jueves, 18 de diciembre de 2025

Stewart Copeland trastornó a The Police en clave sinfónica

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Stewart Copeland, el histórico baterista de The Police, se presentó en el Teatro Gran Rex con una propuesta tan novedosa como provocadora: Police Deranged for Orchestra. “Deranged” significa trastornado, y el concepto atraviesa todo el espectáculo: tomar canciones consagradas, sacarlas de su forma original y reconstruirlas en un diálogo permanente entre rock, música contemporánea y orquesta.

El escenario reunió a las cantantes Sarah Jane, Alta Gracia y Rachel Melanie, que vinieron junto a Copeland; al bloque rítmico de Eruca Sativa con Lula Bertoldi en guitarra, Brenda Martin en bajo y la participación ocasional de Gabriel Pedernera en batería, cuando Copeland abandonó su puesto para empuñar la guitarra eléctrica. El marco sinfónico estuvo a cargo de Nico Sorín, quien dirigió una orquesta de más de 20 músicos que funcionó como un organismo vivo, siempre en tensión.

El teatro estuvo colmado por un público mayoritariamente de entre 50 y 60 años. Para todos ellos —para nosotros— las canciones de The Police formaron parte de la banda sonora de la adolescencia y juventud. El show comenzó minutos antes de las 21 y Copeland abrió con Demolition Man, uno de los temas menos populares del repertorio, una elección que funcionó como una clara declaración de principios.

Copeland se mostró locuaz, agradecido y con un humor constante. Bromeó con haber cometido “sacrilegios” con algunas canciones: “Hay temas que son diamantes y no se pueden cortar; otros, en cambio, se dejan transformar”, dijo antes de lanzar una versión casi irreconocible de Roxanne. Hubo elogios para Sting y Andy Summers —celebrados por el público— y chicanas sobre el amor de Sting por los “jazz chords”, antes de otro clásico del trío británico como Murder by Numbers.

El recorrido alternó melodías reconocibles con pasajes completamente desarticulados. Spirits in The Material World fue una de las más fieles a la original, mientras que otros temas brillaron por arreglos exquisitos y sorprendentes. No faltó un guiño demagógico —“Buenos Aires tiene la mejor audiencia del mundo”— que fue premiado con otra ovación. “Las canciones de Sting son muy intelectuales”, lanzó Copeland, siempre entre la ironía y la admiración.

Siguieron One World (Not Three), con un solo de percusión en la introducción, y Walking on the Moon, sostenida en un mano a mano de drum & bass que respetó su espíritu reggae. En uno de los momentos más celebrados, Copeland ocupó el lugar de Sorín y dirigió a la orquesta en una épica instrumental, The Equalizer, que compuso para la película homónima, con un intenso solo de guitarra de Lula Bertoldi. Luego llegó una introducción monumental para Every Breath You Take, con vocalizaciones cercanas al góspel, en uno de los momentos más emotivos de la noche.

De regreso a la guitarra, anunció a “Metallica interpretando a Stravinsky” para Orc Jam y, sin soltarla, encaró The Bed’s Too Big Without You. “Yo era una rock star y ahora soy un abuelo, así que tengo permitido tomar agua”, bromeó mientras se hidrataba de regreso a la batería.

El tramo final fue a puro hit: Don’t Stand So Close to Me, Message in a Bottle y Can’t Stand Losing You, en las que el público acompañó coreando los estribillos. En los bises, Bertoldi cantó una versión poderosa de Magoo, tema de Eruca Sativa grabado en 2010, con Copeland en guitarra. “Es un tipazo, nos pidió que toquemos una de Eruca”, agradeció. El cierre, intenso y emotivo, llegó con Every Little Thing She Does Is Magic.

El show combinó energía rítmica, melodías emblemáticas y la complejidad sonora de una orquesta conducida con precisión por Sorín, bajo la batuta —literal y simbólica— de un Copeland tan irreverente como lúcido.

Más que un homenaje, Police Deranged for Orchestra fue una relectura sin concesiones: Copeland no vino a reproducir el pasado sino a discutirlo, a ponerlo en crisis y volverlo presente. Entre el pulso visceral del rock, la arquitectura sinfónica y un humor que descomprimió toda solemnidad, el ex Police confirmó que el verdadero riesgo no está en trastornar los clásicos, sino en dejarlos intactos.

miércoles, 3 de diciembre de 2025

Steve Cropper, arquitecto del sonido Stax y guitarrista emblemático de los Blues Brothers


El guitarrista y productor estadounidense Steve Cropper, uno de los nombres más influyentes en la historia del soul y pieza decisiva del sonido Stax, murió a los 84 años, según confirmó su hijo Cameron. Músico de referencia mundial, creador de riffs inmortales, miembro clave de los Blues Brothers y protagonista de más de seis décadas de grabaciones históricas, Cropper dejó una huella imborrable en la música popular del siglo XX.

