lunes, 23 de diciembre de 2024

Reflexiones sobre la escena del blues local


El blues local tuvo dos períodos de auge. El primero fue en los noventa. Estuvo impulsado por el boom de shows internacionales, el retorno de Pappo’s Blues, la consolidación de bandas que la venían peleando desde hacía algún tiempo como Memphis, La Mississippi y Durazno de Gala, y el surgimiento de otras que darían que hablar como Las Blacanblus, King Size, Los Delta Blues, La Petrolera y La Napolitana. En esos años, la movida estaba concentrada en La Boca, con el Blues Special Club y el Samovar como estandartes, pero también se destacaban Betty Blues, Oliverio y El Subsuelo donde escuchar blues en vivo era algo habitual. En las provincias también fueron surgiendo referentes, especialmente en Rosario, Córdoba y Mendoza. Pero todo eso se vino abajo con la crisis de 2001. La reconstrucción fue muy lenta.

El segundo período fue entre 2010 y 2019. Durante ese tiempo vino una segunda oleada de artistas internacionales, aunque con otra impronta. Con presupuestos más ajustados, ya no venían a copar los grandes teatros como lo habían hecho BB King, Albert King, Buddy Guy o Jimmy Rogers, sino que vinieron para tocar respaldados por músicos locales, algo que generó una muy buena interacción. La Escuela de Blues, dirigida por Gabriel Grätzer, Gabriel Cabiaglia y Mauro Diana, fue una usina de grandes talentos y, sumados a los músicos que ya tenían más rodaje, fueron los partenaires ideales para las visitas foráneas.

En CABA aparecieron lugares como Contacto Pub, Tabaco, El Balcón de Blues, Éter Club y Club Premier, mientras que en el Conurbano se posicionaron Mr. Jones (Ramos Mejía), Único Bar (San Isidro), Wolf (Banfield) y, más allá, Dr. Tazo (Escobar) y Rey Lagarto (La Plata). Todos esos boliches tuvieron sus ciclos y jams, que se volvieron los nutrientes ideales de una escena floreciente. Además, en todo ese período hubo un boom de grabaciones de CD’s. Artistas y bandas como Easy Babies, los hermanos Burgues con El Club del Jump, Daniel De Vita, Adrián Jiménez, Nico Smoljan, Matías Cipilliano, Darío Soto y Diego Czainik, e incluso Cristina Aguayo y Daniel Raffo pudieron lanzar sus primeros discos.  

Lo que hasta 2015 funcionó muy bien comenzó a resquebrajarse promediando el gobierno de Mauricio Macri. La crisis económica y la inestabilidad cambiaria repercutieron en las visitas internacionales y también en el bolsillo de productores y oyentes. En ese período comenzó lo que luego se profundizaría: un éxodo de músicos argentinos al exterior. Pero a pesar de los bolsillos flacos la escena sobrevivió a pulmón. Entonces llegó la pandemia y todo se vino abajo por segunda vez.

Ese 2020 será recordado por todos, aquí y en el resto del mundo, como el año del encierro. Los músicos trataron de buscarle la vuelta en redes sociales y durante un tiempo pudieron sacar la cabeza debajo del agua con videos que compartían día y noche, aunque todos sabían que eso no iba a perdurar.

Volver del aislamiento fue muy difícil en todos los aspectos de la vida. El reencuentro de los músicos con su público fue paulatino y complicado. Muchos de los lugares donde antes hubo ciclos o jams habían cerrado y reconstruir la escena se presentó como una tarea titánica. A eso se le sumó el cambio de tendencia en redes sociales: hubo una importante migración de Facebook a Instagram y la primera, que años antes, funcionó como una precisa agenda de shows y eventos, quedó a la deriva y presa de un algoritmo engañoso, mientras que la otra no pudo ocupar su lugar.

Y así llegamos hasta hoy. La escena del blues está completamente fragmentada y sin difusión en los medios de comunicación. En algunas provincias hay músicos, como Fran Molins en Salta, que intentan remar contra la corriente con toda la dificultad que ello implica. De los bares históricos de blues apenas queda Mr. Jones, pero su grilla ya está destinada la mayor parte del tiempo a otros géneros musicales. Pero dentro de ese panorama oscuro y poco optimista aparece Blues en Movimiento, ese colectivo de músicos y entusiastas del blues que nunca bajó los brazos.

El domingo a la noche fue la última jam del año y resultó ser un verdadero suceso. Organizada por Lucas Gavin, Nacho Ladisa y Ale Yaques, convocó a más de 100 personas y en el escenario de El Conventillo Cultural Abasto hubo varias sorpresas. Una fue la de Federico Verteramo, quien está de visita en Buenos Aires, y se subió a tocar dos canciones con sus amigos de siempre: Huguis López, Nicolás Yudchak y Ladisa, que esta vez se encargó del bajo. La otra, la reaparición de Omar Itcovici, una leyenda de la guitarra del blues que interpretó My Time After a While con la misma pasión de siempre. A lo largo de la noche también tocaron Camilo Petralia, Jonathan Heguier, Juju Estrin, Néstor Bouzigues y Mariano Manzione. Además hubo muchos otros músicos, no todos jóvenes, pero sí menos conocidos que los mencionados, que le pusieron mucha onda a la velada. La gran revelación fue Pablo D'Alvano, quien con un estilo agresivo y visceral confirmó lo que decían de él entre las mesas. Él tal vez sea uno de los abanderados del recambio generacional. No es el único, claro está, hay muchos más por ahí.

En medio de un panorama complejo, Blues en Movimiento sigue adelante impulsado por su gente. También aparece la movida de Blues Federal que encabeza Gabriel Solari y las distintas propuestas del conurbano y el interior del país. Tal vez desde ahí se pueda dar el primer paso para la refundación de la escena y que el blues local recupere su lugar. Eso sí, tiene que haber un salto de calidad. Creo que ya no alcanza con solo tocar bien. El valor agregado tiene que salir de la creatividad y la composición para tratar de llegarle a la gente no solo con lo clásico sino también con algo nuevo.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Delmark Records, el sello discográfico que sigue apostando por el sonido tradicional del blues

                                Julia Miller, Jimmy Johnson y Elbio Barilari

En tiempos de éxitos tan efímeros como rutilantes, de reproducciones en YouTube o Spotify, de letras banales y selfies con filtros, en Chicago, la cuna del blues eléctrico, el sello discográfico Delmark sigue apostando al sonido tradicional y la venta de discos. Creada en 1953 por Bob Koester, la compañía ahora es presidida por una mujer y un uruguayo es su director artístico.

Hoy, a más más de 70 años de su fundación, Delmark sigue tan vigente en Chicago como a lo largo y ancho de los Estados Unidos. Entre sus artistas principales se encuentran Willie Buck, Sheryl Youngblood, Bob Stroger, Mike Wheeler, Johnny Iguana y Dave Specter, entre otros. Pero el sello también sigue ampliando su catálogo de jazz con músicos como Ernie Watts, Paquito D'Rivera y Geof Bradfield.

La historia de Delmark comenzó cuando Bob Koester, un oriundo de Wichita, Kansas, se mudó a St. Louis, Missouri, para asistir a la universidad. En esa ciudad, donde la música florecía en cada esquina, Koester se volvió un entusiasta del jazz. En 1952, abrió una disquería junto a un socio, aunque un año más tarde se separaron. Entonces, Koester se instaló con su nuevo proyecto en la esquina de Delmar y Olive, y allí realizó su primera grabación, la del grupo Windy City Six. Tomó el nombre de la calle para su emprendimiento sin saber que luego haría historia en la música.

En esos años iniciales grabó a artistas como  James Crutchfield, J.D. Short y Big Joe Williams, hasta que en 1958 emprendió un nuevo rumbo. Se instaló en Chicago, compró la disquería Seymour’s Jazz Mart, a la que luego renombró como Jazz Record Mart. Así fue como Delmark Records –a la palabra elegida en un comienzo le agregó una k final- encontró su nuevo hogar en el sótano de la tienda de discos. En 1963, Koester trasladó la disquería al 7 West Grand, en el centro de Chicago y durante este período lanzó álbumes de jazz de Donald Byrd, Jimmy Forrest, George Lewis y Bud Powell, entre muchos más.

En las décadas siguientes el sello no pararía de crecer y sus registros de Junior Wells, Luther Allison, Arthur ‘Big Boy’ Crudup, Jimmy Dawkins, Sleepy John Estes, J. B. Hutto, Jimmy Johnson, Magic Sam, Robert Nighthawk y Otis Rush hoy son históricos.

Delmark atravesó la década del noventa con éxito, por el boom del CD, pero más tarde los cambios en los hábitos de consumo de música llevaron a Koester a tener que achicarse y el recorte vino primero por el lado de la disquería. Cerró el mítico local y se mudó, para luego volver a cerrarla y abrir una más pequeña con otro nombre. Koester ya había superado los 80 años y su energía ya no era la misma que antes. Entonces aparecieron en escena Julia Miller y su esposo, el uruguayo Elbio Barilari.

