sábado, 21 de septiembre de 2024

Eric Clapton, el último inmortal

Foto @RobertGayol 

Eric Clapton volvió una noche y lo hizo con todo. El show que dio en el estadio de Vélez quedará grabado por siempre en la memoria de los fieles que peregrinaron hasta Liniers para estar cerca de Dios. Desde los primeros acordes introductorios de Sunshine of Your Love hasta el abrazo final con todos sus músicos, Clapton hizo emocionar al público con ese tono único, una voz a la que el tiempo le dio lo que le faltaba, y ese carisma que lo caracterizó durante toda su carrera.

A diferencia de su último show en 2011, que fue correcto, pero sonó como en piloto automático, esta última presentación sobresalió por su naturalidad y una conexión absoluta entre el guitarrista y su banda. Tal vez fue así porque estuvieron ensayando durante toda la semana en el Teatro Coliseo, en un clima relajado e íntimo sin que nadie lo supiera, y muy posiblemente también porque fue el primero de los shows de la gira. A todos se los notó muy frescos y en Clapton no se percibió ningún síntoma de la neuropatía periférica que lo afecta desde hace tiempo.

Cuando todavía era de día, y ante muy poca gente, David Lebón se dio el gusto de abrir para Clapton. Lo hizo con media docena de canciones entre las que se destacaron Cuánto tiempo más llevará y Mundo agradable. El exguitarrista de Serú Girán y Pescado Rabioso se llevó un gran aplauso que más tarde se replicó cuando fue a sentarse en la platea para ver a su ídolo. Como acto intermedio apareció Gary Clark Jr. que tocó durante una hora y, como diría Pappo, ablandó demasiado la milanesa. Más allá de la gran versión de Bright Lights, con ese riff abrasivo, dio la sensación de que el exaspirante al trono hendrixiano terminó de mutar al neo soul y el R&B, con un sonido que lo acercó más a Marvin Gaye y D’Angelo.

A las 21, con puntualidad británica, se apagaron las luces y Clapton apareció en escena vestido con gorra de béisbol, pañuelo al cuello, una especie de poncho con cierre y capucha, jean y náuticos marrones, sosteniendo entre sus manos una Strato negra. Sonny Emory comenzó a aporrear la batería, Nathan East y Doyle Bramhall II se sumaron con el bajo y la guitarra, y ahí entró en acción Clapton con ese viejo tema de Cream, aunque lejos de la psicodelia que lo hizo popular. Con un sonido limpio y claro, y un volumen muy controlado, anticipó lo que sería el resto del show.

Tras esa introducción, Clapton fue hacia el terreno en el que más cómodo se siente, el del blues. Interpretó Key To The Highway con la misma pasión que lo hace desde hace décadas. Cuando terminó saludó al público con un “good evening, hello”, que serían de las pocas palabras que diría en toda la noche. Siguió con otro blues clásico, Hoochie Coochie Man, en honor a Willie Dixon y Muddy Waters, una exquisita versión con unos coros góspel a cargo de Katie Kissoon y Sharon White, y el piano barrelhouse de Chris Stainton. El show escaló con Badge, con largos solos voladores, interrumpidos por una bruta distorsión y una vuelta suave a la melodía. Así terminó la primera parte eléctrica

Le acercaron una silla y una guitarra acústica, y durante cuatro o cinco minutos Clapton logró que todo un estadio quede subyugado ante el embrujo de Robert Johnson con una sentida versión de Kind Hearted Woman Blues. Apenas un hombre y su guitarra para dominar al mundo. El resto de la banda se sumó para Running on Faith, esa hermosa y conmovedora balada del disco Journeyman, aquí con la magia de Doyle Brahmall II con el slide. Luego presentó un nuevo tema, The Call, siguió con Change The World y así dio paso a uno de los momentos más intensos de la noche, su interpretación de Nobody Knows You When You're Down and Out, con un punteo a dedo limpio que resumió porque alguna vez lo igualaron con Dios.

Clapton se sintió muy cómodo en modo unplugged, muy conectado con el público, sobre todo cuando encaró la bella Lonely Stranger y luego Believe in Life, que primero registró en el álbum Reptile y años más tarde se la dedicó a “la dama del balcón”, como llamó al disco grabado durante la cuarentena. Cerró este tramo del show con una luminosa versión de Tears in Heaven.

Clapton volvió a enchufar la Strato y rescató del arcón de los recuerdos Behind The Mask, un hit ochentoso de August. Entonces llegó Old Love y el show alcanzó la plenitud, el éxtasis total y el climax hizo cumbre en la cima del Everest. Lanzó un par de solos infernales -porque del Cielo al Infierno hay un solo paso- y para la épica final se sumó Tim Carmon con el hammond y los teclados para terminar de hechizar a un público que ya estaba completamente en trance. Volvió al blues con Crossroads y Little Queen of Spades, otras dos canciones con la rúbrica de Robert Johnson, en las que Clapton le dio mucho mucho espcio a sus músicos para que se expresaran.

El inevitable final ya estaba en marcha. Nathan East comenzó golpear suavemente las cuerdas del bajo, se sumó Emory para marcar el ritmo y en la intro Clapton intercaló un extracto de No llores por mí Argentina antes de lanzar los inconfundibles acordes de Cocaine, esa sucia cocaine. Promediando el tema, Staiton desde el piano hizo un puente con La cumparsita, para redondear una versión descomunal.

Y fue así como terminó, bien arriba, en comunión con la gente que fue hasta Vélez para reencontrarse con la leyenda. Pero quedaba algo más, el tan necesario bis, para el que eligió otro blues que toca desde siempre, Before You Accuse Me, ahora con Glary Clark Jr. como invitado sobre el escenario. Con una guitarra con la bandera palestina, Clapton mandó un mensaje que a muchos les resulta incómodo, pero para los que preservan la vida y desean la paz resulta muy trascendental. A los 79 años, como Highlander, Clapton mostró que es inmortal y que con un fraseo de su voz o su guitarra puede cambiar el mundo.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Ratones Paranoicos en cuatro actos: la gran ceremonia del rock & roll

Fotos: NA/Mariano Sánchez

Ha sido un largo viaje plagado de excesos, éxitos, polémicas y rock and roll. Cuatro décadas después, Ratones Paranoicos, los mismos cuatro que comenzaron en Villa Devoto con la vuelta de la democracia, se despidieron a lo grande con un show inolvidable en Vélez, aunque quedó flotando en el ambiente la sensación de que ese adiós fue más bien un hasta luego.

Uno 

El show comenzó con una hora de demora. Las bandas teloneras –Atraco y Lion Machine- cumplieron con el horario pautado, pero el plato fuerte de la noche se demoró más de lo esperado. El embudo que se formó en el ingreso al campo provocó una cola sobre Juan B. Justo de más de un kilómetro, pero la espera adentro del estadio fue matizada con canciones de AC/DC, Johnny Winter y Pappo (¡cómo sonó Sucio y desprolijo!). 

A las 22:05 el estadio ya estaba colmado. Se apagaron las luces y apareció Bobby Flores, el maestro de ceremonias. “Hoy todos somos Ratones Paranoicos”, bramó en el mismo momento en el que Juanse, Sarco, Pablo Memi y Roy aparecieron en escena. Antes de empezar a tocar avanzaron por una pasarela hasta tres cuartos de cancha para saludar al público, una masa uniforme de cabezas y brazos en constante movimiento. Entonces llegaron los primeros acordes de Les Paul negra de Juanse y hubo rock. Isabel, decorada con una buena sección de caños, fue el primer tema de la noche. Después siguieron con Rainbow y ahí fue cuando Juanse se dirigó por primera vez en la noche a su gente: “¡Viva el rock and roll! Está más vivo que nunca”.

Dos 

Los Ratones tocaron un popurrí de temas de todos sus discos, canciones que nos transportan a fines de los ochenta y los noventa. No son muchas las bandas argentinas que tengan semejante catarata de hits.

