lunes, 22 de febrero de 2016

Tributo a Blind Willie Johnson


Alligator Records tiene uno de los catálogos más extensos de la discografía de blues. Entre sus artistas actuales se destacan Toronzo Cannon, Tommy Castro y Shemeika Copeland, y la lista de leyendas que grabaron para el sello es impactante: Hound Dog Taylor, Johnny Winter, Koko Taylor, Luther Allison, James Cotton y Buddy Guy, entre muchos otros. En los últimos 40 años, Alligator editó muchos compilados, como la saga de Genuine Houserockin' Music, los especiales navideños o las celebraciones de sus 20, 30 o 40 años. Pero hasta ahora no había grabado un trabajo como este: un tributo a un mítico bluesman, que a más de 60 años de su muerte sigue cautivando con su música.

El álbum God don't never change - The songs of Blind Willie Johnson tiene otra particularidad: participaron en su mayoría músicos que no están emparentados directamente con el blues como Tom Waits, Lucinda Williams, Cowboy Junkies, The Blind Boys of Alabama, Sinead O'Connor, Rickie Lee Jones y Maria McKee, así como otros que tienen una fuerte raíz blusera pero que se destacan con estilos más innovadores como Susan Tedeschi, Derek Trucks y Luther Dickinson. Más allá de que algún purista ponga el grito en el cielo, lo bueno de este álbum es que muestra el poder de penetración de Blind Willie Johnson (Marlin, Texas - 1902 / Beaumont, Texas – 1947) en artistas que nada tienen que ver, a priori, con el country blues.

Tom Waits
El disco comienza con Tom Waits, acompañado por su hijo Casey en batería y su mujer Kathleen Brennan en coros, cantando The soul of a man, con la base de guitarra sampleada de Country rag de Smith Casey, de la colección de John and Ruby Lomax. La voz potente y cavernosa de Waits se eleva como un justo homenaje al gran Blind Willie Johnson. El álbum sigue con una Lucinda Williams encendida interpretando It’s nobody’s fault but mine. La cantante country-folk deja de lado las dulces armonías vocales para emular el tono áspero que la canción requiere. El track tres encuentra a Susan Tedeschi en voz y a su marido Derek Trucks en guitarra con slide versionando Keep your lamp trimmed and burning, en un formato de pregunta y respuesta clásico con el acompañamiento vocal de Mike Mattison y Mark Rivers. Los Cowboy Junkies se posan sobre el sample del propio Blind Willie Johnson de Jesus is coming soon para una versión que une musicalmente dos épocas y estilos completamente distintos.

Luther Dickinson
Johnson dominaba la técnica del slide como muy pocos durante la época de pre-guerra, y además elevaba su canto al Señor y por eso también es reconocido como uno de los músicos de góspel más influyentes. En ese sentido, los Blind Boys of Alabama le rinden una emotiva ofrenda vocal en Mother’s children have a hard time. La irlandesa Sinead O'Connor le agrega un toque pop a su interpretación de Trouble will soon be over pero no desentona en absoluto con el resto de los artistas. Luego Luther Dickinson desgrana una versión Hill Country blues de Bye and bye I’m going to see the King, acompañado por Shardé Thomas, la nieta de Othar Turner, en pífano. En el tramo final del disco reaparece primero Lucinda Williams cantando God don’t never change y después Tom Waits, cigar box banjo en mano, llamativamente tocando una de Son House, John the Revalator. La californiana Maria McKee, exponente del country alternativo, impone su registro vocal en Let your light shine on me y Rickie Lee Jones cierra con una mórbida versión de Dark was the night, cold was the ground.

"Como la música de evangelio de Bob Dylan, la música de Blind Willie Johnson es imperecedera. Nos habla como un lamento de la condición humana, como un elogio al firme intercambio con Dios. Es un viaje en el tiempo con la misma llamada valiente de arrepentimiento que una vez le entregó a sus oyentes en las esquinas de Texas. Y ahora ese mensaje perdura de la mano de artistas que nos entregan su propia interpretación", resume el productor del disco Jeffrey Gaskill.

domingo, 14 de febrero de 2016

Eternos

Foto Santiago Filipuzzi / La Nación

Un pensamiento que me perturba es que pronto todos seremos más viejos que los Rolling Stones. Lo de Jagger es increíble: tiene 72 años y corre, baila, canta y salta como cuando tenía 20. Y Richards, de la misma edad, si bien a simple vista no parece tan vital como el cantante, no para ni un instante y también recorre una y otra vez la amplia pasarela que se extiende hacia los costados del escenario. Charlie Watts, el más veterano del grupo -cumplirá 75 en junio-, no corre ni salta, claro está, pero sostiene la rítmica con una fuerza inconmensurable, cuando por lo general son los bateristas los que más desgaste tienen durante un show. Ron Wood, de 68, ya esquivó a la parca en un par de ocasiones y parece cada día más joven . Entonces me surge un interrogante: estos tipos son marcianos o vampiros que se alimentan con la sangre de jóvenes vírgenes, porque la verdad no encuentro otra explicación a que sigan tan activos. O tal vez sí... es probable que lo de sus majestades satánicas no haya sido solo un nombre de fantasía o una cuestión de marketing, y que Simpathy for the Devil sea una revelación. Jagger estuvo ahí cuando mataron a los Kennedy y también al Zar y a sus ministros. Eso capaz justifique porque son eternos. "Por favor permíteme que me presente...", a confesión de partes, relevo de pruebas.