“La idea fue de Julia. Ella es guitarrista, compositora e ingeniera de sonido. Enseñaba Sonido en la Escuela del Art Institute de Chicago y siempre había soñado con tener un sello discográfico y un estudio de grabación. Un domingo de mañana, durante el brunch, me dije: ‘¿Qué tal si compramos Delmark?’. Y yo le contesté: ‘Ta, dale’, sin estar seguro si era posible o no, o si era una broma”, cuenta Barilari a NA.

“Sabíamos que Bob Koester estaba casi retirado, trabajando en su casa de discos, pero no tanto en el sello. Y venían sacando pocos álbumes por año. Fuimos a hablar con él y nos mandó a negociar con su hijo y su esposa, que estaban a cargo del sello y ahí empezó todo. Un año después, el 1° de mayo de 2018, Julia se convirtió en la presidenta y CEO de Delmark y yo en vicepresidente y director artístico”, añade.

- ¿Ya eras un entusiasta del blues antes de adquirir Delmark?

- Al blues lo descubrí cuando tenía unos 12 años y lo empecé a tocar cuando tenía 14. Yo ya estudiaba guitarra clásica y ahí me puse a aprender guitarra eléctrica juntándome con el más brillante violero eléctrico que ha dado el Uruguay, Daniel Bertolone, del famoso trio Días de Blues y antes de Opus Alpha, dos grupos mitológicos del rock rioplatense. Nos matábamos escuchando a BB King y a todos los grandes y zapando hasta altas horas de la madrugada. Después me dediqué más al jazz y a la música clásica, fui al Conservatorio y estudié en Alemania. En los noventa me picó de nuevo el bichito del blues, fundé la banda Planeta Blues, el primer grupo de blues uruguayo en ir de gira a Europa y el primero en editar un CD de blues en Uruguay. En ese momento nunca me imaginé que iba a terminar en Chicago y produciendo los discos de Jimmy Johnson, Willie Buck, Jimmy Burns, etc. ‘Sorpresas te da la vida’, como dice Rubén Blades.

- ¿Cómo llegaste de Uruguay a Chicago?

-Toda la vida, desde 1975, fui músico y periodista. En 1998 me contrataron para dirigir La Raza, un semanario en español en Chicago, que en ese momento era el medio de prensa latino más importante en los Estados Unidos. Apenas llegué también me empecé a vincular musicalmente, claro. Y dentro del blues ya tenía amigos acá, como Magic Slim, John Primer, Dave Specter y Dave Weld. Con los últimos dos habíamos estado en las mismas giras, en España, un par de años antes.

- ¿Por qué tomaron la decisión de mantener al sello como referente ineludible del blues de Chicago y no buscar otros senderos musicales para explorar?

-Había un capital cultural que defender y atesorar, construido por Delmark a partir de 1953. Tanto blues como jazz. Y siempre entendimos que nuestra misión era esa. Dentro del blues y del jazz no estamos para nada cerrados a lo nuevo, pero al mismo tiempo atesoramos ese legado y esas tradiciones. Hemos sacado muchos discos de tipo experimental, incluyendo el álbum de nuestra propia banda, Volcano Radar, con Paquito D’Rivera, nada menos. Pero al mismo tiempo le dimos gran importancia al editar y darle el reconocimiento y el respeto que se debe a los grandes del blues de Chicago. Respeto y reconocimiento en vida. Como con Jimmy Johnson, que se despidió de este mundo hace un par de años con un gran disco que tuve el honor de producir. Y otros artistas, como Bob Stroger, Linsey Alexander, Willie Buck, Jimmy Burns, Billy Boy Arnold y Tail Dragger. Y por otro lado, todo un trabajo con las mujeres del blues, que Julia ha venido haciendo a lo largo de los años: Shirley Johnson, Demetria Taylor, Sharon Lewis, Sheryl Youngblood, Joanna Connor y más. La tradición y la renovación van de la mano. Pero sin saber de dónde se viene, no se sabe para dónde se va, ¿no?

- ¿Consideras que en Estados Unidos hay todavía una red de contención para el blues o son solo pequeñas apuestas individuales que lo mantienen con vida, puntualmente en el plano comercial?

-Por supuesto que hay una red. Hay sellos discográficos, hay asociaciones y fundaciones, hay clubes, hay festivales, hay radios que pasan exclusivamente blues, o blues y jazz y otras músicas con raíces, hay revistas. Y todo eso es muy importante. Trabajamos con toda esa gente, permanentemente. El problema es que también hay un racismo sistémico que busca ocultar o disimular las raíces afro-estadounidenses del blues. El blues es una música folklórica, afro-estadounidense, sea el folklore rural del Delta, o el folklore urbano del blues de Chicago. Y hay gente que consciente o inconscientemente quiere blanquear el blues, sacarle el carácter histórico, social y cultural negro que está en su raíz. Y esto no quiere decir que yo piense que los blancos u otra gente no puedan tocar blues: claro que pueden. Pero primero lo tienen que entender y respetar su historia. Si no, son meros turistas del blues. Y de esos, hay muchos. El hecho de ser un latino, o hispanic, como  nos dicen en este país, o miembro de una minoría, me facilita el entendimiento y la relación con los músicos de otra minoría. Te da otra perspectiva. Entendés de otra manera los problemas que ellos confrontan. Y ellos también me ven de otra manera.

- En los últimos años hubo una revalorización del vinilo, y ahora parece que también hay un repunte en las ventas de los CD, ¿esto es así?

-Muy simple. Ya hace varios años que vendemos más vinilo que CD’s. Y hemos hecho varias cosas. Hemos digitalizado todo el catálogo de Delmark. Doce mil canciones que ahora están disponibles en todas las plataformas digitales, a un click de distancia, para descargar o para hacer stream. Todo un tesoro musical que se hizo accesible para el mundo. Y hemos reeditado en LP y en CD todos esos tesoros de Delmark. Los discos de Magic Sam, Junior Wells, por ejemplo. Y reeditamos en CD toda una gran parte del catálogo. Y es cierto que también ha habido un repunte en la venta de CD’s.

- ¿Cuál crees que será el futuro del blues una vez que los bluesmen más viejos ya no estén?

- Va depender de lo que hagan los músicos negros jóvenes con ese legado, con esa herencia, ellos son los dueños del blues. Mantener la tradición y operar la renovación va a depender de ellos. Los otros, lo único que hacen es repetir o imitar lo que han aprendido de los grandes maestros negros. Y es entendible, por supuesto. Hay muchas cosas interesantes en el nuevo blues. Y hay músicos de las nuevas generaciones que se interesan por la tradición, incluyendo el blues acústico. Acá los vemos todos los días. No son los que reciben más publicidad, porque no hacen blues-rock y no son blancos. Pero ahí están y nosotros estamos para ayudar en lo que podamos. Por ejemplo, Carlise y Greg Guy, los hijos de Buddy Guy, son ambos artistas de Delmark y estamos preparando sus primeros álbumes para nuestro sello. Otro caso es el de Jamiah Rogers, un joven talento, más en la onda Hendrix. Hay espacio para todo. Finalmente, a veces recibo mensajes diciendo ‘gracias por mantener el blues con vida’, pero nosotros ayudamos, facilitamos, los que mantienen el blues con vida son los músicos.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Encuentro, la legendaria grabación del Mono Villegas con dos músicos de Duke Ellington

En septiembre de 1968, el legendario Duke Ellington visitó la Argentina junto a su orquesta para una serie de conciertos en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y La Plata, en el marco de su gira sudamericana que también incluyó presentaciones en Brasil, Uruguay y Chile. Su estadía en Buenos Aires fue la más extensa porque, además de los shows en el Teatro Gran Rex, hubo una recepción en la Embajada de Estados Unidos. Pero también hubo algo más que quedó inmortalizado en audio: dos de sus músicos, Paul Gonsalves y Willie Cook grabaron junto al trío del pianista argentino Enrique “Mono” Villegas. Ahora esa mítica grabación, titulada Encuentro, fue reeditada en CD.

Según pudo reconstruir el periodista Claudio Parisi en su libro Grandes del jazz internacional en la Argentina (1956-1979), “durante la estadía de la orquesta de Ellington en Buenos Aires se dio una relación muy especial entre sus músicos, los colegas locales y gente vinculada a la música. En determinado momento, sin pensarlo demasiado y en medio de una charla entre el saxofonista de la orquesta, Paul Gonsalves, y el empresario argentino Alfredo Radoszynski, dueño del sello Trova, barajaron la posibilidad de hacer una grabación junto a músicos locales. Había algunos problemas esenciales: no había mucho tiempo (la charla se desarrolló el día anterior a la partida de los músicos, de modo que solo quedaría libre la noche del domingo 15), había que consultar al Jefe (Duke Ellington) y no tenían estudio”.

