sábado, 28 de marzo de 2015

Luther manía

Luther Dickinson tiene una serie de cualidades que lo distinguen de muchos otros músicos. Es un innovador que a la vez juega un rol clave en la preservación de la música que conoció desde muy chico, de la mano de su padre, Jim Dickinson, y de los maestros del Hill Country blues, Junior Kimbrough y R.L. Burnside. Luther tiene una energía sobrenatural para componer, tocar y grabar de manera compulsiva. En los últimos días su nombre figura en tres discos tremendos en los que aporta su sonido que combina un modernismo primitivo con un toque de beat bailable.

Anders Osborne & North Mississippi Allstars - Freedom & dreams. Los máximos exponentes contemporáneos del Hill country blues y uno de los músicos más innovadores de Nueva Orleans se juntaron para dar vida a este proyecto que Luther Dickinson definió así: "Quisimos combinar el canto y la composición de Anders con el groove y la estética de de NMA para crear algo único que ninguno de nosotros podría hacer sin el otro, una especie de southern rock folk moderno". Y el resultado es eso: un rock sureño de raíces con un sonido completamente novedoso. Para ser un álbum de los NMA suena demasiado tranquilo y reflexivo y está más a tono con el estilo de Osborne. La fusión es sublime y se aprecia mucho más porque es un álbum que no tiene una gran producción, sino que prevalece la espontaneidad como factor determinante.

Ian Siegal – The picnic sessions. El cantante y guitarrista ingles se volvió a internar en la espesura del Hill Country blues –como en dos de sus discos anteriores- con algunos viejos conocidos como Cody Dickinson y Alvin “Youngblood” Hart. A ellos se les sumaron Luther Dickinson y Jimbo Mathus. Con el espíritu de los viejos bluesmen que se sentaban a tocar en los porches de sus casas de Mississippi, el quinteto grabó más de una docena de temas acústicos que rescatan lo más puro de la música  americana. “Hay algo liberador en grabar un disco sin la presión de la producción. Así que no esperen perfección, estas canciones tienen más que ver con la buena vibra”, dijo el cantante. Luther Dickinson aporta guitarra con slide, mandolina, mandoloncello, bajo y voz. The picnic sessions es también un disco relajado en el que se nota que los músicos realmente disfrutaron haciéndolo.


Seasick Steve – Sonic soul surfer. El maestro del groove callejero y del boogie abrasivo acaba de lanzar su séptimo disco de estudio. Lo grabó junto al baterista Dan Magnusson en la granja en la que vive. Steve escribió todas las canciones y utilizó sus particulares guitarras, una de tres cuerdas o las otras creadas con tasas de ruedas de autos. De principio a fin, el disco tiene un sonido hipnótico. El comienzo, con Roy’s gang, es atronador, probablemente de lo mejor que se haya grabado en mucho tiempo. En dos de los temas, Steve se apoya en el slide de Luther Dickinson. Swamp dog es una balada de cuerdas metálicas y sentidos ardientes. Barracuda ’68 es más potente: la batería marca el pulso vivaz mientras Steve recrea al gran John Lee Hooker y Luther sacude con una national steel. Dos potencias se saludan y abren una puerta hacia el futuro.

viernes, 20 de marzo de 2015

Un viejo blues


El canto profundo de Osvaldo Ferrer revive a los viejos maestros del blues. Es la voz de la historia, que se reestrena por la calidez de sus interpretaciones. Ferrer recrea a Leroy Carr, Bessie Smith, W.C. Handy y clásicos de la Era dorada del blues con absoluto respeto y pasión. Pero sus versiones no son meras copias, sino que logra adueñarse de las canciones. Su personalidad arriba del escenario y su cabellera blanca son las más claras evidencias de que el viejo cantante no es ningún improvisado y, pese a que su nombre siga siendo prácticamente desconocido para muchos del ambiente del blues, el tipo es un verdadero libro abierto.

El jueves a la noche se presentó en Thelonius junto a Debluvan, el trío conformado por Santiago “Rulo” García en guitarra, Nicanor Suárez en contrabajo y Timothy Cid en batería, para presentar su flamante álbum, Blues. A las 22, el maestro apareció en escena con un chaleco negro, camisa blanca y pantalón oscuro. Los músicos lo esperaban arriba de la tarima y comenzaron con Mean mistreater mama.