La última actuación de los Rolling Stones para algunos significó la despedida de la banda con el público argentino. Aunque otros, muchos, se abrazan a la idea de que en un futuro no muy lejano volverán. Desde ya se presume que no será dentro de diez años, como tuvimos que esperar ahora, porque para entonces tendrán más de 80, pero quién sabe... con estos tipos todo es posible. El Estadio Único de La Plata ayer estaba desbordado de gente. Una marea humana abarcó el ancho y el largo del campo de juego y en las plateas y la popular no quedó un solo lugar vacío. La locura stone comenzó a las 21.10, con una introducción sonora y visual que concluyó con los primeros acordes de Start me up.

Foto Santiago Filipuzzi La Nación
“Hola vieja, ¿cómo están ustedes?”, dijo Jagger y la multitud enloqueció. La banda siguió con It's only rock and roll y tras el tremendo movimiento sísmico del comienzo el público se estabilizó un poco. La seguidilla de temas continuó con Tumbling dice y Out of control, en el que Jagger sopló su armónica mientras que el bajista Darryl Jones volcó un groove irresistible y Bernard Fowler dio un paso adelante para mostrar porque lleva 30 años cantando junto a ellos. Antes de Beast of burden. Jagger bromeó una vez más: “Qué triste que sea el último show. No se preocupen, me compré un dos ambientes en Chacarita”. Luego fue el turno de la canción elegida por los fans en las redes sociales y esta vez se impuso You got me rocking. Una vez más, Jagger mostró toda su solvencia arriba del escenario. La primera mitad terminaría con dos clásicos imprescindibles de los sesenta: Paint it black y Honky tonk woman, con el aporte destacado del piano barrelhouse de Chuck Leavell, quien en otro momento de la noche interpretó brevemente Don't cry for me Argentina.

Tras la presentación de los músicos, Jagger dejó el escenario a Richards. Guitarra acústica en mano, y acompañado por Ron Wood, cantó You got the silver, en lo que tal vez fue el momento más emotivo y Nashville de la noche. Recuperó la energía con Happy, en la que Ronnie se lució con el lap steel. Jagger volvió al centro de la escena para el rush final que fue de una intensidad propia de la mejor banda de rock and roll de la historia. De hecho solo ellos pueden pasar del clima de juke joint de Midnight rambler al boliche disco de Miss you sin perder identidad. En Gimme shelter, como sucedió en su giras anteriores, Jagger mantuvo un duelo vocal con la corista: Sasha Allen ocupó con gran personalidad el lugar que dejó Lisa Fisher. En Brown sugar quedó demostrado una vez más lo bien que hicieron los Stones en sumar a un bajista negro hace más de 20 años. Eso, decididamente, revitalizó su música. Los saxofonistas Tim Ries y Karl Denson también tuvieron sus solos.

La energía en el final fue abrumadora. Primero con Sympathy for the Devil y Jumpin' Jack Flash. Tras un breve receso, de uno o dos minutos, y en medio de una creciente ovación, volvieron a escena acompañados por el Grupo de Canto Coral para elevar su voz en You can't always get what you want. El baile entre la gente, mezclado con saltos y empujones, volvió con Satisfaction, un cierre que se anticipaba previsible.

Fue una noche alucinante. Los Stones cumplieron con su gente y con su historia. Porque lo de ellos es rock and roll en estado puro. No tiene que sonar perfecto, de hecho hubo unos cuantos pifies, especialmente de los violeros, pero eso también es parte de la leyenda. Tal vez la langosta que se apoyó sobre la cabeza de la guitarra de Richards cuando tocaba Midnight rambler fue una señal de que volverán una vez más, porque los reyes del rock and roll, sus majestades, son eternos.


viernes, 12 de febrero de 2016

Pulso stone


A Bernard Fowler el Roxy le quedó chico. El corista de los Stones desplegó anoche toda su fuerza rockera y su carisma frente a una multitud sudorosa. Para algunos fue como la frutilla del postre tras los dos shows que la banda británica dio en el Estadio Único de La Plata. Para otros fue apenas el aperitivo ya que todavía queda el recital de mañana.