“Se le ofreció el privilegio al trío de Enrique Villegas, que estaba integrado por él mismo en piano, Alfredo Remus en contrabajo y Eduardo Casalla en batería. En tiempo récord se le solicitó autorización a Ellington, se consiguieron los Estudios ION, los técnicos para la grabación y una tanda de amigos para que participaran como público”, detalla el autor del libro.

Villegas ya conocía a Gonsalves de su estadía en los Estados Unidos y eso fue un esencial para que el proyecto también se pudiera llevar a cabo. Cuando todo estaba encaminado, el saxofonista estadounidense propuso sumar a la sesión a otro miembro de la orquesta, el trompetista Willie Cook. El motivo, de acuerdo con las fuentes citadas en Grandes del jazz…, fue que estaba sin dinero y le vendría bien una paga, algo que no resultó un inconveniente para el empresario. El quinteto estaba listo para grabar.

Los músicos estadounidenses llegaron muy cansados a la noche de la grabación y el clima del estudio era sofocante, a tal punto que en un momento, según distintos testigos, Villegas se sacó la camisa y los pantalones para tocar. El repertorio de la histórica sesión incluyó el clásico de Ellington Perdido; St. Louis Blues, de W.C. Handy; Blues for BA, compuesto por Gonsalves en honor a Buenos Aires; y los standards I Cover The Waterfront, Just Friends y I Can’t Get Started; más el medley Gone With The Wind/Tenderly/Ramona.

Las notas del CD incluyen el texto escrito por Stanley Dance, autor del libro The World of Dule Ellington y columnista de la revista Jazz Journal, para el álbum original. Dance asistió a aquella grabación y la recordó de la siguiente manera: “Cuando Alfredo Radoszynski le sugirió que grabara para Trova con Enrique Villegas, PaulEn se entusiasmó con la idea. Esta era su oportunidad de retribuir en algo toda la amistad que le había brindado, y el primer tema que sugirió para la grabación fue Just Friends, un título de especial significación para esta ocasión. Otro tanto podemos decir de su blues de 24 compases, compuesto especialmente para este disco Blues for BA, que expresa el pesar de todos los músicos de la orquesta por abandonar Buenos Aires”.

La reedición de Encuentro, a cargo de RP Music -incluye tres bonus tracks grabados en 1972 en una reunión entre amigos en la que el Mono interpreta Lullaby of The Leaves, Blues en Do y Nobody Knows The Trouble I’ve Seen, es una buena excusa para volver a escuchar a uno de los grandes músicos argentinos de jazz en su prime, junto a dos leyendas del género.

viernes, 29 de noviembre de 2024

Lenny Kravitz, el rito sagrado

Fotos @irishsuarez

A Lenny Kravitz lo rodea un aura especial, que parece intensificarse con el paso del tiempo. El músico nacido hace 60 años en Nueva York reboza energía y lo da todo arriba del escenario. Durante casi dos horas despliega su carisma, esparce su mensaje de amor y descarga rock & roll con intensidad. Su sonido setentoso, ese que lo hizo conocido a fines de los ochenta y lo volvió una estrella en los noventa, supo adaptarse a estos tiempos de éxitos fugaces y superficiales.

El show en el Movistar Arena, el segundo de su nuevo paso por Buenos Aires, comienza a las 21:20. Los acordes de Are You Gonna Go My Way explotan con el juego de luces y Lenny Kravitz aparece repentinamente en el centro de la tarima. Lleva una chaqueta de cuero turquesa, una especie de camisola con motivos debajo, jeans Oxford y botas texanas animal print. Sus dreadlocks serpetean por el aire y sus ojos están ocultos bajo unos enormes anteojos negros. En sus manos tiene su ya clásica Gibson Flying V negra modelo 67, toda una declaración rockera.

El público delira ante el juego de seducción permanente que plantea Lenny Kravitz. Empalma Minister of Rock 'n Roll y Bring It On, antes de lanzarse sobre TK421, la canción inspirada en Star Wars de su último disco Blue Electric Light, ese que vino a presentar. Balbucea sus primeras palabras en español que se pierden entre el griterío de la gente. En el medio del tema toma un bajo para un solo lunar mientras lo acompaña el saxo de Harold Todd. Rockea otra vez con I’m a Believer (¡lo siente en sus huesos!) y al final se esfuerza por hablar en castellano. Como si fuera un pastor frente a su congregación dice: “Buenos Aires estoy tan feliz de estar acá con ustedes. Es una bendición. Otro día de vida, otro día para amar, otro día para aprender. Esta es nuestra casa esta noche y todos somos uno. Entonces empecemos agradeciendo a Dios”.

Sigue con I Belong To You y cuando termina asume el protagonismo su guitarrista Craig Ross, que lo acompaña desde hace décadas. Con la acústica comienza a tocar Stillness of Heart, pero Lenny casi no la canta, sino que deja que el público la lleve adelante. Es un gesto que, como bien dijo antes, hace que todos sean uno. Otro de sus grandes hits, Believe, resuena con fuerza entre la multitud que ya está completamente subyugada ante el magnetismo del cantante.


En Lenny Kravitz conviven Jimi Hendrix, Prince, Sly Stone, James Brown, Curtis Mayfield y Bootsy Collins. Su música es un tributo a sus raíces y sus influencias. Hay algo del pasado musical que se filtra en todo momento, como un mensaje subliminal que nos transporta al más allá para evadir el sonido hueco actual, adicto al auto tune. El glamour también brota sin parar, es parte de la esencia de su puesta en escena. Vuelve sobre su nuevo álbum con Paralysed, salta a Low, de Raise Vibration, y luego a The Chamber. Ese tramo de temas menos populares es la antesala a lo que se viene: un bombardeo de clásicos. 

Presenta a sus músicos y la descomunal Jas Kayser, su baterista, se lleva una gran ovación. Algo similar pasa con Craig Ross, una pieza esencial del funcionamiento de la banda que se completa con dos coristas, tecladista, una sección de vientos y el bajista Hoonch 'The Wolf' Choi. Entonces, sí… el riff asesino de Always on the Run abre la puerta a sus más grandes éxitos, que conecta en este orden: It Ain't Over 'Til It's Over, Again, American Woman (la gran composición del grupo The Guess Who) y Fly Away.

Ahora se dirige al público, pero esta vez en inglés. “Elegimos vivir en la oscuridad o en la luz. Nosotros vinimos a transmitir amor y llenar con esa la atmósfera. Vivimos en un mundo tan complicado que debemos controlar nuestra conducta”, predica cuando el final del show ya es inevitable. Elige Human, una más de su último trabajo, tal vez el momento más pop de la noche, para cerrar. Los músicos se despiden y unos minutos vuelven a escena para el bis con Let Love Rule, que se transformará en una extensa zapada de la banda mientras Lenny Kravitz se baja del escenario para entremezclarse con el público en una especie de rito sagrado. 

Las más de 14 mil personas que colman el Movistar Arena vibran con un Lenny Kravitz que parece completamente en trance. Así, como ya lo hizo en Boca en 2005, en el Personal Fest en 2011 y en el Lollapalooza 2019, vuelve a conquistar al público porteño que ya le garantizó fidelidad eterna.

domingo, 17 de noviembre de 2024

El Rey se fue, pero no ha sido olvidado


Es un libro y es mucho más que un libro a la vez. Es la síntesis de dos vidas cruzadas por el lente de una cámara: la del artista, por un lado, y la del fotógrafo, por el otro. The King is Gone contiene decenas de fotos de BB King, en su mayoría inéditas, que fueron tomadas por Jota Moreno Martínez durante las visitas que el Rey del Blues hizo a la Argentina entre 1992 y 2010. Las fotos están acompañadas por una biografía del músico y una selección de sus frases más célebres, que fueron recopiladas por Ailín Moreno Martínez, la hija del autor. 

El libro, cuyos textos están en español e inglés, tiene una edición de lujo: tapa dura, encuadernado tejido y papel ilustración, con dos portadas diferentes, que quedan a elección del comprador, y viene con una fotografía para enmarcar firmada con sello de autenticidad.

El próximo miércoles 27 de noviembre, Jota Moreno Martínez lo presentará en Thelonius Club (Nicaragua 5549, Palermo) en lo que promete ser una velada a puro blues, porque además de recorrer las páginas del libro y las historias detrás de las fotos, habrá música en vivo de la mano del gran guitarrista Juanma Torres.

En un reciente posteo en Instagram, el autor explicó cómo fue el proceso de armado y edición del libro: “Primero realicé la selección de fotografías y elegí dos para crear dos opciones de tapa. Luego, pasé al diseño y al armado del libro, compaginando las fotografías con los textos biográficos que se incluyen allí. Por último, pasamos a la imprenta en donde todo lo digital se vuelve real y así nació el libro físico”. Pero detrás de esa explicación técnica hay una larga historia de amor al personaje y su música.