Ferrer buscó todo el tiempo un diálogo con el público. Se mostró como un viejo storyteller. Entre tema y tema, contó una breve anécdota de la canción que estaba por interpretar o tradujo alguna parte de la letra. Musicalmente la banda sonó muy ensamblada y precisa. La rítmica fue muy discreta y nunca avasalló el tono soberbio de Ferrer. Lo de Rulo García fue excepcional, tanto con la guitarra acústica como con la dobro, recostada sobre sus piernas, y siempre con su slide afilado y punzante.

El repertorio, que se balanceó entre el blues rural y el sonido urbano de comienzos de los 40, incluyó I’m gonna move to the outskirts of town, Trouble in mind, Ain’t nobody business, Careless love, Down hearted blues y Louisa. En Blues before sunrise y Midnight hour blues, la banda sumó a Sol Bassa en segunda guitarra. Ella, con la humildad que la caracteriza, aportó su notable técnica para darle más vigor a las cuerdas, mientras Ferrer elevaba su voz cargada de penas y amores no correspondidos. El cantante descansó promediando la mitad del show y dejó que sus músicos improvisaran sobre la base de St. Louis blues, por momentos con un leve ritmo de mambo, y con mucha impronta jazzera.

La presentación de Osvaldo Ferrer y Debluvan fue un claro ejemplo de que el viejo blues se mantiene vivo. El pasado se hace presente y avanza de cara al futuro.

miércoles, 18 de marzo de 2015

De alto vuelo


Tinsley Ellis irrumpió en la escena blusera a fines de los 80, cuando Stevie Ray Vaughan protagonizaba la revolución sonora que poco tiempo después, tras su muerte, se consolidaría de manera contundente. Tal vez por eso, muchos lo agregaron a la lista de posibles sucesores, algo realmente absurdo porque SRV es incomparable, y porque el estilo de Ellis, en realidad, no tenía mucho que ver con el del gran guitarrista texano.

Ellis grabó una decena de discos para el sello Alligator entre 1989 y 2009, aunque con un receso entre 1997 y 2004, en el que editó un álbum para Capricorn y dos para Telarc. En 2013, estrenó su sello Heartfixer Music, que le permitió mayor libertad a la hora de componer y grabar. Desde entonces, ya lanzó tres CD’s. El último, Tough love, que acaba de salir, contiene diez canciones propias en las que, además de su capacidad como compositor y guitarrista, demuestra que es un magnífico cantante.

El álbum comienza con Seven years, un tema en modo menor con un groove dominante, terreno fértil para que su guitarra serpenteé entre la base sutil del teclado de Kevin McKendree. Midnight ride tiene la esencia del boogie, suena más intensa y poderosa, y Ellis lleva los solos a su máxima expresión. En Give it away, recurre a una National steel guitar y a una melodía con mucho feeling, inspirada en la tradición de lo que se conoce como Americana. La base conformada por Steve Mackey en bajo y Lynn Williams en batería marcan un ritmo suave mientras Ellis desliza su slide y canta con mucho sentimiento. En Hard work endurece el sonido, distorsiona la guitarra y se muestra más recio e implacable. Así cierra la primera parte del disco, mostrando su versatilidad para abordar el blues desde diferentes ángulos.

En All in the name of love vuelve sobre un modo menor de medio tiempo, con mucho soul, pero esta vez, además de la base del hammond, aparece una refinada sección de vientos. Después desciende al blues más descarnado con Should I have lied, en apariencia similar a Ain’t nobody business, donde despliega el solo de guitarra más estremecedor de todo el álbum. En Leave me recorre el sendero del blues rock que desemboca en la pantanosa y oscura The King must die. Everything es un blues bien cuadrado, en el que su voz suena cansada y sopla su armónica homenajeando al legendario Jimmy Reed. Y cierra con In from the cold, un blues de proporciones épicas donde otra vez surge su canto más profundo y reluce un solo visceral.

Según distintas reseñas, Tough love es el mejor disco de su carrera. A los 57 años, luego de más de tres décadas en las primeras planas del blues, Tinsley Ellis al fin pudo combinar en un mismo álbum todo su talento con las seis cuerdas, un estilo vocal definido y un puñado de canciones propias de alto vuelo.



jueves, 12 de marzo de 2015

La definición de cool


Donavon Frankenreiter define la esencia de lo cool, que tiene un significado mucho más amplio que “copado”, el adjetivo al que se suele recurrir cuando se quiere traducir esa palabra. Sus melodías, su sonido, su lírica, su imagen, su actitud y su puesta en escena minimalista dan sentido a lo que realmente debería entenderse por cool.

