos pianistas se pusieron de acuerdo y comenzaron a construir The Union. El disco fue editado hace poco y es realmente extraordinario. Las canciones se balancean entre las baladas rockeras, el R&B, el soul y el country, y la sinergia que hay entre ambos pianistas es asombrosa. Pero detrás de la idea y la realización hay un sinfín de nombres que jerarquizan el álbum aún más. Por ejemplo: la producción quedó en manos de T-Bone Burnett, un tipo que sabe muy bien lo que hace. La banda fue conformada por una docena de músicos entre los que se encuentran los guitarristas Doyle Bramhall II y Marc Ribot, el bajista Don Was y el baterista Jim Keltner. Pero hay más: Booker T. Jones aporta el sonido de su hammond, Robert Randolph tiene un par de intervenciones con su pedal steel guitar, y Neil Young y Brian Wilson suman sus voces en algunos coros. Además, varios de los temas fueron compuestos por Elton John junto a su inoxidable socio, Bernie Taupin. Las imágenes de The Union también son importantes. La foto de la tapa fue tomada por la célebre Annie Leibovitz (histórica fotográfa de la revista Rolling Stone) y Cameron Crowe, director de la película Casi Famosos, filmó todo para un documental que se lanzará dentro de poco. En síntesis, The Union es una obra monumental, que rescató a Leon Russell del olvido y le devolvió a su público lo mejor que él tenía para dar: su música.

Ray Davies – See my friends. La primera vez que escuché a The Kinks fue hace 20 años. Por entonces cursaba quinto año y Ernesto Castrillón –profesor de Historia, hincha de Racing y gran tipo- me abrió las puertas a la magia de Ray Davies. Desde entonces, tengo mis épocas. Por momentos vuelvo a los Kinks de los setenta; a veces me sumerjo con sus canciones de los sesenta; y últimamente me estaba matando con los discos solista de master Ray: Other people’s lives y Workingman’s Café. Ahora, el sello Decca acaba de editar See my friends, un tributo en vida en el que él es el anfitrión. Las canciones elegidas son todos hits de los Kinks. Algunas versiones están mejor que otras, pero en líneas generales es un buen disco. El tema inicial, Better things, tiene el espíritu que todo el álbum debería tener: una interpretación tan buena como la original, pero con una esencia nueva. En este caso lo que sobresale es la combinación de las voces de Davies y Bruce Springsteen. Si bien Bon Jovi no es alguien que a mí me guste mucho, logra imponer su estilo en Celluloid heroe. La versión de You really got me de Metallica está muy buena, pero de ninguna manera no supera a la de Van Halen. Davies y Jackson Browne suenan muy amenos y relajados en Waterloo sunset y Paloma Faith le mete mucha garra a Lola. Las otras canciones están bien. Probablemente no aporten mucho más a los que escuchan a los Kinks desde hace mucho, pero tendrán sentido sí sirven para acercar a los jóvenes a la música de los Kinks. Así las cosas, Ray Davies está de vuelta. Viejas canciones, nuevos amigos y la misma onda de siempre.