Un LP de blues le cambió la vida 


Jota Moreno Martínez llegó al blues como lo hicieron la mayoría de sus contemporáneos. En el ocaso de los sesenta, como buen adolescente inquieto, solía viajar desde Banfield, donde vivía, hacia el centro porteño, atraído por las luces de neón y el movimiento. No tenía más de 14 años cuando en una galería ubicada sobre la calle Esmeralda, entre Tucumán y Lavalle, se topó con una disquería que vendía y canjeaba discos. Allí, atraído por la portada, se compró un LP de blues del que ahora no recuerda el nombre. Fue la llave que abrió la puerta a un universo hasta ese momento desconocido para él. Ese disco no era de blues estadounidense, sino que contenía canciones de los maestros del blues inglés como Alexis Korner y John Mayal, entre otros. 

La curiosidad lo llevó a explorar más sobre el género y al tiempo descubrió a Muddy Waters, Howlin’ Wolf y BB King. A través de revistas de la época y un LP que estaba en malas condiciones, Jota Moreno Martínez comenzó a meterse en el mundo del guitarrista oriundo de Indianola, Mississippi, que iba mucho más allá de la música. “Su historia de resiliencia me convenció y me conmovió. Éste hombre que había nacido en una plantación de algodón y vivía en una cabaña con los padres, un día salió de la casa cuando apenas tenía seis años y se encontró con cuatro o cinco personas de color colgadas… me imaginé lo que habrá sido para ese niño haber visto esa imagen dantesca”, contó a NA el autor. 

El libro comenzó a gestarse hace tres décadas, aunque él todavía no lo sabía. Fue el día que tuvo a su ídolo a pocos metros, escenario de por medio. Eso ocurrió en la tercera visita de BB King a la Argentina, cuando se presentó en Obras en 1992. Jota Moreno Martínez tomó allí sus primeras fotos de artista, algunas de las que ilustran las páginas del libro. Años después, en otra de las giras que hizo BB a la Argentina, en 1998, pudo conocerlo personalmente en el Gran Rex. 

“Yo siempre fui bastante arrojado, atrevido, y me mandé para el lado de los camarines. Nadie me detuvo porque pasé con decisión y además tenía una acreditación de prensa. Golpeé suavemente y abrí la puerta. Entonces me encuentro con BB King que estaba sentado, todo transpirado, a un metro mío. Yo me puse muy nervioso y no me salía ni una palabra en inglés. Me saqué la mochila donde tenía mi equipo de fotografía y le acerqué unas fotos que le había sacado en la presentación anterior. Le pedí si me las podía autografiar y él me dijo que sí. Las empezó a ver y me felicitó. Me dijo ‘wonderful work’ y me hizo el gesto de aprobación con el pulgar hacia arriba”, relató Moreno Martínez. 

“Saqué una lapicera Vic, de esas azules con capuchón blanco que era la que llevaba conmigo. Y se la di para que me firmara las fotos. Lo hizo y cuando terminó me pidió si le podía regalar la Vic. Eso me generó una especie de ternura y, por supuesto, se la di. Él se la guardó adentro del bolsillo del saco y se tocó el corazón como si yo le hubiera regalado una lapicera de oro. Eso, de alguna manera, también me indicó la clase de persona que era, súper humilde, sencilla y recontra agradecida”, concluyó.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Money Man, el joven músico que sorprende con el blues rural en el sur de Brasil

En el sur de Brasil, a miles de kilómetros de los campos de algodón del Mississippi, un joven de 27 años rompió el molde de la música imperante con un álbum acústico e intimista, en el que recrea versiones de los grandes maestros del blues como Robert Johnson, Muddy Waters y Big Joe Williams con una técnica exquisita y un feeling muy auténtico. En Porto Alegre y alrededores lo conocen como Money Man, un nombre artístico que adoptó tras un malentendido durante un show con el que dio un paso fundamental en su carrera.

La historia de Enzo Viero Baddo podría ser la de cualquier músico joven de veintipico queriendo lucirse con la guitarra con un sonido contemporáneo o abusando del autotune para viralizarse en las redes, pero él eligió recorrer el camino más largo y sinuoso, que muy pocas veces lleva al éxito comercial, pero que tiene el valioso objetivo de preservar la tradición de una música que nació hace más de un siglo en el sur de los Estados Unidos y que con los años se expandió por el mundo.

En su disco Alone With The Blues, Money Man interpreta con gran prestancia temas del cancionero de Robert Johnson como Kindhearted Woman Blues, Sweet Home Chicago y Ramblin’ On My Mind, así como otros standards del blues, en su mayoría de preguerra, como Country Blues, Good Morning Little Schoolgirl, Police Dog Blues, Make Me a Pallet on You Floor, Poor Black Mattie y Rag Mama Rag. Si algún desprevenido se pone a escucharlo sin saber quién es el intérprete lo que menos pensara que se trata de un joven brasileño de 27 años.

 

- ¿Cómo llegaste al blues?

 Mi familia siempre ha tenido una rica cultura musical y esto fue fundamental para mí para descubrir el blues. Tanto mi padre como mi madre escuchaban blues de vez en cuando. A mi madre le gustaba mucho poner un CD de Taj Mahal en el coche. A mi padre siempre le gustó mucho Eric Clapton y me hablaba del álbum que hizo interpretando canciones de Robert Johnson. Un día me regaló un disco de Muddy Waters, que tenía en su colección de CDs, que contenía sus primeras grabaciones en Chicago y quedé muy cautivado por la voz y la guitarra de Muddy y el piano de Sunnyland Slim. En ese momento ya sabía que algún día iba a tocar blues aunque primero comencé interpretando canciones de rock de grupos y solistas como Cream, Clapton, Jimi Hendrix, JJ Cale, Rolling Stones y Creedence, todos ellos muy influenciados por el blues.

- ¿Qué fue lo que te cautivó del blues?

Mis problemas emocionales derivados de cuestiones personales que ocurrieron en mi infancia y la consiguiente dificultad para adaptarme al entorno universitario en la primera etapa de mi vida fueron el punto de inflexión de mi gusto por la música, que tenía más que ver con lo que quería expresar. Antes de empezar a tocar la guitarra, tomé lecciones de percusión durante unos años con el maestro Fernando do Ó, un gran percusionista del sur de Brasil. Después siempre fui autodidacta con la guitarra y más tarde con el blues específicamente, al que me volqué de lleno cuando fui a la universidad entre 2015 y 2016. Siempre me ha gustado la música sin muchos efectos, en la que el artista tiene que tener interpretación, de una manera más orgánica y no tan digital. Así comencé una búsqueda de personas vinculadas al blues. Así fue como conocí a Adrián Flores (productor y baterista argentino radicado en Brasil). Él me abrió las puertas a otras personas vinculadas con el blues y también a discos, libros y referencias.


- Hubo otro músico argentino que te influenció…

Sí, Carlos Bada fue una gran inspiración y fuente de aprendizaje gracias a los videos que sube a YouTube, que son de las mayores enciclopedias visuales para entender cómo tocar country blues con la guitarra.

- ¿Esa fue la razón por la qué te especializaste en el blues rural?

Me especializo principalmente en el blues acústico, no necesariamente de antes de la Primera Guerra Mundial, aunque la mayor parte de la música que toco se grabó originalmente en la década del treinta. Y esta elección fue hecha por mi deseo de poder trabajar en esto solo, sin necesidad de una banda, ya que me resultaba costoso y difícil armar algo con otros músicos. Quería tocar en bares y festivales, quería poder hacer algo nuevo, diferente a lo que hacía la mayoría. Trabajar solo en mi mente representaba la idea más fácil de no tener que gastar en ensayos y costosos amplificadores y guitarras (que todavía estoy tratando de adquirir poco a poco), de poder realizar interpretaciones de una manera que sólo dependiera de mí. Entender la profundidad que ha tenido el blues me hizo querer entender su parte más basal y visceral, que encontré en esos artistas, pero también en las versiones de Chicago y otros estilos más urbanos del blues. Me gusta la música cruda en general. De todas maneras, también toqué en dúo con el bajista Filipe Siak, en el circuito de bares de Porto Alegre.    


- ¿Seguís en modo autodidacta o ahora estas estudiando?

Estoy estudiando por primera vez con el gran músico, guitarrista y profesor Nicola Spolidoro, quien toca en la banda Blues Combo de Ale Ravanello, una de las mejores bandas de blues de Brasil.

- Me imagino que un joven de Porto Alegre tocando blues rural debe ser una rareza, especialmente entre los jóvenes, ¿no?

En la ceremonia de egresados del instituto, en 2014, pedí que mi canción de fondo fuera Catfish Blues, en la versión de Jimi Hendrix. Recuerdo que había cierta extrañeza en general por parte de mis compañeros, pero en general a mis amigos más cercanos les gustaba.