Aparece sobre el escenario de Niceto luciendo un sombrero que cubre su cabellera rubia. La barba bien tupida oculta parte de su rostro, aunque deja en evidencia la piel curtida por el sol. Lleva una remera negra gastada, jeans oscuros manchados y botas. A su derecha está Matt Grundy, que gracias a una guitarra y bajo Gibson de doble mástil se las arregla para marcar el ritmo y hacer los solos. A la izquierda de Donavon se ubica el baterista y percusionista Michael Duffy. El comienzo es bien eléctrico y funky con Move by yourself, de su disco de 2006, y Bend in the road, de su álbum debut de 2004, editado por el sello Brushfire de su amigo Jack Johnson. En esa primera parte, en la que por momentos agrega bases de hammond pregrabadas, también se destacan Call me papa, tema que le dedicó a uno de sus hijos, y The way it is.

La onda se expande cuando él y Grundy toman las guitarras acústicas. Suenan los primeros acordes de la mágica Free, que grabó junto a Jack Johnson y que fue su carta de presentación ante las grandes ligas musicales. Siguen con Heading home y Swing on down, en la que Grundy le mete una dosis de blues cuando empieza a soplar una armónica como si fuera un vagabundo en un tren de carga. Donavon lo presenta y se gana una ovación.

El retorno de las guitarras eléctricas viene con una movida versión de Life, love & laughter, que da paso a una reflexiva y groovie On my mind. Otra vez suben el volumen y las dos guitarras suenen con mucha más energía que antes. Reluce el riff vaughanesco de That's too bad (Byron Jam). La canción gana en intensidad, Donavon y Grundy hacen sus solos y cuando el público -entre los que se encuentran decenas de surfers con sus lindas chicas- estalla de júbilo, los músicos saludan y se van.

El clásico “olé, olé, olé” no rima bien con Donavon y menos con Frankenreiter, así que la gente lo combina con un tímido “Donnie”. Vuelven. Donavon toma la acústica de nuevo y se muestra decidido a dar algo más. La melodía de What'cha know about fluye naturalmente. El gran final se acerca. Es casi obvio que va a cerrar con It don't matter, porque es el tema que a sus fieles les gusta cantar. Y cantan. Todos y con muchas ganas. Donavon enrolla el cable del micrófono. Mira hacia el balcón de Niceto y lo arroja. Un muchacho lo agarra y tiene sus segundos de acotada fama. Los demás lo aplauden mientras bailan. Donavon ríe. El flaco le pasa el mic a otro que está abajo, entre la masa. Es un pelado con gorra que está como loco. Y mientras canta se sube al escenario, abraza al maestro y se saca una foto.

Donavon lo hizo. En una hora y media definió la esencia de lo cool. Aquellos que quieran saber qué significa no vayan a buscarlo a un diccionario. Sólo escúchenlo a él.

lunes, 9 de marzo de 2015

O melhor do blues


Cualquiera que escuche este disco sin saber quién es el intérprete se sorprendería cuando le digan que no se trata de un músico texano o de Chicago, sino de un brasileño que vive en San Pablo. Igor Prado es, probablemente, uno de los mejores guitarristas de blues del mundo. Su flamante disco, Way down south, es un álbum extraordinario no sólo por sus interpretación de viejos clásicos, sino por la selección de músicos de primerísimo nivel que lo acompañan.

Rodrigo Mantovani en bajo y contrabajo, y Yuri Prado en batería conforman la precisa sección rítmica que sostiene el talento de Igor con un swing vibrante. Ellos atraviesan todo el álbum con notable aplomo, independientemente de quien los acompaña en cada canción. El extraordinario cantante Sugaray Rayford, de los Manish Boys, y el guitarrista Mike Welch se hacen presentes en Matchbox, de Ike Turner, y Big mama blues, en la que además cuentan con el piano sutil de Ari Borger. Esos dos temas son apenas un anticipo de la magia blusera de Igor.

El álbum tiene un desfile de armoniquistas de primera línea. Kim Wilson aporta su sonido característico y su poderosa voz en Ride with me baby, de John Hunter, e If you ever need me, de Jerry West. Mitch Kashmar se suma en What have I done, de Jimmy Rogers, y Wallace Coleman deja su sello en los últimos dos tracks: Rooster blues y el único tema a acústico del disco, Trying to do right. El otro fenómeno que sopla con vigor su armónica es el legendario maestro de la Costa Oeste, Rod Piazza, quien junto a su mujer, la pianista Honey Piazza, despliegan todo su know how en Talk to me baby, de Elmore James.

