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lunes, 29 de noviembre de 2010
Wine song 42
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miércoles, 24 de noviembre de 2010
Blues del pantano
Sus zapatos, el pantalón y la camisa eran tan blancos como una hoja de papel y hacían juego con su sombrero panamá. Kenny Neal es todo un bluesman no sólo por su vestimenta, sino por legado familiar, su versatilidad musical, su talento como compositor y su gracia como showman. Durante el recital, que duró noventa minutos, alternó entre la armónica y la Telecaster manteniendo siempre la tesitura en el canto. Por momentos no hubo guitarras en escena. Es que Neal prefiere una formación sin guitarrista rítmico. Por eso, esta vez, La Argentina Blues Band tuvo dos tecladistas: Machi Romanelli, que varió entre el sonido del piano y los vientos, y Walter Galeazzi, que hizo un colchón rítmico con el hammond. A ellos los acompañaron Gustavo Rubinsztein (bajo) y Gabriel Cabiaglia (batería).
El guitarrista Roberto Porzio fue invitado por Kenny Neal –“El tocó con mi padre”, anunció en un inglés muy claro- para un pequeño homenaje a Muddy Waters y Howlin’ Wolf en el que hicieron un medley con Hoochie Coochie man, Little red rooster, Spoonful y Got my mojo working. Salió Porzio y subió al escenario Juan Codazzi para tocar That’s all right. Cuando los violeros estuvieron en escena no hubo duelo de guitarras y Kenny Neal se dedicó a soplar su armónica.
Como es habitual en sus conciertos, Kenny Neal no se olvidó de sus influencias más directas como Slim Harpo y Jimmy Reed. Su armónica sobrevoló con estridencia el pantano y las luces de Nueva Orleans. Además, de los clásicos del género, también interpretó algunos temas de sus últimos discos como Blues, leave me alone y Hooked on your love. El cierre, por ejemplo, se lo dedicó a su tierra e hizo un mix con Jambalaya y When the saints go marchin’ in.
Un momento extraño fue cuando subió al escenario King George, un músico que habría tocado con Ike Turner, Jimi Hendrix y Buddy Guy y que ya vino varias veces a Buenos Aires. King George sopló una corneta que no se escuchaba y cantó con voz débil las estrofas de The Thrill is gone mientras Kenny Neal rendía tributo a Albert King con Born under a bad sign. Hasta pareció como que a Kenny no le gustó que subiera, porque apenas lo miró y cuando se fue mencionó su nombre sin mucho entusiasmo.
Una nueva noche cargada de blues sacudió a Buenos Aires. No fue la primera y tampoco será la última. Hay un grupo de productores que está haciendo un esfuerzo enorme para traer a estas figuras, que son la esencia del género, que vienen y se mezclan con los músicos argentinos, y que nos regalan el blues que llevan en la sangre. Y de eso se trata todo: transmitir, compartir y vivir el blues. Eso pasó anoche. Eso seguirá pasando.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Más lanzamientos
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Huey Lewis an
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lunes, 15 de noviembre de 2010
Lanzamientos de octubre y noviembre
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viernes, 12 de noviembre de 2010
Los 65 de Neil Young
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Fue un evento atípico. Primero por la elección del escenario y segundo porque el grupo que más gente convocaba, Oasis, abrió el recital. Eso hizo que pasara algo alucinante: cuando terminó el show de los hermanos Gallagher, la gente que se agolpaba junto al escenario, se dispersó. Entonces, para cuando Neil Young salió a escena, nosotros estábamos junto al escenario. Así, a escasos metros de distancia, vivimos las dos horas eléctricas en las que el viejo cowboy solitario nos regaló casi todas sus mejores canciones: Like a hurricane, Keep on rockin´ in the Free World, Hey hey, my my y The needle and the damage done.
Esa noche mágica me marcó definitivamente. Ya no habría vuelta atrás para mí con relación a la música de Neil Young. A los discos que tenía sumé los que me faltaban. Y desde entonces compré todos los que fue sacando. Sus mejores cinco discos, para mí, son: Alter the gold rush (1970), On the beach (1974), Tonight’s the night (1975), Rust never sleeps (1979) y Everybody knows this is nowhere (1969). A esta lista podría agregar Dèjá vu (1970), junto a Crosby, Stills & Nash. De elegir sus cinco mejores canciones, me quedaría con éstas: Heart of gold (1974), After the gold rush (1970), Don’t let it bring you down (1970), Down by the river (1969) y Powderfinger (1979).
Escribo éstas líneas mientras escucho su último álbum –Le Noise- en el día de su cumpleaños 65. Este es mi humilde homenaje a su figura y a su música. Y es también una expresión de deseo, la de querer volver a verlo en vivo, acústico o eléctrico, furioso o introspectivo. Cómo sea. Feliz cumpleaños Neil: ¡keep on rocking!
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Prueba de vida
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Hay dos invitados de lujo, amigos y leyendas: B.B. King conmueve en Stay around a little longer y Santana aparece en la balada Where the blues begins. El otro punto alto, obvio, son los músicos que acompañan a Guy. El productor Tom Hambridge, quien además toca la batería, reunió a Reese Wynams (teclados), los Memphis Horns, Tommy Macdonald (bajo), Bekka Bramlett (coros), David Grissom (guitarra), Michael Rhodes (bajo) y Marty Sammon (piano).