- La escena del blues en Brasil está bien consolidada con festivales en varias ciudades y músicos de renombre internacional como Igor Prado, Nuno Mindelis, Solon Fishbone, pero todos ellos dedicados a diferentes estilos eléctricos. ¿Cómo fue recibida tu propuesta acústica en este contexto?

Todos los músicos y amantes del blues siempre han sido muy receptivos conmigo y con mi trabajo. Pero lo cierto es que nuestros festivales tienen mucho que evolucionar en cuanto a espacio para el blues acústico. Así y todo en los lugares que toqué mi trabajo fue muy bien recibido. Realmente el mayor problema es poder perforar las duras cáscaras de los núcleos que naturalmente se cierran en el entorno musical, ya que en realidad es un mercado pequeño y difícil, que naturalmente parece formar este tipo de barreras para el crecimiento de nuevos músicos con nuevas propuestas. De hecho, ahora estoy empezando a trabajar con una banda, Money Man & The Cash Makers, en la que tocamos principalmente Chicago blues.

- ¿Por qué elegiste el nombre artístico de Money Man?

La verdad es que fue una situación curiosa. Fue una broma que Freddie Dixon (uno de los hijos del legendario Willie Dixon) durante una gira que hizo por Brasil. Lo fui a ver al Recorder Pub a finales de 2022. Tocaba con músicos locales, entre ellos Adrián Flores. Cuando entré al bar con mi novia Victoria, Adrián me saludó con su habitual broma ‘¡qué onda monigote!’ a lo que Freddie entendió ‘Money Man’, el hombre del dinero. Yo me entré a reír porque le dije que justo si algo no tenía era dinero. Más tarde, durante el receso del show, yo estaba sin consumir nada y Freddie me lanzó: ‘¿No vas a comprar nada para ti y tu novia Money Man? ¡Tienes el dinero y lo estás escondiendo! ¡No hay manera de tener una novia hermosa sin tener dinero!’”.

- ¿Quiénes son los músicos que más te influenciaron?

Robert Johnson, Big Bill Broonzy, Muddy Waters y RL Burnside, aunque la lista es mucho más larga. Además hay muchos músicos contemporáneos, brasileños, latinoamericanos y estadounidenses, con los que hablo o sigo su trabajo y que me inspiran también. La verdad es que me gusta mucho lo que hacen los argentinos con el blues, con tanto respeto y estudio.

- Es decir, que la elección de los temas de tu disco podría considerarse un homenaje a los músicos que más te inspiraron.

Sí, mi intención era tener una ventana al country blues que mostrara los diversos estilos y posibilidades que se pueden encontrar en esta música, que es mucho más rico de lo que la gente imagina, con muchas más sutilezas, especias, detalles e influencias locales. Estudiar la historia del blues es en gran medida estudiar las raíces de la música occidental moderna y también los males sociales, la desigualdad, el racismo, todo más específicamente en el contexto de la sociedad norteamericana, pero sin olvidar las características globales que presenta el blues, que es además de un estilo musical, una cultura que se volvió global porque habla de los problemas, placeres y disgustos cotidianos, de la vida humana tal como es. El blues es la verdad, como dijo el gran Willie Dixon.

lunes, 4 de noviembre de 2024

El consejo que Quincy Jones le dio a un músico argentino en su visita a Buenos Aires


Quincy Jones estuvo en la Argentina en 1956. Tenía apenas 23 años y era uno de los trompetistas de la orquesta de Dizzy Gillespie. Durante esos días memorables de la gira, retratados magistralmente por Claudio Parisi en su libro Grandes del jazz internacional en Argentina (Gourmet Musical / 2019), el maestro dejó un consejo que caló hondo en los músicos locales. 

Las actuaciones de Gillespie en el Teatro Casino, con dos funciones diarias, se extendieron por una semana, pero lo más interesante de todo era lo que sucedía después, durante la madrugada, cuando Gillespie y sus músicos iban al Rendez Vous, una boite muy bacana ubicada en Maipú al 800, y compartían zapadas con músicos locales de la talla de Osvaldo Fresedo, Chivo Borraro, Horacio Malvicini y Pichi Mazzei, entre otros.

Jorge López Ruiz, uno de los entrevistados por el autor del libro, recordó la vez que conoció a Quincy Jones. “Quincy no venía mucho a tocar porque nunca fue un gran trompetista ni un gran improvisador. Tocaba bien pero nada más. No le interesaba eso, a él le gustaba dirigir. Es más, había ingresado a la orquesta de Gillespie fundamentalmente porque hacía arreglos. Lo importante era como escribía”. 

“Ahí fue que nos relacionamos en el boliche. La primera partitura de orquesta que tuve en mis manos en mi vida me la dio Quincy. Era de él. Y todavía la conservo. Me acuerdo de una de las cosas que Quincy nos decía y que siempre me sirvió para escribir y para dirigir: ‘Cuando uno cree que está tocando a tiempo, todavía está apurado, no hay que llevarse la música por delante, hay que dejarla fluir’. Ese es un concepto muy grosso. Diría que de los más importantes de la música”, reveló López Ruiz.

viernes, 25 de octubre de 2024

Las rutas del jazz, un viaje por el fascinante mundo de la improvisación y el ritmo


El jazz es un género musical que se originó en el sur de los Estados Unidos a principios del siglo XX, especialmente en Nueva Orleans. Se caracteriza por su improvisación, ritmos complejos, y una fusión de influencias africanas, europeas y de música popular. El jazz incorpora elementos como el swing, el blues y el uso de instrumentos como el saxofón, la trompeta, el piano y el contrabajo. A lo largo de los años, ha evolucionado en varios estilos, como el bebop, cool, West Coast, jazz fusión, free, smooth jazz, manteniendo siempre su esencia de innovación y expresión personal. Esa rica historia, plagada de grandes nombres, y toda su diversidad ahora quedó plasmada en un el libro Las rutas del jazz, del docente y músico Marcelo Luis Bettoni. 

En sus 550 páginas, la obra aborda al inconmensurable mundo del jazz por todos sus flancos. Analiza su ADN, desde las work songs, los field hollers y los spirituals, hasta el blues, el ragtime y la canción popular norteamericana, pasando también por la influencia africana y europea. Además, a modo de introducción, el libro ofrece un capítulo dedicado a la evolución de la música, desde la Edad Media, que atraviesa los períodos del Renacimiento, el Barroco, el Clasicismo, el Romanticismo y la Vanguardia. 

Con una prosa clara y ágil, el autor también analiza el contexto histórico en los Estados Unidos, la esclavitud, la migración, la segregación racial y la lucha por los derechos civiles, y como determinados acontecimientos históricos marcaron a fuego a una sociedad que, en paralelo, desarrolló una cultura y una música que se expandieron por todo el mundo.

Bettoni desmenuza todos los estilos del jazz, sus formatos, instrumentos predominantes, músicos más representativos y los discos que hicieron época. Así se suceden nombres como los de Louis Armstrong, Count Basie, Charlie Parker, Duke Ellington, Lester Young, Dizzy Gillespie, Miles Davis, John Coltrane, Thelonius Monk, Wes Montgomery, Bill Evans y muchísimos más. Cada estilo tiene un código QR que nos lleva a playlists específicas de Spotify creadas por el autor para acompañar la lectura.

Por su condición de músico, formado en la Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) y con workshops realizados en el Berklee College of Music y Los Angeles Music Academy, así como también en el Lincoln Center´s Academy, Bettoni dedica una buena cantidad de páginas a los elementos técnicos del jazz, desde su armonía, melodía e improvisación hasta el ritmo, los arreglos y la composición. 

“La idea de escribr Las rutas del jazz surgió porque tengo una nutrida colección de más de 200 libros de jazz, blues y música en general, y un día me plantee la posibilidad de unificar todo ese contenido, más lo que yo enseñaba, en un solo libro. Demoré casi ocho años en escribirlo siempre con la idea de que fuera un trabajo que les sirviera los que llevan mucho tiempo escuchando jazz, a los que recién empiezan a hacerlo, a los que están estudiando y a los que están dando clases”, contó Bettoni a Noticias Argentinas. 

“Esta música, a pesar de todos los avances tecnológicos, es improbable que se sustituya la experiencia de escucharla en vivo, donde se gesta la conexión entre los músicos y la audiencia, que forma parte de la tradición. El libro un poco rescata eso, que la gente pueda tomar contacto con esta música, con la cultura, de la experiencia de compartir, de intercatuar. El aporte del libro es eso: descubrir sus orígenes y valorar esta cuestión democrática que tiene el jazz a la hora de tocarse en vivo”, añadió el autor. 