Hay más: Mud Morganfield, el hijo de Muddy Waters, canta She’s got it, uno de los temas no tan difundidos de su padre, con el pianista Donny Nichilo como respaldo; mientras que J.J. Jackson, un viejo conocido de Igor, le pone una pizca de soul con You got what it takes, de Joe Tex. Los otros dos invitados de lujo son el recientemente fallecido Lynwood Slim y el guitarrista Junior Watson, quienes interpretan una tenaz versión de Baby won’t you jump with me, de Lowell Fulson. Slim también canta You better belive it con el saxo de Denilson Martins como socio.

Otros músicos que participaron de la sesión fueron el armoniquista Ivan Márcio y el tecladista Raphael Wressnig.

El álbum, editado por Delta Groove y patrocinado por The Blues Foundation, es una celebración a las distintas formas del género. Si bien predomina el estilo de la Costa Oeste y el jump blues, también recorre el sonido de Chicago, Texas. Memphis y hasta el del Mississippi, donde Igor acribilla con el slide. El guitarrista zurdo tiene una ferviente vocación blusera, que se sostiene en su talento natural, en su capacidad para mejorar día a día y en su tremenda sección rítmica. Way down south es su obra cumbre.

lunes, 2 de marzo de 2015

Sangre, sudor y blues

Fotos: Ramiro Colombatti
Marquise Knox nació en 1991, el mismo año en que B.B. King vino por segunda vez a la Argentina para realizar unos shows en el Luna Park, acontecimiento que marcó el puntapié inicial del auge del blues en nuestro país. Ese período coincidió con la aparición de nuevos músicos en la escena local. Roberto Porzio, Mauro Diana y Gabriel Cabiaglia son algunos de los máximos exponentes de la generación local de los 90, que hizo sus primeras armas en el Blues Special Club de La Boca. Para todos ellos, acostumbrados a tocar con figuras internacionales, los shows con Marquise representaron una experiencia única. Mauro Diana escribió en su Facebook: “Primera vez que toco con un bluesman más chico que yo, desde el primer show nos entendimos como si tocáramos juntos hace años, hasta compusimos un blues juntos que cantó en La Plata, Even worse, (…) Marquise es un pibe talentoso, humilde, laburante y muy inteligente, tiene el mundo por delante”.

Además del show en la ciudad de las diagonales, Marquise se presentó en Chascomus y en El Bardo Bar, en San Telmo. En este último, tuvo que sortear severos percances eléctricos, el micrófono y la guitarra le dieron unos buenos sacudones, hasta que al final le dijo sin disimulo a los músicos: “Estoy cansado de esta mierda. Como no puedo tocar mi guitarra sigo con la armónica”. Lo cierto es que llevó adelante el recital con mucho profesionalismo y talento.

Marquise es como una esponja. Desde muy pequeño absorbió el blues más puro. En la versión de Hoochie coochie man cambió la letra y cantó: “Crecí escuchando a Jimmy Reed mientras en todos lados sonaban los Black Eyed Peas”. Una frase muy interesante que demuestra que la gran mayoría de los jóvenes de color en su país se inclina por la música comercial.

En la hora y media que duró su presentación en El Bardo, demostró que tiene un background musical impresionante, proporcional a su futuro como protagonista de la nueva generación de bluseros. Interpretó la animada Busted, de Ray Charles; descolló con una versión rancia de Mojo Hand, de su ídolo Lightinin’ Hopkins; nos llevó al Mississippi cuando solo con su guitarra tocó Feel like goin' home, de Muddy Waters; y sopló su armónica con mucha garra en Got my mojo working. También reprodujo el estilo de Albert King con un excepcional feeling y rindió homenaje al gran Howlin’ Wolf con el clásico Killing floor.

Marquise sudó de manera descontrolada, tal vez por el hervor de su sangre. Gotas enormes y densas cayeron desde su cabeza y empaparon su camisa. Eso dejó en claro que el blues no sólo lo vive y lo siente, sino que lo transpira también. Dos cosas fueron muy claras la noche del sábado: una que sus solos son a dedo limpio, candentes y afilados. La otra es que confió a pleno en los tres músicos que lo respaldaron, a quienes apenas miró para indicarles que canción seguía y con solo una o dos palabras marcó el pulso de la banda. Porzio, Diana y Cabiaglia mostraron todo su oficio sin titubear.

El desafío de Marquise es que ya lo acepten como un bluesman de fuste y que dejen de considerarlo una joven promesa. Por eso canta con intensidad e irguiendo la frente: “Todo el mundo se pregunta si este joven toca blues, y yo les respondo que no solo lo toco sino que lo canto también”.