jueves, 13 de abril de 2023

Let’s Dance, el disco con el que David Bowie conoció el éxito comercial y la masividad


David Bowie mutó siempre. Fue Hunky Dory, Ziggy Stardust, Aladdin Sane y el Duke Blanco. Su música acompañó esos cambios desde fines de los sesenta y sus fans fueron adaptándose a sus variaciones… o a veces no tanto. Transcurrida la década del setenta, su período de mayor creatividad, Bowie tuvo el desafío de los ochenta por delante. Scary Monsters (1980) de alguna manera cerró su etapa experimental y lo que vino después fue el éxito y la masividad de la mano de Let’s Dance, un álbum que por estos días cumple 40 años. 

El sonido y la estética de la década habían cambiado. Por entonces, The Police y Michael Jackson eran los artistas más vendedores seguidos de lejos por Men At Work, Irene Cara y Hall & Oates, entre otros. Para meterse en la pelea, Bowie se asoció con el productor Nile Rodgers, ex guitarrista de Chic, que ya había trabajado con Diana Ross y que con el tiempo se convertiría en una máquina de crear hits. 

Según explica Juan Rapacioli en Por qué escuchamos a David Bowie (Gourmet Musical /2020), “Bowie reapareció bronceado, con el pelo amarillo y una sonrisa de dudoso optimismo, dispuesto a dominar la era del dinero (…) Bowie, una vez más, jugaba con fuego. Ya se había quemado muchas veces pero en vez de buscar alivio iba por más. Este movimiento, como en otras oportunidades, dividió las aguas. Por un lado llegó a nuevos oyentes con su energía bailable para toda la familia y, por el otro, decepcionó a los viejos seguidores, que vieron ahí una traición del padre raro del rock”. 

“Let’s Dance es un álbum que encaja perfectamente con el espíritu exitista de los ochenta -donde el gesto de salir a bailar era una forma de negar los problemas-, pero ofrece algo más que, como diría un personaje de Capusotto, pop para divertirse. Una cosa es la música, que combina funk, disco y un rock & roll que se remonta a Little Richard y los primeros Beatles, y otra es la letra: una enérgica pero amarga reflexión sobre los tiempos modernos con críticas a la religión organizada”, sostiene Rapacioli.

El comienzo del álbum es arrollador: encadena tres hits que se volvieron clásicos de los ochenta. Primero Modern Love, una canción en la que se inspiró en Little Richard y que algunos años más tarde tuvo su versión más comercial acompañado por Tina Turner en un anuncio de Pepsi. Sigue con China Girl, que escribió junto a Iggy Pop en 1977 y que la Iguana registró primero en su álbum The Idiot. El tercer tema es el que da el nombre al disco, que se convirtió en uno de los singles más vendidos de Bowie y en el que sobresale el solo de guitarra a cargo de un hasta entonces desconocido Stevie Ray Vaughan. 

Vaughan y David Bowie se habían conocido una noche de julio de 1982 en la ciudad suiza de Montreux. El guitarrista texano acababa de dar uno de los shows más frustrantes de su carrera y el Duque Blanco estaba allí como espectador. Vaughan se había presentado en el tradicional festival de jazz por insistencia del productor Jerry Wexler, pero al público no le gustó su show furioso y eléctrico, y se lo hizo saber con fuertes abucheos. Cuando terminó la presentación, se fue junto a los miembros de su banda Double Trouble a un bar. Instalaron sus equipos y comenzaron a zapar algunos blues y shuffle. Bowie apareció allí, se sentó en una mesa, pidió un cóctel y se dejó llevar por la música. 

De acuerdo con la biografía de Bowie, Starman (Alba Editorial/2010) de Paul Trynka, al cabo de un rato, el cantante británico se presentó ante los músicos y elogió el virtuosismo del guitarrista. “Me derribó por completo. Probablemente no había estado tan entusiasmado con un guitarrista desde que vi a Jeff Beck con su banda The Tridents", reveló tiempo después Bowie. También estaba allí el cantautor Jackson Brownie, otro que quedó maravillado con la jam session que acaban de ofrecer. Así, de un momento a otro, el mal momento de la presentación en el festival, ante un grupo de puristas recalcitrantes, se convirtió en una gran oportunidad para su carrera. Brownie les ofreció grabar gratuitamente en su estudio casero y Bowie pronto lo invitaría a participar de su próximo álbum. 

La relación entre Bowie y Vaughan se deterioró rápidamente y el guitarrista abandonó la banda en plena gira de presentación de Let’s Dance y fue reemplazado por Earl Slick. Vaughan volvió a las fuentes y de la mano de John Hammond editó su primer disco solista, Texas Flood… pero esa es otra historia. 

Los otros músicos que acompañaron a Bowie en Let’s Dance fueron Robert Sabino (sintetizadores y piano), Carmine Rojas (bajo), Omar Hakim (batería) y Tony Thompson (percusión), entre otros. Nile Rodgers tuvo un rol muy activo en toda la grabación porque además de la producción se ocupó de las guitarras rítmicas y la mezcla final. A diferencia de la mayoría de sus álbumes, en este Bowie no tocó ningún instrumento. 

El bombardeo inicial de hits de Let’s Dance sigue con algunos temas tan efectivos como anodinos. Cat People (Putting Out of fire) y Criminal World, un cover de la banda glam Metro, son canciones relativamente interesantes, pero las otras tres que cierran el álbum indican que Bowie estaba entrando en una depresión compositiva. Sin embargo, los tres hits fueron suficientes para hacer del disco un gran éxito. En palabras de Juan Rapacioli: “Aunque Let’s Dance resultó decepcionante para algunos y cautivante para otros, es un disco que sigue siendo, digamos, muy bowiano. Esto quiere decir que más allá del rostro lavado que eligió para presentarse ante el mundo, Bowie trabajó calculadamente en el efecto que quiso lograr. Puso el concepto adelante y dejó que la pasión abarcara el álbum”.



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