miércoles, 26 de junio de 2019

Sultán del ritmo


A Lucky Peterson le gusta bromear con que ostenta el curioso récord de ser el único músico de blues estadounidense que apareció en el prime time de la tevé en pantalones cortos. Es porque debutó profesionalmente a los cinco años, en 1970, y desde entonces forjó una gran carrera en la que editó alrededor de 30 discos y se convirtió en un referente del blues alrededor del mundo.

- ¿Qué recuerda de aquellos días de niño prodigio? 
Fueron épocas muy buenas, tengo los mejores recuerdos de mis comienzos. Mi padre me incentivó mucho a que me dedique a la música y sus amigos, como Willie Dixon, me ayudaron a grabar mi primer trabajo discográfico cuando aún era muy pequeño.

 Su padre, James Peterson, era dueño de un bar de la ciudad de Buffalo, el popular The Governor´s Inn, donde se tocaba blues y soul y estaba muy conectado con el ambiente de la música negra. Allí, el pequeño Lucky se codeó con grandes artistas como Little Milton, Bobby "Blue" Bland, Etta James y Mavis Staples, hasta que Dixon notó que el niño tenía un talento superlativo para tocar el hammond y lo acompañó a dar ese primer paso en el show business. El padrino del blues de Chicago produjo su primer disco, Our future, que fue editado en 1971 y tuvo un éxito importante con el tema 1,2,3,4. “Todos los músicos con los que toqué cuando era niño me dejaron un gran aprendizaje, pero Bobby Bland quizás fue el que más me marcó en lo musical y personalmente”, recuerda.

Ahora, a los 54 años y a punto de celebrar medio siglo con la música, acaba de dar su primer show en Buenos Aires, en el marco de su gira sudamericana que incluyó una serie de shows en Brasil. Es martes a la noche y en La Trastienda hay menos gente de la que debería. Minutos antes de las 21:30, Peterson aparece en escena vestido con un traje turquesa, camisa blanca y boina a cuadros de tono amarronado. La banda, integrada por el guitarrista canadiense Shawn Kellerman y los músicos brasileños Flavio Naves (teclados) Bruno Falcao (baj) y Fredy Barley (batería), suena potente y marca con mucho ímpetu cuál será el ritmo de la noche. Peterson se sienta junto al hammond y descarga un groove sobrenatural. Arrastra los dedos sobre las teclas con una soltura increíble. Los músicos lo siguen como soldados de un poderoso ejército rítmico. Kellerman, que luce una barba sureña, arremete unos riffs feroces.

"Blues time”, anuncia Peterson antes de lanzar los acordes de I pity the fool, una canción que su ídolo Bobby Bland grabó algunos años antes de que él naciera. Cuando termina el tema ya tiene a todo el público en la palma de sus manos y lo sabe. Entonces empieza el juego. Tira unos acordes con el hammond, el bajo marca el pulso y deja que el público siga aplaudiendo por unos instantes. Él no se apura. Se acomoda el saco y desde la banqueta en la que está sentado muestra una sonrisa cómplice. Se regodea con la escena hasta que retoma el control sonoro con un funky efervescente. Con el público en estado inflamable, es el momento de presentar a Tamara Tramell, o Tamara Peterson, su esposa, que lo acompaña en sus giras por el mundo. “Tamara es una excelente cantante y performer, es una gran bendición que participe en mi show”, anticipa Lucky Peterson antes del concierto.

Ella lleva un vestido de red a tono con el traje de su marido y sus voluminosas trenzas están recogidas hacia arriba. Toma el micrófono y comienza a cantar I wanna know what good love is. A lo largo de cuatro extensas canciones muestra que se desenvuelve con absoluta naturalidad tanto cuando canta blues, funky o R&B. En todos los casos se nota cierta impronta gospel proveniente de sus entrañas. Lucky y Tamara generan una simbiosis perfecta. Antes de irse, ella saca relucir la influencia de Tina Turner para una enérgica versión de I can’t stand the rain, el clásico setentoso de Ann Peebles.

Lucky Peterson, reconocido también por ser un talentoso multinstrumentista, deja ahora los teclados y toma una Fender Telecaster. “Ambos instrumentos me dan mucho, pero el piano es el rey de los instrumentos. Nada te da tantas opciones como el piano o el hammond. Con la guitarra también disfruto mucho. Me divierte tocarla”, cuenta en la previa. Toda la banda sube el volumen a un nivel escalofriante a puro down home blues. Peterson se baja a tocar entre la gente. Se sienta en el medio de la sala para un medley que incluye dos temas de Stevie Ray Vaughan, Cold shot y Scuttle buttin, Bright lights big city, de Jimmy Reed y Voodoo Chile de Jimi Hendrix. El público lo rodea enfervorizado y él se siente victorioso. Vuelve al escenario para la despedida. Pero el saludo final deberá esperar unos minutos más. Tras la ovación, la banda se va detrás del telón y unos instantes después regresa con el clásico Sweet home Chicago. Se suma Tamara para cantar Proud Mary. El gran final.

Lucky Peterson está acostumbrado a empatizar con el público en cualquier parte del mundo. Y logra que la gente sea parte del show y no simples espectadores. No hay tristeza ni melancolía en su música. Desde el minuto uno sus recitales se vuelven una celebración. No lo sorprende que las casi 200 personas que están en La Trastienda enloquezcan con sus canciones y se sepan las letras de algunas canciones. “El blues es mundial. Tenemos fanáticos alrededor en todos lados. El blues es un lenguaje universal. Las grandes leyendas se han ido, pero siempre habrá nuevos talentos en camino. El blues nunca morirá”, concluye aquél niño prodigio que ahora ocupa el lugar de aquellos viejos maestros que ya no están.

(La crónica también fue publicada en La Agenda de Buenos Aires)

1 comentario:

Javier Skliavski dijo...

lamento habermelo perdido...