Los que flameaban las banderas amontonados en la parte delantera del campo no dejaron de hacerlo en ningún momento. La intensidad del resto del público fue al compás de la música. Cuanto más clásico era el tema, más cantaban y se agitaban. Y Juanse sabe cómo llevar un show. Lo de anoche no fue ese descontrol ahumado de los años de Cemento o Prix D’Ami, sino otra forma de vivir el rock & roll. Porque Juanse, Memi y Roy no son los únicos que tienen canas (Sarco por algún misterio capilar lo tiene bien negro), sino que buena parte del público también combina el pelo gris con remeras rockeras.

Una muy prolija versión de Vicio, con piano de Yamil Salvador y los caños de Miguel Ángel Talarita, Marcelo Garófalo y Pablo Fortuna, confirmó que uno puede sortear de alguna manera el inevitable deterioro del paso del tiempo, o al menos llevarlo con mucha dignidad. Se sucedieron El centauro, Sucia estrella y la sensual Carol. Antes de presentar a Facu Soto, cantante de Guasones, para que le ponga la voz a Una noche no hace mal, Juanse recordó al médico Alfredo Cahe, que murió el viernes: “Si no fuera por él, yo no estaría acá”. Y, conmovido, confesó: “Lo más hermoso que te puede pasar en la vida es verlos ahí, uno a lado del otro. ¡Que Dios los bendiga a todos!”. 

Hubo Rock del pedazo, para alegría de la muchachada, Sarco cantó con su voz curtida Vodka doble, y tocaron esa belleza de Fieras Lunáticas, que es La nave. El show, que se destacó por un sonido impecable, entró luego en una llanura de temas de segundo orden como Damas negras, Magia negra, Simpatía, Líder y otras, donde el plus diferencial fue la participación de la corista Dedé Romano. 

Tres 

El riff memorable del Rock del gato fue el primero de la estocada final de hits. Entonces llegaron Cowboy y Sigue girando, los dos temas que la masa más bailó y cantó. Y para terminar y despedirse se despacharon con una extensa versión de Para siempre, esa composición calamersca que suena muy a él y no tanto a ellos, pero que Juanse aprovechó para hacer de las suyas como si todavía tuviera 20 años. Se sacó la remera y se quedó en cueros, corrió de punta a punta del escenario, se trepó a la columna de iluminación y pegó el salto, aunque esta vez no hubo huesos rotos. “Gracias por venir, vuelvan tranquilos y será de nuevo algún día… si llegamos”, dijo a modo de despedida. Un indicio más para creer que lo de Última Ceremonia Tour es apenas un slogan que no van a cumplir.

Cuatro

Un video de poco más de un minuto, con un repaso veloz de la tremenda historia de la banda musicalizado con Carmina Burana, fue el interludio hacia los bises, que por su extensión fueron como un mini show agregado. Porque no fueron una o dos canciones, sino que los Ratones interpretaron seis más.

Primero tocaron Ceremonia, porque eso es lo que estaba sucediendo y pedía la noche. Y luego entrelazaron Juana de Arco, Colocado voy, Ya morí, Sucio gas y, como mera última, Banda de Rock ‘N’ Roll porque su letra es casi la confirmación de que todavía tienen más camino por recorrer: “Ya no puedo dejar de tocar rock and roll / Todo el tiempo estoy en este lugar / Ya no puedo dejar mi banda de rock and roll”.

jueves, 12 de septiembre de 2024

El regreso al blues del hijo pródigo: a 30 años del lanzamiento de From The Cradle de Eric Clapton

Desde que Eric Clapton grabó el histórico disco junto John Mayall Bluesbreakers en 1966 pasaron una infinidad de cosas en la vida del guitarrista británico hasta 1994. Integró Cream, luego Blind Faith y más tarde Derek & The Dominos; padeció una severa adicción a la heroína, de la cual se recuperó con mucho sacrificio; colaboró en infinidad de proyectos como el de Delaney & Bonnie; tuvo un mega éxito con Cocaine; se asoció musicalmente con Phil Collins; padeció con el alcohol; perdió trágicamente a su hijo Connor; y tuvo un tremendo suceso con su disco Unplugged. En todo ese tiempo, Clapton coqueteó con diversos sonidos y géneros musicales. Pasó por la psicodelia, el rock sureño, el reggae y el pop, pero siempre con una pata, o al menos la punta de los dedos, metida en el blues. Hasta que, finalmente, decidió que era momento de sumergirse de lleno en la música con la que se formó. Así nació From The Cradle.

El álbum, lanzado el 12 de septiembre de 1994, hace hoy 30 años, logró recrear el ambiente del blues eléctrico de posguerra. Clapton recurrió a clásicos de Willie Dixon, Elmore James, Muddy Waters, Freddie King, Leroy Carr, Jimmy Rogers y Lowell Fulson para darle forma a un disco que sería bisagra en su carrera.

La guitarra slide que inicia Blues Before Sunrise ya marca el tono del álbum, un mensaje sin filtros, bien directo: esto es blues, solamente blues. Su voz en la canción incluso imita el gruñido de Elmore James y la banda suena contundente. Temas como Five Long Years, Hocchie Coochie Man, Blues Leave Me Alone, Sinner's Prayer, pero sobre todo las magníficas versiones de It Hurts Me Too y Someday After a While se encuentran entre las mejores y más poderosas interpretaciones de blues que él haya grabado. Hay un atractivo pop en su relectura acústica de Motherless Child, tema que parece linkear a éste disco con su antecesor, el Unplugged, mientras que el solo de Groaning the Blues es probablemente de los más intensos y apasionados de toda su carrera.

La interpretación del repertorio de From The Cradle fue intuitiva, precisa y muy respestuosa del sonido tradicional. El disco, producido por el propio Clapton en compañía de Russ Titleman, fue grabado en vivo en el Olympic Studios Barnes en Londres, con solo dos overdubs: la guitarra dobro en How Long Blues y la batería en Motherless Child.

La banda que lo acompañó estuvo formada por una notable selección de músicos. Chris Stainton, que venía de tocar en los setenta con Joe Cocker y más acá con el tiempo con Bill Wyman's Rhythm Kings y Steve Winwood, se encargó de los teclados. Andy Fairweather Low, que llevaba unos años junto a Clapton y descolló en el Unplugged, aportó las guitarras rítmicas. La base de bajo y batería recayó en manos de dos sesionistas de fuste como Dave Bronze y Jim Keltner, mientras que la armónica estuvo a cargo de Jerry Portnoy, que tuvo su doctorado en el género acompañando a Muddy Waters en los setenta. A ellos se le sumó la poderosa sección de vientos The Kicks Horns en algunos temas.

From The Cradle significó el regreso al blues de su hijo prodigo. Ese reencuentro con la música de sus maestros lo llevó a grabar después un álbum memorable junto a B.B. King (Riding with the King / 2000) y dos discos enteramente dedicados al cancionero de Robert Johnson en 2004 (Me and Mr. Johnson y Songs for Robert J.) y también a incorporar de manera definitiva no menos de cinco clásicos del género por show. Desde aquél disco de 1966, que llevó a sus fans a considerarlo Dios, Clapton recorrió un largo camino, por momentos sinuoso en su vida personal y cuestionable en lo artístico, pero que siempre tuvo un pie metido en el blues.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Kingfish Ingram, el blues y más allá

Fotos gentileza Ake Music.

El preludio, una grabación futurista con una voz grave y distorsionada que anuncia al artista y su procedencia, pone fin a la ansiedad de un público que ocupó hasta la última butaca disponible del Teatro Gran Rivadavia. Son las 21:30, ni un minuto más ni un minuto menos, y la banda despliega una base funky para darle la bienvenida a la estrella de la noche. La figura inmensa de Christone "Kingfish" Ingram se desplaza lentamente desde el costado del escenario hacia el centro. Lleva una remera gris, jeans rotos y zapatillas. De sus hombros cuelga una Gibson Les Paul negra, que ante su imponente humanidad parece diminuta. Los primeros acordes que lanza transforman la expectativa en realidad. El futuro del blues ya llegó. Está aquí entre nosotros.

