La película está ambientada a mediados de los 80 pero tiene constantes flashbacks hacia los 60, ya que va reconstruyendo la historia que separó a Gabriel de sus padres, Henry y Helen. Gabriel es operado del tumor. Los médicos le salvan la vida, pero él queda prácticamente como un zombie, con fallos en el discernimiento, alteraciones de la memoria y falta de iniciativa. Cuando ya parecía que no había mucho por hacer, entra en escena la doctora Dianne Dailey (protagonizada por Julia Ormond) que lo somete a una terapia musical. Así descubre que Gabriel, pese a que no puede recordar nada reciente, tiene la memoria intacta hasta 1968. Entonces la música juega un rol central: las canciones de los Beatles, los Stones, Bob Dylan, Cream y Buffalo Springfield comienzan a reconstruir su pasado.
Su padre, Henry (Lou Taylor Pucci), siempre fue un amante de la música clásica y la popular de la década del 40 y cuando su hijo era chico le inculcó esa pasión. Pero cuando Gabriel se hizo adolescente y empezó a descubrir sus propios sonidos algo se rompió entre ellos. De hecho, Henry llegó a pensar que el rock que escuchaba su hijo era el responsable de sus problemas. La terapia musical, entonces, cumple un doble rol: recuperar la memoria del muchacho y conectar a un padre con su hijo.
Hay momentos muy emotivos, como por ejemplo cuando Gabriel le explica a su papá la letra de Desolation row, de Dylan, o cuando ambos van juntos a un concierto de los Grateful Dead en Nueva York. La banda de sonido es formidable: For what is worth, Touch of grey, Kansas City, All you need is love, Truckin’, Mr. Tambourine man y la exquisita Ripple. The music never stopped es una película que no tiene golpes bajos y nos recuerda el poder de la música, que no sólo satisface el alma, sino que también tiene efectos curativos.
1 comentario:
la mejor que vi en el año! mortal, aguante The Gratefull Dead
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