Nacido en Dora, Missouri, y criado desde niño en Memphis, Cropper descubrió allí el poder del gospel y, a los 14 años, comenzó un camino autodidacta que lo llevó a convertirse en el guitarrista soul más reconocido del mundo. Tras sus primeras experiencias con los Royal Spades, formó parte de la mutación que dio origen a los Mar-Keys, cuyo éxito Last Night de 1961 abrió las puertas del sello Satellite, que luego se transformaría en Stax Records.

En 1962, junto a Booker T. Jones, Al Jackson Jr. y Lewis Steinberg (más tarde reemplazado por Donald “Duck” Dunn), fundó Booker T. & the MG’s, la legendaria banda estable de Stax. Allí nació Green Onions, uno de los instrumentales más celebrados de todos los tiempos y emblema del soul sureño. Su estilo —cálido, preciso, económico, siempre al servicio de la canción— se convirtió en marca registrada. Entre estudio y escenarios, Cropper también asumió tareas de A&R y producción en Stax, convirtiéndose en una figura clave en la definición estética del sello.

Entre 1965 y 1969 vivió su etapa más prolífica: produjo más de un centenar de singles, tocó en decenas de álbumes y coescribió clásicos absolutos como In the Midnight Hour, Just One More Day, Comfort Me o See Saw. Su sociedad creativa con Otis Redding alcanzó un punto culminante con (Sittin’ On) The Dock of the Bay” escrita junto al cantante poco antes de su muerte y convertida luego en el primer número uno póstumo de la historia del pop estadounidense.

Tras dejar Stax en 1970, Cropper cofundó TMI Studios y amplió su radio de acción: colaboró con Ringo Starr, John Prine, Buddy Miles, Ramsey Lewis y José Feliciano, entre muchos otros. A mediados de los setenta se radicó en Los Ángeles, donde continuó produciendo y participando en sesiones de rock, soul y R&B. En ese periodo también tocó en el álbum Rock ’n’ Roll de John Lennon y se unió a la banda de Levon Helm.

Su popularidad se multiplicó en 1978 al integrarse al proyecto de los Blues Brothers, primero en Saturday Night Live y luego en discos y películas que recuperaron para el gran público la sonoridad clásica de Stax. El éxito global de la banda lo convirtió en una figura reconocible también fuera del ámbito estrictamente musical.

En los ochenta y noventa alternó giras, grabaciones junto a artistas tan diversos como Dolly Parton, B.B. King, Etta James, Ringo Starr o Buddy Guy, y reuniones ocasionales con Booker T. & the MG’s. En 1992 ingresó al Salón de la Fama del Rock & Roll, reconocimiento a una trayectoria fundamental en la música afroamericana y sus derivaciones.

Lejos de retirarse, Cropper sostuvo una actividad intensa en el nuevo siglo: participó en bandas sonoras, colaboró con Shemekia Copeland, Frank Black, Paul Simon y Dr. John, y emprendió proyectos personales. Entre ellos destacan Dedicated: A Salute to the 5 Royales (2011), homenaje a una de sus grandes influencias, y los trabajos junto a Felix Cavaliere, con quien grabó Nudge It Up a Notch (2008) y Midnight Flyer (2010).

Aún en sus últimos años mantuvo una sorprendente vitalidad creativa. En 2021 publicó Fire It Up, nominado al Grammy, y en 2024 lanzó Friendlytown, disco que reunió a invitados como Billy Gibbons y Brian May.

Con más de 3.500 créditos como compositor, productor o arreglador, Cropper participó en más de 400 grabaciones y moldeó el sonido de artistas esenciales como Sam & Dave, Carla Thomas, Eddie Floyd, Mavis Staples, Wilson Pickett y Otis Redding. Su influencia se extiende a generaciones de guitarristas que encontraron en su estilo sobrio, rítmico y profundamente emotivo un modelo de elegancia y eficacia.

La muerte de Steve Cropper marca el final de una era. Su obra —y su inconfundible toque de guitarra— seguirán resonando como parte esencial del ADN del soul y del rock estadounidense. Su legado, vasto y luminoso, permanecerá vivo en cada compás que ayudó a crear.