Kingfish balbucea unas primeras palabras en inglés. Dice algo así como que es su primera vez en Argentina, y se mete de lleno en el primer tema de la noche, Midnight Heat, de su álbum Live in London. D-Vibes Alexander, el tecladista, introduce algunos sonidos que no están asociados con la pureza del blues, pero que se complementan muy bien con el tono de la guitarra del protagonista. “¿Les gusta el blues en Argentina?”, pregunta Kingfish para obtener una respuesta contundente en el que el “yeah” se mezcla con el “sí”, algo que deja en evidencia que la mayoría se acercó hasta el teatro de Flores para escuchar esos viejos blues de su Clarksdale natal, algo que él lleva en su esencia, pero que no es la parte central de su show. De todas formas, no es ajeno al deseo de la gente y se sumerge en un slow blues demoledor que lleva el título de Fresh Out.

Sigue con Another Life Goes By, con un ritmo reggae que el público no esperaba pero que intenta disfrutar. D-Vibes incorpora un sonido que parece entre ser el de un acordeón o una armónica cromática, que se combina con la voz profunda de Kingfish. El show es muy profesional: los arreglos, los empalmes entre canciones, el manejo de los tiempos y los volúmenes muestran que lo único que queda librado a la improvisación es cuando el guitarrista se sumerge en largos y sentidos solos. Una base de smooth jazz impone el contexto sonoro del siguiente tema, Empty Promises, que Kingfish lentamente transforma en una poderosa balada.

Not Gonna Lie, un funky enérgico, de su álbum 662, es la excusa para sacar a relucir su manejo de la pedalera y ametralla con un wah wah cada rincón de la sala. Ya pasaron 45 minutos desde que comenzó y Kingfish sale por el mismo lado que había entrado, mientras la banda sigue al galope y D-Vibes contraataca con sonidos que escandalizarían a los puristas. Instantes después comienza a escucharse de nuevo la guitarra, pero Kingfish no está en el escenario. Todos se paran para verlo entrar por el fondo de la sala. A paso lento, y entre decenas de celulares que buscan arrancarle el alma, avanza interpretando Mississippi Nights, otro slow blues asesino en el que su punteo se recuesta a la distancia sobre el colchón del hammond y una base rítmica muy sólida, que no se sale de libreto ni por un instante. Cuando logra llegar al escenario, la gente está en llamas, y él empieza a tocar con la lengua, ese acto tribunero de los guitarristas tan innecesario como eficaz.

Para el siguiente tema, Kingfish cambia la Les Paul por una Telecaster violeta y negra que le allana el camino a más y mejores riffs. Un funky enérgico se apropia de Hard Times, una canción que en su álbum debut de 2019 grabó en versión acústica y con un sonido digno del blues del Delta, algo que termina de confirmar que el rumbo musical elegido por el artista va más allá de la tradición. Ese tema termina con un duelo entre Kingfish y D-Vibes, que sale de su zona de confort con un teclado-guitarra Korg y otros sonidos poco convencionales.

La octava canción, Rock & Roll, está dedicada a su madre, Princess Latrell Pride Ingram, que murió en 2019. La letra narra el sacrificio que tuvo que hacer ella, ante la ausencia de su padre, para que su hijo pudiera venderle el alma al rock & roll. Cierra a puro shuffle con Outside of This Town, de su álbum debut, y con 662, tema que da nombre a su segundo disco, ambos grabados para el sello Alligator. Son las 22:51 cuando Kingfish y sus músicos dejan el escenario. El público se para y empieza a corear el “olé, olé, olé…”, esa certificación argenta de que el recital fue un éxito. Un par de minutos después D-Vibes regresa tomando una Amber Lager de Patagonia. En soledad interpreta una breve versión jazzeada de Eleanor Rigby de los Beatles hasta que los otros miembros de la banda y el propio Kingfish vuelven a copar el escenario para un bis con Long Distance Woman, otro tema más de su autoría.

El blues es un género folclórico que surgió a comienzos del siglo XX en el sur rural de los Estados Unidos. Para preservarse tuvo que expandirse y adecuarse. Entre Memphis y St. Louis incorporó instrumentos de viento y piano, en la Costa Oeste sumó orquestación y en Chicago, a fines de la década del cuarenta, el sonido se electrificó. Desde entonces, el blues estuvo en constante evolución. Es por eso que esa evolución también es parte de la tradición y Kingfish Ingram lo sabe muy bien. Tiene el futuro del blues en sus manos, porque se ubica a la vanguardia de la nueva generación desde que tiene 13 años y hoy con 25 lo asume con total. No va a cantar Sweet Home Chicago. Key to the Highway o Manish Boy, porque las versiones originales son insuperables y están ahí al alcance de todos, y él tiene sus propias historias que contar.


martes, 3 de septiembre de 2024

Freddie King, el coloso del blues

La historia del blues está plagada de grandes nombres que, a lo largo del siglo XX, dejaron su marca en la música popular. Desde aquellos próceres del blues rural como Charley Patton, Robert Johnson, Blind Lemon Jefferson y Son House hasta los grandes guitarristas eléctricos como B.B. King, Albert King, Buddy Guy, Otis Rush y T-Bone Walker, pasando por quienes encabezaron la transición del sonido rural y acústico al urbano y eléctrico como Big Bill Broonzy, Muddy Waters, Elmore James y Howlin' Wolf, contribuyeron para darle forma al género precursor del rock & roll. 

Pero esos músicos no fueron los únicos. Hubo muchos otros más y entre ellos aparece uno al que siempre ubican en la trilogía de los reyes, con B.B. y Albert, el gran Freddie King. El voluminoso guitarrista texano es una leyenda de un tiempo pasado, aunque generacionalmente todavía podría estar entre nosotros. Era apenas dos años mayor que Buddy Guy, quien hoy sigue activo. Su imponente legado musical solo es contrastable con el vació que dejó tras su temprana muerte. Hoy cumpliría 90 años.

De Texas a Chicago

Freddie King había nacido como Freddie Christian en Gilmer, Texas, el 3 de septiembre de 1934. Era hijo de J. T. Christian y Ella Mae (o May) King. A los seis años empezó a tocar la guitarra con su madre y un tío, Leon King. De joven compró una guitarra acústica Roger's con el dinero que había ganado recogiendo algodón.

Se mudó a Chicago con su familia en 1949 y A los 16 años se incorporó a la banda de un club de blues que incluía entre sus miembros a un joven Howlin' Wolf. Por entonces sus influencias, los que molderaron su estilo eran Lightnin' Hopkins, T-Bone Walker, B. B. King y Elmore James. 

En 1952, se casó con Jessie Burnett. Durante el día trabajaba en una fábrica de acero y daba espectáculos por la noche. Ese año, formó su propia banda, los Every Hour Blues Boys, que incluía a Eddie Taylor, Jimmy Rogers, Jimmy Lee Robinson y Sonny Scott. En 1953 grabó sus primeras canciones para el sello Parrot. Un par de años más tarde firmó con El-Bee Records donde también dejaría registro de lo que serían los cimientos de una notable carrera musical. 

Durante la década del cincuenta, King fue rechazado por Chess Records, la gran discográfica de blues de Chicago, pero eso no lo frenó y siguió tocando en clubes. Por esa época también trabajó con la Sonny Cooper Band y los Blues Cats de Earlee Payton. En 1960, firmó con King/Federal, un sello que contaba con grandes artistas como el pianista Sonny Thompson, que colaboró ​​con él en varias grabaciones de temas que pronto se convirtieron en clásicos: Hide Away, San-Ho-Zay, Have You ever Loved a Woman, The Stumble y Side Tracked.   

