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The Black Keys – El Camino. Rock and roll, retro soul y espíritu indie son algunos de los componentes de la fórmula que dan materialidad a los Black Keys. Escuchar su música siempre es caminar por la cornisa de un precipicio. Es como si alguien pusiera a un yonqui a trabajar en una farmacia. Como si le dieran cientos de cascotes a un barrabrava descontrolado. Sus canciones son puro coqueteo trash altamente adictivo. Guitarras distorsionadas, melodías lisérgicas y arreglos vintage. Así y todo, los Black Keys miran hacia el futuro sin tener que recurrir a bases electrónicas. Todo lo que usan es electricidad en estado puro, al servicio de su power creativo, que parece absorbido del legado de los White Stripes. Entre tanta descarga, en la mitad del álbum, surge una hermosa canción, Little black submarines, que empieza con una guitarra acústica y termina como si Auerbach y Patrick Carney estuviesen poseídos por Robert Plant y Jimmy Page. El séptimo álbum de la banda en una década marca a las claras que lo de estos muchachos no es un capricho, es música en serio.
Nick Moss – Here I’am. El voluptuoso Nick Moss está camino a integrar las filas de la primera línea del blues. En un año que parece haber sido una visagra generacional –murieron Pinetop Perkins, Honeyboy Edwards, Hubert Sumlin, Big Jack Johnson- Moss aparece como uno de los mejores exponentes de la nueva camada de bluesmen. Después del excelente Privileged del año pasado, Here I’am es la consolidación de un estilo y el apuntalamiento de una carrera. Más allá de la influencia del blues clásico de Chicago aquí se perciben guiños a Led Zeppelin, Canned Heat y Jimi Hendrix. Entre tanto boogie y blues rock, surge la melodía divina de una canción que también se postula como las mejores de 2011: It’ II turn around, que viene en sus dos versiones, la original de nueve minutos y la editada para la radio. Tal como escribió mi amigo Claudio Ibarra en su reseña del álbum para el sitio 2120.cl “Una nueva inyección de fuerza para la música del alma”.

Marcia Ball tiene 62 años, de los cuales pasó más de la mitad en la ciudad texana de Austin. Esa referencia es clave para entender sus blues. Porque el mismo tiempo que lleva viviendo en la Capital de la Música es el que ha pasado cantando y tocando el piano. A eso hay que sumarle sus raíces, esas que comenzaron a crecer en su Lousiana natal. Ese combo es la génesis musical de esta gran artista, que en este último lustro parece haber alcanzado su pico de madurez interpretativa y creativa. Roadside attractions, su álbum número 15, fue nominado para los premios Grammy como mejor disco de blues y es el cuarto trabajo consecutivo que peleara por uno de los premios que entrega la industria discográfica.
Don Vilanova – Don Vilanova y sus secauces. El contraste que hay entre el primer tema, Dobro intro, y el segundo, Vos ya sabes, es abismal. Miguel tocando blues es imbatible. Mucho feeling y demasiada experiencia. Pero enseguida arremete con un rock and roll exasperado, junto a la banda Nativo, que no le sienta muy bien. Esas dos caras de presentación inmediatamente obligan a una pregunta: ¿Cómo seguirá el disco? Sigue bien, pese a que el tercer tema aparece acompañado por otra banda de rock, Pier, el blues comienza a tomar forma. La guitarra dobro y el slide vuelven a aparecer en escena un par de veces más volcando el espíritu del Delta. La Mississippi suma su sonido clásico, con la voz de Ricardo Tapia, en Blues hasta que salga el sol. Blues solamente, con Emmanuel Horvilleur, suena demasiado forzado. Podría esperarse lo mismo de Abre en el que Miguel le hace frente al legado jamaiquino junto a los Reggae Rockers. Pero no: el tema destila frescura y alegría. Ciro Fogliatta aporta toda su experiencia y virtuosismo en La mente, Blues en la radio y La hechicera. Celeste Carballo le da un toque femenino en Tiempo al tiempo y los Blues Motel se “sincronizan” con el viejo maestro en un blues poco flexible. Me gustó mucho más que el anterior, Adiós Botafogo... Es cierto que éste tiene un par de altibajos, pero mientras el Don siga cerca del blues las cosas estarán bien.
