El escritor y periodista Mauro Libertella acaba de publicar Canción llevame lejos (Vinilo), un libro en el que la música se convierte en el hilo conductor de un recorrido autobiográfico que atraviesa la adolescencia, la juventud y la vida adulta. La obra dialoga con clásicos de la literatura musical como 31 canciones de Nick Hornby o Vives en las cintas que grabaste de Rob Sheffield, y se organiza como un mixtape artesanal grabado en cassette: cada capítulo funciona como una pista que enlaza recuerdos y emociones.
El relato repasa frustraciones y alegrías: no haber asistido al debut de Guns N’ Roses en River; el impacto de los Rolling Stones en 1998; la intensidad de un show de Nick Cave en el Malvinas Argentinas; o la irrupción fundacional de El amor después del amor de Fito Páez en los 90. También aparecen los Beatles como una presencia vital y constante, los ecos de un tango escuchado en la infancia, la muerte del Polaco Goyeneche, Oasis en un gélido viaje europeo y la pregunta de su hijo en Nueva York frente a un mural de Lou Reed que se transforma en una elegía de la Velvet.
El velorio musical de Kurt Cobain con el Unplugged de Nirvana es otro viaje a una década que todavía vemos como cercana, pero que nos ha quedado lejos. La música de Charly García, con Love is Love de La hija de la lágrima, también da pie a reflexiones sobre el paso del tiempo y la cercanía de un futuro sin ídolos. El libro, así, entrelaza la memoria íntima con la historia cultural de toda una generación.
Canción llevame lejos confirma a Libertella como una de las voces más sensibles de su generación, capaz de narrar con precisión cómo las canciones no solo acompañan la vida, sino que también la definen.
Hay
discos que definen carreras y otros que definen vidas enteras. Born to Run,
el tercer álbum de Bruce Springsteen, hizo ambas cosas. A medio siglo de su
lanzamiento, el 25 de agosto de 1975, este trabajo es un testamento del poder
transformador del rock'n'roll y de la búsqueda desesperada por escapar, ya sea
de la rutina, del pasado o de uno mismo. En cada surco de este disco late la
urgencia de un joven Springsteen de 25 años que sentía que no tendría otra oportunidad
para decirlo todo y hacerlo a lo grande.
Antes de Born
to Run, Springsteen era un músico prometedor con dos álbumes aclamados por
la crítica pero sin éxito comercial: Greetings from Asbury Park, N.J. y The
Wild, the Innocent & the E Street Shuffle. Firmado por Columbia en 1972
con la etiqueta de “la próxima gran cosa”, el joven de Nueva Jersey aún buscaba
el gran golpe. Había crecido en Long Branch, en un entorno obrero, moldeando su
arte bajo el influjo de Elvis Presley y Bob Dylan. Para él, la música siempre
fue una vía de escape; un medio para crear un mundo más grande que el barrio.
Con Born
to Run, Springsteen se propuso algo tan sencillo como monumental: grabar el
mejor álbum de rock que se hubiera escuchado jamás. Su idea era que sonara como
“Roy Orbison cantando a Bob Dylan producido por Phil Spector”. Para lograrlo,
reformó su banda: David Sancious y Vini Lopez dejaron paso al tecladista Roy
Bittan y al baterista Max Weinberg. Junto a Jon Landau —su productor y futuro
mánager, el mismo que había anticipado en una reseña que Bruce era “el futuro
del rock”— y el co-productor Mike Appel, Springsteen dio inicio a una odisea de
20 meses que transformaría su vida y la historia del rock.
La
grabación se convirtió en una obsesión. Bruce pasaba interminables jornadas en
el estudio, desde las 3 de la tarde hasta las 6 de la mañana, revisando cada
línea, cada nota, cada arreglo. Según el propio Springsteen, “las sesiones se
convirtieron en algo que me destrozaba, como si me golpeara contra el suelo”. La
intensidad llegó a tal punto que, durante la última sesión, el 19 de julio de
1975, la banda permaneció 19 horas seguidas mezclando.