King realizó una gira por los Estados Unidos y actuó en salas de conciertos, clubes nocturnos y festivales de jazz y blues. Cansada de la brutal agenda de giras y grabaciones de su marido, Jessie, su esposa, y sus seis hijos se mudaron a Dallas en 1962. King dejó Chicago y se mudó con ellos en 1963. Allí trabajó en perfeccionar su propio estilo vocal conmovedor. En 1966 hizo una serie de apariciones en un programa semanal de televisión de rhythm and blues de Dallas cuya banda de la casa estaba liderada por Clarence "Gatemouth" Brown.

Reconocimiento internacional y banda multirracial

Firmó con Cotillion en 1968 y grabó dos álbumes, Freddie King is a Blues Master y My Feeling for the Blues. Ese mismo año realizó una gira por Inglaterra. En 1969 fue uno de los artistas principales del Texas International Pop Festival. Como muchos artistas de blues de finales de los sesenta y principios de los setenta, King tenía estrechos vínculos con el rock and roll. Músicos como Eric Clapton y Jeff Beck grabaron sus canciones, y King realizó giras con Clapton.

Freddie King fue uno de los primeros músicos de blues en tener una banda de acompañamiento multirracial en sus presentaciones, rompiendo barreras y estableciendo nuevos estándares.

En 1971 grabó el primer álbum importante en vivo jamás realizado en Austin, en Armadillo World Headquarters, conocido a veces como "la casa que Freddie King construyó". Tocaba regularmente en el club y volvía periódicamente para recaudar fondos. Sus grabaciones con Shelter Records, producidas por Leon Russell, le valieron el reconocimiento en todo el estado como un "bluesman de Texas de primera categoría". Esos discos fueron: Getting Ready (1971), Texas Cannonball (1972) y Woman Across The River (1973). Tras esa experiencia grabaría dos álbumes más para RSO producidos por Mike Vernon, Burglar (1974) y Larger Than Life (1975).

King murió el 28 de diciembre de 1976 como consecuencia de úlceras sangrantes y pancreatitis. Tenía 42 años. En 1982 fue incluido en el Salón de la Fama del Blues de la Blues Foundation. La gobernadora de Texas, Ann Richards, declaró el 3 de septiembre de 1993 como el "Día de Freddie King", y en 2003 la revista Rolling Stone lo situó en el puesto vigésimo quinto de su lista de los 100 mejores guitarristas de la historia. Sus potentes licks aún pueden oírse en la forma de tocar de Eric Clapton, Joe Bonamassa, Billy Gibbons y Mick Taylor, y otros que ya no están como Peter Green y Stevie Ray Vaughan. En 2012 fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll un detalle que no hizo otra cosa que ratificar su música trascendió las fronteras del blues .

sábado, 24 de agosto de 2024

Kingfish Ingram, la nueva esperanza del blues

 

En la última década, el blues tuvo más presencia en los avisos fúnebres que en las carteleras de los grandes festivales. Músicos históricos como B.B. King, Otis Rush, Jimmy Johnson, Lucky Peterson, Tail Dragger y Guitar Shorty, por solo nombrar a unos pocos, murieron por su avanzada edad o por padecer largas enfermedades. Todavía quedan unos pocos bluesmen de más de 80 años vivos. Buddy Guy es el más famoso, y también están Bob Stroger, Jimmy Burns y Billy Boy Arnold. La última gran renovación generacional se dio en la década del noventa, tal vez por el impacto comercial de los cd’s, pero desde entonces el blues ha entrado en una especie de letargo donde los nuevos músicos son más de lo mismo o, lo que es peor, no logran representar con su música la rica tradición del género. Pero siempre hay excepciones.

Christone “Kingfish” Ingram tiene 25 años y lleva la mitad de su vida dedicada al blues. Nacido en Clarksdale, Mississippi, entre plantaciones de algodón y una rica tradición musical, de pequeño empezó a incorporar los sonidos de su región, en lugar de escuchar R&B y hip hop como la mayoría de sus contemporáneos. Sus primeras influencias comenzaron con la música góspel en la iglesia y también se inspiró y aprendió en los programas de educación musical extraescolares del Delta Blues Museum de Clarksdale. A los seis años comenzó a tocar la batería, luego el bajo y a los 11 tomó la guitarra para no soltarla nunca más. A los 14 ya había alcanzado el dominio de sus instrumentos; luego añadió la voz principal a su impresionante presentación.

Sus influencias son los grandes maestros del blues: Robert Johnson, Elmore James, Muddy Waters, Lightnin' Hopkins, B.B. King, Albert King, Big Jack Johnson, Albert Collins, Freddie King, Lefty Dizz y Buddy Guy, pero también leyendas del rock como Jimi Hendrix y Prince. Su estilo visceral para tocar la guitarra, su profunda voz y su voluptuoso físico comenzaron a hacerse notar unos diez años atrás y lo que empezó como una atracción regional pronto se expandió a todo los Estados Unidos y más allá. Ahora, por primera vez, se presentará en la Argentina.

Un ascenso meteórico

Los músicos de blues de Mississippi Bill "Howl-N-Madd" Perry y Daddy Rich, que enseñaban en el Delta Blues Museum, vieron potencial en él, y Perry lo apodó "Kingfish" (su traducción es “rey pez” y se usa en el slang para señalar a alguien como un peso pesado o que se destaca en un ámbito determinado). Comenzó con sus actuaciones en el Ground Zero Blues Club, propiedad del actor Morgan Freeman y en 2014 actuó para Michelle Obama en la Casa Blanca junto a un grupo de estudiantes del museo. Un año más tarde, Ingram recibió el premio Rising Star de la Rhythm & Blues Foundation, y a Tony Coleman, que tocaba en la banda de gira de B.B. King, le gustó tanto su música que más tarde organizó una reunión del joven guitarrista con el Rey del blues en un festival en Mississippi.

El guitarrista Eric Gales lo invitó a tocar en su álbum de 2017, Middle of the Road, y ahí comenzó a ser elogiado por músicos como Buddy Guy, Bootsy Collins y hasta Dave Grohl. Los productores de la serie de televisión Luke Cage vieron videos de Ingram en YouTube y lo eligieron para un papel secundario en el programa, además de utilizar sus interpretaciones de The Thrill Is Gone y I Put a Spell on You en el soundtrack.

Cuando terminó la escuela secundaria, Ingram intensificó su agenda de giras y comenzó a tocar regularmente en clubes y festivales de blues a lo largo de los Estados Unidos y Europa. En 2018 firmó contrato con el prestigioso sello Alligator Records y viajó a Nashville para comenzar a trabajar en su álbum debut con el productor Tom Hambridge, quien anteriormente había producido a Buddy Guy, Susan Tedeschi y George Thorogood, entre otros grandes artistas. Con apariciones especiales del mismísimo Buddy Guy y Keb' Mo', el álbum Kingfish apareció en mayo de 2019 y fue nominado en la categoría Mejor Álbum de Blues Tradicional en la 62° entrega de los premios Grammy y ganó como mejor Álbum del Año en los Blues Music Awards.

Su segundo álbum, 662, fue lanzado a mediados de 2021. Producido también por Tom Hambridge, contó con una colección de canciones coescritas por ellos y ganó el Grammy que se le había negado al anterior. En septiembre de 2023, editó su tercer disco, el primero en vivo, Live in London, producido esta vez por Zach Allen.

En un género que quedó atrapado en la dicotomía de mantener la tradición o expandirse y aggionarse, Kingfish parece que llegó para cerrar la grieta, aunque a muchos puristas les cueste todavía aceptarlo. Nadie podrá decir que el muchacho no tiene el blues, porque nació donde la leyenda cuenta que Robert Johnson hizo un pacto con el Diablo y donde Muddy Waters juntaba algodón con sus propias manos antes de mudarse a Chicago y escribir una nueva historia.