Este disco es una nueva pieza de arte de uno de los mejores guitarristas de la historia del blues, que nuestra generación tiene el honor de disfrutar. La prueba de que el blues está más vivo que nunca.
domingo, 7 de noviembre de 2010
Circo digital
El club G.E.B.A está desbordado de chicos y chicas ansiosos. Está por empezar el concierto de The Black Eyed Peas, pero mientras tocan (bueno una forma de decir porque la verdad no tocan nada) dos DJ’s australianos que se hacen llamar Yolanda Be Cool. Me aburro. La noche está increíble, el cielo limpio y la brisa acaricia con delicadeza. Un minuto después de las 22.30 se apagan las luces y comienza el circo digital y robótico. Para un hombre de blues como yo, la experiencia de un show como éste es similar a un espectáculo interactivo, algo así como un De la guarda holográmico y 2.0. Los músicos salen a escena y los tengo tan cerca que sólo pienso en cómo me hubiera gustado ver así a los Rolling Stones.
Entre rayos láser, pantallas interactivas, juegos de luces, sincronizaciones matemáticas, 200 tipos encargados de montar el escenario, bailarinas hiperactivas, incesantes cambios de vestuario y mensajes de texto proyectados, hay música: los tipos son muy comerciales, pero la verdad que lo que hacen, lo hacen muy bien. Combinan el hip-hop, con dosis de disco, dance, funk y pop. Tienen canciones muy pegadizas. De hecho me sorprende conocer más de una: Don't phunk with my Heart, Mais que nada, Where is the love y Boom boom (nada que ver con el tema de John Lee Hooker, se los aseguro). Igual lo mejor viene de la mano de will i. am. Promedia el show y el tipo se eleva en el aire, en una plataforma circular, y empieza a mezclar clásicos como si fuera el DJ de una disco retro. Suena Thriller, de Michael Jackson, Nirvana, U2, los Chili Peppers, Eurithmics y hasta Sweet Child O’ mine, de los Guns. Llegamos al final y los tipos cantan la canción que todos quieren escuchar. La inercia me lleva a saltar con todos al ritmo de I gotta feeling. Nacho también salta. La rubia de tacos altos, no sé cómo hace, pero rebota con ganas. La cabeza platinada de Emilia Attias sube y baja. Los celulares estallan en luces multicolores y difusas. Ellos cantan que “está noche será una gran noche”, parece que así lo es.
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Dulce y melancólica
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Su álbum debut de 2006 fue un verdadero éxito. CBR se convirtió en la cara del neo soul británico, una artista independiente que arrasó en ventas gracias a un registro vocal excepcional y un puñado de canciones de su autoría muy conmovedoras. Muchas de las letras están basadas en sus experiencias personales, como por ejemplo los insultos racistas que sufrió junto a sus hermanas cuando eran chicas; su paso por la universidad, donde estudió literatura inglesa; o sus años cantando en pequeños reductos jazzeros. Ese disco también incluía la versión de Like a star, otro tema hermoso y cautivante.
Cuando ella estaba trabajando en su segundo álbum, la vida le dio un cachetazo feroz: su pareja murió de sobredosis y sus planes profesionales se postergaron. Hace un tiempo retomó el camino que tenía marcado y canalizó todo su dolor en la composición y en los shows en vivo. Así, una noche calurosa de noviembre, CBR llegó a Buenos Aires. Se presentó en vivo en el Gran Rex y durante una hora y media enamoró al público porteño. Ese amor fue creciendo de a poco, no fue una pasión arrebatada, fue como lo gusta a ella: dulce y melancólico.
El show fue relajado y tranquilo. CBR es una excelente intérprete que ama lo que hace. Está acompañada por una muy buena banda en la que se destaca el guitarrista John McCallum, quien se nota que tiene mucho blues adentro. Al comienzo, CBR cantó canciones de su primer álbum y también algunas de su flamante disco The sea, editado a comienzos de año. Todo el show fue bastante orgánico, con mucha guitarra acústica y unos arreglos sutiles y bien pensados.
Sobre el final cantó las dos canciones que todos esperaban –Put your records on y Like a star- pero también sorprendió con una versión muy personal de Is this love, de Bob Marley. Cuando terminó, la ovación del público la abrazó con mucho calor. Ella destacó la pasión y el respeto de la gente, muy gratificada y sorprendida en su primera visita a sudamérica. El clásico ohhhhh ohhhhhh entusiamó al bajista Kenny Higgins y al batero Luke Flowers quienes empezaron a seguir el ritmo. Corinne se fue con una gran sonrisa dibujada en su rostro y volvió apenas un minuto después para despedirse con una canción que escuchaba cuando era chica: Que será, será (Whatever will be, will be), de Doris Day, que la cantó junto a McCallum. Así se fue una gran noche de música en vivo, con una artista impecable que, con sus 31 años, todavía tiene muchísimo para dar.
martes, 2 de noviembre de 2010
La bebida nacional
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