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El otro día, acompañando unas pastas secas, bebí por primera vez el Monte Cinco malbec. Me resultó exquisito, con mucho cuerpo y la presencia de la madera destacándose con soberbia. Luego leí que fue premiado varias veces en distintos concursos alrededor del planeta. El vino, perteneciente a la bodega de Arturo Bertona, es de la región de Luján de Cuyo, una de las mejores zonas vitivinícolas del mundo. La amplitud térmica, la tierra, y la mano mendocina son los tres factores fundamentales para que allí surjan vinos con estirpe, de esos que saben conquistar paladares.
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El próximo número de la prestigiosa revista Wine Spectator estará dedicado casi exclusivamente al malbec. En la tapa anuncia: “Una uva olvidada, un suceso fenomenal “. Claro que el fenómeno no es nuevo. En los últimos años, especialmente después de la crisis de 2001 y gracias a las políticas del gobierno nacional, los bodegueros argentinos comenzaron a profesionalizar y masificar su pasión por los caldos. El resultado se ve cada día en la mesa de los argentinos y en los restaurantes. Y ya no es un secreto que se bebe malbec en otras partes del mundo. La mística mendocina ya llegó a Rusia, China, Noruega, Inglaterra y decenas de países en los cinco continentes.
El vino es la bebida nacional. El malbec, su emblema.
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