El próximo 7 de septiembre, Kingfish se presentará en el Teatro Gran Rivadavia y la comunidad blusera local podrá volver a tener una gala de auténtico blues.

jueves, 1 de agosto de 2024

Por los caminos del blues

En febrero de 2017, con Gabriel Grätzer emprendimos un viaje de poco más de una semana por el sur profundo de los Estados Unidos, con el objetivo de presentar de nuestro libro Bien al Sur-La historia del blues en la Argentina, algo que hicimos en la sede de la Blues Foundation en Memphis y en la Biblioteca de la Universidad de Mississippi. Entre una presentación y otra, nos subimos a un auto y recorrimos los caminos del blues. Pasamos por los míticos lugares donde, el siglo pasado, músicos como Charley Patton, Tommy Johnson y Memphis Minnie, entre otros, escribieron la historia grande del género. Ahora, Grätzer transformó esa experiencia en un proyecto musical interactivo.

Grätzer, quien lleva más de tres décadas activo y es reconocido como el embajador argentino del blues en el mundo, acaba de lanzar un disco, con un novedoso formato, en el que repasa algunos de los grandes temas del blues de pre-guerra siguiendo la ruta de los pueblos y ciudades que visitamos en aquel viaje. Más allá de que las canciones se puedan escuchar en plataformas como Spotify, lo interesante es acceder a www.mississippiroad.com para poder acompañar la música con mapas, videos, fotos y texto.

El guitarrista y cantante comienza este viaje imaginario por la ciudad de Memphis, en el estado de Tennessee, con una versión de Dough Roller Blues, un tema que Garfield Akers registró en las míticas sesiones del Hotel Peabody en 1930. El recorrido sigue hacia el sur y llega a la pequeña localidad de Walls, al norte de Mississippi, donde descansan los restos de la legendaria Memphis Minnie y el músico argentino la homenajea con Don’t Want No Woman en el que aporta su voz la cantante An Díaz, también protagonista de parte de ese viaje de 2017. Juntos recrean el dueto que Memphis Minnie hacía con su marido Kansas Joe McCoy. En ambos temas acompaña Juan Codazzi en guitarra.

Luego sigue por Titwiler, donde W.C. Handy se inspiró para escribir su clásico Yellow Dog Blues, un momento crucial en la historia del blues. Avanzando por la ruta 49, aparece el pequeño pueblo de Drew, donde un siglo atrás emergió la figura de Tommy Johnson, y para ello Grätzer interpreta uno de sus temas más emblemáticos: Cool Drink of Water. La siguiente parada es en Dockery Farms, otra posta clave en el desarrollo de esa música, porque allí surgió Charley Patton, autor de Banty Rooster Blues, que el músico argentino repasa con solvencia y mucho feeling. Por la 49 hacia el sur, pasando Yazoo City, aparece el pequeño poblado de Bentonia, donde se formó uno de los músicos más carismáticos y e influyentes de la historia del blues, Skip James. Grätzer lo recuerda con una monumental interpretación de Hard Time Killing Floor.

Una de las últimas paradas es Jackson. Grätzer desempolva su mandolina para interpretar (Still) Ain't no Good, que Bo Carter y Charlie McCoy grabaron bajo el nombre de Mississippi Blacksnakes, y se nutre del acompañamiento de Codazzi en guitarra y Gabriel Cabiaglia en washboard. Finaliza este viaje imaginario con la antigua balada Stack O’Lee, en la alejada comunidad de Avalon donde vivió Mississippi John Hurt.

Pero hay algo más: el bonus track es un video del mano a mano musical que tuvo con Jimmy “Duck” Holmes, dueño del Blue Front Café de Bentonia, uno de los pocos juke joints que aún siguen en pie. Grätzer tomó una vieja guitarra desafinada y Holmes se puso a improvisar con su voz cargada de blues.

Mississippi Road, así se llama el proyecto interactivo, es el reflejo de la pasión de un artista por una música que a priori puede resultarnos distante, en tiempo y en espacio, pero que en definitiva también describe penurias y placeres que padecemos hoy y aquí. Como un antropólogo, Grätzer explora los orígenes del blues y abre una puerta para poder volver a escuchar canciones que nunca deberían caer en el olvido.  

martes, 23 de julio de 2024

En el nombre del blues: John Mayall, un guerrero de mil batallas


En la historia de la música contemporánea, hay nombres que brillan con luz propia, y uno de ellos fue el de John Mayall, el maestro indiscutible del blues británico. El músico ejerció una notable influencia en la escena internacional, pero también fue clave en el desarrollo del rock nacional a fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta. 

Mayall falleció este lunes en su casa de California, aunque la noticia se difundió un día después. "Los problemas de salud que obligaron a John a poner fin a su épica carrera en las giras finalmente han llevado a la paz a uno de los guerreros de la carretera más grandes del mundo. John Mayall nos brindó 90 años de incansables esfuerzos para educar, inspirar y entretener (...) Sigue tocando blues en alguna parte, John. Te amamos", fue parte del mensaje de despedida de su familia en su cuenta oficial de Facebook.

Nacido el 29 de noviembre de 1933 en Macclesfield, Inglaterra, Mayall comenzó su viaje musical en el amanecer de la década del sesenta, una época de efervescencia cultural y creativa que vio el nacimiento de una revolución en el blues. Al frente de los Bluesbreakers, adaptó el sonido del blues negro a un público blanco en plena era del Swinging London que se debatía entre mods y rockeros. 

Mayall no solo tocó el blues; lo moldeó, lo desafió y lo llevó a nuevas alturas. Su habilidad para fusionar el blues con otros géneros, desde el jazz hasta el rock, le otorgó un estatus único en la escena musical. La alineación de los Bluesbreakers a lo largo de los años contó con nombres como Eric Clapton, Mick Taylor y Peter Green, todos grandes guitarristas que florecieron bajo la tutela de Mayall y luego dejaron una marca indeleble en la música por derecho propio.

Con más de 60 álbumes a lo largo de su carrera, Mayall exploró cada rincón del género, desde el blues eléctrico visceral hasta las raíces acústicas más puras. Cada álbum es un capítulo en la historia del blues, con Mayall como su narrador apasionado. Su capacidad para adaptarse y evolucionar a lo largo de los años ha sido una fuerza impulsora detrás de su longevidad artística.

Mayall expresó más de una vez su gratitud por la oportunidad de dedicar su vida a la música: "La pasión por el blues nunca se ha desvanecido. Cada día es una bendición poder seguir tocando y compartiendo esta música que amo con audiencias de todo el mundo".

Una vida dedicada al blues

Su padre Murray era guitarrista y coleccionista de discos jazz y blues y su influencia fue decisiva en su formación musical. El joven John desarrolló un amor temprano por los sonidos de los músicos de blues estadounidenses como Leadbelly y los pianistas de boogie woogie Albert Ammons, Meade "Lux" Lewis y Pinetop Smith. Fue escuchando sus discos que aprendió por sí mismo a tocar el piano, la guitarra y la armónica. 

Tras servir para el ejército en la guerra de Corea, Mayall se compró su primera guitarra eléctrica y a partir de entonces nunca más dejó la música. Se matriculó en el Manchester College of Art y comenzó a trabajar con varias bandas. Después de graduarse, se convirtió en diseñador de arte, pero su amigo y mentor Alexis Korner lo convenció de dejar su trabajo, convertirse en músico a tiempo completo y mudarse a Londres. 

Mayall comenzó a tocar en locales de blues y R&B, como el célebre The Marquee, y empezó a tener seguidores. La primera edición de los Bluesbreakers grabó su sencillo debut, Crawling Up a Hill / Mr. James en 1964. Ese año, la banda ganó un puesto de telonero para la gira inglesa del bluesman John Lee Hooker. Poco después, Mayall se alzó con un contrato discográfico con Decca y grabó su álbum debut.

John Mayall Plays John Mayall fue editado en 1965, poco antes de que Eric Clapton dejara los Yardbirds y firmara con los Bluesbreakers (John McVie era el bajista del grupo). Su primer sencillo I'm Your Witchdoctor / Telephone Blues fue lanzado en octubre de 1965.