El libro, que fue editado de manera independiente, es una pieza fundamental para los amantes del jazz, tanto músicos como oyentes y entusiastas. Tal como escribió Claudio Parisi en el prólogo: “El autor espera que este viaje musical resuene en los corazones de los lectores, recordándoles la belleza de la improvisación, la importancia de la mutua colaboración y la magia de la creatividad sin límites. ¡Bienvenidos a un viaje musical sin igual!”.

sábado, 21 de septiembre de 2024

Eric Clapton, el último inmortal

Foto @RobertGayol 

Eric Clapton volvió una noche y lo hizo con todo. El show que dio en el estadio de Vélez quedará grabado por siempre en la memoria de los fieles que peregrinaron hasta Liniers para estar cerca de Dios. Desde los primeros acordes introductorios de Sunshine of Your Love hasta el abrazo final con todos sus músicos, Clapton hizo emocionar al público con ese tono único, una voz a la que el tiempo le dio lo que le faltaba, y ese carisma que lo caracterizó durante toda su carrera.

A diferencia de su último show en 2011, que fue correcto, pero sonó como en piloto automático, esta última presentación sobresalió por su naturalidad y una conexión absoluta entre el guitarrista y su banda. Tal vez fue así porque estuvieron ensayando durante toda la semana en el Teatro Coliseo, en un clima relajado e íntimo sin que nadie lo supiera, y muy posiblemente también porque fue el primero de los shows de la gira. A todos se los notó muy frescos y en Clapton no se percibió ningún síntoma de la neuropatía periférica que lo afecta desde hace tiempo.

Cuando todavía era de día, y ante muy poca gente, David Lebón se dio el gusto de abrir para Clapton. Lo hizo con media docena de canciones entre las que se destacaron Cuánto tiempo más llevará y Mundo agradable. El exguitarrista de Serú Girán y Pescado Rabioso se llevó un gran aplauso que más tarde se replicó cuando fue a sentarse en la platea para ver a su ídolo. Como acto intermedio apareció Gary Clark Jr. que tocó durante una hora y, como diría Pappo, ablandó demasiado la milanesa. Más allá de la gran versión de Bright Lights, con ese riff abrasivo, dio la sensación de que el exaspirante al trono hendrixiano terminó de mutar al neo soul y el R&B, con un sonido que lo acercó más a Marvin Gaye y D’Angelo.

A las 21, con puntualidad británica, se apagaron las luces y Clapton apareció en escena vestido con gorra de béisbol, pañuelo al cuello, una especie de poncho con cierre y capucha, jean y náuticos marrones, sosteniendo entre sus manos una Strato negra. Sonny Emory comenzó a aporrear la batería, Nathan East y Doyle Bramhall II se sumaron con el bajo y la guitarra, y ahí entró en acción Clapton con ese viejo tema de Cream, aunque lejos de la psicodelia que lo hizo popular. Con un sonido limpio y claro, y un volumen muy controlado, anticipó lo que sería el resto del show.

Tras esa introducción, Clapton fue hacia el terreno en el que más cómodo se siente, el del blues. Interpretó Key To The Highway con la misma pasión que lo hace desde hace décadas. Cuando terminó saludó al público con un “good evening, hello”, que serían de las pocas palabras que diría en toda la noche. Siguió con otro blues clásico, Hoochie Coochie Man, en honor a Willie Dixon y Muddy Waters, una exquisita versión con unos coros góspel a cargo de Katie Kissoon y Sharon White, y el piano barrelhouse de Chris Stainton. El show escaló con Badge, con largos solos voladores, interrumpidos por una bruta distorsión y una vuelta suave a la melodía. Así terminó la primera parte eléctrica

Le acercaron una silla y una guitarra acústica, y durante cuatro o cinco minutos Clapton logró que todo un estadio quede subyugado ante el embrujo de Robert Johnson con una sentida versión de Kind Hearted Woman Blues. Apenas un hombre y su guitarra para dominar al mundo. El resto de la banda se sumó para Running on Faith, esa hermosa y conmovedora balada del disco Journeyman, aquí con la magia de Doyle Brahmall II con el slide. Luego presentó un nuevo tema, The Call, siguió con Change The World y así dio paso a uno de los momentos más intensos de la noche, su interpretación de Nobody Knows You When You're Down and Out, con un punteo a dedo limpio que resumió porque alguna vez lo igualaron con Dios.

Clapton se sintió muy cómodo en modo unplugged, muy conectado con el público, sobre todo cuando encaró la bella Lonely Stranger y luego Believe in Life, que primero registró en el álbum Reptile y años más tarde se la dedicó a “la dama del balcón”, como llamó al disco grabado durante la cuarentena. Cerró este tramo del show con una luminosa versión de Tears in Heaven.

Clapton volvió a enchufar la Strato y rescató del arcón de los recuerdos Behind The Mask, un hit ochentoso de August. Entonces llegó Old Love y el show alcanzó la plenitud, el éxtasis total y el climax hizo cumbre en la cima del Everest. Lanzó un par de solos infernales -porque del Cielo al Infierno hay un solo paso- y para la épica final se sumó Tim Carmon con el hammond y los teclados para terminar de hechizar a un público que ya estaba completamente en trance. Volvió al blues con Crossroads y Little Queen of Spades, otras dos canciones con la rúbrica de Robert Johnson, en las que Clapton le dio mucho mucho espcio a sus músicos para que se expresaran.

El inevitable final ya estaba en marcha. Nathan East comenzó golpear suavemente las cuerdas del bajo, se sumó Emory para marcar el ritmo y en la intro Clapton intercaló un extracto de No llores por mí Argentina antes de lanzar los inconfundibles acordes de Cocaine, esa sucia cocaine. Promediando el tema, Staiton desde el piano hizo un puente con La cumparsita, para redondear una versión descomunal.

Y fue así como terminó, bien arriba, en comunión con la gente que fue hasta Vélez para reencontrarse con la leyenda. Pero quedaba algo más, el tan necesario bis, para el que eligió otro blues que toca desde siempre, Before You Accuse Me, ahora con Glary Clark Jr. como invitado sobre el escenario. Con una guitarra con la bandera palestina, Clapton mandó un mensaje que a muchos les resulta incómodo, pero para los que preservan la vida y desean la paz resulta muy trascendental. A los 79 años, como Highlander, Clapton mostró que es inmortal y que con un fraseo de su voz o su guitarra puede cambiar el mundo.

domingo, 15 de septiembre de 2024

Ratones Paranoicos en cuatro actos: la gran ceremonia del rock & roll

Fotos: NA/Mariano Sánchez

Ha sido un largo viaje plagado de excesos, éxitos, polémicas y rock and roll. Cuatro décadas después, Ratones Paranoicos, los mismos cuatro que comenzaron en Villa Devoto con la vuelta de la democracia, se despidieron a lo grande con un show inolvidable en Vélez, aunque quedó flotando en el ambiente la sensación de que ese adiós fue más bien un hasta luego.

Uno 

El show comenzó con una hora de demora. Las bandas teloneras –Atraco y Lion Machine- cumplieron con el horario pautado, pero el plato fuerte de la noche se demoró más de lo esperado. El embudo que se formó en el ingreso al campo provocó una cola sobre Juan B. Justo de más de un kilómetro, pero la espera adentro del estadio fue matizada con canciones de AC/DC, Johnny Winter y Pappo (¡cómo sonó Sucio y desprolijo!). 

A las 22:05 el estadio ya estaba colmado. Se apagaron las luces y apareció Bobby Flores, el maestro de ceremonias. “Hoy todos somos Ratones Paranoicos”, bramó en el mismo momento en el que Juanse, Sarco, Pablo Memi y Roy aparecieron en escena. Antes de empezar a tocar avanzaron por una pasarela hasta tres cuartos de cancha para saludar al público, una masa uniforme de cabezas y brazos en constante movimiento. Entonces llegaron los primeros acordes de Les Paul negra de Juanse y hubo rock. Isabel, decorada con una buena sección de caños, fue el primer tema de la noche. Después siguieron con Rainbow y ahí fue cuando Juanse se dirigó por primera vez en la noche a su gente: “¡Viva el rock and roll! Está más vivo que nunca”.

Dos 

Los Ratones tocaron un popurrí de temas de todos sus discos, canciones que nos transportan a fines de los ochenta y los noventa. No son muchas las bandas argentinas que tengan semejante catarata de hits.

Los que flameaban las banderas amontonados en la parte delantera del campo no dejaron de hacerlo en ningún momento. La intensidad del resto del público fue al compás de la música. Cuanto más clásico era el tema, más cantaban y se agitaban. Y Juanse sabe cómo llevar un show. Lo de anoche no fue ese descontrol ahumado de los años de Cemento o Prix D’Ami, sino otra forma de vivir el rock & roll. Porque Juanse, Memi y Roy no son los únicos que tienen canas (Sarco por algún misterio capilar lo tiene bien negro), sino que buena parte del público también combina el pelo gris con remeras rockeras.

