domingo, 10 de mayo de 2009

Roja


Por René Roca

La noche crecía espesa, lenta. Llegué sin ganas, en un hilo de vida. Me desplomé en la banqueta. Casi a punto de colapsar, un viento gélido erizó mi cuello. Inmediatamente, golpes en la puerta.
Era un vampiro, sí, un vampiro vestido de negro. Claro, como se visten los vampiros, de negro. Sin siquiera saludar se acercó al televisor y cambió de canal: Blade, el caza vampiros. Quedamos atónitos. El anfitrión me distrajo con un queso de cabra, y la sombra maligna compartió un vino Pura Sangre de Ángel Mendoza. Es ese momento pensé en la irrisoria paradoja, pero ¿acaso no era, aquél, un ángel de la oscuridad?
Con su mente me obligó a beber aquel vino irregular, sólido. Entre sorbo y sorbo, giraba la copa, al tiempo que podía ver a tras luz los destellos que provocaban los sedimentos en el fondo.
Estaba parado a mi derecha, pero su voz encantadora, murmuraba sobre mi oreja izquierda. Paralizado, intenté tapar mi yugular, sobreestimando mi raído suéter. Oí una risa metálica, que se alejaba y volvía manoseando mi temor. Jugaba conmigo.
El Pura Sangre se unió al torrente y mucho se disipó. El vampiro seguía allí esperando mi respuesta a una pregunta jamás formulada pero que yo conocía muy bien.
Los sentidos se modificaron paulatinamente. Una versión de “Papa was a rolling Stone” interpretada por Ian Siegal, comenzó a vibrar en mi piel, como si cada poro fuera un oído distinto.
Colgado del cielo raso me llamaba sonriente con su dedo. Yo disimulaba observando el humo que huía por la ventana, pero mis ojos captaron inmediatamente a los fantasmas que, muy zorros, se escondían allí. Sé que en otra ocasión no hubiera sentido más que terror, pero algo había cambiado en mí.
Tomé la última copa como un animal sediento. Con mis dedos escuálidos y afiebrados barrí los residuos que quedaron en el fondo y los llevé a mi boca con la desesperación de la abstinencia.
Creí que el vampiro había desaparecido. No.
Salté por el balcón hacia el vacío y volé, frenético, por toda la ciudad.

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