El célebre álbum Bluesbreakers with Eric Clapton se publicó en julio de 1966. Sus 12 temas incluían versiones de All Your Love de Otis Rush y Hideaway de Freddie King, así como cinco originales de Mayall. El disco alcanzó el puesto seis en las listas británicas y estableció la reputación de Clapton como guitarrista a nivel internacional. Sin que Mayall lo supiera, Clapton ya estaba preparando su salida de la banda y dejó la banda en junio para formar Cream con Ginger Baker y el ex (y futuro) acompañante de Mayall, el bajista Jack Bruce. 


El guitarrista Peter Green, que ya había reemplazado ocasionalmente a Clapton, aceptó sumarse a los Bluesbreakers. Esta encarnación de la banda resultó casi igual de breve pero prolífica. Su único álbum, A Hard Road, se publicó en febrero de 1967, pero Green también se fue poco después, y con el bajista John McVie y el ex acompañante de Mayall, Mick Fleetwood, formaron la encarnación original de Fleetwood Mac junto al guitarrista Jeremy Spencer.

Si bien el personal de Mayall casi siempre eclipsó sus considerables habilidades en la prensa, el multiinstrumentista era experto en sacar lo mejor de sus alumnos más jóvenes, especialmente cuando buscaban comprender y tocar el blues eléctrico de Chicago. Mientras formaba una nueva versión de los Bluesbreakers, Mayall experimentaba constantemente y ampliaba las formas del blues para encontrar un futuro que solo él podía escuchar. Publicó la innovadora grabación en solitario The Blues Alone en 1967, para la cual escribió todas las canciones y tocó todos los instrumentos excepto la percusión, que fue proporcionada por Keef Hartley. 

Bare Wires, de 1968, fue el primer lanzamiento de Bluesbreakers que contó con el futuro guitarrista de los Rolling Stones, Mick Taylor. Ese año, Mayall disolvió los Bluesbreakers (existieron no menos de 15 encarnaciones diferentes entre 1963 y 1970) y grabó Blues from Laurel Canyon, su último álbum para Decca. Basado en una visita inicial al epicentro musical de moda de la región de Los Ángeles, el set en realidad se registró en Inglaterra. Pero Mayall ya tenía a Estados Unidos en mente. A finales de 1969 emigró al área de Los Ángeles y finalmente compró una casa en Laurel Canyon. 

A lo largo de los años, Mayall nunca dejó de grabar y girar, a pesar de los innumerables cambios en su formación. Por allí pasaron, en la década del setenta, músicos como el bajista Larry Taylor y el guitarrista Harvey Mandel, que provenían de Canned Heat. Más adelante, en los ochenta, se sumaron los guitarristas estadounidenses Walter Trout y Coco Montoya. Justamente con ellos en el grupo, Mayall vino por primera vez a la Argentina para tocar en el estadio de Vélez en el mítico festival organizado por la Rock & Pop.

John Mayall y su relación con la Argentina 

Los discos de Mayall de los sesenta, especialmente los que grabó con Clapton y Peter Green, fueron esenciales en el desarrollo del rock nacional. Músicos como Claudio Gabis y sus compañeros de Manal, Javier Martínez y el Negro Medina, se vieron muy influenciados por su sonido. Pero no fueron los únicos. Pappo, David Lebón, el Blusero León Vanella, Héctor Starc, por solo nombrar a algunos, encontraron en Mayall una puerta de acceso al blues tradicional de Muddy Waters, J.B. Lenoir, Freddie King y Otis Rush. Pero también nutrió a otros músicos argentinos que se dedicaron de lleno al blues como Botafogo, Daniel Raffo, Jorge Senno y Alberto García. 

Tras su primera visita en 1985, Mayall volvió al país en 1994 y tocó en el Gran Rex, esta vez con Buddy Whittington en guitarra. La Mississippi y La Napolitana fueron las bandas teloneras. En mayo de 2008, regresó por terecera vez: se presentó otra vez en el Gran Rex y con Whittington una vez más como gran animador. El viejo blusero deleitó con un repertorio muy variado. La Nación publicó una crónica del recital: “No hay botox, lifting, cirugías ni cremas de la doctora Aslan que provoquen el mismo efecto. El blues rejuvenece. Solo así se explica que ese señor canoso, de 74 años, con pinta de abuelo hippie, se moviera como un adolescente en el escenario del Gran Rex y lograra hacer sentir como niños felices a más de dos mil personas”. 

Mayall se mantuvo activo hasta la pandemia, pero los riesgos de los lugares concurridos y su avanzada edad lo obligaron a un retiro de los escenarios, pero no de los estudios. En 2021 editó su álbum número 60, The Sun Is Shining Down, el último. Ahora, el guerrero de mil batallas, que ya era una leyenda, dio el paso a la inmortalidad.

sábado, 20 de julio de 2024

Una noche de viejos blues en el Abasto

Poco más de 9 mil kilómetros separan a la ciudad de Buenos Aires de Chicago. Pero anoche, esa distancia se acortó, al menos por un rato. El frío polar y el viejo blues nos llevaron en un viaje imaginario hacia el norte donde, a mediados del siglo pasado, comenzó a escribirse la historia del blues eléctrico. En el Conventillo Cultural Abasto, muy lejos de los bares de North Halsted y el West Side, una banda sacó a relucir esas viejas canciones y las reprodujo con mucho sentimiento y gran técnica. Todos temas que en sus letras hablan de problemas y dramas de otros y de antes, que bien podrían ser los nuestros de ahora.

Spoonful comenzó a tocar hace un par de años. El grupo está formado por Alberto García (ex Memphis la Blusera y Durazno de Gala) en guitarra y voz, Matías Salomón (ex La Rusa) en guitarra, Mauro Ceriello (ex Nasta Súper) en bajo y Daniel Demaría (ex Durazno de Gala) en batería. El nombre de la banda no fue elegido al azar: es el título de un clásico del género que fue escrito por Willie Dixon y grabado por primera vez por Howlin’ Wolf en 1960, y sintetiza el estilo de blues que eligen tocar, eléctrico de post guerra y sin estridencias.

El enorme espacio del Conventillo no fue el adecuado para el clima que propone la banda, una puesta en escena minimalista y un sonido tranquilo, pero liberador. García, en primera guitarra se complementó muy bien con la rítmica de Salomón, mientras que la base allanó el camino de las guitarras a puro galope sonoro. Demaría con sus escobillas barrió cualquier pulsión de salirse de cauce y el bajo de Ceriello latió de manera orgánica, su marca registrada.

El repertorio incluyó clásicos de los cincuenta y comienzos de los sesenta: Big Boss Man, Everyday I Have The Blues, Going Away, Baby, Tell Me, Forty-Four y Mama Talk To Your Daughter. “Tocamos como lo hacemos en la sala de ensayo y queremos compartirlo con ustedes”, anunció García. Los mejores momentos llegaron cuando adaptaron un viejo blues rural de Tommy Johnson, Canned Heat Blues, al sonido de Chicago, o cuando García desangró las cuerdas de su guitarra con el slide en Sweet Black Angel y The Sky is Crying.

Sobre el final, alguien les pidió “una bien bajón” y el cantante respondió: “Nosotros no tocamos bajón, para eso prendan la tele y pongan Crónica”. Claro que para el bajón tampoco es necesario prender la tele, basta con salir a la calle y ver el drama que estamos viviendo, aunque eso no viene al caso. El blues, en definitiva, no es para bajonearse sino que es para matizar cualquier tipo bajón. En una noche helada, a miles de kilómetros de la meca, Spoonful lo supo hacer muy bien.



martes, 4 de junio de 2024

Born in the USA, el disco con el que Bruce Springsteen conquistó el mundo


El 4 de junio de 1984, hace 40 años, el rock tuvo uno de esos momentos que con el tiempo se vuelven históricos. Bruce Springsteen, que llevaba poco más de una década de arduo trabajo en el mundo de la música, lanzó un disco que definiría no solo un antes y un después en su carrera, sino también una época. Born in the USA fue su apoteosis, el álbum con el que se consolidó como una auténtica estrella del rock & roll.