Támesis – Aprendiendo a volar. Rock vintage, guitarras rabiosas y coros góspel. Canciones propias, espíritu sureño y muchas ganas. Esos son algunos de los condimentos de este disco novedoso en el que se perciben influencias muy marcadas de los Black Crowes. La banda está conformada por Guido Venegoni (voz), Julio Fabiani y Brian Figueroa (guitarras), Diego Gerez (teclados), Homero Tolosa (batería), Florencia Andrada y Natalia Pereira Pinto (coros). Todos chicos que tienen un promedio de edad de 23 años. Entre los invitados figuran Gabriel Grätzer (banjo), Nicolás Raffetta (teclados), Mauro Diana y Marcelo Saluzky (bajo). El álbum, de doce temas, tiene una notable calidad de sonido: fue grabado en el estudio Circo Beat, materizado por Max Scenna e impulsado por la Escuela del Blues. Los cuatro primeros temas son muy Crowes. El quinto, Canción para las batallas, marca un quiebre bárbaro con el aporte campestre de Grätzer. Cruel realidad tiene retazos de hit, al igual que el título que da nombre al disco, Aprendiendo a volar. Seguramente este es apenas el primer disco de una banda con mucho futuro. Bienvenidos.
Rubén Gaitán – Tuve que hacerlo. La primera pregunta que me surge luego de escuchar el disco es ¿Por qué tuviste que hacerlo Rubén? No hay dudas de que Gaitán es un referente de la armónica y del blues en la Argentina. Ha tocado con todos los músicos locales y con algunas figuras que vinieron del exterior. Todavía recuerdo con emoción esas noches de buena música, humo y Tía María en Betty Blues. Pero aquí y ahora, escuchando el álbum, pienso que un fiscal, durante una indagatoria, podría aceptar ese título como una confesión de culpabilidad. El disco también podría haberse llamado “Y qué le voy a hacer” o “Hice lo que me dijeron que hiciera”. Las letras de las canciones son un cliché y los invitados –Juanse, Sarcófago, Manuel Quieto de La Mancha de Rolando, entre otros- no logran levantarle la onda. Se trata de rocanroles obvios, previsibles, que bien podrían ser parte del repertorio de una banda de rock barrial adolescente. Rescato los solos en Me va a matar, Whisky para dos y Policías en acción, en los que Rubén Gaitán hace lo mejor que sabe hacer: tocar la armónica.

Los Rolling Stones se convirtieron en la banda más grande de la historia del rock. Por perseverancia y porque fueron los creadores de himnos de varias generaciones. En sus más de 50 años en el ruedo lanzaron decenas de discos: desde aquel álbum debut de 1964 hasta el último disco oficial de estudio, A bigger bang (2005), han editado obras monumentales como Exile on Main St., Let it bleed y Sticky fingers. Pero también otras bastante flojas como Dirty work, Still life o No security. En la década del sesenta brillaron por su combinación de blues y rebeldía juvenil. En los setenta tuvieron una explosión creativa arrolladora. Los ochenta los encontró peleados y desconcertados, casi sin rumbo. En los noventa lograron de alguna manera aggiornarse al sonido del momento sin perder identidad. En la última década, ya como reyes indiscutibles, siguieron paseando sus shows por el mundo y se volvieron uno de los fetiches de Martin Scorsese.
El clásico e inconfundible sonido Stone aparece con todo su vigor en So Young, Do you think I really care y I love you too much, tres temas que cuesta creer que hayan quedado afuera de la edición original. El blues está muy presente en este reedición: When you’re gone, Keep up blues y Petrol blues, una joya de un minuto y medio que fue compuesta por Nicky Hopkins. El cover de Hank Williams, You win again, es simplemente maravilloso, y es muy emocionante escuchar a Keith Richards cantando We had it all.