Una muy prolija versión de Vicio, con piano de Yamil Salvador y los caños de Miguel Ángel Talarita, Marcelo Garófalo y Pablo Fortuna, confirmó que uno puede sortear de alguna manera el inevitable deterioro del paso del tiempo, o al menos llevarlo con mucha dignidad. Se sucedieron El centauro, Sucia estrella y la sensual Carol. Antes de presentar a Facu Soto, cantante de Guasones, para que le ponga la voz a Una noche no hace mal, Juanse recordó al médico Alfredo Cahe, que murió el viernes: “Si no fuera por él, yo no estaría acá”. Y, conmovido, confesó: “Lo más hermoso que te puede pasar en la vida es verlos ahí, uno a lado del otro. ¡Que Dios los bendiga a todos!”. 

Hubo Rock del pedazo, para alegría de la muchachada, Sarco cantó con su voz curtida Vodka doble, y tocaron esa belleza de Fieras Lunáticas, que es La nave. El show, que se destacó por un sonido impecable, entró luego en una llanura de temas de segundo orden como Damas negras, Magia negra, Simpatía, Líder y otras, donde el plus diferencial fue la participación de la corista Dedé Romano. 

Tres 

El riff memorable del Rock del gato fue el primero de la estocada final de hits. Entonces llegaron Cowboy y Sigue girando, los dos temas que la masa más bailó y cantó. Y para terminar y despedirse se despacharon con una extensa versión de Para siempre, esa composición calamersca que suena muy a él y no tanto a ellos, pero que Juanse aprovechó para hacer de las suyas como si todavía tuviera 20 años. Se sacó la remera y se quedó en cueros, corrió de punta a punta del escenario, se trepó a la columna de iluminación y pegó el salto, aunque esta vez no hubo huesos rotos. “Gracias por venir, vuelvan tranquilos y será de nuevo algún día… si llegamos”, dijo a modo de despedida. Un indicio más para creer que lo de Última Ceremonia Tour es apenas un slogan que no van a cumplir.

Cuatro

Un video de poco más de un minuto, con un repaso veloz de la tremenda historia de la banda musicalizado con Carmina Burana, fue el interludio hacia los bises, que por su extensión fueron como un mini show agregado. Porque no fueron una o dos canciones, sino que los Ratones interpretaron seis más.

Primero tocaron Ceremonia, porque eso es lo que estaba sucediendo y pedía la noche. Y luego entrelazaron Juana de Arco, Colocado voy, Ya morí, Sucio gas y, como mera última, Banda de Rock ‘N’ Roll porque su letra es casi la confirmación de que todavía tienen más camino por recorrer: “Ya no puedo dejar de tocar rock and roll / Todo el tiempo estoy en este lugar / Ya no puedo dejar mi banda de rock and roll”.

jueves, 12 de septiembre de 2024

El regreso al blues del hijo pródigo: a 30 años del lanzamiento de From The Cradle de Eric Clapton

Desde que Eric Clapton grabó el histórico disco junto John Mayall Bluesbreakers en 1966 pasaron una infinidad de cosas en la vida del guitarrista británico hasta 1994. Integró Cream, luego Blind Faith y más tarde Derek & The Dominos; padeció una severa adicción a la heroína, de la cual se recuperó con mucho sacrificio; colaboró en infinidad de proyectos como el de Delaney & Bonnie; tuvo un mega éxito con Cocaine; se asoció musicalmente con Phil Collins; padeció con el alcohol; perdió trágicamente a su hijo Connor; y tuvo un tremendo suceso con su disco Unplugged. En todo ese tiempo, Clapton coqueteó con diversos sonidos y géneros musicales. Pasó por la psicodelia, el rock sureño, el reggae y el pop, pero siempre con una pata, o al menos la punta de los dedos, metida en el blues. Hasta que, finalmente, decidió que era momento de sumergirse de lleno en la música con la que se formó. Así nació From The Cradle.

El álbum, lanzado el 12 de septiembre de 1994, hace hoy 30 años, logró recrear el ambiente del blues eléctrico de posguerra. Clapton recurrió a clásicos de Willie Dixon, Elmore James, Muddy Waters, Freddie King, Leroy Carr, Jimmy Rogers y Lowell Fulson para darle forma a un disco que sería bisagra en su carrera.

La guitarra slide que inicia Blues Before Sunrise ya marca el tono del álbum, un mensaje sin filtros, bien directo: esto es blues, solamente blues. Su voz en la canción incluso imita el gruñido de Elmore James y la banda suena contundente. Temas como Five Long Years, Hocchie Coochie Man, Blues Leave Me Alone, Sinner's Prayer, pero sobre todo las magníficas versiones de It Hurts Me Too y Someday After a While se encuentran entre las mejores y más poderosas interpretaciones de blues que él haya grabado. Hay un atractivo pop en su relectura acústica de Motherless Child, tema que parece linkear a éste disco con su antecesor, el Unplugged, mientras que el solo de Groaning the Blues es probablemente de los más intensos y apasionados de toda su carrera.

La interpretación del repertorio de From The Cradle fue intuitiva, precisa y muy respestuosa del sonido tradicional. El disco, producido por el propio Clapton en compañía de Russ Titleman, fue grabado en vivo en el Olympic Studios Barnes en Londres, con solo dos overdubs: la guitarra dobro en How Long Blues y la batería en Motherless Child.

La banda que lo acompañó estuvo formada por una notable selección de músicos. Chris Stainton, que venía de tocar en los setenta con Joe Cocker y más acá con el tiempo con Bill Wyman's Rhythm Kings y Steve Winwood, se encargó de los teclados. Andy Fairweather Low, que llevaba unos años junto a Clapton y descolló en el Unplugged, aportó las guitarras rítmicas. La base de bajo y batería recayó en manos de dos sesionistas de fuste como Dave Bronze y Jim Keltner, mientras que la armónica estuvo a cargo de Jerry Portnoy, que tuvo su doctorado en el género acompañando a Muddy Waters en los setenta. A ellos se le sumó la poderosa sección de vientos The Kicks Horns en algunos temas.

From The Cradle significó el regreso al blues de su hijo prodigo. Ese reencuentro con la música de sus maestros lo llevó a grabar después un álbum memorable junto a B.B. King (Riding with the King / 2000) y dos discos enteramente dedicados al cancionero de Robert Johnson en 2004 (Me and Mr. Johnson y Songs for Robert J.) y también a incorporar de manera definitiva no menos de cinco clásicos del género por show. Desde aquél disco de 1966, que llevó a sus fans a considerarlo Dios, Clapton recorrió un largo camino, por momentos sinuoso en su vida personal y cuestionable en lo artístico, pero que siempre tuvo un pie metido en el blues.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Kingfish Ingram, el blues y más allá

Fotos gentileza Ake Music.

El preludio, una grabación futurista con una voz grave y distorsionada que anuncia al artista y su procedencia, pone fin a la ansiedad de un público que ocupó hasta la última butaca disponible del Teatro Gran Rivadavia. Son las 21:30, ni un minuto más ni un minuto menos, y la banda despliega una base funky para darle la bienvenida a la estrella de la noche. La figura inmensa de Christone "Kingfish" Ingram se desplaza lentamente desde el costado del escenario hacia el centro. Lleva una remera gris, jeans rotos y zapatillas. De sus hombros cuelga una Gibson Les Paul negra, que ante su imponente humanidad parece diminuta. Los primeros acordes que lanza transforman la expectativa en realidad. El futuro del blues ya llegó. Está aquí entre nosotros.

Kingfish balbucea unas primeras palabras en inglés. Dice algo así como que es su primera vez en Argentina, y se mete de lleno en el primer tema de la noche, Midnight Heat, de su álbum Live in London. D-Vibes Alexander, el tecladista, introduce algunos sonidos que no están asociados con la pureza del blues, pero que se complementan muy bien con el tono de la guitarra del protagonista. “¿Les gusta el blues en Argentina?”, pregunta Kingfish para obtener una respuesta contundente en el que el “yeah” se mezcla con el “sí”, algo que deja en evidencia que la mayoría se acercó hasta el teatro de Flores para escuchar esos viejos blues de su Clarksdale natal, algo que él lleva en su esencia, pero que no es la parte central de su show. De todas formas, no es ajeno al deseo de la gente y se sumerge en un slow blues demoledor que lleva el título de Fresh Out.

Sigue con Another Life Goes By, con un ritmo reggae que el público no esperaba pero que intenta disfrutar. D-Vibes incorpora un sonido que parece entre ser el de un acordeón o una armónica cromática, que se combina con la voz profunda de Kingfish. El show es muy profesional: los arreglos, los empalmes entre canciones, el manejo de los tiempos y los volúmenes muestran que lo único que queda librado a la improvisación es cuando el guitarrista se sumerge en largos y sentidos solos. Una base de smooth jazz impone el contexto sonoro del siguiente tema, Empty Promises, que Kingfish lentamente transforma en una poderosa balada.