Para llegar a ese momento, corrió mucha agua bajo el puente. El hijo preferido de Nueva Jersey había lanzado cuatro excelentes discos en la década del setenta siendo Born to Run (1975) su mayor éxito. El Jefe comenzó los ochenta con el álbum doble The River, que no hizo otra cosa más que consolidarlo en el mainstream del rock, y Nebraska, un disco minimalista y melancólicamente bello, un verdadero desafío tanto para el artista como para la industria discográfica, que vio la luz en 1982 y tiene el mismo origen que su sucesor.

La historia de Born in the USA se remonta al otoño boreal de 1981, cuando Srpingsteen empezó a escribir una canción llamada Vietnam, inspirada en Born on the Fourth of July, las memorias de Ron Kovic, (que más tarde Oliver Stone convertiría en una película protagonizada por Tom Cruise), y, en paralelo, conoció a varios veteranos de guerra.

Esa canción se transformó con el tiempo en Born in the USA, que lleva el nombre de una película de Paul Schrader para la que se le pidió a springsteen que escribiera la música.

El proceso creativo posterior derivó en una avalancha de canciones. Entre el 17 de diciembre de 1981 y el 3 de enero de 1982, grabó varios demos con la intención de registrarlas luego con la E Street Band. La belleza cruda de algunos de esos demos se transformó en el álbum Nebraska.

Entre enero de 1982 y marzo de 1984, Bruce y la banda grabaron entre 70 y 90 canciones. "En ese momento, ya había grabado mucha música", escribió en su autobiografía Born to Run de 2016. "Pero al final, volví a mis grupos de canciones originales. Allí encontré un naturalismo y una vitalidad que no se podía discutir. No eran exactamente lo que había estado buscando, pero era lo que tenía".

Born in the USA es la gran obra de Bruce Springsteen, y lo es por tres motivos: su capacidad compositiva, su carisma como artista y la fuerza arrolladora de The E Street Band, que por entonces estaba conformada por Roy Bittan en piano y sintetizador, Clarence Clemons en saxofón y percusión, Danny Federici en órgano Hammond, glockenspiel y piano, Garry Tallent en bajo, Steven Van Zandt en guitarra acústica y mandolina y Max Weinberg en batería.

A pesar de su ágil coherencia, el álbum tiene cuatro productores listados: el propio Springsteen, su manager y productor Jon Landau, Chuck Plotkin y Steven Van Zandt. De hecho, Van Zandt dejó la E Street Band después del primer lote de grabaciones y fue reemplazado por Nils Lofgren desde 1984 hasta la ruptura de la banda E Street en 1989. Regresó para la breve reunión del grupo en 1995 y luego nuevamente para su reunión en 1999, con Nils también conservando su lugar en la alineación.

Volviendo al álbum, más de la mitad de las canciones se lanzaron como sencillo. Increíblemente, los siete singles estuvieron entre los diez primeros del Billboard Hot 100. El primero en salir fue Dancing in the Dark, lanzado antes del álbum. Luego vinieron Cover Me y Born in the USA antes de que terminara 1983. El año siguiente vio el lanzamiento de I'm on Fire, Glory Days, I'm Goin' Down y finalmente My Hometown.

La portada de Born in the USA es una de las más icónicas (y controvertidas) de toda la historia del rock. La fotografía fue tomada por Annie Leibovitz y muestra a Springsteen de espaldas, vestido con sus jeans azules y una camiseta blanca, con una gorra de béisbol roja metida en el bolsillo trasero. Como si los colores azul, blanco, rojo no fueran suficientes, Bruce está parado frente a las franjas rojas y blancas de la bandera de Estados Unidos.

La presencia de la bandera y el nombre Born in the USA unido a lo edificante que suena la canción principal llevó a aquellos que nunca se molestaron en leer la letra y que no sabían mucho sobre Bruce Springsteen, a pensar que se trataba de una especie de pieza patriótica/nacionalista.

De hecho, cuando el disco estaba en lo más alto de los charts, Ronald Reagan, candidato a la reelección contra el demócrata Walter Mondale, dijo durante un acto de campaña en Nueva Jersey que él y el cantautor compartían el mismo sueño americano. Tres días después, en un show en Pittsburgh, Springsteen habló sobre su versión de ese sueño. “Al principio, la idea era que todos viviéramos aquí un poco como una familia donde los fuertes pueden ayudar a los débiles y los ricos pueden ayudar a los pobres. Ya sabes, el sueño americano. No creo que todo el mundo fuera a ganar mil millones de dólares, sino que todo el mundo iba a tener la oportunidad de vivir una vida con cierta decencia y dignidad".

De todas maneras. la posición de Springsteen estaba bastante clara en la letra de la canción (“Me enviaron a una tierra extranjera / Para ir a matar al hombre amarillo”) así como también en sus discos anteriores: sus sentimientos hacia la política estadounidense eran muy críticos.

Born in the USA se convirtió en el álbum más vendido de Bruce Sprinsgteen. En Reino Unido, obtuvo triple platino, con ventas de más de 1.120.000. En los EEUU logró 17 discos de platino, acumulando ventas de más de 17 millones de copias. Las ventas mundiales se estiman en más de 30 millones. Desde entonces, el Jefe siguió edificando su carrera con profundas canciones, decena de discos y shows maratónicos alrededor del mundo.



domingo, 5 de mayo de 2024

Avellaneda blues: el surgimiento de Manal

Javier Martínez, baterista, cantante y líder de Manal, murió este sábado a los 78 años. Este texto, que recuerda los inicios del grupo, corresponde a un capítulo del libro Bien al Sur-La historia del blues en la Argentina.

En 1967, el baterista Javier Martínez, ex integrante de Los Beatniks, y según el periodista y músico Claudio Kleiman “el primer loco argentino de la música negra”, conoció a Claudio Gabis, un adolescente que frecuentaba el Instituto Di Tella y tenía devoción por los discos de blues. En el libro Yo soy Buenos Aires, de Fabio Scaturchio, el baterista fue muy claro: “Entonces yo veo que Claudio Gabis hace unas frases de blues y estira la cuerda, cosa que era de marcianos en ese momento; no lo hacía nadie acá”.

Eso sucedió durante un festival en el Di Tella que se llamó Beat Beat Beatles, organizado por el artista conceptual Roberto Jacoby, en el que Martínez junto con El Grupo de Gastón y Gabis, al frente de la banda Bubblin Awe, que había formado con amigos, interpretaron covers de los cuatro fantásticos de Liverpool.“Che, ¿a vos te gusta el blues?”, lo encaró Martínez a Gabis. “Sí”, respondió el guitarrista. “A mí también, tenemos que hablar”, contestó Javier. Así, casi sin preámbulos, nació una amistad tormentosa que se convirtió en la piedra basal de Manal y del blues argentino. Martínez y Gabis empezaron ajuntarse a charlar de música y a escuchar discos. También salían a recorrer los lugares emblemáticos del rock nacional como La Cueva o el Bar Moderno, en lo que Claudio Gabis define como una “peregrinación”.

Promediaba el verano de 1968, cuando decidieron empezar a tocar unos temas que Martínez tenía en mente. Para ello sumaron a Rocky Rodríguez para que se encargara del bajo y al pianista Emilio Kauderer, que tocaba con Gabis en Bubblin Awe, para zapar y grabar en un pequeño estudio de dos canales que Jorge Tagliani tenía sobre la calle Curapaligüe, en Primera Junta. El resultado fue un demo que sería la génesis de Estoy en el infierno, tema que pasó a formar parte de la banda de sonido de la película Tiro de gracia, del director Ricardo Becher, que narraba la vida bohemia de los sesenta, y en la que actuó Martínez. 