dy Rotta - Me, my music and my life. Rotta es un guitarrista italiano, nacido en Verona, que se formó musicalmente en Suiza, triunfó en su país, expandió su música al resto de Europa y pudo desembarcar con relativo éxito en los Estados Unidos. Allí compartió escenarios con Luther Allison, Al Green, Taj Mahal, Etta James, los Fabulous Thunderbirds y Brian Setzer. Su primer álbum, Reason to live, fue editado en 1990 y ahora acaba de salir a la venta este disco doble que recopila lo mejor de sus más de 20 años de carrera. Entre los temas elegidos para este compilado hay algunos que fueron compuestos por él -con versiones en italiano y en inglés- y otros clásicos del blues y del rock. Además hay una lista de invitados de lujo: Peter Green suma su voz gastada y su guitarra para una sutil interpretación de Black magic woman. El difunto Carey Bell aporta su armónica en So di blues y Mama save the children. Rotta y John Mayall, en armónica, arremeten con un cover de My babe, de Little Walter. Pero eso no es todo: los solos de la guitarra de Robben Ford acribillan en una notable St. James Infirmary y en It’s all over now baby blue, de Bob Dylan. Brian Auger, el último de los invitados, le aporta un toque jazzístico en Truth. El resto de las canciones –entre las que hay tres covers de los Beatles- tienen a Rotta y su Fender como protagonistas excluyentes.
Yuichiro Oda – East blues. Oda nació en Japón, en la ciudad de Kagoshima, y a los diez años empezó a tocar la guitarra. Su formación estuvo relacionado más que nada con la música clásica y el jazz. De hecho, el jazz marcaría sus comienzos como músico profesional y sus primeros discos. Oda tocó con músicos de las bandas de Sarah Vaughan y Tom Waits, y su primer álbum se lo produjo nada más y nada menos que George Duke. A fines de los noventa, durante una gira por los Estados Unidos, tocó con Larry Carlton y Ernie Watts. Ahora acaba de lanzar este álbum de blues y guitarras afiladas, en las que además de ser el compositor de todos los temas, canta con una fuerza desgarradora. Los arreglos de algunos temas incluyen coros femeninos y por momentos la aparición de un piano que rellena la armonía en segundo plano. Pero también hay otros, como Test of life, que tienen una inclinación un poco más pop por el efecto de la sección de vientos y los teclados. El track que da nombre al disco es un instrumental furioso en el que los solos de Oda surcan el aire como balas de punta hueca. Y Desert blues es un acústico con slide que ubica a Oda en el porche de una casa del Mississippi. Así como una oda es una composición poética de tono elevado, este Oda es un guitarrista al que hay que escucharlo con el volumen al máximo.
Lo malo: este es el último disco de Etta James. Debido a una prolongada y gravísima enfermedad, la cantante anunció que con The Dreamer se retira del mundo de la música. Lo bueno: es un álbum fabuloso y con un sonido vintage, en el que ella no parece haber perdido el don del canto que la hizo una estrella en la década del cincuenta.
Su álbum Bird nest on the ground está guardado en mi discoteca entre In the beginning, de Stevie Ray Vaughan, y Welcome, el trabajo debut de su hijo Doyle Bramhall II. Lo saco de su reposo y lo empiezo a escuchar. Me conmueve el soul de I can see clearly now, la potencia rockera de She’s gone y la pasión blusera de I’m in the mood. Es un disco fabuloso, de esos a los que es imposible olvidar. Doyle Bramhall lo empezó a grabar en 1980, pero recién logró editarlo en 1994, gracias al esfuerzo del sello discográfico Antone’s. Esas once canciones resumen y definen el blues de la ciudad texana de Austin, la Capital de la Música, como le gusta llamarla a sus habitantes. Doyle Bramhall, en batería y voz, está secundado por una legión de músicos impresionante: Stevie Ray incendia su guitarra en Too sorry y después aparecen Jimmie Vaughan, los Double Trouble, Smokin’ Joe Kubek, los Memphis Horns, Robin Syler y un muy joven Doyle Bramhall II.