El
perfeccionismo rayó en la locura. Cuando recibió el primer acetato masterizado,
Bruce lo arrojó furioso a la piscina. Contempló regrabar todo el álbum en vivo
y empezar de cero, pero su equipo logró convencerlo. “Al final de la producción
había perdido la habilidad de escuchar con claridad”, confesaría años después.
En su
autobiografía, llamada también Born to
Run, Springsteen elogió el trabajo de Landau como productor: “Simplificamos
las pistas básicas para así poder superponer densas capas de sonido sin caer en
el caos sónico. Esto hizo de Born to Run
una obra impregnada de historia rock y a la vez moderna. Hacíamos rock and roll
dramático, denso. Born to Run es su
mejor trabajo de producción en uno de mis más grandes discos”.
Ese
sufrimiento dio lugar a una obra monumental, un disco “estructurado como un
tanque, construido para ser indestructible”, según sus propias palabras. Las
canciones de Born to Run funcionan como capítulos de una epopeya urbana,
con personajes que podrían ser cualquiera de nosotros.
El viaje
arranca con Thunder Road, una apertura cinematográfica, con ese piano
inolvidable, que es mucho más que una canción: es una invitación a escapar. Una
declaración de intenciones con romanticismo desbordante, en la que Mary y el
narrador buscan huir hacia un futuro incierto, pero lleno de promesas.
Le sigue Tenth
Avenue Freeze-Out, celebración festiva de la amistad y de la mística de la
E Street Band. Su energía se percibe en la complicidad que se ve en la icónica
portada fotografiada por Eric Meola. Night refleja el ansia de evasión
que ofrece la noche: ese momento de alivio fugaz tras el día agotador, pura
adrenalina y urgencia. Backstreets es el lado oscuro del disco. Una
historia de lealtad y traición en los callejones, donde la amistad es la única
salvación contra la resignación.
La cara B
comienza con la canción homónima Born to Run, el corazón palpitante del
álbum. Con su riff inicial arrollador y espíritu de locomotora desbocada, se
convirtió en un himno generacional. Springsteen tardó seis meses en terminarla,
obsesionado con cada sílaba, cada matiz. Salió como single mucho antes que el
álbum, y ya entonces se sintió como una llamada urgente a romper con todo.
She’s the
One combina
el deseo y la lujuria, un amor vivido al filo del abismo, donde todo se consume
con intensidad y peligro. Meeting Across the River ofrece un respiro
íntimo y cinematográfico. Una historia de perdedores y pequeños delitos, que se
convierte en una fábula poética gracias a los arreglos delicados y la
interpretación sentida. Jungleland cierra la travesía. Monumental en
todos los sentidos, cuenta con el legendario solo de saxo de Clarence Clemons,
grabado durante 16 horas ininterrumpidas. Una pieza donde se mezclan soledad,
nostalgia y esperanza, cerrando el círculo con una fuerza emocional que pocos
discos han logrado igualar.
El
impacto de Born to Run no se limitó a la música. Con este álbum,
Springsteen se consolidó como la voz de una generación, capaz de articular la
frustración y los sueños de la clase trabajadora. Su autenticidad y compromiso
social lo convirtieron en referente cultural.
El álbum
llegó al puesto número 3 en el Billboard, consolidó la reputación de
Springsteen como el Jefe del rock y su imagen ilustró las tapas de las
prestigiosas revistas Newsweek y Time. En palabras de Clarence Clemons:
“Nos convertimos en una banda haciendo Born to Run. Nos hicimos
hermanos”.
Hoy, 50
años después, Born to Run sigue sonando como un grito de guerra, un
himno a la vida, al amor, a la amistad y a la libertad. Springsteen no solo
construyó un disco: creó un universo. Con cada escucha, nos invita a subir al
coche, pisar el acelerador y escapar. Y en cada verso, nos recuerda que, aunque
el mundo parezca desmoronarse, siempre hay una ruta esperando para ser
recorrida.Final del formulario