Not Gonna Lie, un funky enérgico, de su álbum 662, es la excusa para sacar a relucir su manejo de la pedalera y ametralla con un wah wah cada rincón de la sala. Ya pasaron 45 minutos desde que comenzó y Kingfish sale por el mismo lado que había entrado, mientras la banda sigue al galope y D-Vibes contraataca con sonidos que escandalizarían a los puristas. Instantes después comienza a escucharse de nuevo la guitarra, pero Kingfish no está en el escenario. Todos se paran para verlo entrar por el fondo de la sala. A paso lento, y entre decenas de celulares que buscan arrancarle el alma, avanza interpretando Mississippi Nights, otro slow blues asesino en el que su punteo se recuesta a la distancia sobre el colchón del hammond y una base rítmica muy sólida, que no se sale de libreto ni por un instante. Cuando logra llegar al escenario, la gente está en llamas, y él empieza a tocar con la lengua, ese acto tribunero de los guitarristas tan innecesario como eficaz.

Para el siguiente tema, Kingfish cambia la Les Paul por una Telecaster violeta y negra que le allana el camino a más y mejores riffs. Un funky enérgico se apropia de Hard Times, una canción que en su álbum debut de 2019 grabó en versión acústica y con un sonido digno del blues del Delta, algo que termina de confirmar que el rumbo musical elegido por el artista va más allá de la tradición. Ese tema termina con un duelo entre Kingfish y D-Vibes, que sale de su zona de confort con un teclado-guitarra Korg y otros sonidos poco convencionales.

La octava canción, Rock & Roll, está dedicada a su madre, Princess Latrell Pride Ingram, que murió en 2019. La letra narra el sacrificio que tuvo que hacer ella, ante la ausencia de su padre, para que su hijo pudiera venderle el alma al rock & roll. Cierra a puro shuffle con Outside of This Town, de su álbum debut, y con 662, tema que da nombre a su segundo disco, ambos grabados para el sello Alligator. Son las 22:51 cuando Kingfish y sus músicos dejan el escenario. El público se para y empieza a corear el “olé, olé, olé…”, esa certificación argenta de que el recital fue un éxito. Un par de minutos después D-Vibes regresa tomando una Amber Lager de Patagonia. En soledad interpreta una breve versión jazzeada de Eleanor Rigby de los Beatles hasta que los otros miembros de la banda y el propio Kingfish vuelven a copar el escenario para un bis con Long Distance Woman, otro tema más de su autoría.

El blues es un género folclórico que surgió a comienzos del siglo XX en el sur rural de los Estados Unidos. Para preservarse tuvo que expandirse y adecuarse. Entre Memphis y St. Louis incorporó instrumentos de viento y piano, en la Costa Oeste sumó orquestación y en Chicago, a fines de la década del cuarenta, el sonido se electrificó. Desde entonces, el blues estuvo en constante evolución. Es por eso que esa evolución también es parte de la tradición y Kingfish Ingram lo sabe muy bien. Tiene el futuro del blues en sus manos, porque se ubica a la vanguardia de la nueva generación desde que tiene 13 años y hoy con 25 lo asume con total. No va a cantar Sweet Home Chicago. Key to the Highway o Manish Boy, porque las versiones originales son insuperables y están ahí al alcance de todos, y él tiene sus propias historias que contar.


martes, 3 de septiembre de 2024

Freddie King, el coloso del blues

La historia del blues está plagada de grandes nombres que, a lo largo del siglo XX, dejaron su marca en la música popular. Desde aquellos próceres del blues rural como Charley Patton, Robert Johnson, Blind Lemon Jefferson y Son House hasta los grandes guitarristas eléctricos como B.B. King, Albert King, Buddy Guy, Otis Rush y T-Bone Walker, pasando por quienes encabezaron la transición del sonido rural y acústico al urbano y eléctrico como Big Bill Broonzy, Muddy Waters, Elmore James y Howlin' Wolf, contribuyeron para darle forma al género precursor del rock & roll. 

Pero esos músicos no fueron los únicos. Hubo muchos otros más y entre ellos aparece uno al que siempre ubican en la trilogía de los reyes, con B.B. y Albert, el gran Freddie King. El voluminoso guitarrista texano es una leyenda de un tiempo pasado, aunque generacionalmente todavía podría estar entre nosotros. Era apenas dos años mayor que Buddy Guy, quien hoy sigue activo. Su imponente legado musical solo es contrastable con el vació que dejó tras su temprana muerte. Hoy cumpliría 90 años.

De Texas a Chicago

Freddie King había nacido como Freddie Christian en Gilmer, Texas, el 3 de septiembre de 1934. Era hijo de J. T. Christian y Ella Mae (o May) King. A los seis años empezó a tocar la guitarra con su madre y un tío, Leon King. De joven compró una guitarra acústica Roger's con el dinero que había ganado recogiendo algodón.

Se mudó a Chicago con su familia en 1949 y A los 16 años se incorporó a la banda de un club de blues que incluía entre sus miembros a un joven Howlin' Wolf. Por entonces sus influencias, los que molderaron su estilo eran Lightnin' Hopkins, T-Bone Walker, B. B. King y Elmore James. 

En 1952, se casó con Jessie Burnett. Durante el día trabajaba en una fábrica de acero y daba espectáculos por la noche. Ese año, formó su propia banda, los Every Hour Blues Boys, que incluía a Eddie Taylor, Jimmy Rogers, Jimmy Lee Robinson y Sonny Scott. En 1953 grabó sus primeras canciones para el sello Parrot. Un par de años más tarde firmó con El-Bee Records donde también dejaría registro de lo que serían los cimientos de una notable carrera musical. 

Durante la década del cincuenta, King fue rechazado por Chess Records, la gran discográfica de blues de Chicago, pero eso no lo frenó y siguió tocando en clubes. Por esa época también trabajó con la Sonny Cooper Band y los Blues Cats de Earlee Payton. En 1960, firmó con King/Federal, un sello que contaba con grandes artistas como el pianista Sonny Thompson, que colaboró ​​con él en varias grabaciones de temas que pronto se convirtieron en clásicos: Hide Away, San-Ho-Zay, Have You ever Loved a Woman, The Stumble y Side Tracked.   

King realizó una gira por los Estados Unidos y actuó en salas de conciertos, clubes nocturnos y festivales de jazz y blues. Cansada de la brutal agenda de giras y grabaciones de su marido, Jessie, su esposa, y sus seis hijos se mudaron a Dallas en 1962. King dejó Chicago y se mudó con ellos en 1963. Allí trabajó en perfeccionar su propio estilo vocal conmovedor. En 1966 hizo una serie de apariciones en un programa semanal de televisión de rhythm and blues de Dallas cuya banda de la casa estaba liderada por Clarence "Gatemouth" Brown.

Reconocimiento internacional y banda multirracial

Firmó con Cotillion en 1968 y grabó dos álbumes, Freddie King is a Blues Master y My Feeling for the Blues. Ese mismo año realizó una gira por Inglaterra. En 1969 fue uno de los artistas principales del Texas International Pop Festival. Como muchos artistas de blues de finales de los sesenta y principios de los setenta, King tenía estrechos vínculos con el rock and roll. Músicos como Eric Clapton y Jeff Beck grabaron sus canciones, y King realizó giras con Clapton.

Freddie King fue uno de los primeros músicos de blues en tener una banda de acompañamiento multirracial en sus presentaciones, rompiendo barreras y estableciendo nuevos estándares.

En 1971 grabó el primer álbum importante en vivo jamás realizado en Austin, en Armadillo World Headquarters, conocido a veces como "la casa que Freddie King construyó". Tocaba regularmente en el club y volvía periódicamente para recaudar fondos. Sus grabaciones con Shelter Records, producidas por Leon Russell, le valieron el reconocimiento en todo el estado como un "bluesman de Texas de primera categoría". Esos discos fueron: Getting Ready (1971), Texas Cannonball (1972) y Woman Across The River (1973). Tras esa experiencia grabaría dos álbumes más para RSO producidos por Mike Vernon, Burglar (1974) y Larger Than Life (1975).

King murió el 28 de diciembre de 1976 como consecuencia de úlceras sangrantes y pancreatitis. Tenía 42 años. En 1982 fue incluido en el Salón de la Fama del Blues de la Blues Foundation. La gobernadora de Texas, Ann Richards, declaró el 3 de septiembre de 1993 como el "Día de Freddie King", y en 2003 la revista Rolling Stone lo situó en el puesto vigésimo quinto de su lista de los 100 mejores guitarristas de la historia. Sus potentes licks aún pueden oírse en la forma de tocar de Eric Clapton, Joe Bonamassa, Billy Gibbons y Mick Taylor, y otros que ya no están como Peter Green y Stevie Ray Vaughan. En 2012 fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll un detalle que no hizo otra cosa que ratificar su música trascendió las fronteras del blues .