Martínez y Gabis, al principio, congeniaron muy bien pese a que tenían personalidades muy diferentes. Martínez era tres años mayor, venía de un hogar complicado, tenía mucha calle y una visión existencialista de la vida. Gabis, en cambio, era un adolescente de clase media burguesa, que vivía con su familia en Caballito y recibía una mensualidad que gastaba en discos y revistas. Como Rocky Rodríguez no quiso seguir con ellos, recurrieron a un viejo conocido de Martínez, Alejandro Medina, que había sido bajista de la banda The Seasons, que si bien conocía poco de blues, escuchaba mucho soul y, claro está, rock & roll. 

Los tres comenzaron a ensayar y ensamblarse en el Teatro Payró, a cambio de musicalizar la obra Viet-Rock. Por entonces, a la banda se la conocía como Ricota, una ocurrencia de la artista plástica Marta Minujín, que se adecuaba muy bien a la admiración de los músicos por Cream, el grupo de Eric Clapton, Jack Bruce y Ginger Baker, aunque al poco tiempo a Martínez se le ocurrió el nombre Manal y lo cambiaron. 

La construcción musical del trío se conformaba por los sólidos fraseos de bajo de Medina y los complejos punteos de Gabis, a los que Martínez les sumaba un estilo muy jazzero para tocar la batería y el canto que, de manera gutural y nasal, buscaba el auténtico sonido de los cantantes negros. “Cuando cantaba, Javier Martínez parecía Ray Charles”, solía decir el fallecido cantante de Memphis, Adrián Otero. 

El grupo debutó en un evento organizado por el mítico sello independiente Mandioca el 12 de noviembre de 1968, en un concierto realizado en la Sala Apolo, sobre la avenida Corrientes (donde luego funcionó el cine Lorange), y compartió cartel con Miguel Abuelo y Cristina Plate, una cantante que luego dejó la música por el modelaje. A fines de ese año, Manal editó el primer sencillo, Qué pena me das, con Para ser un hombre más como lado B, y a mediados de 1969, el segundo, con No pibe y Necesito un amor.

El poco éxito comercial de los inicios se transformó en enorme suceso en 1970, cuando Mandioca lanzó el primer álbum de Manal con clásicos inmortales como Jugo de tomate frío, Avenida Rivadavia y Una casa con diez pinos. Sin embargo, fue una canción cuyo título llevaba la palabra “blues” lo que daría el impulso necesario al grupo, y el puntapié inicial para lo que sería el blues argentino. El periodista Ernesto Castrillón definió a Avellaneda blues magistralmente: “Una estupenda letra en forma de telegrama deslizaba pinceladas de un mundo suburbano real e inquietante, realzada por un punteo de Claudio Gabis que se cuenta entre los mejores solos de guitarra de la historia del rock vernáculo. ¿Un blues de Buenos Aires? Intento disparatado o posibilidad cierta, con Avellaneda blues Manal estuvo cerca de lograrlo. Nunca después, ni ellos ni sus imitadores lograrían algo parecido”. 

Sin dudas ese tema definió los lineamientos de una forma de composición poética al aportar un tipo de lenguaje descriptivo sobre lo nuestro y dicho a nuestra manera y en nuestro idioma: “Vía muerta, calle con asfalto siempre destrozado. / Tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados. / Hoy llovió y todavía está nublado. // Sur y aceite, barriles en el barro, galpón abandonado. / Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado. / Un camión interrumpe el triste descampado. // Luz que muere, la fábrica parece un duende de hormigón / y la grúa, su lágrima de carga inclina sobre el dock. / Un amigo duerme cerca de un barco español. // Amanece, la avenida desierta pronto se agitará. Y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van. / Sur, un trozo de este siglo, barrio industrial”. 

Al mismo tiempo, la canción sentó ciertas bases en lo musical, en la estructura del blues local. Es quizás la utilización de la palabra como una idea expresiva lo que prevaleció sobre la teórica forma del blues en sí mismo. Avellaneda blues, claramente, en el sentido más estricto del género, no es un blues. Pero, de aquí en adelante, los imitadores y seguidores de Manal tomaron ese concepto de blues como una forma de comunicar y expresar una idea propia de la vida, una visión visceral del día a día. Como los ingleses con su forma de blues o los afroamericanos en los campos del sur de los Estados Unidos, los intérpretes argentinos no buscaron definir un estilo musical, sino canalizar, a su manera, la forma que mejor expresara sus vivencias y el blues, o al menos el término, fue lo que mejor lo definía.



martes, 16 de abril de 2024

Tom Jones, la voz que desafía al paso del tiempo

Pasaron apenas seis minutos de las 21 y el experimentado cantante aparece en el escenario y se sienta en una banqueta. Acompañado por Paddy Milner al piano, comienza a cantar Growing Old, de Bobby Cole. “Me estoy volviendo viejo…”, entona con la voz tranquila, casi irreconocible. Es una declamación, pero también es una trampa. Ese hombre canoso que está frente a nosotros es una leyenda que pronto cumplirá 84 años y cualquiera podría pensar que sus días de gloria han quedado atrás. Nada más errado. Termina la canción, ingresa el resto de la banda y empiezan a sonar los primeros acordes de una canción épica que pocos de sus seguidores conocen. Entonces su voz envuelve a todo el Movistar Arena y ya nada más importa. Es como un fenómeno climático del cual uno no puede refugiarse. Te arrastra y te eleva. Ese es el efecto que solo él puede lograr. En algún momento también lo consiguieron Elvis, Sinatra y Pavarotti, pero ya no están entre nosotros. Tom Jones, sí.

Su aspecto de lord inglés no desentona con su robusta y profunda voz. Es la historia viva del pop de los últimos 60 años y es la sexta vez que se presenta en Buenos Aires. Lo hizo en 1974, luego en 1980 y más acá en el tiempo en 2007, 2010 y 2016. El público, en su gran mayoría veteranos de mil noches, lo reciben con una gran ovación. Más allá de que Not Dark Yet, de Bob Dylan, les resulte ajena, saben que lo que está por venir será único e inolvidable.

Antes de comenzar el tercer el tema, el galés hace una breve introducción. Cuenta que la siguiente canción la grabó por primera vez en noviembre de 1964, y que en marzo de 1965 ya era número 1 en Inglaterra. Es la conexión que faltaba con su público, una que sepamos todos. It's Not Unusual no pasa como si nada a pesar de que no es la versión crooner que todos escucharon cientos de veces, sino una más remozada aunque igual de pegadiza. Sigue con What's New Pussycat?, ahora con Milner en acordeón, que le dan al viejo clásico que tomó de la película de Woody Allen un tono circense. Pasaron poco más de 10 minutos desde el comienzo y la fiesta es total.

La recuerda a Dusty Springfield con The Windmills Of Your Mind -que como Not Dark Yet está en su último disco Surrounded by Time- en la antesala del que será el momento más caliente de la noche: su éxito dance de 1999, Sexbomb, lo transforma en un blues bien crudo, demoledor. Arranca cantando casi como si estuviera en el Delta del Mississippi, con el respaldo del notable guitarrista Scott McKeon, y luego la banda se electrifica estilo Chicago. Energía pura. Como Jesús con Lázaro, levántate y anda, Tom Jones canta y todos comienzan a bailar.

Interpreta otras versiones de su último álbum como Popstar, Lazarus Man, Talking Reality Television Blues y la sublime One More Cup of Coffe, también de Bob Dylan, y algunos covers de su repertorio tradicional como Green, Green Grass Of Home y Delilah. Otro momento extraordinario se da con Tower of Song, de Leonrad Cohen, donde subraya la frase “nací con el don de una voz de oro” y alcanza un registro vocal que eriza hasta las paredes.

Sobre el final, lanza dos hits ochentosos -You Can Leave Your Hat On y Kiss- para que ya nadie más se siente en sus sillas. Tras un breve intervalo, casi dos horas después del comienzo, vuelve para los bises. Primero con One Hell of a Life, en la que pide: “Cuando esté muerto (…) Sólo recuerden que tuve una vida increíble” y luego se zambulle en dos rocanroles primarios - Strange Things Happening Everyday y Johnny B. Goode- para cerrar una noche única, en la que una voz, otra vez, venció al paso del tiempo.