Podría decirse que Doyle Bramhall descubrió a SRV, aunque no sería la forma correcta de expresarlo. Creo que mejor es decir que fue quien le dio una gran oportunidad. Lo sumó a su banda, los Nightcrawlers, cuando él apenas era un jovencito. Y luego compuso algunas de las canciones que hicieron de Stevie una leyenda: Dirty pool, The house is rockin’, Looking out the window y Life by the drop. Pero lo más sorprendente de todo es como Bramhall influyó en la forma de cantar de SVR. En Bird nest on the ground todo eso queda de manifiesto.
El otro día, acompañando unas pastas secas, bebí por primera vez el Monte Cinco malbec. Me resultó exquisito, con mucho cuerpo y la presencia de la madera destacándose con soberbia. Luego leí que fue premiado varias veces en distintos concursos alrededor del planeta. El vino, perteneciente a la bodega de Arturo Bertona, es de la región de Luján de Cuyo, una de las mejores zonas vitivinícolas del mundo. La amplitud térmica, la tierra, y la mano mendocina son los tres factores fundamentales para que allí surjan vinos con estirpe, de esos que saben conquistar paladares.
El próximo número de la prestigiosa revista Wine Spectator estará dedicado casi exclusivamente al malbec. En la tapa anuncia: “Una uva olvidada, un suceso fenomenal “. Claro que el fenómeno no es nuevo. En los últimos años, especialmente después de la crisis de 2001 y gracias a las políticas del gobierno nacional, los bodegueros argentinos comenzaron a profesionalizar y masificar su pasión por los caldos. El resultado se ve cada día en la mesa de los argentinos y en los restaurantes. Y ya no es un secreto que se bebe malbec en otras partes del mundo. La mística mendocina ya llegó a Rusia, China, Noruega, Inglaterra y decenas de países en los cinco continentes.
Jon Lord Blues Project – Live 2011. Tal vez muchos asocien su nombre a la época dorada de Deep Purple. Un tecladista fabuloso, con una formación clásica muy definida, que le aportó al rock de los setentas una nueva perspectiva. Desde hace unos años, Lord puso el foco en el blues. Primero en el disco que grabó junto a los Hoochie Coochie Men y ahora con el lanzamiento de su álbum en vivo. Miller Anderson (guitarra), Colin Hodgkinson (bajo) y Pete York (bacteria) acompañan al tecladista que en algunos temas suma la colaboración de Zoot Money y la cantante Maggie Bell. El álbum comienza con Back in the chicken shack y desde ese preciso instante, el Hammond de Lord hace un alegato rítmico que anticipa todo lo bueno por venir. La selección de canciones es muy interesante: Wishing well (Free), Walkin’ blues (Robert Johnson), Respect yourself (The Staple Singers), I’m a man (Steve Winwood) y una genial version de Way down in the hole, de Tom Waits.
gton - Six string svengali. Whittington es un guitarrista notable que tuvimos la posibilidad de disfrutar en vivo las dos veces que John Mayall vino a la Argentina. Además de ser el violero de los Bluesbreakers desde hace más de 15 años, también tiene su propia banda. Ahora acaba de lanzar su segundo disco (el primero fue en 2008) en el que ratifica una vez más que es un artista completísimo. Además de tocar la guitarra con una destreza increíble, canta realmente bien y compone sus propias canciones. Su estilo tiene un anclaje muy definido en el sonido texano. Junto a Mayall, Whittington está en el lugar que hace décadas ocuparon Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor y Coco Montoya. Y eso no es poca cosa. Six string svengali es un álbum soberbio que es imposible no disfrutar, especialmente para los que tienen debilidad por las guitarras.![]() |
| Fotos Télam |
Otro monstruo de los setentas que tuvo una notable actuación fue Edgar Winter. El hermano del tornado texano Johhny Winter ya había estado en Buenos Aires al frente de su banda durante los noventas. Esta vez, Derringer lo presentó como uno de los músicos “precursores de la música electrónica” y Winter cantó Free ride y después, en el único momento en que Ringo dejó el escenario, su magnífico electrofunkymadness, Frankenstein. Durante el resto del show alternó los teclados, el saxo, la percusión y los coros. Los ochentas estuvieron representados por Wally Palmar y el bajista Richard Page. Palmar, el único que se dirigió al público en español, estuvo a cargo de la guitarra rítmica y también tuvo sus momentos con la armónica. El ex líder de The Romantics cantó dos canciones emblemáticas de la banda: Talking in your sleep y What I like about you. Page mantuvo el ritmo con vigor y constancia. Cuando tuvo que liderar al grupo interpretó dos éxitos de Mr. Mister: Broken wings y Kyrie. Completaron la formación el baterista Gregg Bissonette, el percusionista Mark Rivera y el tecladista Gary Wright, quien cantó una melosa y cursi versión de The dream weaver, dedicada a George Harrison, y luego aburrió con Love is alive y el sonido de su sintetizador.