Fowler estuvo acompañado por Pilo Gómez en guitarra, Fabián Von Quintiero en bajo, Gonzalo Lattes en segunda quitarra, Nicolás Raffetta en teclados, Carlos "Melena" Sánchez en batería y Peter, así lo presentaron, en percusión. La banda sonó con una precisión notable y con mucha onda, apuntalada en el groove del Zorrito, los dedos mágicos de Raffetta y los exquisitos punteos de Pilo. Fowler, por su parte, demostró que es un showman con muchos recursos y un cantante notable, ya sea entonando reggae, blues, baladas o rock and roll.

Hubo una primera parte que duró una hora y en la que Fowler tocó casi todos los temas de su flamante disco, The Bura. El telón se abrió a las 23.30 y la banda comenzó con una adrenalínica versión de Shake it. “Es hermoso verlos. Gracias por estar aquí”, dijo en un inglés claro y transparente. Siguió con Dragon attack en la misma línea rockera y furiosa. “¿Les gusta la música reggae?”, preguntó Fowler con entusiasmo. Ante el “yes” contundente del público la banda empezó con el clásico ritmo jamaiquino y Fowler planteó un diálogo cantado con la gente. El tema en cuestión fue The letter, en cuyo estribillo florece Get up, stand up. La aparición sorpresiva de Jimmy Rip con su guitarra en el escenario sumó mucha más energía.

“¿Les gusta el blues? Si les gustan los Stones tienen que amar el blues…”, fue la introducción que utilizó para My friend sin, tema en el que Pilo rasgó una guitarra acústica mientras que Rip elevó unos solos lacerantes. El guitarrista estadounidense radicado en nuestro país se quedó en una canción más: ajustició las cuerdas con su slide mientras que Fowler cantaba Will you miss me, inspirada en la posibilidad de que esta sea la última gira de los Stones. El final de esa primera hora fue con Can you hear me knocking para que la monada stone delirará a lo grande.

Hubo un intervalo de diez minutos. La banda volvió para una mezcla de segunda parte y bises que incluyó dos clásicos de Jagger y Richards: Jumpin’ Jack Flash y She’s so cold. El invitado sorpresa fue un momificado Charly García que alternó entre la guitarra y los teclados. La gente lo disfrutó más desde lo emotivo que desde lo musical. El show fue muy intenso y entretenido.

El negro demostró tener un gran pulso stone y mucha personalidad para llevar adelante su propio espectáculo. 

viernes, 5 de febrero de 2016

Homenaje a Pappo


Pappo sigue entre nosotros. Vive en sus canciones, en las calles de La Paternal y en las cientos de anécdotas que dejó, que sus amigos guardan como tesoros de antiguos galeones hundidos. Norberto Napolitano es un emblema del blues y el rock local. A casi once años de su muerte, su música cobra un nuevo impulso de la mano de viejos conocidos y colegas que, en diferentes sesiones, grabaron una veintena de temas del Carpo con un fin solidario: colaborar con la obra de Don Orione.

El álbum y DVD cuenta con grandes artistas de nuestra escena. Ricardo Tapia versionando Gris y amarillo, Memphis la Blusera interpretando Desconfío y Ruta 66, Matías Cipilliano y Martín Luka haciendo El tren de las 16, Daniel Raffo con los Chevy Rockets con Tomé demasiado, y Alambre González amasando Whisky malo son los que más blues le ponen al compilado. Mientras que Vox Dei (El viejo), Claudia Puyó y el Tano Marciello (A dónde está la libertad), Gady Pampillón (Con Elvira es otra cosa) y La Vieja Ruta con Pity Álvarez (Rock & roll y fiebre) rockean como al Carpo le gustaba. Lo bueno es que cada una de esas versiones no son meras copias de las originales, sino que tienen su propia impronta aunque sin alejarse del espíritu original.

El disco tiene otras excelentes participaciones. Claudio Gabis, acompañado por Frans Banfield en voz, deja su fino toque en Una casa con diez pinos, tema de Manal que Pappo hizo suyo en los '90. La Vargas Blues Band tiene una aparición estelar con Blues local, mientras que Claudio Kleiman y Conejo Jolivet sudan muchísimo sentimiento enNunca lo sabrán. El álbum tiene otro valor agregado: empieza con Caras en el parque, la última grabación del Negro García López, una sentida despedida para el legendario guitarrista de Charly García.

El proyecto encabezado por Guillermo Krassner, Sergio "Chuchu" Fasanelli y Esteban Reynoso, dueño del sello Arde Rock and Roll, contó con la aprobación y colaboración de la hermana de Pappo, Liliana Napolitano, y la participación de muchísimos otros músicos como Ricardo Daniel Muñoz, Patán Vidal, Josué Marchi, Sarcófago, Mauro Ceriello, Darío "Perro" Gorosito, Luca Frasca y el legendario Litto Nebbia, quien en soledad interpretó Los días de Actemio.

El Carpo se merecía un homenaje así.