Jeff Beck, Peter Green, Jimmy Page, Eric Clapton y Robin Trower son algunos de los guitarristas ingleses más destacados de la historia del blues y del rock. Pero hay otros tipos, que sin tanto cartel se han hecho una carrera importante. Ese es el caso de Snowy White, un violero exquisito cuyas mayores influencias son Buddy Guy, BB King y Otis Rush. White es muy amigo de Roger Waters, tocó con él en el célebre concierto de The Wall en Berlín y es muy probable que venga a la Argentina cuando el ex Pink Floyd derribe el muro en el estadio de River. El año pasado fue editado In Our Time... Live, un disco en vivo en el que White incluyó una nueva canción dedicada al vino. El RED WINE BLUES lo ayuda a atravesar el día y olvidar el dolor de que “ella” esté tan lejos. Un blues profundo, con un excelente solo de guitarra y una gran verdad: el vino.
- Setzer goes Instru-Mental. Este es el primer álbum instrumental de su carrera. Aquí, Setzer se consagra como un guitarrista extraordinario y un cultor de la música de raíces. Seis de los once temas son de su autoría. El resto son covers de antaño ejecutados con la impronta de los años cincuenta, una época que le fascina desde hace mucho tiempo y que ya ha dejado plasmado en discos anteriores. El álbum abre con una notable versión de Blue Moon of Kentucky, de Bill Monroe pero con la imborrable marca que Elvis Presley le dejó al tema. Luego sigue con el standard de jazz Cherokee y después con Be-Bop-A-Lula, el clásico inmortal de Gene Vincent, que fue compuesto en 1956. Earl's Breakdown, el cuarto track, es un buen acercamiento de Setzer al bluegrass, donde demuestra que puede trasladar su virtuosismo al banjo. Con Lonesome road, la canción escrita por Gene Austin en 1927, Setzer se suma a una larga y ecléctica lista de músicos que la tocaron a lo largo de un siglo: Bing Crosby, Sister Rosetta Tharpe, Pat Boone, Bob Dylan, Earl Hines y Snooks Eaglin, entre tantos otros. Setzer goes Instru-Mental es un album que los guitarristas sabrán valorar y los oyentes disfrutar a pleno.
Lee Rocker – The Cover Sessions. No es el tipo de disco que uno podía esperar de Lee Rocker. El título del EP es elocuente, pero la selección de canciones es llamativa. Lee Rocker contó en una entrevista que en los últimos tiempos empezó a coleccionar todo tipo de instrumentos acústicos –guitarras, banjos, ukeleles, arpas, harmónicas, acordeones- y de percusión, y que finalmente decidió encerrarse en un estudio con todos sus nuevos “chiches” a tocar viejos hits que solía escuchar por la radio. Es por eso que las seis canciones del EP son todos éxitos que, tamizados por Lee Rocker, suenan un poco más country que rockabilly. Come together, de los Beatles; Ramblin’ man, de los Allman Brothers; y Honky cat, de Elton John, tienen mucha onda. City of New Orleans, de Steve Goodman y popularizada por Arlo Guthrie, es fiel a la original y su melodía queda rondando cabezas. Come dancing me pareció una fallida aproximación al original de los Kinks y Drivin’ my life away es apenas discreta. De todas maneras, es un álbum corto y entretenido. La definición perfecta de The Cover Sessions la leí en www.covermesongs.com : “A veces un disco que te hace sentir bien, también te puede hacer olvidar que no estás escuchando nada nuevo”.